Pioneras: Nadia Zyncenko, “la mujer del clima” que supo abrirse un camino entre hombres y se ganó su lugar

En charla con DEF, la meteoróloga habla del rigor que exige la profesión, de las “chicas del clima” y de cómo se abrió paso entre sus colegas, la mayoría hombres, y debutó con un programa propio

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La meteoróloga Nadia Zincenko, en
La meteoróloga Nadia Zincenko, en plena acción, durante una de las emisiones de la TV Pública. Foto: Archivo DEF.

Contadora. La emblemática meteoróloga de la Televisión Pública dice que, cuando terminó el secundario, quería ser contadora como su hermano. “Me inscribí en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, igual que él. Él aprobó el examen de ingreso, pero yo no. Quedé totalmente desorientada”, cuenta Nadia Zyncenko (73) a Revista DEF. Y sigue: “Él percibió mi desilusión y un día apareció con un clasificado que anunciaba que daban becas para estudiar meteorología. Me dijo: ‘Andá y ganatela. Estudiá esto que a vos te va a gustar’”.

Nadia nació en Italia, pero tiene raíces ucranianas. Su padre, don Vladimiro, fue prisionero de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre, María, logró refugiarse en Italia, que luego fue punto de encuentro entre ambos. Tras el nacimiento de Nadia, en 1948, los Zyncenko desembarcaron en Argentina, pero lo hicieron por separado. Mientras tanto, se mantuvieron en contacto por correspondencia durante un año. Una vez juntos, se instalaron en Villa Diamante, Lanús, provincia de Buenos Aires.

“¿Sabés por qué me llamo Nadia? En honor a un gran amor que tuvo mi papá y que no pudo ser por la guerra. Él le contó de ese dolor a mi mamá y, cuando nací, ella decidió llamarme con el nombre de aquella mujer para que el recuerdo de ese amor imposible nunca se borrara. La historia de mis padres es de amor verdadero. Como el mío por mi profesión”, dice Zyncenko con su inconfundible acento y se dispone a repasar sus casi cuatro décadas al frente de la pantalla, informando acerca de los sucesos meteorológicos.

Nadia nació en Italia, pero
Nadia nació en Italia, pero tiene raíces ucranianas y un inconfundible acento que la destacó desde que pisó por primera vez un estudio de televisión, allá por la década del 70. Foto: Fernando Calzada.

SUS ORÍGENES EN LA PROFESIÓN

-Empezaste a estudiar meteorología casi por casualidad. ¿Te enganchaste enseguida o no te gustó?

-(Piensa). Yo no tenía la menor idea de lo que era la meteorología. Pero me dejé guiar por lo que me dijo mi hermano y puse en práctica un consejo que me dio mi papá. Él me había dicho: “No importa lo que hagas, hacelo bien”. Y eso fue lo que hice: estudié, me recibí y entré a trabajar al Servicio Meteorológico Nacional. No me enamoré perdidamente de la meteorología. No. Y para hacerlo bien, como decía mi padre, necesité ayuda. Hubo mucha gente que me dio una mano porque me costaba mucho. Había que dibujar mapas. ¡Ay, cómo me costaba dibujar! Ahora todo eso se hace por computadora, pero antes no. Dibujé los mapas durante tanto tiempo que, finalmente, tomé muy buen conocimiento de cuán separadas están las isobaras (N. de la R.: son líneas imaginarias que indican las áreas que tienen la misma presión atmosférica) y cuál es la evolución del tiempo.

-Arrancaste haciendo una suplencia en la Televisión Pública y terminaste liderando tu propio programa. ¿Cómo fue ese recorrido?

-Desde 1969 hasta 1976, trabajé en la oficina de elaboración de pronósticos. A la televisión, llegué a los 28. Empecé reemplazando por tres meses a don Valentín Komar, que, en ese momento, era el meteorólogo de Canal 7 y fue quien me llevó. Al principio, me costó. Tenía mucho miedo a la cámara. No fue fácil enfrentarla: me temblaban las rodillas y los dientes. Cuando Valentín regresó tuve que irme, pero con la certeza de que podía hacer ese trabajo. Así que empecé a llamar a todos los canales de televisión y a las radios. Insistí tanto que, al final, gané por cansancio. Me convocaron para un casting en Canal 11, me presenté y quedé. Poco a poco, fui perdiendo el miedo a la cámara y, sobre todo, el miedo a los colegas. Porque no faltó gente de mayor experiencia que dijera: “Nadia no es buena imagen para la ciencia”.

UNA OBSESIÓN POR EL CLIMA

-¿Te discriminaban por ser mujer?

-No tanto por ser mujer, sino porque era joven. Como sea, yo me esforcé mucho y dormí muy poco para llegar adonde llegué. Me la pasaba estudiando. La anécdota es que, como estaba tan estresada y nerviosa, después de salir al aire repasaba lo que había dicho. Una vez, una persona muy respetada por todos los colegas hizo correr la voz de que yo había dado mal el pronóstico. Cuando llegué a la oficina, mis compañeros me increparon. Imaginate, ¡me quería morir! “¿Qué pasó?”, pensaba. Al final, esa persona terminó admitiendo que no había escuchado bien mi informe porque, en el momento en el que yo estaba al aire, estaba duchándose. Ahora fijate vos lo que me costó, hace 35 años, comenzar con esto. Joven, rodeada de expertos y nerviosa por la responsabilidad que implicaba salir al aire… pero fueron esos nervios los que me obligaban a fijarme bien en lo que decía.

"Empecé reemplazando por tres meses
"Empecé reemplazando por tres meses a don Valentín Komar, que era el meteorólogo de Canal 7 y fue quien me llevó. Al principio, me costó. Tenía mucho miedo a la cámara", confiesa. Foto: Archivo DEF.

-Ya que traés a colación el tema de la responsabilidad de informar, en alguna entrevista dijiste: “El meteorólogo no tiene posibilidad de fallar. Todos los días, te jugás el prestigio”. Con tantos años de trayectoria, ¿en algún momento dejaste de sentir esa presión?

-Jamás. La meteorología tiene un desafío que otras ciencias no tienen. Vos vas a tu médico clínico, le decís –por ejemplo– que te duele la cabeza, y te manda a hacer estudios y análisis. Cuando llegan los resultados, recién ahí, te da con precisión un diagnóstico. Ahora yo te pregunto: ¿cuánto tiempo se tomó? Una o dos semanas. El meteorólogo, en cambio, no tiene la posibilidad de ver una situación y decir: “Dame seis horas y te digo”. Enseguida le exigen una respuesta. Y el día en el que se equivoca, salen a defenestrarlo. Con nuestro entorno, no somos tan exigentes como con los meteorólogos.

-¿Por qué nos obsesiona tanto el clima?

-Lo he dicho varias veces: la meteorología es mucho más que si llueve o sale el sol. Nuestra vida depende de la meteorología. Si una persona sale de su casa muy abrigada y resulta que hace calor, se va a sentir incómoda cargando el abrigo que llevó de más. Por eso la gente se obsesiona. Y no pasa solo en la ciudad. Los agricultores también están pendientes del pronóstico del tiempo. Mi papá, directamente, tuvo que aprender porque cuando llegó a Buenos Aires sembró la papa fuera de época y se le heló.

METEOROLOGÍA Y ESPECTÁCULO

-Durante los últimos años, muchos canales de televisión contrataron mujeres, las llamadas “chicas del clima”, para que presenten el pronóstico del tiempo. ¿Empoderamiento o cosificación?

-No me parece que sea cosificación. Yo creo que está muy bien y te voy a explicar por qué. La televisión es imagen. Si vos tenés una bella imagen que, además, te da buena información: ¿cuál es el problema? ¿No le vas a creer porque es joven y bonita? ¿Y si es la que mejor información da? Una cosa es ser presentadora del clima y otra cosa es ser meteoróloga. Para los europeos, es fundamental que el presentador sea meteorólogo. Para los norteamericanos, no. ¿Por qué? Porque las cadenas de televisión y de radio, además de tener la información del Servicio Meteorológico Nacional de los Estados Unidos, tienen un staff de meteorólogos que pertenecen al canal. Para ellos, lo fundamental es que la persona presentadora sea creíble y tenga carisma. Si no es meteorólogo, no importa; porque detrás tiene un equipo de meteorólogos. Esa es un poco la lógica que se maneja acá en nuestro país.

