Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés), a nivel mundial existen 570 millones de explotaciones agrícolas. De estas, más de 500 millones pertenecen a agricultores familiares. Este tipo de agricultura es básica para el mantenimiento de la seguridad alimentaria, ya que más del 90 por ciento de las fincas produce el 80 por ciento de los alimentos a nivel global.
Probablemente, los desafíos más importantes de este tipo de agricultura son la seguridad alimentaria y el desarrollo sustentable de estas unidades de producción familiar. Más del 75 por ciento de la población mundial que vive en estado de inseguridad alimentaria habita en zonas rurales. En consecuencia, la migración se constituye como la principal y más disponible herramienta para la búsqueda de soluciones que las familias rurales poseen.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) consigna que, en el año 2019, había aproximadamente 169 millones de trabajadores migrantes en el mundo y que constituían el 4,9 por ciento de la fuerza de trabajo global en los países de destino. Causas como conflictos, violencia o catástrofes se pueden definir como procesos de migración forzada, mientras que la búsqueda de mejor calidad de vida, educación de mayor nivel, etc., son procesos de migración voluntaria.
Además, deberemos considerar que, durante las próximas décadas, el cambio climático generará procesos de desertificación, degradación de suelos y fenómenos climáticos extremos que dañarán los rendimientos en forma significativa y la disponibilidad de recursos naturales para poder suplir las necesidades que exige una población en constante crecimiento. Esta situación se hace especialmente crítica para la agricultura familiar, que, en los países en vías de desarrollo, es pilar para la subsistencia de familias en medios rurales y que no siempre ofrece verdaderas oportunidades de ingresos que permitan una mejora en el nivel de vida. Esta realidad, frente a fenómenos posibles producidos como consecuencia del cambio climático, transformará la agricultura familiar en menos relevante económicamente.
MIGRACIÓN: DEL CAMPO A LA CIUDAD
En el año 2007, se marcó un hito de notable importancia y con alto potencial de influencia en el futuro de la humanidad: por primera vez en la historia, la población urbana superó el 50 por ciento del total de la población mundial. Además, se estima que, en 2050, más del 66 por ciento de la población vivirá en zonas urbanas. Las regiones más urbanizadas del mundo son actualmente América del Norte, donde el 82 por ciento de la población vive en ciudades, seguida de América Latina y el Caribe, con el 80 por ciento, y Europa, con el 73 por ciento.
Unesco estima que más de 760 millones de personas migraron dentro de sus países, en su mayoría fueron migraciones de zonas rurales a zonas urbanas. El proceso de urbanización también hace referencia a un cambio en la población, que pasa de estar en asentamientos rurales en los cuales la agricultura es la principal actividad económica, a estar concentrada en asentamientos urbanos de mayor tamaño y densidad, caracterizados por el predominio de la actividad industrial y de servicios.
Entre los años 1990 y 2015, el número de migrantes internacionales se incrementó de 153 millones a 248 millones, un tercio de ellos tienen entre 15 y 34 años de edad. Son estos jóvenes los que mayoritariamente migran del campo a la ciudad. Los jóvenes abandonan la agricultura de baja productividad y pasan principalmente a actividades informales en servicios que suelen desarrollarse en zonas urbanas. Esta migración de jóvenes a las ciudades genera procesos de discontinuidad en la renovación generacional de las fincas y conduce al “envejecimiento” de la población en las áreas rurales-agrícolas con fuertes impactos en la fuerza laboral disponible.
Cuando la agricultura familiar pierde importancia, y no existen programas para desarrollar el sector rural-agropecuario que permitan emplear a dichos jóvenes, la consecuencia inmediata es la reducción de las oportunidades para las generaciones de menor edad, que buscarán una salida laboral en otros sectores de la economía. La incapacidad de estas unidades de producción de proporcionar ingresos rentables, sumada a temas relacionados con el bajo estatus del agricultor en la sociedad, son solo parte de la problemática.
Por otro lado, podemos imaginar el proceso de migración como un proceso de diversificación de los ingresos familiares, siendo las remesas de los migrantes las que contribuirán para aliviar la pobreza e inseguridad alimentaria en sus lugares de origen. Esta “aparente diversificación” es, en los hechos, empleo fuera de su finca. Así, la migración de las zonas rurales a las urbanas puede tener consecuencias negativas en la productividad agrícola como resultado de la escasez de mano de obra rural, como también el cambio necesario que la familia deberá realizar para suplir el papel del migrante agregando una mayor carga de trabajo a las mujeres y los niños.
MÁS AÑOS, MENOS INNOVACIÓN
La tendencia en los últimos años nos indica que el promedio de edad de los agricultores a nivel mundial asciende hasta alcanzar los 50 años, en el caso de las cabezas de familia, y los 41, en el caso de la población total. Para tomar dimensión de estos números, en países como España, casi dos tercios de los agricultores estarán jubilados dentro de una década.
En Israel, el promedio de edad alcanza los 65, al igual que en la Unión Europea. En el caso de Japón, alcanza los 67 años, mientras que en EE. UU. está cerca de los 60. Esto probablemente significa encontrarse con una población menos dispuesta a tomar riesgos en el negocio agropecuario y, no menos importante, con mayor dificultad para introducir innovaciones que requerirán que el agricultor participe en procesos de aprendizaje largos y no siempre adaptados a sus capacidades.
El recambio generacional habitualmente no supera el 10 por ciento, lo cual en muchos casos conduce al cierre de las fincas y el abandono de la actividad agrícola.
Debemos tener en cuenta que el sector agropecuario se encuentra inmerso en un continuo proceso de industrialización e innovación, que trae consigo la necesidad del uso de paquetes tecnológicos que requieren especialización y reducen puestos de trabajo. En esta situación, la posible introducción de nuevas tecnologías como solución disminuye el empleo de las generaciones más adultas, con menor predisposición para la adopción de cambios y de nuevas tecnologías. Así, este sector de la población requiere de métodos de capacitación diferentes para la mencionada adopción de nuevas tecnologías, que son más costosos y generalmente tienen menores resultados positivos.
Ofrecer soluciones a las necesidades laborales de los jóvenes rurales implica, más allá de las actividades agrarias en sí, involucrar asuntos apremiantes como la salud y la infraestructura, además de los temas sociales, económicos, ambientales, jurídicos y energéticos, entre otros aspectos. Los servicios sociales y las infraestructuras adecuadas que soporten el desarrollo de los jóvenes en las zonas rurales son indispensables para dar solución a la problemática existente.
La formulación de planes holísticos de desarrollo rural, que aprovechen las interconexiones entre agricultura, seguridad alimentaria y migración del campo a la ciudad, podrán contribuir de manera efectiva a mitigar los efectos negativos de la migración sobre las poblaciones al borde de la seguridad alimentaria. Por su parte, la modernización de la agricultura y más eficiencia y desarrollo rural pueden contribuir, en gran medida, a dar respuesta a la problemática que generan los grandes desplazamientos de migrantes del campo a las ciudades.
Sin lugar a dudas, debemos entender que la migración rural está estrechamente vinculada no solo con la agricultura y al desarrollo rural, sino también con el desarrollo general de las sociedades. Por eso son tan acuciantes sus riesgos y tan importantes sus desafíos.
* El autor de este texto es director del Departamento de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional del (CFTIC), Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel.
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