Malvinas 1982: recuerdos fragmentados de un soldado que quedó en el continente en tiempos de la guerra

El director de DEF rememora lo vivido durante el conflicto del Atlántico Sur, cuando él era instructor de cadetes en el Colegio Militar. La algarabía inicial, la posterior angustia, la incertidumbre por los amigos y compañeros que partieron rumbo a las islas, y el doloroso desenlace de una patriada que tuvo un final inevitable

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Extracto del capítulo "Nuestros queridos muertos'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Sergio Ibáñez. Guión: Armando S. Fernández)
Extracto del capítulo "Nuestros queridos muertos'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Sergio Ibáñez. Guión: Armando S. Fernández)

En la edición n.º 20 de la revista DEF, al cumplirse el 25.° aniversario del 2 de abril de 1982, escribí un editorial sin un solo dato de ayuda, a mano y solo, frente a unas hojas de papel, intentando recuperar los sentimientos y dolores que permanecieron vívidos a lo largo de todos esos años. Esas vivencias contadas desde las entrañas permanecen intactas hoy, al igual que los conceptos principales de aquel escrito. He tomado la decisión de replicar el editorial de entonces, ahora, 40 años después de la guerra, en un mundo completamente diferente, y con la convicción de que la mayoría de nuestros lectores no habían nacido o eran niños ajenos a la esencia de esa guerra.

Y lo hago mientras vivimos hoy, en directo, otra guerra desgarradora entre Ucrania y Rusia, con infinitas diferencias y alguna similitud con nuestra guerra del Atlántico Sur. Además de poder percibir el horror del enfrentamiento, no quiero dejar de hacer notar que, detrás de Ucrania, está todo Occidente con el apoyo económico, de armas y misiles, y de sanciones económicas brutales contra Rusia. En nuestro caso, sucedió todo lo contrario: nuestros soldados combatieron contra la OTAN y todo el apoyo satelital de los EE. UU. Nunca nos olvidaremos de los países latinoamericanos que nos acompañaron con sus buenas intenciones y con alguna triste defección, ni de la férrea voluntad peruana de ayudarnos. Estos 40 años solo agigantan, día tras día, a cada uno de los que en cielo, mar y tierra dieron todo, en condiciones deplorables, sostenidos por el amor a la Patria y por la decisión de dar mucho más que lo posible. No alcanzó, pero la gloria está en cada uno de ellos.

FRAGMENTOS DE LA MEMORIA *

Aquel 2 de abril, al amanecer, viajaba con destino al Palomar con un grupo de otros oficiales instructores de cadetes del Colegio Militar. En mi auto Opel K naranja, no se escuchaba radio ese día y sí mi debilidad del momento, Alfredo Zitarrosa (creo que, en particular, oíamos Guitarra negra). En silencio entre nosotros, llegamos al arco de entrada del Colegio, ignorantes de lo que ocurría. Ver gente que se abrazaba y felicitaba en horas tan tempranas era de una irrealidad supina y, recién entonces, nos dimos por enterados de la recuperación de las Malvinas. Recuerdo horas de sorpresa, dudas y preguntas, pero, sobre todo, momentos de una gran excitación, idéntica a la que ya se vislumbraba en pequeñas y crecientes concentraciones humanas en las calles y las plazas de toda la República. Es que Malvinas era un sentimiento.

Extracto del capítulo "El Belgrano'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Alberto Caliva. Guión: Armando S. Fernández)
Extracto del capítulo "El Belgrano'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Alberto Caliva. Guión: Armando S. Fernández)

Nuestras exuberantes manifestaciones se cortaron a las pocas horas en una tensa reunión con el director del Colegio, un general lúcido y muy controvertido, que nos maltrató a todos con frases que recuerdo muy bien: Ustedes son profesionales y no pueden saltar como si ignoraran que vamos a una guerra sin preparación y contra una potencia. Mal augurio para lo que viene si los generales se enteran por la radio. La alegría que veo en ustedes me da lástima”. Sus frases nos indignaron y, por lo bajo, usamos epítetos no publicables. Pese a sus expresiones hirientes y desafiantes, seguimos festejando, solo que con un poco más de discreción.

