Mujeres y guerreras en Malvinas: ¿qué misiones tuvieron durante el conflicto del Atlántico Sur?

A 40 años del conflicto, DEF recupera dos historias claves para entender el rol femenino durante la guerra.

No portaron armas, pero dieron batalla. Cuarenta años atrás, no dudaron en colaborar en defensa de la soberanía argentina sobre Malvinas y se convirtieron en guerreras, en un tiempo en el que las mujeres no integraban las filas de los cuerpos comando de las Fuerzas Armadas. Allí debieron combatir contra el clima, la tensión bélica y un enemigo invisible que, aún hoy, causa estragos: los estereotipos de género.

Este grupo de mujeres colaboró en diferentes áreas, desde la logística que implicaba el conflicto hasta arriesgadas maniobras de rescate de soldados heridos, y en esta ocasión, DEF entrevistó a dos de ellas para conocer más sobre las tareas y las misiones que cumplieron en 1982.

EL DESTINO ASÍ LO QUISO

En 1982, María Liliana Colino tenía 25 años y era enfermera jefa de Terapia Intensiva del Hospital Aeronáutico Central. Liliana tiene una historia particular: antes de Malvinas, ella ya se había recibido de veterinaria y enfermera. Decidida a cumplir sus sueños y con conocimientos que la respaldaban, un día tomó el colectivo con destino a las oficinas de Parques Nacionales para unirse como guardaparque; sin embargo, fue en un tiempo equivocado. Ese día, a pesar de sus condiciones, le dijeron que no incorporaban mujeres y, con más impotencia que desilusión, volvió a tomar el 132, de regreso a su casa, sin saber que el destino le depararía una oportunidad. Desde arriba del colectivo, pudo notar un afiche de la Fuerza Aérea Argentina que invitaba a las enfermeras a incorporarse a sus filas, y así lo hizo.

Colino y Barrera integraron el grupo de mujeres que colaboró en diferentes áreas, desde la logística que implicaba el conflicto hasta arriesgadas maniobras de rescate de soldados heridos. (Archivo DEF)

En mayo de 1982, mientras recrudecían los combates, Liliana formó parte del grupo de enfermeras militares trasladadas a Comodoro Rivadavia, ciudad donde se había instalado el hospital reubicable.

“Si había guerra, era lógico que me convocaran porque yo era enfermera militar. Te sentías útil yendo, y eso ya es importante. Era el momento de reivindicar algo que sabíamos que era nuestro; eso me dio muchísimo orgullo”, cuenta Liliana, al tiempo que subraya que, desde los tiempos de la escuela primaria, ella creció sabiendo que “las Malvinas son argentinas”.

EN LAS ISLAS ARGENTINAS

El 21 de mayo de 1982 no fue un día más, ni en la vida de Liliana ni en la de los argentinos que se encontraban en Malvinas, después de que se produjera el desembarco británico en las islas: “Fue cuando realmente empezó la guerra. Había muchos heridos en el hospital de Puerto Argentino y pidieron una evacuación aeromédica porque estaban saturados”. Sin embargo, en primera instancia, Liliana no se encontraba en la tripulación que realizaría esa maniobra.

“Esa madrugada, el capitán Smith me preguntó si lo podía acompañar porque iban a traer muchos pacientes. Durante el tiempo que estuvimos en Malvinas, se sucedieron cosas, como el hecho de las alertas rojas en la pista de aterrizaje y el momento en el que tuvimos que despegar de urgencia, nos persiguieron tres Sea Harrier y debimos cambiar el itinerario para llegar a Comodoro. Felizmente, logramos concretar la evacuación”, relata sobre aquella jornada que la llevó a convertirse en la única mujer de las Fuerzas Armadas que pisó las Malvinas en la guerra. Sobre aquel momento, agrega: “Sentí un orgullo total. Haber pisado las islas en el momento en el que eran argentinas es algo que no se compara con nada”.

