En la actualidad, el término “innovación” está muy de moda. Pareciera que la innovación está presente en los celulares o en algún otro dispositivo novedoso. Sin embargo, las artes siempre han estado posicionadas en la vanguardia de innovaciones sociales, culturales e industriales. El arte puede reflejar, dualmente, el progreso social y económico, o estimular este desarrollo y estos cambios dentro de la sociedad. Con la pandemia, los cambios han sido más profundos de lo que hoy todavía podemos verificar.
Si nos remontamos a los orígenes de la historia occidental, veremos múltiples artistas que eran tecnólogos en sus tiempos. Un caso importante fue el de Sóstrato de Cnido, quien, por orden del faraón Ptolomeo II Filadelfio (283-246 a. C.), diseñó y construyó el Faro de Alejandría. Arte y geometría daban en ese entonces forma a la arquitectura de obras gigantescas y hermosas. Podríamos así enumerar infinitas listas nombres de las diferentes culturas egipcias, griegas, persas, chinas, rusas y visigóticas, entre muchísimas otras donde el arte anticipó avances en el orden tecnológico gracias al “genio” de “la imaginación en acción”.
Imaginar que algo puede ser de otra manera es el primer paso hacia la innovación. Imaginar se les da bien a los niños y un poco menos a los adultos, más que nada por falta de práctica. Imaginar es contemplar otros mundos, creer y, por tanto, ver otras posibilidades que, de momento, no existen. También es jugar, probar y arriesgar ideas locas, sin sentido. Sin el juego, esto no sería posible.
La innovación es, entonces, una actividad global y abarcadora que posee diferentes variaciones. Estas son: la creación, el descubrimiento, la invención y la creatividad. Podemos pensar en una creación a partir de la imaginación y la fantasía (Mozart, Cervantes), un descubrimiento de algo preexistente pero que era ignorado (Darwin, Colón), o una invención como materialización de algo que antes no existía (Watt, Edison). La innovación posee varios rostros. Para la invención, la creación y el descubrimiento, no hay recetas.
Tal vez, el más archiconocido caso sea el de Leonardo da Vinci. Su mera mención es una partícula fundamental en la historia del arte, la cultura, las ciencias y las tecnologías. Sus aportes en estos campos le han otorgado el nivel de leyenda, ícono y referente indiscutible. Sin embargo, más allá de Leonardo, el arte como anticipador de la tecnología ha sido una constante en la evolución de la comunidad humana a través de la creatividad.
EL ARTE: CREATIVIDAD, IMAGINACIÓN E INTELIGENCIA
La creatividad ha sido definida como la capacidad de generar ideas nuevas y valiosas. Para esa producción de ideas, será necesario recurrir a la imaginación, ya que será ella la que nos proporcione todo lo referente a la variable “novedad”. Pero la creatividad no se queda simplemente en lo nuevo, sino que va más allá. Para aportar valor, en lo que constituye una de las diferencias más importantes respecto a la imaginación, la creatividad necesitará tener un objetivo por cumplir. Es decir, no valdrán todas las ideas, por imaginativas o rompedoras que sean. Servirán aquellas que solucionen el problema o foco que hemos determinado. Para ello se usará, además del pensamiento divergente, su eterno compañero, el pensamiento convergente. Gracias a él, podremos someter a nuestras ideas a un proceso de evaluación. Al final del proceso creativo, tendremos una idea apta para los desarrollos innovadores.
Paul Valéry piensa en la misma línea. En su Introducción al método de Leonardo da Vinci, el autor declara: “Muchos de los errores que vician las apreciaciones hechas sobre las obras humanas son debidos a un singular olvido de su gestión (...) Y aunque demasiado pocos autores han tenido el coraje de decir cómo han conseguido construir su obra, lo que creo es que ni siquiera hay muchos que se hayan arriesgado a saberlo”.
Picasso apenas da pistas. Contrariamente a lo que hace la mayoría, él sorprendía con esta aparente paradoja: “Primero encuentro, después busco”. Albert Einstein, por su parte, privilegiaba la imaginación: “La imaginación es más importante que la inteligencia”. Gaston Berger pensaba lo mismo: “La virtud suprema es la imaginación, que no es en absoluto el juego deslavazado de imágenes mentales, sino esta disposición de la inteligencia que rechaza dejarse encasillar, que considera que nada es nunca completamente conseguido y que todo debe ser siempre cuestionado”.
