Ayer, los noventa. Chaco. Machismo. Un joven. Resistencia. Boliches under. Polleras escocesas. Zuecos. Hoy, 2022. Buenos Aires. Pandemia. Un hombre. Un taller. Un delantal manchado y muchas, muchas pinturas.
A los 54 años, y rodeado por más de un centenar de obras, Guillermo Emilio ‘Milo’ Lockett sonríe. Dice que ama la normalidad, aunque él se vea cada vez “más anormal”. Reconoce que en un momento fue “soberbio con la vida”, que aprendió a practicar la paciencia y el perdón, y que, tras la pandemia, tuvo miedo de que la gente ya no se acordara de él.
-Dijiste que los artistas muchas veces necesitan tener una obra más compleja para sentirse más artistas, pero que, en realidad, deberían ser más simples. ¿Qué es el arte para vos?
-Te voy a contestar con palabras de Pablo Picasso: “Si supiera, no te lo contaría”. Esa me parece la mejor respuesta. Ahora, te digo lo que yo pienso del arte: para mí, tiene que ser más simple. Es demasiado complejo el mundo en el que vivimos como para ponerle complejidad a lo que uno hace.
-¿Qué cosas te conmueven como artista?
-Me sigue conmoviendo el hambre en el mundo.
-¿Eso influye en lo qué en lo que hacés, en lo que pintás?
-Mirá, hay una idea de que siempre el artista tiene que reflejar todo lo que le sucede, pero no necesariamente tiene que ser así. Si bien los artistas muchas veces son enunciantes de las cosas que pasan, en mi caso yo pinto porque si. Vengo todos los días y hago el ejercicio de la pintura porque me gusta pintar. Eso, a lo mejor, a mí me salva o me desconecta de la realidad en la que no quiero estar. Mi realidad es esta.
-Es algo casi terapéutico.
-El mejor lugar en donde yo puedo estar es aquel en el que pueda estar pintando, porque me saca de cualquier situación mala: me da vida, me da amor, me encanta el color, me encanta la alegría. Yo no necesito pintar la tristeza. Al contrario, me parece que cuando uno puede convertir ese momento del día que no está tan bueno en algo positivo, me parece genial.
NO TODO ARTE ES POLÍTICO
-¿Qué tiene que tener compromiso social: el artista o la obra?
-Pienso que ambos deberían tenerlo. No creo que sean esferas separadas. Eso no quiere decir que toda la obra tenga que ser política. Creo mucho en eso de pintar por pintar. No creo que tengamos que dar mensajes y decir cosas todo el tiempo, pero se da mucho ese discurso. Yo necesito pintar porque tengo ganas de pintar. A ver, eso del compromiso del artista… A mí me gusta tener compromiso con la sociedad por muchos motivos. Me gusta porque me gusta la educación, me gusta tener compromiso con el entorno donde vivo, me gusta comprometerme con un ciudadano honesto y cumplir con las normas, como tendría que ser. Es la normalidad. Eso no lo aprendí en Harvard; lo aprendí en la vida cotidiana.
-En 2001, eras empresario y, por culpa de la crisis, tuviste que cerrar tu empresa. Antes de eso, ¿imaginabas que ibas a vivir del arte?
-Nunca me imaginé que iba a vivir del arte ni de que iba a ser artista.
-¿Y cuándo supiste que querías vivir de esto?
-Enseguida. Durante los primeros años que me dediqué al arte, dije: “No quiero hacer otra cosa que no sea esto”. Pero para eso tenía que tratar de vender, de comercializar, porque no tenía una economía sustentable. Así que fue simple: o sea, o funcionaba o no funcionaba.
-¿Y si no funcionaba?
-Hubiera seguido pintando, pero me hubiera dedicado a otra cosa.
-¿Había un plan B?
-No. Nunca hubo un plan B. Siempre pensé que tenía que funcionar. Vi que a la gente le gustaba mi obra. Vi que había una posibilidad y la tomé.
EL MITO DEL ARTE Y LA INSPIRACIÓN
-Antes de tu incursión en este mundo, ¿tenías amigos artistas?
-Sí, sí. Tenía un montón.
