Los pilotos de la Fuerza Aérea realizaron heroicas hazañas en Malvinas, y las tripulaciones de los Hércules C-130 son recordadas por muchas de sus riesgosas operaciones.
En la guerra, los Hércules trasladaron material y personal, estableciendo un puente aéreo vital entre las islas y el continente. De hecho, los Hércules C-130 de la Fuerza Aérea volaron durante toda la guerra. Pero hay una historia poco conocida: una misión que no fue de apoyo, sino de combate en el marco de una guerra aeronaval.
UN HÉRCULES MUY PARTICULAR: EL “TANGO-CHARLY” 68
La Fuerza Aérea debía impedir que la Armada británica llegase a las islas con apoyo logístico y, para eso, utilizó a uno de sus Hércules: el C-130 matrícula TC-68. Una aeronave que había sido artillada por la Fábrica de Aviones de Córdoba y estaba en capacidad de lanzar hasta 12 bombas.
El brigadier mayor retirado Alberto Vianna es veterano de la guerra de Malvinas y tenía 41 años y el grado de vicecomodoro cuando se embarcó como comandante del TC-68. “Mi tripulación fue muy particular. El jefe del Escuadrón nos llamó ‘los locos de la guerra’ porque estábamos decididos a cumplir con todas las misiones y tratar de no fracasar en ninguna”, confiesa.
Vianna recuerda todo gracias a una memoria prodigiosa y agrega: “Reconozco que llegó un momento en el que no hablábamos entre nosotros, simplemente nos entendíamos con las miradas. Esa es la ventaja de la tripulación fija, llega un momento en el que uno no tiene necesidad de decir las cosas. Además, éramos todos muy subordinados, y eso que yo no había elegido a los miembros, lo había hecho mi navegador, el capitán Roberto Cerruti”.
Durante la charla con DEF, el veterano de guerra detalló que la misión que debían realizar con el bombardero era arriesgada ya que, en las condiciones del artillado, volaban a 300 nudos cuando, en realidad, la máxima permitida eran 290.
“Decidimos hacerlo un poco más velozmente para tratar de evitar la intersección. Cosa imposible, porque el riesgo existía: no teníamos defensa ni cobertura aérea. Podíamos ser atacados fácilmente por la aviación británica, sobre todo, por los Harriers, que tienen mayor velocidad y una maniobrabilidad asombrosa”, cuenta Vianna.
UNA OPERACIÓN SECRETA
Por aquellos días, los seis tripulantes salieron a volar con el objetivo de cumplir con su misión: impedir que la Armada británica llegase a las islas con apoyo logístico. Por eso, Vianna ideó la operación de la siguiente manera: cuando se ejecutase el ataque, el avión iba a ser volado por el copiloto. Mientras tanto, él, a la derecha, manejaría el armado del sistema y daría las ordenes de ataque.
Debían elevarse para que el capitán Roberto Cerruti pudiera buscar los blancos con el radar. Una vez ubicados, debían descender, pegarse al agua y avanzar hacia el buque para poder identificarlo; si era necesario, había que atacar.
El 29 de mayo de 1982, los encontró volando en la búsqueda de blancos británicos. “Señor es un buque petrolero designado a la flota inglesa”, le llegó a comunicar a Vianna uno de los miembros de la tripulación con motivo de un blanco encontrado.
“No hay duda, teníamos que atacar. Cuando el piloto disparó, el auxiliar me dijo que habían salido todas las bombas. Hicimos escape. En ese momento, no vimos explosión. Volvimos a El Palomar. Pero resulta que, después, nos llamaron desde inteligencia del comando informándonos que el buque se había declarado averiado, quiere decir que nuestras bombas lo golpearon”, relata Vianna al recordar uno de los bombardeos.
EL ATAQUE DEL HÉRCULES AL SUPERPETROLERO
Cerruti, el navegador del TC-68, cuenta que asumían varios riesgos con la misión. Principalmente, porque iban al Atlántico en un vuelo que duraba cerca de seis horas y lo que hacían era buscar buques británicos en la ruta entre la isla Ascensión y las Georgias del Sur.
A medida que se acercaban, eran conscientes de que podían toparse con tres situaciones: encontrarse con un buque neutral, al cual no iban a atacar; encontrarse con un buque logístico, que hacía abastecimiento de la flota, al que sí debían atacar; o la situación más peligrosa, chocarse de frente con un buque de guerra que podía dispararles.
“Nos encontrábamos en Buenos Aires cuando nos enteramos de que se estaba preparando un avión como bombardero, así que nos presentamos como voluntarios. Esta misión era cumplir con nuestro deber y con nuestra vocación”, confiesa Cerruti antes de meterse de lleno en la historia.
“El día anterior, un Boeing había detectado a este buque que se dirigía adonde estaba posicionada la flota de Gran Bretaña. Nos enviaron a nosotros a buscarlo. Cuando llegamos, la primera sorpresa fue que era un superpetrolero que medía 320 metros y, la segunda, que se llamaba Hércules. Si yo digo que un Hércules se va a encontrar con otro Hércules en el medio del Atlántico, nadie me lo va a creer”, cuenta.
Una vez que lo encontraron, comenzaron a llamarlo en las diferentes frecuencias para ordenarle que cambiara su rumbo: en vez de hacerlo, aumentó la velocidad para dirigirse a la flota británica y, cuando la tripulación recibió la orden, lo atacaron en dos pasajes. Luego, quedaron a la espera para orientar a una escuadrilla de Canberras, quienes finalizarían el ataque.
UNA MISIÓN DE HONOR
La empresa del buque no solo decidió terminar de hundir al superpetrolero frente a las costas de Brasil, sino que también le inició un juicio al Estado argentino por el ataque. Una decisión que Cerruti se anima a cuestionar, ya que existían varios interesados en adquirirlo.
“Se decía que no se había hecho la operación un poco como consecuencia de ese juicio. Finalmente, y pasados 20 años, se levantó el secreto y, entonces, se comenzó a comentar, con un poco más de veracidad, qué fue lo que hizo el Hércules bombardero”, explica Roberto.
Pasó el tiempo y el Congreso de la Nación reconoció a la tripulación de este bombardero que, durante la guerra, obligó a Gran Bretaña a reformular los desplazamientos de su flota para evitar los ataques del TC-68. De hecho, Cerruti revela que, tiempo atrás, se conoció que, en el conflicto, el Reino Unido designó a uno de sus cruceros para que se desplazara entre las Malvinas y el norte de las Georgias del Sur con el objetivo de interceptar estos vuelos.
Las misiones del TC-68 fueron arriesgadas, pero ellos nunca dudaron en cumplirlas. Habían hecho un juramento, el de defender a la bandera hasta, si fuera necesario, perder la vida.
“El Congreso nos condecoró con la medalla ‘Al valor en combate’. En mi caso, fue emocionante porque a la ceremonia fueron mis nietos y, por la edad que tenían, pudieron comprender la importancia de ese momento”, finaliza.
SEGUIR LEYENDO: