Miramar espera con impaciencia la aprobación legislativa que otorgará a la laguna de Mar Chiquita y los bañados del río Dulce la máxima figura de conservación ambiental: el Parque Nacional Ansenuza.
Los motivos que justifican la creación del tercer parque provincial –asentado a 197 kilómetros de la ciudad de Córdoba– son innumerables. Por mencionar solo algunos, en este humedal –con una extensión de alrededor de un millón de hectáreas, superficie que lo ubica como uno de los más grandes del mundo–, están presentes el 36 por ciento de la avifauna del país, el 66 por ciento de todas las especies migratorias y playeras registradas en la Argentina y el 85 por ciento de la provincia. Por esta razón es que se trata de un destino paradisíaco para los deportes náuticos y el avistamiento de aves, entre las que se destacan gaviotas, garzas y, en especial, los flamencos, especie que encuentra en la zona con las mejores condiciones de todo el continente para la nidificación.
A la rica biodiversidad de este humedal salino –que incluye gran variedad de especies, muchas de las cuales se encuentran en peligro de extinción, como el aguará guazú, el puma o la corzuela. A sus atardeceres únicos y las propiedades terapéuticas de sus aguas, Miramar agrega una importante propuesta histórica y cultural. El Gran Hotel Viena se convirtió, por la cantidad de visitas y sus inquietantes leyendas de fantasmas, en un destino imperdible que convoca a innumerables turistas.
Un hotel misterioso
Construido entre 1940 y 1945 por el alemán Máximo Palhke, después de haber comprobado las propiedades curativas de las aguas y el fango de la laguna (en particular, para tratamientos de la piel y enfermedades reumáticas, artrosis y artritis), el alojamiento contaba con todos los lujos de la época. Habitaciones con bañera y teléfono, ascensores, aire acondicionado central, calefacción para todas las habitaciones, pisos de granito, paredes recubiertas de mármol de Carrara, arañas de bronce...
En cuanto a los servicios, se destacaba una sucursal bancaria y otra de correo, central telefónica, peluquería, biblioteca, una usina propia y seguridad privada. Pero lo más relevante quizás era el pabellón termal donde se hacían tratamientos de fangoterapia con el asesoramiento de médicos y enfermeras. A metros del hotel y frente a la laguna, se encontraba una gran pileta, dividida en sectores con agua dulce y salada. En una localidad de 1600 habitantes, sobresalía esta construcción de 6800 metros cubiertos cuadrados y 84 habitaciones para huéspedes.
Lo curioso es que, tres meses después de su inauguración, la familia Palhke se trasladó a Buenos Aires y al poco tiempo volvió a Alemania, momento a partir del cual el hotel tuvo distintos cuidadores hasta que, en 1980, dejó de funcionar.
EL MUSEO MÁS VISITADO
Esta es una ínfima síntesis de la vida del gigante que continúa, más allá de las inundaciones, el abandono y el deterioro, al pie del Mar de Ansenuza, pero también una historia a medias que deja de lado rumores y versiones que están en boca de todos.
La encargada de recoger esos run run es Patricia Zapata, más conocida como “la loca del Viena”. “A mí me toca contar una historia que me apasiona, por eso me dediqué a investigar y charlar con algunas personas que habían trabajado en hotel”, relata. Y cuenta testimonios que hablan de visitas ilustres, uniformados, secretos, desapariciones, vehículos oficiales negros que circulaban en medio de la noche. Relatos siempre breves, ocultos, temerosos. “Son pocos los datos que pude recabar, porque los dueños, al irse, se llevaron todo: cuadros, libros, planos, papeles, vajilla, y nunca regresaron”. Zapata, guía del lugar desde hace 17 años, lejos de intimidarse por este edificio en ruinas, siente que “solo es cuestión de saber leer el lugar”, incluso relata que ocurren cosas que no todos logran percibir, como por ejemplo que en el silencio se escuche el sonido de un piano, ruido de vajilla o voces que dialogan a lo lejos.
Muchas de estas experiencias fueron relatadas por visitantes y otras, vividas por ella misma. Reales o no, son historias que circulan por las calles de la ciudad, los pasillos y las habitaciones del hotel. Los fantasmas se agigantan entre las ruinas.
Para tratar de rescatar y poner en valor este símbolo cultural de la localidad, declarado Patrimonio Histórico Municipal, un grupo de vecinos se organizó a fin de frenar su deterioro y desmantelamiento. Así, nació la Asociación Amigos del Gran Hotel Viena, entidad que logró transformarlo en “el museo más visitado de Miramar, donde se realizan eventos, espectáculos y ciclos culturales”.
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