-¿Qué es lo que más te cautivaba de su forma de vivir?
-Más que nada, lo que más me gustaba era que tenían tiempo. O sea, disponían de su tiempo. Cuando uno es autónomo, cuando es independiente, dispone de su tiempo. No tiene que cumplir horarios.
-Pero vos cumplís horarios.
-Soy un enfermo de los horarios, porque todo el tiempo estoy trabajando y me pongo horarios de trabajo. Todos los días, pase lo que pase, vengo a trabajar. No hay un día en el cual yo no trabaje. Trabajo de lunes a sábado y tengo un esquema: desde las 8 de la mañana hasta las 19 o 20 horas.
-Varias veces dijiste que no concebís la idea del arte como un puro hecho de inspiración.
-Cuando vos revisas la historia del arte, ningún artista que se sentó bajo un árbol pintó un cuadro maravilloso. Qué título que te tiré (risas). La mayoría trabajó muchísimo y muchos de ellos lo hizo sin remuneración. Hay artistas que trabajaron por cielo, por tierra, de noche, de tarde, de mañana, que perdieron todo en el camino y no tuvieron remuneración por lo que hacían, pero cuando vos mirás su obra te das cuenta que trabajaron. No existen los artistas que no trabajen.
“BUSCATE UN TRABAJO Y DEJATE DE JODER”
Milo cuenta que su primera obra fue plasmada en el garaje de su casa. Recuerda que tomó la decisión una madrugada y que, a la mañana siguiente, comenzó a pintar. También dice que la primera devolución de su familia y amigos fue brutal: “Buscate un trabajo y dejate de joder”. Sin embargo, recuerda que sus amigos artistas estaban enloquecidos con su trabajo.
-¿Cómo te llevás con la crítica? ¿Le temiste en algún momento?
-No, siempre me llevé bien. Los mismos que te critican hoy son los que después te felicitan. En un momento fui “el niño mimado” y en otro momento era “lo peor”. Creo que uno tiene que saber que está dentro de un juego; la crítica es parte de este juego y por algo existe. Es parte del sistema. O sea, si estás en el sistema, la crítica ahí va a estar.
-¿Sentís que los consumidores de las artes plásticas, o del arte en general, son personas snob?
-Sí. Siempre hay una cosa snob, pero no es de ahora, es de toda la vida y no creo que eso cambie. Siempre va a haber gente que necesita ser parte de eso. Pero a mí no me importa, no critico eso. Yo tolero todo y me parece que todo puede convivir. El tema es que muchas veces ellos, los snobs, no quieren convivir con vos. (Risas)
-Entonces, el público del arte en general es snob. ¿Vos podrías definir a tu público?
-Mi público es muy variado, muy ecléctico, porque va desde el coleccionista hasta el que nunca compró una obra de arte. O sea, mi público es muy amplio. En el medio están los niños, con los que también tengo un acercamiento, afinidad, una empatía muy especial. No podría segmentar y decir: “Bueno, me compran personas con tales características”. Es un público muy ecléctico.
-Bueno, esa podría ser una definición de tu público.
-Si, podría ser. Digo, soy masivo. Soy una persona popular y de eso recién tomé conciencia hace poco. Con los años fui tomando conciencia de que soy conocido y popular, me conocen en toda la Argentina y en otras partes del mundo. No está mal ser popular.
-¿Qué era antes para vos ser popular? ¿Qué opinión te merecían los artistas populares?
-No, ninguna. Al contrario, me parecen una genialidad. Pero, bueno, que sé yo, a veces me sentaba en un bar y me pasaba que alguien me pidiera una foto. Es fuerte eso. Porque no soy un jugador de fútbol, no soy un actor, y esa masividad es fuerte. No lo veo como algo malo. Al contrario, me parece que eso acerca a la gente al arte. Yo siempre trato de que las cosas sean más humanas. Los artistas no somos seres especiales. Me parece que hay que cambiar esa idea. Yo tengo los mismos problemas que tiene una persona común, que hace otro trabajo. Mi trabajo es pintar y yo trato de ponerme en ese lugar. Si no lo hiciera, estaría pensando que el artista es un ser especial, y no pasa por ahí.
