Las cifras de violencia en el Triángulo Norte de Centroamérica, conformado por El Salvador, Guatemala y Honduras, se ubican entre las más preocupantes del planeta. Buena parte de esa espiral de crimen y muerte tiene una explicación: las maras, pandillas juveniles que siembran el terror en los grandes centros urbanos de estos países. Estos grupos se valen del secuestro, el asesinato y la extorsión para adueñarse de barrios enteros y someter a sus pobladores.
¿De dónde viene el nombre “maras”? Es una apócope de “marabuntas”, una de las especies de hormigas más devastadoras del planeta. También conocidas como “legionarias”, estos insectos viven en grandes comunidades y avanzan formando grandes columnas, arrasando con todo lo que se les cruza en el camino. Las conductas de los grupos juveniles centroamericanos repiten ese mismo patrón. Para que conozcas más, en este video de DEF te contamos cinco curiosidades de las maras.
LAS MARAS, DE LOS ÁNGELES A CENTROAMÉRICA
El origen de estas pandillas se remonta a los años 80, cuando las guerras internas estremecían a los países centroamericanos. Huyendo de los enfrentamientos entras las guerrillas y los regímenes militares, muchos de sus ciudadanos buscaron refugio en EE. UU.
En la ciudad de Los Ángeles, con una numerosa comunidad hispana, los jóvenes de estas familias encontraron en las pandillas una forma de identificación y de protección contra la discriminación de sus coetáneos estadounidenses.
Con los procesos de paz en toda la región y el fin de la violencia, a mediados de la década del 90, muchas de esas familias regresaron a sus países de origen. Así fue como, en las principales ciudades de Guatemala, El Salvador y Honduras, en un contexto de crisis económica y marginalidad, estos grupos comenzaron a adquirir protagonismo y a captar adeptos entre adolescentes y jóvenes de los sectores más postergados de la sociedad. Así dio inicio la campaña de violencia y asesinatos que ha sacudido Centroamérica en las últimas dos décadas. A pesar de la reducción de los índices de homicidios del último lustro, estos grupos no han sido erradicados y siguen desafiando la autoridad del Estado.
TATUAJES, LA HOJA DE VIDA DEL MARERO
¿Cómo se identifican, a simple vista, las maras? Una primera señal externa de sus integrantes son sus numerosos tatuajes. No se trata de una cuestión estética o de moda, sino que responden a un código mucho más profundo. Las imágenes marcadas en forma indeleble en su piel dicen mucho más de lo que los propios mareros están dispuestos a confesar. Los tatuajes son una suerte de hoja de vida de quienes los lucen en su cuerpo.
Algunos ejemplos son las lágrimas, las lápidas e inscripciones, como R.I.P., de la locución latina que significa “que en paz descanse”. Las lágrimas hacen alusión a los muertos. Si están del lado derecho de la cara, cada una de ellas es una persona asesinada por el joven marero. Si están el lado izquierdo, representan a compañeros o seres queridos fallecidos. Cuando están del lado del lagrimal más próximo a la nariz, remiten a alguien muy importante en la vida del marero.
Por su parte, las lápidas o las inscripciones R.I.P. se refieren a seres queridos que han muerto. Los tatuajes de mujeres, en cambio, son la representación de esposas, novias o madres de los mareros. Si aparecen desnudas es porque están presas. Otro tatuaje característico de estos jóvenes son los tres puntos en forma de pirámide, que refieren al lema de las maras: la frase “la vida loca”.
RITOS DE INICIACIÓN Y PACTO DE SILENCIO
El ingreso a las maras implica, para los aspirantes, la obligación de someterse a crueles ritos de iniciación. Los varones, por ejemplo, deben resistir una feroz paliza durante 13 o 18 segundos, según el grupo al que se busque pertenecer: M-13, como también se conoce a la Mara Salvatrucha, o M-18. Otro rito, aun más truculento, es internarse en un barrio controlado por la pandilla rival y matar a un integrante de la mara enemiga.
Todavía peores son las vejaciones a las que deben someterse las mujeres aspirantes a mareras. Existen tres mecanismos para su ingreso a las maras. El primero es la golpiza o el “zapateo”, el método más popular de ingreso. El segundo es la “coronación”, que consiste en el asesinato por encargo de una persona indicada por los jefes de la pandilla. Y, finalmente, la tercera opción y tal vez la más cruel, es la violación sexual en grupo, que varía en duración y cantidad de participantes de acuerdo a lo que las mujeres sean capaces de soportar.
Como en la mafia siciliana, formar parte de una mara implica mantener absoluta reserva acerca de lo que ocurre en su interior. “Lo que pasa dentro de la mara queda dentro de la mara” es el lema que deben respetar todos sus integrantes. Un marero solo puede hablar con alguien ajeno a la organización si es acompañado por otro marero como testigo. Este último es el garante de que lo diga su compañero no implique ninguna traición o ruptura de los códigos de la organización. Cualquier violación a este código puede llevar directamente a la muerte de quien haya hablado o a la toma de represalias contra sus familiares.
LA MUJER, UN ESLABÓN NO TAN DÉBIL
El ámbito marero es predominantemente masculino y machista. Sin embargo, el rol de la mujer en estas organizaciones es clave. Al ser más difíciles de detectar que sus compañeros varones, se suele recurrir a ellas para el resguardo de armas y la obtención de información, así como para tareas de vigilancia y seguimiento de los blancos de futuros secuestros y extorsiones.
Las mujeres también suelen encargarse de visitar a los pandilleros presos y funcionan como vínculo directo entre los mareros del barrio y los de la cárcel. Los sistemas de seguridad de los centros penitenciarios señalan a las mareras como causantes del ingreso de artículos ilícitos y droga que traen en forma camuflada a los penales.
Estos son solo algunos de los truculentos códigos del submundo de las maras. Siguen siendo uno de los mayores dolores de cabeza de los gobiernos centroamericanos. Y, más allá de cierta mejora en las cifras del delito, el fenómeno está lejos de ser erradicado. Gracias a sus vínculos con el narcotráfico y las mafias del crimen organizado, las maras se han adueñado de barrios enteros de las principales ciudades del Triángulo Norte de Centroamérica.
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