"Durante el tiempo que estuvimos en Malvinas, se sucedieron cosas, como el hecho de las alertas rojas en la pista de aterrizaje y el momento en el que tuvimos que despegar de urgencia, nos persiguieron tres Sea Harrier y debimos cambiar el itinerario para llegar a Comodoro", cuenta Colino. (Archivo DEF)

Al regresar, con el tiempo, aparecieron los reconocimientos. El primero llegó de manos de la Fuerza Aérea Argentina, en 1985. Años más tarde, vinieron los del Congreso de la Nación y el Ministerio de Defensa. Un detalle: sus padres jamás supieron que había estado en Malvinas hasta que llegó la primera distinción. “Ellos fueron al acto y ahí lo mencionaron. ‘¿Vos estuviste en Malvinas?, ¡¿cómo no dijiste nada?!’... pero yo no dije nada porque estaba en tantas cosas que no se me ocurrió que era importante decirles”.

Liliana aclara que en ningún momento tuvo problemas para contar algo, y sostiene: “Nadie me prohibió hablar de Malvinas, de las cosas que vimos, ni de lo que hicimos. Si alguna vez no hablé, fue porque no se dio la oportunidad, porque no me preguntaron”.

Al expresar lo que siente por las islas y aquel momento, concluye, emocionada: “Para mí, las Malvinas son una asignatura pendiente. Dios quiera que en algún momento pueda volver a verlas argentinas, es mi mayor anhelo. Si me vuelven a convocar, regresaría sin dudarlo, aunque sea una viejita y sirva para poco”.

VOLUNTARIAMENTE A LA GUERRA

Otro testimonio clave para comprender el papel de las mujeres en Malvinas es el de la instrumentadora quirúrgica Silvia Barrera, quien con 23 años se ofreció de forma voluntaria, junto a otras cinco colegas, para ir a Malvinas. Ella trabajaba en el Hospital Militar del Ejército como civil, por lo que había perdido las esperanzas de colaborar en la guerra. Pero un día eso cambió: “Después del 2 de mayo, tuvieron lugar los bombardeos, empezaron a llegar los heridos y convocaron a instrumentadoras quirúrgicas porque, si no, se retrasaban las cirugías. Tuvimos la oportunidad de ofrecernos y partimos rumbo a Puerto Argentino”.

“Después del 2 de mayo, tuvieron lugar los bombardeos, empezaron a llegar los heridos y convocaron a instrumentadoras quirúrgicas porque, si no, se retrasaban las cirugías”, dice Barrera. (Gentileza Liliana Colino)

Silvia relata que, pese a todos los prejuicios, sus padres las apoyaron completamente en la decisión que habían tomado. Sin embargo, su novio no tuvo la misma reacción. “Me tuve que pelear con él porque no aceptaba que me fuera. Además, tuve que pensar en un montón de cosas antes de salir, como cortarme el pelo porque no sabíamos adónde íbamos a ir o si allí teníamos comodidades, ni los insumos propios del cuidado de la mujer. Cuando llegamos a Río Gallegos, no nos esperaba nadie y tuvimos que demostrar que íbamos a Puerto Argentino”, cuenta Silvia sobre aquellas primeras horas.

ASPEREZAS

Aquellas jornadas fueron desafiantes para este grupo de mujeres. Su presencia había sido requerida, pero nadie imaginaba que el personal que el Hospital Militar estaba enviando era femenino. Cuando confirmaron que estaban ahí para colaborar en la atención de los heridos, las subieron al rompehielos “Almirante Irízar”: “El jefe de cubierta empezó a decir que nos iban a bombardear porque las mujeres a bordo traen mala suerte. Hoy, con el pasar de los años, nos reímos de aquel momento. Lo cierto es que, a lo largo de los días, esas asperezas se fueron limando. Como digo yo, nos conocieron y, luego, pasaron a sobreprotegernos como si fuéramos sus hermanas”.