-¿Te pasó en algún momento de confundirte, de creerte especial?
-No, pero a lo mejor era más soberbio. Aprendí con los años a ser menos soberbio, a ser más conciliador. No necesito más conflicto en mi vida. Me parece que lo positivo es poder tener diálogo con el público, con los espectadores, con tu entorno, con tus pares. Me parece que eso habla de crecimiento.
-¿Con quién eras más soberbio: con la gente, con tus pares o con la vida?
-Con la vida. Muchas veces fui soberbio y me creí omnipotente. Está bueno reconocerlo. Después, uno va practicando la humildad.
-¿Recordás tu primer traspié después de ser considerado “el niño mimado” del arte nacional?
-No, no lo recuerdo. Hace muchos años que la vida me sonríe. No me puedo quejar de nada. Al contrario, siento que todavía me sonríe. Incluso con la pandemia, que nos golpeó muy fuerte. Fue un año muy fuerte y duro. Con la pandemia aprendí a tener mucha paciencia, y eso era algo que antes no tenía.
EL TEMOR A SER OLVIDADO Y EL RENACER TRAS LA PANDEMIA
El 2020 será un año inolvidable para todo el mundo. Milo Lockett lo recordará como el año en que, además de ver cómo se caía parte de su actividad (tuvo que cerrar locales), sufrió un accidente muy duro y llegó a pensar en la posibilidad de haber caído en el olvido. “En el accidente perdí diez dientes, me quebré dos costillas y me fisuré once costillas. Eso me hizo pensar que siempre se puede estar peor. Yo no barajaba esa posibilidad de que siempre se puede estar peor. Y la verdad es que eso me ayudó mucho a reconstruirme una vez más”.
- ¿Cómo fue esa reconstrucción?
- Tuve hambre de nuevo. Me volvieron ganas de trabajar, me dieron ganas de renovarme, de reinventarme, de buscarle la vuelta. Lo bueno de las crisis es que siempre está la posibilidad de salir haciendo lo de siempre, pero con un valor agregado diferente. Muchas veces, uno piensa que tiene que cambiar todo y no es así. A lo mejor, hay que darle una vuelta: un tres por ciento o un cinco por ciento de cambios en la vida y ya te modifica la actitud. Es lo que muchas veces no vemos. Para mí, la pandemia fue una oportunidad de aprendizaje y una reinvención. Después de eso, empezamos a trabajar en las redes sociales y, otra vez, arrasamos (sonríe). Tengo mucha demanda.
-¿Y cómo fue sentir que volvías a arrasar?
-Te hace sentir vivo. Te hace sentir que hiciste bien las cosas los años anteriores, que la gente no se olvidó de vos. Ese olvido te da miedo.
-¿Tenías miedo de que la gente ya no se acordara de vos?
-Si. Más que nada porque soy muy responsable. Tengo cuatro hijos. Entonces, siempre está ese miedo de no trabajar. O sea, tengo cuatro empleados, pago sueldos. Siempre está ese miedo de si trabaja o no. Tengo que trabajar todos los días, todo el día. Esa dinámica no te permite pensar mucho en el ocio; pero también creo que de la pandemia aprendimos mucho. De nuevo, yo aprendí a tener paciencia y a ponerla en práctica, porque no es únicamente repetir la palabra. Uno aprende la palabra, la descubre pero después la tiene que practicar. Es como decir “te quiero”, después tenés que sentirlo; si no, no tiene sentido. Con las palabras pasa eso: practicar la paciencia, la tolerancia y el hecho de saber perdonar. Se cometen errores y hay que perdonar. Hay que ser más reflexivo.
-¿Quién es hoy Milo Lockett?
-Hay veces que me miro al espejo y no sé quién soy (Risas). Trato de estar siempre dentro de la normalidad, aunque cada vez me veo más anormal.
-¿Sos feliz?
-Muy feliz. Estoy en una etapa de mi vida en la que soy muy feliz. Pero eso es una cosa que aprendí de chico. Fui un niño feliz y me convertí en un hombre grande feliz.
-Una niñez feliz, una adultez feliz. ¿Y en el medio?
-En el medio, la vida me hizo morder la tristeza muchas veces.
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