Durante sus 16 años en el poder, Angela Merkel convivió con cuatro presidentes estadounidenses, cuatro mandatarios franceses, y se codeó con tres presidentes de la Comisión Europea y tres titulares del Banco Central Europeo (BCE). La figura omnipresente de la canciller le dio estabilidad y previsibilidad a la política alemana, a la que ella había llegado en la década del 90, bajo el ala del entonces todopoderoso canciller Helmut Kohl.
Nacida en Hamburgo, Angela Dorothea Kasner –conocida mundialmente por el apellido de su primer marido, Merkel, de quien se divorció en 1981– pasó su infancia y juventud en la entonces República Democrática Alemana (RDA), perteneciente al bloque comunista. Recién en 1990, con la caída del Muro, pudo incorporarse a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Kohl y hacer carrera en la política grande de Berlín, la flamante capital de la Alemania unificada.
Su liderazgo marcó a fuego la historia reciente de la cuarta economía del planeta hasta su salida del cargo el pasado 8 de diciembre. Su legado de altas tasas de crecimiento y recuperación del empleo a nivel interno contrasta con las críticas que enfrentó por su excesivo rigor fiscal en el seno de la Unión Europea (UE). Recién en el último tramo de su gobierno, tras el estallido de la crisis del coronavirus, Alemania aceptó dejar de lado el mantra de la austeridad para lanzar el multimillonario plan de rescate europeo, conocido como “Next Generation EU”. “No se trata de un gesto humanitario, sino de una inversión”, aclaró Merkel, con su habitual dosis de pragmatismo.
DIE MITTE: EN EL CENTRO, LEJOS DE LOS EXTREMOS
¿Cuál ha sido el secreto del largo dominio de Angela Merkel en la escena pública alemana? En diálogo con DEF, el representante de la Fundación Konrad Adenauer, Olaf Jacobs, afirmó que la excanciller representa “el posicionamiento de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), en el centro del espectro político”. Lejos de las posiciones históricamente más conservadoras de la CDU, durante 12 de los 16 años en el poder prefirió gobernar en coalición con su histórico rival, el Partido Socialdemócrata (SPD).
La impronta merkeliana también permitió abrir las puertas de su formación política a nuevos votantes y renovar sus filas. Así lo explicó Jacobs: “La excanciller representó lo contrario del típico elector de la CDU. Ella es mujer y el típico miembro del partido es hombre. Ella es luterana y el típico votante es católico. Ella no es madre de familia y el típico elector es padre de familia. Ella viene del este, de la antigua RDA, y el típico elector viene de la zona renana, pegada a la frontera occidental con Francia”. En síntesis, según este analista, “Merkel rompió totalmente el esquema de la CDU y, con esa ruptura, generó naturalmente la apertura del partido a muchísima gente”. El punto cúlmine de ese ascenso fueron las elecciones de 2013, cuando la alianza entre la CDU y su histórico socio bávaro –la Unión Social Cristiana (CSU)– alcanzó el 41,5 % de los votos, el mejor resultado desde la reunificación alemana en 1991.
EL RIGOR EN LA EUROZONA Y LAS POLÍTICAS DE AJUSTE
A nivel europeo, el primer gran test para el liderazgo de Merkel fue la crisis del euro, iniciada en 2008 y que estuvo a punto de hacer estallar en pedazos la unión monetaria. El rigor fiscal impuesto a Grecia, Portugal e Irlanda por la troika de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE) tuvo en Alemania a su principal impulsor. La figura de “ajustadora serial” le valió a la excanciller protestas y grandes manifestaciones en las calles de las principales ciudades de los países deudores.
Sin embargo, la reestructuración de la deuda soberana de esos países y la llegada de fondos frescos del BCE y el FMI permitió la recuperación de la confianza de los mercados. Aun a costa de las duras consecuencias sociales de las políticas de rigor impuestas por la troika, los países más golpeados por la crisis pudieron sanear sus cuentas y retomar la senda del crecimiento.
REFUGIADOS: UNA MEDIDA OSADA QUE DEJÓ SECUELAS
Tal vez el mayor terremoto a nivel interno haya sido la decisión del gobierno de Merkel de abrir sus fronteras a los refugiados que escapaban de la guerra de Siria y de otros conflictos, como el de Irak y Afganistán. La frase pronunciada en una conferencia de prensa en agosto de 2015 –Wir schaffen das, “Podemos hacerlo”– le valió a la excanciller fuertes reproches hacia el interior de su propio partido. Ese año, el país recibió el récord de 1,1 millones de solicitudes de asilo, lo que puso bajo fuerte presión a la Oficina Federal de Migraciones y Refugiados, que debió tomarse un par de años para procesar todos esos pedidos.
“Posiblemente, también haya pesado en su decisión el hecho de haber vivido toda su vida en el este de Alemania y haber sido hija de un pastor luterano, que todos los días recibía a refugiados políticos que tocaban la puerta de su parroquia para pedir asilo”, indicó Olaf Jacobs. “Ella estaba predestinada a tener una gran sensibilidad en el tema”, completó este analista.
Muchos analistas entienden que la consecuencia electoral de esa decisión fue la inesperada caída del caudal electoral de la CDU/CSU en los comicios de 2017. En esa oportunidad, el bloque político de la entonces canciller perdió un 15,7 % de los votos, gran parte de los cuales (12,6 %) fue a parar a la derechista Alternativa por Alemania, que ingresó por primera vez al Parlamento con un discurso de tono xenófobo y soberanista. También debió enfrentar, en los últimos años, las objeciones de su aliado bávaro, la CSU, cuyo líder, el entonces ministro del Interior, Horst Seehofer, llegó a amenazar con renunciar y romper el histórico alineamiento con la CDU.
LEGADO Y CUENTAS PENDIENTES DE MERKEL
Al llegar al poder, en 2005, la Alemania que recibió Merkel tenía 5 millones de desempleados y era considerada por muchos “el enfermo de Europa”. Beneficiada también por la agenda de reformas sociales y desregulación del mercado laboral de su antecesor Gerhard Schröder, conocida como “Agenda 2010″, la líder de la CDU deja una economía en crecimiento y con un desempleo reducido a la mitad: 2,6 millones de desocupados, la menor cifra de la última década.
Tal vez, el mayor desafío para su sucesor sea acelerar el ingreso del país en la era de la digitalización y desburocratizar su sector público. Alemania registra, sorprendentemente, uno de los peores índices de penetración de la fibra óptica entre usuarios de Internet. Esta tarea, al igual que la transición energética impostergable, deberá será asumida por la inédita “coalición semáforo” que acaba de asumir el poder. Los socialdemócratas del nuevo canciller Olaf Scholz acordaron un contrato de gobierno con los liberales, liderados por el flamante ministro de Finanzas, Christian Lindner, y los verdes, que ocupan las carteras claves de Relaciones Exteriores (Annalena Baerbock) y de Economía y Protección Climática (Robert Habeck).
Curiosamente, a pesar de pertenecer al opositor Partido Socialdemócrata (SPD), Scholz encarna, en muchos aspectos, la continuidad de los últimos años de gran coalición con Angela Merkel. De hecho, fue en los últimos cuatro años su ministro de Finanzas. “Fue su hombre de absoluta confianza, su álter ego”, ilustra Jacobs, quien aventura que, tal vez, de haberse presentado a un nuevo mandato, el pueblo alemán habría elegido a Merkel por cuatro años más.
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