Estos 25 años transcurridos mezclan recuerdos propios y de allegados, se nublan fechas y acontecimientos, pero me acuerdo claramente de que, durante días, continuó esa alegría mezclada con la vida diaria y metódica de los cadetes. Pronto, empezaron a ocurrir hechos inesperados, órdenes y contraórdenes, la movilización de casi todo el Ejército y una decisión inexplicable: hacer egresar ocho meses antes a los cadetes del último año. Muchos de ellos terminaron en las islas. Los días pasaban, no decayó la algarabía popular y, además, se inició una cruzada solidaria, promovida por los más humildes con sus pocos preciados valores, todos buscando sentirse “parte” de Malvinas. Simultáneamente y en todo el país, miles de argentinos (abuelos, incluso) se presentaban como voluntarios para participar de la gesta.

LA DESPEDIDA

El formal Colegio Militar continuó sin cambios ni esperanzas de participar activamente, ya que se había decidido que los institutos de las Fuerzas Armadas continuaran con lo suyo. Así, junto a otros instructores, vestí, armé y despedí con lágrimas a aquellos cadetes de cuarto año que partían. Así, acompañé a los amigos más queridos a embarcarse, con sonrisas y cierta inconciencia, a la aventura más deseada.

Extracto del capítulo "El juego de la guerra'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Alberto López Llanos. Guión: Armando S. Fernández)
Extracto del capítulo "El juego de la guerra'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Alberto López Llanos. Guión: Armando S. Fernández)

Recuerdo, en particular, la imprevista decisión de sumar a los comandos a un hermano del alma, ese que uno elige para caminar por la vida, y la manera en que, en horas, armamos su equipo, revisamos cada detalle e hicimos todo lo esperable para memorizar la despedida, copas y damas inclusive. Todo era emoción. Sin embargo, el paso de los días invitaba, cada vez con mayor insistencia, a la reflexión; primero, íntima; luego, compartida por los que aún quedaban cerca. Había cosas elementales imposibles de disimular… Quienes sabían y quienes habían planificado y tomado la decisión... ¿por qué habían dado de baja a los soldados instruidos poco tiempo antes?, ¿por qué enviaban a las islas a jóvenes que no habían finalizado su período de instrucción?, ¿por qué hacía solo tres meses que se habían cambiado todos los destinos, y los comandantes eran nuevos en sus responsabilidades?, ¿por qué faltaba equipamiento?, ¿por qué no se habían adquirido cosas del A B C más primario, mochilas, por ejemplo?

Esos porqués empezaron a discutirse tímidamente; luego, se multiplicarían por miles y, con el tiempo, serían respuestas del mañana, algunas de ellas imperdonables. Los días seguían, y no quiero sacar archivos ni buscar datos que no sean los que tengo en mi memoria. Así, puedo cumplir con estos fragmentos personales ante estas hojas blancas y vacías, lapicera en mano, que me exigen seguir escribiendo desde... ese pasado irresuelto. Recuerdo claramente que toda esa etapa estaba adueñada por las carencias logísticas, por la conciencia de que siempre “faltaba algo” para el que partía. También, recuerdo con emoción que no vi a nadie defeccionar ante el compromiso, pero sí vi a muchos jóvenes oficiales y suboficiales –cuyos rostros rememoro con vividez– que gestionaban oficiosamente su situación para poder cambiarla y ser incluidos entre los combatientes.

INCERTIDUMBRE Y ANGUSTIA

Por último, los que no vendrían vinieron...

Aquella intención enunciada en forma de “les presentaremos batalla” se hizo realidad, y los ingleses, sin declaraciones formales, iniciaron la guerra. Así, se sucedieron días y días, imposibles de recordar en forma ordenada, con una carga de sensaciones únicas a flor de piel. Mis amigos estaban allí, y pasaban días y semanas sin tener noticias de ellos. Yo era el nexo con sus familias, cuya angustia se multiplicaba por mil. Sus madres y novias me torturaban a diario, y yo disparaba respuestas cargadas de humor y esperanza que no convencían a nadie. Si sabía de un avión por partir con un piloto amigo, recorríamos en grupo la ciudad buscando cartas y pequeños objetos, que, las más de las veces, no llegaban a la trinchera deseada. Tuve que soportar las malas noticias, la ausencia de noticias, la confirmación de la muerte de amigos, el sentimiento por la pérdida del soldado anónimo…

