José Luciano Obregón, Andrea Guadagnini y Santiago y Constanza Martella son descendientes de héroes de Malvinas y de mujeres fuertes. Crecieron entre recuerdos, relatos y fotografías. Llevan las Malvinas en la sangre y son la herencia que dejaron quienes dieron su vida en la guerra.
José tenía ocho años en 1982, por lo que pudo compartir gran parte de su infancia con su papá, el suboficial segundo de mar Pablo Obregón. Distinta es la historia de Andrea, Santiago y Constanza. Andrea, hija del capitán post mortem Luciano Guadagnini, de la Fuerza Aérea Argentina, contaba con tan solo nueve meses cuando, el 23 de mayo de 1982 su papá, piloto de A4, lanzó bombas sobre la fragata HMS Antelope, no sin antes ser alcanzado por el fuego enemigo. El buque se hundió. Una edad similar tenía Santiago, quien cumplió su primer año de vida mientras su padre, el teniente primero post mortem Luis Carlos Martella, se encontraba en la guerra, junto al Regimiento de Infantería 4.
El día de ese primer cumpleaños, Santiago Martella recibió una carta de su papá. El primer párrafo es desgarrador, pues empieza con la despedida: “Esta es la primera carta que papá te escribe. Mamá, que es tan buena, te la leerá cuando la recibas y la guardará para que la puedas leer tú mismo”. Luis Carlos Martella también esperaba una hija, Constanza, a la que no llegaría a conocer. El 11 de junio de 1982, en el monte Dos Hermanas, pagó con su propia vida el repliegue de su sección. Dos días después del nacimiento de Constanza, llegó la noticia de su fallecimiento.
UNA INFANCIA FELIZ
“Los fines de semana, nos levantábamos y él siempre estaba muy contento. Cantaba y bailaba, era muy divertido”, recuerda José Obregón. También guarda un especial lugar en su memoria la estadía que tuvo la familia en el Reino Unido, cuando su padre estuvo destinado a la dotación del destructor ARA Hércules, construido en astilleros ingleses. “Yo tenía cinco años, vivíamos en una base naval en el sur de Inglaterra. Tengo flashes de reuniones con amigos, donde mirábamos fútbol y después se cenaba. Era una casa cómoda y linda, imaginate que en esa época teníamos televisor a color, año 1975. Veníamos de una vida linda y de cosas resueltas”, cuenta.
Años después, la familia Obregón se instaló en Punta Alta, ciudad próxima a Puerto Belgrano. Por la especialidad (escalafón de mar), su padre pasaba bastante tiempo embarcado. “Mi familia era papá, mamá, mi hermano –un año mayor– y yo. Mi papá tenía meses de navegación y volvía con regalos. Iba a la zona franca y siempre aparecía con las latas de chocolates y cookies”, describe.
Pero un día, su vida cambió para siempre. El 2 de mayo de 1982 el ARA General Belgrano recibió el impacto del primero de los dos torpedos que lo hundieron. Allí estaba embarcado Pablo Obregón. José iba a cumplir nueve años ese 24 de mayo.
ORGULLO Y EMOCIÓN
Andrea Guadagnini tenía nueve meses cuando perdió a su papá. Vivían en Villa Reynolds, provincia de San Luis. Mientras el piloto militar se encontraba en Malvinas, recibió una noticia: “Se enteró por medio de cartas de que mi mamá estaba embarazada. Mi mamá tenía 23 años, era muy joven… así que imaginate quedar viuda, con una bebé y embarazada. Creo que debió haber sido muy duro”, comenta Andrea. Y agrega: “Nuestras madres son las personas más fuertes del mundo. Gracias a Dios, ella lo llevó muy bien porque se juntaron todas las viudas. Casi todas eran de Córdoba, así que volvieron a su provincia para comenzar de nuevo. Nos reuníamos siempre. Recuerdo a mi familia aeronáutica, eran todas las viudas, con mis primos, sus hijos”.
Andrea asegura no haber vivido la pérdida de su padre desde el rencor. “Ellos fueron a cumplir con su deber, estaban convencidos de lo que estaban haciendo. Lo vivimos con orgullo, no desde la tristeza. Cuando escucho mi apellido, me pongo contenta”, confiesa.
Por su parte, Constanza Martella es contundente: “La única y más importante consecuencia que nos dejó la guerra es que nosotros crecimos sin nuestro papá. En nuestro caso, éramos muy chiquitos. Yo nací cuatro días después de la rendición y la verdad es que no tenemos ese registro de la guerra, no vivimos el momento traumático en el que alguien te dice ‘Tu papá no está más’”. “Es imposible hablar de Malvinas y no pensar automáticamente en papá y en la construcción que cada uno armó de ese padre. En mi caso, me genera mucha emoción y, en el 98 % de los casos, me largo a llorar, pero no porque tengamos recuerdos traumáticos, sino porque, tal vez, es el ideal que uno se armó en la cabeza de lo que podría haber sido. La verdad es que tuvimos a la mejor mamá del mundo. Ella hizo todo lo que tenía que hacer, pero uno se queda con lo que podría haber pasado. Hay que apechugar y salir adelante”, agrega Constanza. Su hermano, Santiago, coincide, y cuenta que, lamentablemente, no tiene recuerdos con su papá más allá de las fotos y de un casete con un audio de su voz.
LA DESPEDIDA
“Sabíamos que él se iba. La última noche nos quedamos durmiendo todos en la habitación, en una cama grande. Después, se fue”, cuenta José Obregón, al recordar el momento de la partida de su padre al ir a la guerra. Él continuó juntándose con sus amigos, en su mayoría hijos de militares. Cada tanto, les tocaba vivir las prácticas de oscurecimiento o alarmas en Punta Alta.
Andrea Guadagnini, por su parte, guarda la última foto que se tomó con su papá el día de la partida. El reloj marcaba la hora exacta.
LA PEOR NOTICIA
“El Belgrano fue hundido de una manera medio artera, estaba fuera de la zona de exclusión, con 1093 tripulantes. Por eso, decidieron hundirlo a cualquier precio”, dice José.
La familia Obregón recibió la noticia del hundimiento del crucero por los medios de comunicación. A partir de entonces, la madre de José y sus dos hijos caminaban a diario el trayecto que separaba su casa de la Escuela de Oficiales de la Armada, donde se había armado un centro de información: “Los listados eran de fallecidos y rescatados. Había incertidumbre sobre la gente que no aparecía en ninguno de los dos listados. Estaban todos los familiares, algunos con la alegría de confirmar que su pariente había sido rescatado. Nosotros fuimos muchas veces hasta que un día, cuando regresábamos, vimos una camioneta de la Armada en la puerta de casa. Casi llegando, mamá sospechó lo peor y nos dejó en la casa de una vecina. Más tarde, ese mismo día, nos contaron la noticia. La pérdida es dura”, recuerda José. “Mi papá tenía 34 años, cuando pasás esa edad, te das cuenta de que era rejoven”, agrega.
Ese día, Pablo Obregón estaba de guardia. Sobrevivió al ataque y permaneció en el buque hasta último momento: “Tengo entendido que el Belgrano tardó una hora y largo en hundirse. Tiraban las balsas, y la gente nadaba hasta ellas. En mayo, el agua estaba helada. Un compañero y amigo de él me contó que, cuando se tiró, llevaba en una mochila dos botellas de ginebra para sobrevivir al frío, pero se rompieron. Llegó a la balsa, y eran solo seis con él. Murió congelado. A la balsa, la encontraron el tercer y último día de rescate. Creo que, cuando los rescataron, los llevaron al buque Bahía Paraíso. Falleció producto del congelamiento. Lo trajeron a Puerto Belgrano y, como era de Corrientes, lo llevamos para allá. Y allí está, en el lugar que él hubiese querido”, se consuela José.
EL IMPACTO FAMILIAR
A las madres les tocó reconstruir los hogares. Santiago Martella señala que siempre supo la historia sobre el momento en el que su papá cayó en monte Dos Hermanas, pero que, con el pasar del tiempo, pudo reconstruirla también a partir de las voces de soldados con los que se fue cruzando y de la lectura de libros que se refieren al suceso.
Al hablar de su mamá, Constanza es clara: “Ella es la verdadera heroína. Es una mujer muy especial, tiene todo lo que necesitamos”. “Debían mostrarse fuertes”, dice Andrea Guadagnini al hablar sobre las mujeres de la Fuerza Aérea Argentina, que continuaron reuniéndose en Córdoba. “Siempre estábamos apoyados por las otras viudas y continuábamos asistiendo a las ceremonias de la Fuerza. El 23 de mayo, día en que cayó mi papá, nos enviaban alguna carta y nos llamaban por teléfono. Siempre estuvimos en contacto”.
“Sos hijo de un héroe”. A todos les tocó crecer escuchando esa frase. En el caso de José, la ciudad donde vivía fue atravesada por la guerra de Malvinas. En cada rincón, su papá era recordado y reconocido. Su mamá permaneció en Punta Alta, él se mudó a la ciudad de Buenos Aires para trabajar en la Armada Argentina y, finalmente, el destino lo llevó al astillero Tandanor: “Tuve los déficits de no contar con un padre, pero la mejor herencia de mi viejo es poder reforzar esa imagen, corta pero bastante fuerte, que yo tenía de él. De mi viejo, decían que siempre era divertido y que era buen tipo. Es un parámetro que, inconscientemente, operó en mí para ser lo que soy”. Además, José confiesa: “Muchas de las cosas que me pasan son gracias a él. La cuestión laboral y la vinculación con lo naval son cosas que asocio con él. También, le pido cosas puntuales. Lo tengo presente todo el tiempo”.