La orden inicial era que debían bajar en las islas, pero no pudieron hacerlo porque nadie les había otorgado un grado militar. Además, como describe Silvia, estaban teniendo lugar los combates alrededor de Puerto Argentino y, por cuestiones de seguridad, era mejor que permanecieran a bordo. “En todo momento, nos apoyamos unas a las otras y continuamos trabajando siempre en el buque”, confiesa.

MOMENTOS DECISIVOS

La llegada de la primera tanda de heridos marcó un antes y un después en la vida de estas profesionales: “Fue muy fuerte lo que vino después de nuestro primer bombardeo. Cuando lo vimos, no tuvimos noción de lo que estaba ocurriendo. Al día siguiente, tomamos conciencia de que las luces y bengalas que habíamos observado de noche provocaron los heridos que nos llegaban”.

La instrumentadora quirúrgica Silvia Barrera, tenía 23 años cuando se ofreció de forma voluntaria, junto a otras cinco colegas, para ir a Malvinas. (Gentileza Silvia Barrera)

El 14 de junio también fue otro día doloroso. Veníamos de los ruidos de helicópteros y de aviones, y esa mañana hubo un silencio que nos dolió a todos, porque habíamos salido de Buenos Aires pensando que estábamos peleando y, a los cuatro días de haber llegado, se produjo el cese del fuego. Desde el barco, vimos a los británicos hacer que nuestros soldados dejaran sus cascos y armas. También vimos que a una tanda la dejaban en ropa interior y a la intemperie; sentíamos impotencia al ver eso porque no podíamos hacer nada”, recuerda Silvia.

Pocos días después, el Irízar dejó el teatro de operaciones con rumbo a Comodoro Rivadavia, y allí evacuaron a los heridos y al personal que los había cuidado: “Nos dieron los teléfonos de sus familias para que nos comunicáramos con ellos sobre la situación. Uno no está preparado para llamar a una familia desconocida con el fin de informarle que sus hijos tienen determinada herida o si deben viajar para verlos”.

Luego, regresaron a Buenos Aires. Allí, al igual que sus colegas, firmaron un documento de confidencialidad: “No íbamos a contar nada de lo que habíamos vivido. Pero tuvimos la suerte de regresar al hospital y de que nuestro puesto nos estuviera esperando. A los soldados les costó porque llegaron y no tenían trabajo, tampoco los tomaban pensando en que tenían estrés postraumático”.

“NO ME EQUIVOQUÉ”

El Ejército Argentino fue el primero en distinguir a este grupo de mujeres. “Siempre fue un reconocimiento acompañado de un ninguneo. En el Ejército, somos las únicas seis mujeres que fuimos. La Fuerza Aérea tiene una sola. También participaron las chicas de la Marina Mercante. Fuimos pioneras”, explica, no sin antes reflexionar sobre ello: “A pesar de que la historia siempre va atrasada con respecto a los acontecimientos, que el primer despliegue importante de la sanidad militar haya sido en Malvinas y que hayamos sido parte, es muy importante para nosotras”.

Al rememorar las cuatro décadas que pasaron desde la guerra, Silvia es contundente: “Haber pertenecido a esa gesta es una de las cosas más importantes que me pasó, junto al nacimiento de mis hijos. Cuatro décadas después, sigo pensando que no me equivoqué. A veces, los reconocimientos tardan, pero haber formado parte de la historia argentina es muy importante. Siempre, con el grupo de excombatientes con los que vamos a dar charlas a las escuelas, batallamos para que el Ministerio de Educación incluya a Malvinas dentro de la currícula para que todos los chicos puedan saber que a veces tienen a un veterano de la guerra de Malvinas al lado”, finaliza con los sentimientos a flor de piel, probablemente los mismos que la llevaron a ofrecerse, sin pedir nada a cambio, para colaborar en la defensa de nuestra soberanía en las islas.

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