Extracto del capítulo "El juego de la guerra'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Alberto López Llanos. Guión: Armando S. Fernández)
Extracto del capítulo "El juego de la guerra'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Alberto López Llanos. Guión: Armando S. Fernández)

Intenté durante todo ese tiempo no derrumbarme. Así, fueron pasando… el bautismo de fuego de nuestra Fuerza Aérea, el hundimiento del crucero General Belgrano y del destructor inglés HMS Sheffield, la toma de Puerto San Carlos por parte de las tropas británicas, el ataque al HMS Glamorgan, el avance hacia Puerto Argentino, la batalla final... Y, por último, el alto el fuego firmado por los generales Mario Benjamín Menéndez y Jeremy Moore.

UN SENTIMIENTO DE CULPA

Es imposible olvidar el sentimiento más fuerte que tuve en esa época: culpa, una culpa que me carcomía día a día. Estábamos en guerra. Las predicciones exitistas del canciller Costa Méndez y la ausencia de una visión estratégica e histórica de quienes nos conducían nos habían colocado en una ratonera, pero la vida continuaba. Esto tenía una vinculación absurda con lo cotidiano; recuerdo que, entre los títulos catastróficos y la radio, era imposible abstraerse del debut de Diego Maradona en el Mundial o eludir el festejo de mi propio cumpleaños, o comprobar que todos los días la ciudad, ya acostumbrada al conflicto, continuaba con su diaria rutina mientras unos miles de argentinos combatían y morían en condiciones absolutamente desventajosas. Cada tanto, y corroborando el dicho “lo verdaderamente valioso no tiene precio”, recibía la carta atrasada de un amigo desde el frente. Emociones múltiples y el periplo hacia su familia y amigos repitiendo hasta el cansancio esas sencillas palabras malvineras. Muchos de esos documentos, hoy históricos, se perdieron en ese transitar entre conocidos.

Es imposible olvidar la rutina diaria de nuestra vida en esa época, tratando de tapar el bosque con un árbol raleado en el Colegio Militar y, de manera muy absurda, la vida de los cadetes continuaba aislada y con absoluta normalidad. Pese a que algunos de ellos combatían, existía la prohibición de escuchar radio, y los contactos con el exterior eran casi nulos. La sensación de aislamiento de la época era enorme.

Extracto del capítulo "Carta a un soldado'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Marcelo Basile. Guión: Armando S. Fernández)
Extracto del capítulo "Carta a un soldado'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Marcelo Basile. Guión: Armando S. Fernández)

LA DERROTA

Poco a poco, nos fuimos acercando al final, y aquellas palabras del director del Colegio del 2 de abril se fueron volviendo una realidad. En una de las pocas cartas llegadas a mis manos, mi amigo del alma y brillante soldado decía: “Esto está irremediablemente perdido, estoy mirando cómo se inicia un contraataque desde Puerto Argentino, con soldados sin mochilas que llevan sus bolsones al hombro; ahí llevan la ropa para enfrentar el frío, van a pie y ya no queda apoyo aéreo, y las comunicaciones son un desastre. Está todo perdido, quizás salvemos el honor”… Recuerdo con remordimiento que, al leerla, pensé que seguramente estaba deprimido...

El ánimo se fue oscureciendo, junto a las malas nuevas, a la muerte conocida y a la anónima. Empezó a rondar la idea de la derrota. A ello, le sumábamos los que permanecíamos en el Colegio Militar el peso sobre nuestras espaldas que significaba el destino que habían sufrido nuestros cadetes vueltos subtenientes de la noche a la mañana. De esa promoción (113), 48 subtenientes “en comisión”, con experiencia nula, combatieron en Malvinas. Supimos luego que todos dieron la talla pese a la absurda decisión de enviarlos y, para nuestro orgullo de instructores, 18 de ellos llevan en sus pechos condecoraciones y distinciones por su desempeño en la guerra. La incertidumbre nunca fue tan fuerte: rumores, noticias encontradas, amigos perdidos y luego recuperados, algunos que “a salvo” después terminaron heridos o muertos en la turba malvinera, y hasta alarmantes versiones de fusilamientos y maltratos corrían por doquier, justamente en esta guerra, cruel como todas, pero donde los enemigos se trataron con honor.