EL SER HUMANO DETRÁS DEL HÉROE
¿Cómo era Luis Carlos Martella? “Siempre los cuentos eran los mismos. Papá era un profesional muy responsable, orgulloso de su carrera. En lo personal, en los últimos años, busqué indagar un poco más en el ser humano detrás del héroe. Y no porque quiera conocer las miserias, sino para humanizarlo. Porque para nosotros, durante mucho tiempo, papá era el de la foto con el uniforme. ¿No había un padre, hijo o hermano?”, comenta Constanza. “Además, me empezaron a surgir esas dudas que van apareciendo cuando uno transita esa etapa de la vida”, agrega.
Su hermano Santiago también buscó conocer a la persona detrás del héroe en detalles de la vida cotidiana. Así, se enteró de que al joven oficial del Ejército le gustaba leer más que ver televisión, aunque solo la encendía para ver Titanes en el ring, pues era fanático del Caballero Rojo. También, que era de Independiente, aunque no le daba importancia al fútbol. Incluso había probado un millón de deportes. “Pero era malísimo en todos, herencia de familia”, bromea.
“Mi papá era una persona superquerida”, dice, por su parte, Andrea Guadagnini. Y brinda más detalles: “Siempre con una sonrisa en la cara y haciendo bromas. Supercompañero. Era amable y amiguero. Vivía desarmando autos, motores y cosas; fumando todo el tiempo. Hay muchas anécdotas, cosas que hacía con sus compañeros. Cuando me encuentro con otros veteranos, me dicen ‘Sos la cara de tu papá’, y a mí se me llena el pecho de orgullo”.
Andrea lleva con peso ser hija de un héroe de la Fuerza Aérea Argentina. “Tengo que hacerle honor al apellido, y desde pequeña, lo sentí así. Estoy acostumbrada, mi papá me dejó un legado”, comenta Andrea, no sin antes subrayar: “No siento que tenga que perdonar nada. Es más, le agradezco la enseñanza que me dejó en la vida. Fue una secuencia de hechos, no solo cuando cayó. Es lo que dio y dieron todos sus compañeros”.
A CUARENTA AÑOS DE MALVINAS
¿Cómo sienten este aniversario de la guerra? “La gente siempre se muestra respetuosa y agradecida”, asegura Constanza Martella. “Te dicen: ‘Tenés un héroe en la familia’. No sé si hay que estar contento con eso, pero orgulloso, seguro. Pero para nosotros, 40 es lo mismo que 15, 20 o 39 años”, completa. Su hermano, Santiago, coincide.
Al igual que Santiago y Constanza, Andrea insiste en que este aniversario no es especial a la hora de revivir ciertas emociones: “Siento lo mismo todos los días. No importa que sean 10, 15 o 50 años. Sí me gusta que la gente tome conocimiento de cómo fueron los acontecimientos”.
“Hay cuestiones protocolares que no me agradan, porque pierden el sentido subjetivo”, señala José Obregón. “También, me parece que poner relevancia en los 40 años está bien, pero debería haber acciones relacionadas con el reconocimiento de los caídos, de los veteranos y de los familiares que queden para siempre. Hay algo que debe tener trazabilidad y permanencia”, subraya Obregón.
EL FUTURO
“Malvinas, para mí, es mi papá. Honrarlos y defender la causa tienen la misma repuesta: levantarse, salir a laburar y tratar de salir adelante como familia, para que también salgan adelante la sociedad y el país. Porque eso también pensaba mi viejo”, insiste Santiago.
“Me gustaría que el reconocimiento se mantenga a lo largo de los años y que deje enseñanzas a las siguientes generaciones. Yo me concentro en mi héroe, mi papá. Me gustaría que la sociedad también lo haga, será cuestión de continuar con las charlas en los colegios buscando mantener la memoria viva”, agrega Andrea.
Cuarenta años después, los héroes tienen nietos. Llevan Malvinas en la sangre, y son sus padres y madres quienes les transmiten esa herencia. “Mi hijo es muy chico, calculo que le voy a contar la historia que yo conozco: tiene un abuelo héroe a quien le tocó ir a defender el suelo de la Patria e hizo el sacrificio máximo”, sostiene Constanza.
Por su parte, y orgulloso, José detalla que su hija levanta la mano en clase para hablar sobre su abuelo: “Siempre me pidió que le hablase de él o le mostrase fotos. Eso estuvo bueno”. Finalmente, Santiago, concluye: “Creo que es la a única causa nacional que une a todos, seas de donde seas, o pienses como pienses”.
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