LA CULTURA COMO SINÓNIMO DE INNOVACIÓN
Toda innovación es la puesta en obra de una relación entre cosas que antes no habían sido interrelacionadas. “El juego combinatorio parece ser la característica esencial del pensamiento creador”, señala Einstein. En nuestra concepción pragmática, es corriente referirnos a la “combinatoria”, no solo en la creatividad aplicada, sino también en la creación científica, en el arte permutacional al ordenador, en la música experimental, en la cibernética o en la economía. Pero la idea de combinatoria, en el sentido de la heurística o ciencia del descubrimiento, que hoy damos a este término, tiene sus raíces históricas en un ilustre precursor: el teólogo mallorquín Ramon Llull, a quien se reconoce mundialmente como el “padre de la combinatoria” en su esfuerzo por realizar este mito de la humanidad: la máquina de inventar.
Llull fue uno de los primeros en presentir vagamente la potencia de una mecanización de la lógica, susceptible de superar las capacidades de la mente humana y descubrir que la lógica podía ser “permutacional”. En otro lugar, habíamos escrito que, “ya en su Ars Magna (1308), Llull había intentado combinar entre sí los conceptos de las virtudes teologales, haciendo aparecer la totalidad de las combinaciones posibles. Llull se servía, en esta exploración combinatoria, de su artilugio que consistía en la superposición de tres círculos giratorios representando cada uno de ellos los elementos fundamentales. La rotación de estos círculos ponía así en relación, por la combinatoria, los conceptos variables inscritos en los discos. Llull aplicó esta especie de máquina silogística al discurso sobre las virtudes, pero su auténtico valor metodológico está en el descubrimiento combinatorio”.
Las estructuras de confrontación establecidas por Llull servirían, más tarde, a los alquimistas como una tabla de combinaciones de diferentes cuerpos simples. Por su parte, el filósofo y matemático Gottfried Leibniz, a la búsqueda de un lenguaje universal (¿una moderna piedra filosofal?), se interesó por este proceso en su obra monumental De arte combinatoria.
Muchos de nosotros experimentamos claramente que los talleres artísticos han sido y siguen siendo “una zona de inmersión creativa”. La experimentación, la audacia y la aventura artística movilizan aspectos de la personalidad que nos permiten “soñar despiertos”; es decir, “imaginar futuros posibles”. La innovación no es invención. Ni siquiera se refiere a la creación de prototipos. La innovación es la actualización de ideas en todos los niveles de la producción de bienes y servicios.
ARTE, INNOVACIÓN Y ECONOMÍA
A fines de los 90, David Galenson, economista de la Universidad de Chicago, inició una nueva línea de investigación en economía: aprender sobre innovación y creatividad a partir del arte, ya que los grandes artistas son grandes innovadores. En su libro Conceptual Revolutions in Twentieth-Century Art, Galenson muestra cómo el cambio en la estructura del mercado del arte producido a partir de la primera exposición impresionista en el siglo XIX afectó de forma diferente a diferentes tipos de innovadores, lo que luego se trasladó al desarrollo tecnológico. En el largo plazo, es mucho más importante entender la innovación como un proceso constante para mejorar algo, y no como una invención en sí misma. Existe un error en creer que la innovación es algo deslumbrante. En realidad, la innovación no es algo que aparece en los medios de comunicación.
Hay un pintoresco ejemplo de la influencia de los artistas sobre diferentes innovaciones. Ha ocurrido en el mercado de los zapatos de mujer de lujo, desarrollado en la región llamada de la Riviera del Brenta, en Italia. Allí los empresarios locales decidieron que su fortaleza no sería fabricar millones de zapatillas Nike, sino producir zapatos para Prada o Gucci. Se inspiraron en los artistas plásticos locales, que son grandes diseñadores de Piazzola sul Brenta. Por eso ahora, si tenés un diseño y querés que te hagan ese tipo de zapatos, ese es el lugar donde tu diseño se convertirá en realidad. Lo que hicieron en esa región italiana fue descubrir cómo insertarse en la industria global.
Innovar es todo eso, llevado a la sociedad y aceptado por ella. Significa detectar una nueva oportunidad, generar una idea creativa al respecto, desarrollarla, ponerla en el mercado, y, además, que esa idea sea aceptada por el público por su evidente valor añadido. Eso es innovar. En Argentina, tenemos muchos talentos en ese orden de ideas. En ese contexto, los artistas son un anticipo del futuro.
*El autor de esta nota es curador de arte y museólogo. Además, se desempeña como director de CEDyAT Cultura y de Camargo 1020 Espacio de Arte.
SEGUIR LEYENDO: