Hacía poco tiempo que Mariana Redi se había sumado a Las Lobas, la Selección Femenina Argentina de Básquet sobre silla de ruedas. Corría el año 2016, y el grupo de chicas estaba en una concentración. En ese momento –recuerda ahora–, sus compañeras formaron una ronda, y ella les entregó su prótesis de la pierna derecha, como quien hace una ofrenda. No era una prótesis común y corriente, sino que tenía un acabado estético que simulaba una pierna real.
“Háganlo”, les indicó. “Enseguida, empezaron a desmenuzar la prótesis: le iban sacando pedazos, y yo miraba desde afuera”, cuenta Mariana Redi a cinco años de aquel episodio. Lo que siguió –dice en charla con DEF– fue un mar de lágrimas. Algunas de tristeza, pero la mayoría de liberación. Días más tarde, Mariana salió por primera vez en 24 años con un pantalón corto a la calle. Lo hizo, como no podía ser de otra manera, en compañía de Las Lobas, y esa caminata marcó el comienzo de una nueva etapa: la de autoaceptación.
Mariana Redi nació el 4 de octubre de 1992 sin parte de pierna. También, le faltan varias falanges en ambas manos. Su discapacidad –producto del síndrome de bridas amnióticas, que impidió el correcto crecimiento de sus extremidades durante la gestación– nunca fue sinónimo de impedimento. “Mis papás son licenciados en Actividad Física y profesores de Educación Física. Ellos me contagiaron la pasión por el deporte. Hice desde gimnasia artística, pasando por natación, equitación, vóley y sóftbol. También, probé hockey y handball. Muy kamikaze lo mío. El detalle es que nunca supe de la existencia de los deportes adaptados. Por lo cual, siempre estaba un poco en desventaja”, dice.
CON VOZ PROPIA
Recién decías que hasta los veintipico no te enteraste de que existían los deportes adaptados. ¿Nunca te los mencionaron? Jamás. Según mis papás, en algún momento, ellos me hablaron del deporte adaptado, pero yo no quise saber nada. No los juzgo ni los culpo. Creo que una de las falencias que tiene Argentina es la poca difusión del deporte adaptado. Justamente, esa falta de información produce un efecto dominó y hace que muchas personas con discapacidad no sepan lo que son capaces de hacer. Después, por supuesto, cada uno elige si practicar o no, si hacerlo como un hobby o de alto rendimiento.
-¿Cómo llegaste al básquet sobre silla de ruedas?
-El básquet me gustó toda la vida, pero nunca pensé que iba a jugarlo porque hay que correr mucho y podía dañarme la pierna que no tengo desarrollada. En 2016, mientras trabajaba como auxiliar de profesor de Educación Física en el Centro Nacional de Rehabilitación, donde había una colonia para personas con discapacidad, se me acercó un preparador físico y me invitó a probar el deporte. Cuando me explicó que podía practicarlo y que mis discapacidades no serían un problema, no dudé en ponerme con todo.
-¿Qué te pasó cuando conociste a otras personas con movilidad reducida como vos?
-El hecho de empezar a relacionarme con personas con discapacidad me abrió la cabeza. Hasta ese momento, nunca lo había hecho, entonces me sentía única en el mundo. (Risas). Por más que mis amistades jamás me hicieron sentir “un bicho raro”, la diferencia estaba. A medida que me fui integrando al grupo y fui conociendo las historias de las chicas, me sorprendía. Vivían solas, estudiaban, tenían familia, y yo pensaba: “Wow”, porque capaz estaban en silla de ruedas o habían tenido un accidente que les había cambiado la vida. Todo lo que fui aprendiendo de ellas, lo que me demostraban con sus actos, hizo que yo me replanteara mi manera de ver la vida.
-Cambiaste la perspectiva...
-El básquet llegó a mí en un momento clave. Había tocado fondo, por esto de no aceptarme, y estaba con una depresión muy grande. No podía comprometerme con un trabajo de lunes a viernes porque sabía que, en algún momento, no iba a poder ir. La depresión decide por vos. Sentís que otra cosa te está controlando y no podés salir de la cama. Por suerte supe pedir ayuda a tiempo y empecé terapia. Eso, sumado al compromiso que se genera con el equipo, los entrenamientos y los partidos, me salvó la vida. Todo empezó a tener un sentido.
-¿Cómo te diste cuenta de que estabas transitando una depresión?
-No hubo un detonante sino una seguidilla de situaciones. Discutía mucho con mi mamá. También, era bastante rebelde. Cuando terminé la secundaria, empecé a estudiar Comercio Internacional. Al año, dejé y me pasé a Diseño de Interiores. Cursé un cuatrimestre, volví a dejar y arranqué Diseño Multimedial. Nada me gustaba y, en realidad, la que no me gustaba era yo. Me di cuenta de que me tenía mal haber nacido así y que toda mi vida había mirado para otro lado. Aunque parecía, y yo misma daba a entender que lo tenía superado, en realidad, era mentira. Entonces, lloraba en el baño, lloraba en mi habitación y tenía pensamientos muy oscuros. Así fue que decidí pedir ayuda a una amiga que me recomendó a una psicóloga con la que vengo trabajando en la aceptación.
-Hablando de aceptación, contame cómo es vivir con una prótesis. ¿Cada cuánto la cambiás?
-Puedo hacerlo una vez por año y lo hago porque, la verdad, le “doy duro” a la pobre prótesis. (Risas). Si bien es de excelente calidad, por el uso cotidiano, se va oxidando y gastando. Hoy, me siento recómoda con la prótesis, pero no siempre fue así. Cuando era más chica, cada vez que la cambiaba, tenía que hacer rehabilitación, pasaba más tiempo en el kinesiólogo que jugando. Durante los primeros entrenamientos con Las Lobas, no me sacaba la prótesis porque tenía vergüenza. Hasta que empecé a ir a los torneos donde estaban todos con el fierro al aire. Ahí me dije: “Basta, basta de querer aparentar ser otra cosa. Yo también soy eso”.
-¿Con qué soñás para más adelante?
-Individualmente, me gustaría jugar en la Liga Española. También, sueño con ser campeona del mundo con Las Lobas. Por otro lado, estoy pensando en retomar la facultad y, siempre que esté a mi alcance, voy a seguir dando charlas sobre el deporte y la discapacidad. Porque yo viví momentos refeos, y el básquet me ayudó mucho. Mi mensaje, para quien lea esto, es que no hay que enfocarse en lo que uno no puede hacer, sino en lo que sí puede hacer, que son un montón de cosas.
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