La llegada de las últimas semanas trajo sentimientos de una fuerza proporcional a las esperanzas que habían surgido en abril, y todos les dimos la espalda. Sin excepciones reconocibles, nos descubrimos en un estado huraño y resentido tanto en lo individual como en lo colectivo. Así empezamos a generar un humor negativo que, vergonzante, explotaría con el regreso de nuestros soldados. Para nosotros, profesionales de las armas, el golpe fue aún mayor… La evaluación temprana de los errores y la comprensión de la incompetencia estratégica me anonadaba, a veces, me confundía y, hasta en algunas oportunidades, descreía de lo que se filtraba y leía, y muchas veces, imaginaba contubernios periodísticos, mala fe e incluso cuestiones ideológicas.

Extracto del capítulo "El enemigo'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Sergio Ibáñez)
Extracto del capítulo "El enemigo'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Sergio Ibáñez)

HERIDAS ABIERTAS

Tiempo después, el destino quiso que corroborara en detalle cada desacierto: mi padre, ya un veterano general, fue designado en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Fue uno de los que luego condenaron a Galtieri, Anaya y Lami Dozo por sus responsabilidades en Malvinas. Recuerdo mi casa cubierta de mapas y rutas pegadas en el living durante meses, y la desazón silenciosa y angustiada en la que deambulaba ante lo inexplicable. Malvinas era y es una causa justa para los argentinos; seguramente, hubo motivaciones indignas que en 1982 nos llevaron a la guerra, fuimos sin la mínima preparación necesaria, y aún hoy creo que pagamos las consecuencias de esa osadía.

Volviendo a la realidad de nuestros días, tengo el íntimo convencimiento de que aquella patriada arrancó de una base y un eje equivocados: la idea de que nunca se llegaría a que la flota de Gran Bretaña, integrante de la OTAN, se dirigiera íntegra al Atlántico Sur. Sin embargo, eso ocurrió y no alcanzó para evitar la derrota ni las muestras de valor e idoneidad de nuestros pilotos, ni la sangre derramada en el Belgrano, ni el estoicismo de las tropas en la adversidad de la batalla.

Perdimos, peleamos en condiciones extremas, con lo poco que teníamos, contra un enemigo infinitamente superior en todo: en equipamiento, material, apoyo aéreo y satelital, y con la posibilidad de entrar y salir descansados y frescos a combatir desde la flota contra nuestra sacrificada tropa inmersa en el agua helada de las trincheras. Se cuentan con los dedos de una mano los casos en que, en el lugar de la acción, se pudo rectificar una idea estratégica pésima, no fue este el caso, pese a la extraordinaria valía de nuestros soldados, combatiendo en la desventaja más absoluta que se había dado en un conflicto del siglo XX. Fuimos duramente derrotados y, como en toda guerra perdida, salieron a la superficie los errores y las miserias que ocultan los victoriosos. Docenas de consecuencias se sucedieron, entre ellas, la recuperación casi inmediata de la democracia, y llevamos 25 años lamiendo las heridas que no quieren cicatrizar. Pese a todo, pese a lo controversial de la derrota, pese al dolor y a la impotencia, Malvinas es un sentimiento que convoca la voluntad soberana de todos nosotros.

Extracto del capítulo "Historia de una foto'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Miguel Castro Rodríguez. Guión: Armando S. Fernández)
Extracto del capítulo "Historia de una foto'', del libro Malvinas, historias ilustradas. (Ilustración: Miguel Castro Rodríguez. Guión: Armando S. Fernández)

Quizás sea Atahualpa Yupanqui, con esa cultura ancestral que lo caracterizaba, quien mejor haya definido esa pasión: “Hermanita perdida, hermanita, vuelve a casa”. Esa idea, buscada desde el acto pacífico, habita de manera irrenunciable en el corazón argentino.

*******

Hoy, a 15 años de haber escrito ese editorial, y a 40 del conflicto del Atlántico Sur, seguimos recordando y rindiendo honor a los compatriotas que nunca regresaron de las islas. Lejos de cualquier nueva aventura bélica, sabemos que la razón y la fuerza del derecho nos asisten. Las Malvinas fueron, son y seguirán siendo argentinas.

* La columna fue publicada originalmente en la edición Nº 20 de la revista DEF, en abril de 2007.

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