El sector agropecuario sigue siendo uno de los pilares de la economía argentina. Las cadenas agroalimentarias producen 1 de cada 10 pesos del producto bruto interno (directo). Esto es, el 9,92 % del PBI argentino, o el 34 % si se considera la participación sobre el PBI de bienes. Dentro del rubro, la ganadería bovina ocupa un valor de importancia que coloca a la Argentina como el quinto exportador mundial de carne vacuna, lo que representa aproximadamente el 5 % del total de las exportaciones (21 % del total de carne producida en julio 2021).
Los datos del consumo en el mercado interno nos muestran que los últimos años se caracterizan por un descenso en el consumo de carne vacuna: en el año 2020, se alcanzaron los 50 k per cápita. Este número representa el nivel de consumo más bajo de las últimas décadas, incluso por debajo de un 40 % del consumo alcanzado 50 años atrás. Este descenso es probablemente el resultado de un aumento en el precio del producto, de menor oferta de hacienda, del incremento en el precio de los alimentos para el ganado y, un hecho no menos importante, su relación con una economía inflacionaria con una fuerte disminución del poder adquisitivo.
A las causas antes mencionadas, se debe agregar el cambio en la preferencia del consumidor y sus hábitos alimentarios, que buscan, a través de alimentos alternativos, disminuir el consumo de productos de origen animal, y así cubrir sus necesidades nutricionales, reduciendo el impacto ambiental y mejorando su bienestar y salud. A pesar de este descenso, el nivel de consumo sigue siendo el más alto del mundo, lo cual nos muestra el importante papel que juega la carne vacuna en la cultura argentina y dentro de la canasta familiar.
LOS NÚMEROS DE LA INDUSTRIA GANADERA
Según datos publicados por BBVA, la ganadería bovina en América Latina –que actualmente está liderada por Brasil, México y Argentina– representa el 46 % del PBI agropecuario. En el caso de Argentina, además, este sector es considerado una importante fuente de empleo que alcanza a 420.000 personas (de acuerdo a las cifras consignadas por el Consejo Agropecuario del Sur).
Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), señalan una tendencia de crecimiento en la actividad, con aportes a las economías regionales, que creció a un ritmo mayor que la media global. Se calcula que más del 80 % de las tierras agrícolas a nivel global están destinadas a la obtención de productos de origen animal, sea vía el pastoreo directo o para la producción de piensos. Además, las cadenas de suministro de ganado son responsables de más del 40 % de la destrucción de bosques tropicales y producen más del 14 % del total de emisiones de GEI (gas de efecto invernadero), de los cuales cerca del 9,5 % son generados por la ganadería bovina.
Si analizamos las emisiones regionales calculadas por el Modelo de Evaluación ambiental de la Ganadería Mundial (GLEAM), es posible observar que América Latina y el Caribe (LAC) son las regiones de mayor contribución a la emisión de GEI, en comparación con otras en el mundo. Dicho esto, también cabe mencionar que es posible reducir las emisiones por intermedio del aumento de la productividad y su eficiencia; de hecho, diferentes trabajos demuestran que entre el 50 y el 75 % de la huella de carbón en la producción láctea es generada por la alimentación, por lo que cabe la posibilidad de reducir las emisiones.
Para lograr lo anteriormente mencionado, deberán aplicarse prácticas y tecnologías que puedan mejorar la digestibilidad de los alimentos, y desarrollar propuestas que mejoren la eficiencia de la nutrición en relación con su impacto ambiental. La producción basada en modelos de producción pastoril extensivos requiere sistemas de gestión racional de las pasturas para incrementar la eficiencia y evitar el sobre o subpastoreo.
EL BIENESTAR Y EL ASCENSO DE LAS PROTEÍNAS ALTERNATIVAS
Desde el punto de vista nutricional, la carne, la leche y los huevos proporcionan el 34 % de la proteína que se consume en todo el mundo. Además del aporte de proteínas de alta calidad, caben mencionarse los aportes de ácidos grasos esenciales, los micronutrientes como el hierro, el cinc y las vitaminas, como es el caso de la B12. Es cierto que es posible reemplazar estos nutrientes sin comer carne si se dispone de una amplia variedad de otros alimentos alternativos; sin embargo, existen países donde el acceso a alimentos alternativos ricos en nutrientes puede ser limitado y eso podría tener consecuencias negativas para la salud poblacional.
Otro de los factores que influyen en las tendencias referentes a la producción y el consumo de proteínas animales está dictado por los cambios de hábitos del consumidor. El crecimiento de una población con preocupaciones sanitarias y conciencia del impacto ambiental que genera la producción animal ha dado como resultado un aumento en la demanda de alimentos producidos en forma sustentable: esta tendencia aceleró el desarrollo del “mercado” de proteínas alternativas. El marketing de estas se basa fundamentalmente en los aparentes beneficios que brindan a la salud y al ambiente, imitando la textura y palatabilidad de productos cárnicos. Sin embargo, estas alternativas se basan en proteínas vegetales, insectos o en el desarrollo de proteínas animales en laboratorio (carne cultivada).
Sin dudas, lo antes mencionado es un mercado que viene creciendo en forma importante y acorde a las inversiones registradas, y que posee un alto potencial de crecimiento. Es importante resaltar que la industria de las proteínas alternativas ha captado $3100 millones de inversión en 2020 (excluyen alternativas a los productos de procedencia animal), tres veces más que cualquier año en la historia de este sector (Good Food Institute).
¿CÓMO PUEDE CONTRIBUIR EL SECTOR A REDUCIR EL CAMBIO CLIMÁTICO?
Si bien la ganadería bovina hace un importante aporte a la seguridad alimentaria y representa además una fuente de trabajo considerable, el impacto ambiental de la actividad es una realidad que nos obliga a buscar sistemas de producción de mayor resiliencia ante el cambio climático, sustentables y con conciencia social. Desde la FAO, estiman un potencial de mitigación del 33 % mediante prácticas que mejoren la eficiencia de producción, sin dañar la salud y el bienestar de los animales.
Esta paradójica situación en la que existe un crecimiento del aporte del sector a la economía, frente al impacto ambiental que pone en riesgo el futuro de la actividad y que, además, está generando un cambio de paradigma con relación a la carne bovina y la salud de la población, obliga a todos los actores de este campo a repensar el lugar que debería ocupar la ganadería bovina en la región, y en particular en Argentina.
A modo personal, creo que las medidas prácticas propuestas para lograr mitigar los efectos del cambio climático no son suficientes y que parte de la reducción del impacto ambiental deberá estar enfocada en la reducción del consumo. ¿Cómo convencernos de la necesidad de reducir de manera considerable el consumo de carne, cuando esta tiene, además de sus importantes aportes económicos y nutricionales, un significado cultural de alta importancia? Soy de los que cree que la solución no es renunciar en forma total al bife de chorizo o el asado, sino reducir las cantidades que consumimos.
EL DEBER DE CREAR NUEVOS HÁBITOS DE PRODUCCIÓN Y CONSUMO
Por un lado, es necesario dar más lugar a la producción de proteínas vegetales alternativas de alta calidad nutricional. En esto, la Argentina posee innumerables ventajas agroclimáticas, además de grandes extensiones y una fuerte base de conocimientos en cultivos extensivos bajo sistemas de producción de bajo impacto ambiental que permitirían transformar al país, rápidamente, en productor líder. Paralelamente, y entendiendo que el consumo de carne bovina se reducirá, será necesario buscar, en un mercado cada vez más competitivo y de menor tamaño, una estrategia que permita la trazabilidad del producto y marketing basado en productos cárnicos de alta calidad, producidos en condiciones que respeten al ambiente y el bienestar animal.
Se estima que, en el año 2050, la población mundial alcanzará los 10.000 millones de personas. La verdadera posibilidad de suministrar alimentos en la calidad y cantidad demandadas implicará acciones de gobierno que permitan intensificar en forma sustentable los sistemas de producción agropecuarios. En sintonía con esto, la mitigación del cambio climático requiere considerar estrategias de forma conjunta y aumentar la eficiencia en el uso de los recursos, como el agua, el suelo y la energía.
Reducir el consumo y la producción de productos de origen animal no son la solución al cambio climático, pero seguramente serán parte de ella. Reducir los impactos del cambio climático requiere considerar estrategias de forma conjunta, para lo cual deberán crearse estrategias alimentarias para la población, con propuestas claras que puedan ver más allá del impacto ambiental y los nuevos hábitos, teniendo en cuenta cuestiones como salud humana, cultura y economía.
* El autor es director del Departamento de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel, y escribió este artículo para DEF.
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