Nacida al calor de la guerra civil que vivió el Líbano entre 1975 y 1990, el grupo Hezbollah contó, desde sus albores, con el apoyo del régimen iraní. Así lo explica el investigador Matthew Levitt en su libro Hezbollah: las huellas en el mundo del Partido de Dios: “La invasión israelí de 1982 y la subsiguiente ocupación del sur del Líbano crearon el escenario perfecto para que diplomáticos y agentes iraníes ayudaran a la creación de una organización centralizada, a partir de grupos muy variados y militantes chiitas”.
Según un informe de la CIA citado por Levitt, en los primeros años que siguieron a su fundación, el Hezbollah había establecido un “cantón islámico radical en el valle de la Bekaa”, en el sur del Líbano. La zona se convertiría, a lo largo de los años, en uno de los principales bastiones del grupo y en escenario de enfrentamientos, como la escalada bélica de 2006 que enfrentó a Israel con el Hezbollah.
SU PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD
“Desde el año 1982, Hezbollah ha construido una extensa red global que se sostiene con operativos y apoyos provenientes principalmente de las comunidades de diásporas chiitas libanesas”, explica Levitt, actual director del programa de Contraterrorismo e Inteligencia del Washington Institute for Near East Policy. Y añade: “Durante los años 80, la organización estudió los intereses occidentales en el Líbano, planeando poner bombas en embajadas y cuarteles militares, secuestrar a occidentales y a aviones”.
El primer gran golpe se produjo el 18 de abril de 1983: ese día, un atentado con coche bomba contra la Embajada de EE. UU. en Beirut dejó un saldo de 63 muertos, entre ellos 17 estadounidenses. Le siguieron, seis meses más tarde, el 23 de octubre ese mismo año, dos ataques simultáneos contra el cuartel general del Batallón de los Marines estadounidenses y contra el edificio de la Fuerza Multinacional Francesa en la misma ciudad, con un balance total de 299 fallecidos. Posteriormente, el grupo volvió a la carga contra la nueva sede diplomática estadounidense en la capital libanesa, el 20 de septiembre de 1984, causando 24 víctimas fatales.
EL SELLO DE IMAD MUGHNIYAH
Detrás de la planificación de estas acciones se encontraba Imad Mugniyah, quien volvería a aparecer en los años 90 como responsable, entre otras acciones, de los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA en Buenos Aires. Según la trayectoria que reconstruye Levitt en su obra, este escurridizo agente del Hezbollah se integró en 1986 al Consejo Consultivo de la organización (Majlis al-Shura) y ejerció múltiples cargos en la seguridad del grupo, hasta asumir la jefatura de la Jihad Islámica, ala militar del grupo y sello utilizado para las acciones terroristas en el exterior. Fue, justamente, esa organización la que reivindicó la responsabilidad sobre el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires 24 horas después del hecho.
Se cree que hasta su asesinato con un coche-bomba en Damasco en 2008, Mughniyah era el comandante militar de mayor rango dentro del Hezbollah. La CIA nunca le perdonó una acción particularmente cruel que golpeó a la central de inteligencia estadounidense: el secuestro, la tortura y el asesinato del agente William Buckley, hecho ocurrido en el Líbano en marzo de 1984. Si bien la noticia de su ejecución fue anunciada por Hezbollah en octubre de 1985, el cadáver recién sería encontrado en diciembre de 1991.
LA SOMBRA IRANÍ
El cerebro de Mughniyah estaría detrás de la campaña global de Hezbollah durante la siguiente década. “Durante los años 90, se amplió el alcance de los operativos, llegando a Europa y Sudamérica”, explica Matthew Levitt. En esa nueva estrategia se insertan los atentados en Buenos Aires, que contaron con la inocultable ayuda de altas autoridades y personal diplomático de la República Islámica de Irán en la Argentina.
“El 16 de mayo de 1992, dos meses después del atentado, Hadi Soleimanpour, el embajador iraní, viajó a Foz de Iguazú, Brasil, junto con el alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán, un funcionario de la embajada de Irán en Chile y un pequeño grupo de turistas”, reconstruye Levitt en su libro. La reunión que mantuvieron con el embajador de Brasil ocultaría, según el autor, un propósito más oscuro de ese viaje: “realizar un pago relacionado con el ataque terrorista a la embajada israelí en Buenos Aires”. Entre los sospechados de estar involucrados con los sangrientos ataques terroristas contra nuestro país, se encuentra también el exagregado cultural de la embajada iraní, el clérigo Mohsen Rabbani, sobre quien pesa una orden de captura internacional de Interpol.
Lo más preocupante, según advierte Levitt, es que Irán y Hezbollah continúan en actividad en América del Sur. Peor aún, según este experto, “la penetración de la inteligencia iraní en América del Sur se ha extendido significativamente desde el atentado a la AMIA”.
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