Nos divertimos en primavera: Nadia
Nos divertimos en primavera: Nadia dice que esta es su estación favorita y que detesta el frío. Foto: Fernando Calzada.

-De salir a cazar tormentas a cubrir el impacto de los huracanes, ¿se monta un show alrededor del clima?

-Hay empresas de televisión que lo tienen clarísimo. Vos decís “huracán” y eso da mucho rating. La gente no sabe qué va a pasar y se queda esperando con la televisión encendida. “¿Qué calamidad me espera?”, se preguntan. En Europa y en Estados Unidos, los que van a cazar tormentas son los principiantes: el Senior Meteorologist (meteorólogo principal) se queda en el estudio. De hecho, en las reuniones internacionales a las que asistí, muchos chicos se lamentan: “Mi vida no vale nada”, dicen, porque son ellos, los nuevos, los que van a cubrir la tormenta en medio del huracán. En ese sentido, a mí me gusta mucho el trabajo que hace, por ejemplo, José Bianco, el meteorólogo de Canal 13. Es muy buen profesional.

LA OPORTUNIDAD DE TENER UN PROGRAMA PROPIO

-En 2012, debutaste al frente de tu propio ciclo, “Nadia 6.30″, en la pantalla de la Televisión Pública. ¿Lo viviste como una consagración?

-Cuando la gerencia me lo propuso, me negué dos veces, porque era demasiada responsabilidad. La tercera vez que me lo pidieron no me dejaron elegir: “Lo hacés o lo hacés”, me dijeron. Me demandó un gran esfuerzo, porque me obligó a levantarme a las tres y media de la mañana todos los días. Al mismo tiempo, me dio una satisfacción enorme porque me conectó mucho con el público y con colegas del interior del país. De hecho, sigo comunicada con varios de ellos. Me llaman de las provincias para salir al aire. Para mí, es un honor que me llamen. Me preparo, investigo, les cuento. ¿Vos sabés que, en Groenlandia, esa isla ubicada entre los océanos Atlántico Norte y Ártico, en lugar de nieve cayó agua? Eso yo lo tengo que saber porque, si vos me preguntás, yo quiero poder contestarte bien. Por eso sigo conectada con la Organización Meteorológica Mundial, con la Organización Internacional de Presentadores del Tiempo, con la Organización Internacional Meteorológica… ¿Sigo conectada porque me apasiona la meteorología? No sé si me apasiona, de hecho, estoy jubilada desde 2018, pero lo hago porque lo tengo que hacer. Y te voy a decir algo más, muchas veces, “Nadia 6.30″ fue el rating más alto del canal. Yo jamás en mi vida me fijé en los ratings. Fue un voto de confianza que, al mismo tiempo, me dio más responsabilidad.

-Al principio del reportaje, me hablaste de la historia de amor de tus padres y de tus ancestros ucranianos. ¿Fuiste alguna vez a Kiev?

-Sí y fue muy sanador. Haber conocido mis orígenes: a mis tíos, a mis abuelos de parte materna y algunos de parte paterna, contribuyó a mi felicidad. Cuando viajé a “la Ucraína” (N. de la R.: destaca el acento en la “i”), como le dicen ellos a Ucrania, yo estaba triste por amor. Pero, cuando conocí a mis tíos abuelos, es decir a los hermanos de mi abuela por parte de mi madre, y escuché las historias de ellos donde, por ejemplo, en una batalla un padre perdió a tres de sus siete hijos, empecé a preguntarme si yo tenía derecho a estar como estaba. Me acuerdo de que me llevaron al valle donde fue el combate, quedaba ahí nomás de donde vivían, cerca de un arroyo, y el hombre me contaba cómo había sido. La historia era terrible y, sin embargo, él tenía una actitud positiva y alegre. No estaba deprimido, no estaba triste. La fuerza que esta gente puso, sin resentimientos, sin odios, habiendo pasado lo que pasó, me hizo recalcular. Sentí que yo no tenía derecho alguno a estar triste. Y después imagínate: novio que no me funcionaba, relación que se terminaba. Ahora estoy felizmente casada desde hace muchos años.

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