Primero, una pequeña historia. El 19 de agosto de 1839, hace 180 años, François Arago, secretario de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Francia, presentó ante París y el mundo el daguerrotipo, el primer procedimiento fotográfico. La patente del invento había sido adquirida por el gobierno francés a sus inventores, Louis Daguerre e Isidore Niépce (en representación de su padre fallecido, Joseph Nicéphore), para ser puesta a disposición de la humanidad. De esta manera, todos podrían valerse de esta técnica para capturar imágenes como nunca antes. Comenzaba así la era de la fotografía.
Apenas ocho años más tarde, en 1847, un tal Adolfo Alexander instaló en Hamel, Alemania, un estudio de daguerrotipos. Su empresa fue un éxito: no solo tomaba estos novedosos retratos, sino que también fabricaba sus propios equipos. Pocos años después, Adolfo desembarcaba en Amércia del Sur, primero en Valparaíso, Chile, después en Mendoza y San Juan y, finalmente, en Buenos Aires. Y precisamente allí es donde comienza nuestro relato.
Abel Alexander es tataranieto de Adolfo. Es investigador, coleccionista y conservador de fondos fotográficos. “Fotólogo”, según el neologismo que inventó para describir su actividad. “Los que nos dedicamos a la historia de la fotografía de alguna manera somos arqueólogos, así que, en lugar de decir arqueólogos, digo fotólogo”, explica a DEF una tarde en su casa de San Miguel, provincia de Buenos Aires.
Alexander integra una primera generación de investigadores y amantes de la fotografía argentina, que trabajó para poner en valor esta disciplina en el ámbito de las artes y el patrimonio. Desde hace dos décadas, se desempeña como periodista especializado en fotografía antigua del diario Clarín, durante 15 años dirigió la fototeca de la Biblioteca Nacional y acaba de publicar su último libro, Estos débiles papeles son más fuertes que los ladrillos, en el que rescata el trabajo de más de treinta años dedicados a la historia de la fotografía antigua en la Argentina. Además, recibió la distinción “Gratia Artis” de la Academia Nacional de Bellas Artes.
-Según lo que nos dice, su trabajo se parece al de un arqueólogo. ¿Incluye desenterrar objetos perdidos?
-En primer lugar, un investigador fotográfico es un rescatador, porque a veces rescatamos fotos de la basura y las ponemos en valor. Investiga el objeto fotográfico, el autor de la foto y su contexto social, histórico y político. Desde 1843, año en que llega la fotografía a Buenos Aires, toda la historia de nuestro país está retratada en fotografías tomadas por fotógrafos profesionales y, después, de una manera cada vez más significativa, por fotógrafos aficionados.
-Hoy en día proliferan cuentas muy exitosas de Instagram o Facebook que publican fotos antiguas. ¿Cómo ve este movimiento?
-Lo ideal sería que todo el mundo hiciera un curso de historia de la fotografía y otro de conservación fotográfica, pero eso es imposible. Lo que sucede con la fotografía es que desde su nacimiento en 1839 tiene cambios tecnológicos cada 20 años. El último de estos cambios ha sido el paso de la fotografía analógica a la fotografía digital. Eso ha producido varias cosas. En primer lugar, la fotografía digital mató a la fotografía analógica, o sea, prácticamente nadie compra un rollo fotográfico y va al laboratorio y hace copias, porque la fotografía digital es inmensamente más rápida, más económica y más sencilla. Segundo, todos los que estamos en el campo de la fotografía histórica vemos con enorme desconfianza a la fotografía digital, porque no sabemos si la foto va a estar a disposición de aquí a 200 años. Si fuera papel, sí.
-¿Cuál fue el impacto de la digitalización en los archivos fotográficos?
-La digitalización en sí no es mi fuerte, pero sí puedo hablar sobre este tema. La fotografía digital directamente desplazó a la analógica. El 99% de la gente que empuña una cámara usa equipos digitales. Ni hablar de que toda la humanidad ahora es fotógrafa, porque los celulares son tan buenos como las cámaras. Entonces, todo el mundo está sacando millones y millones de imágenes cuyo destino es absolutamente incierto. Pero, por otro lado, la fotografía antigua bendice la fotografía digital, porque por primera vez hay una herramienta tan práctica, tan sencilla y tan económica que permite reproducir los archivos fotográficos y hacerlos circular. O sea, saco una foto de mis tatarabuelos y se la mando a mi primo en Australia un segundo después, y en muy buena calidad. Esto no existía antes: había que ir a un estudio, llevar la foto, hacer reproducciones, era caro... Después había que mandar esto por carta. Ahora todo eso está solucionado instantáneamente; y si mi primo en Australia quiere, lo puede bajar y lo puede imprimir. Entonces, de pronto la fotografía digital ha redescubierto la fotografía antigua: la gente empieza a ver sus archivos de familia, los archivos empresariales, los archivos municipales y nacionales, y utiliza la fotografía digital para ponerlos en valor. Como contracara a esa digitalización, hay una cantidad de personas que, como un acto de protesta, empezaron a dedicarse a trabajar con los viejos procesos. En su mayoría, son fotógrafos jóvenes que hacen daguerrotipos, ambrotipos, ferrotipos, colodión húmedos, cianotipos, goma bicromatada... Hasta el punto de que el 19 de agosto de 2019 formé el Club Argentino de Antiguos Procesos Fotográficos y nos juntamos por primera vez en el Museo Simic de Chacarita.
Nuestra relación con la imagen y con el ayer
-¿Cómo se conserva una foto?
-Lo primero que tenemos que decirles a los lectores es que no tiren las fotos, porque hay una enorme cantidad de fotografías que en este momento se están tirando a la calle.
-Bueno, hoy existe una tendencia de reducir el número de cosas que uno guarda, de “ir más liviano”. Me parece que la fotografía antigua familiar es un elemento central en ese reordenamiento.
-Creo que hay pocas cosas que ocupen tan poco lugar como las fotografías, porque son papeles. ¿Cuánto puede ocupar? Una cajita; o sea, no es que usted tiene que guardar un ropero o una máquina de escribir, son papeles delgados. Eso es lo primero. Lo segundo es que cuando uno tira fotos de familia, está tirando la historia de su propia familia en la basura. Un ejemplo claro es mi historia: mi tatarabuelo fue un pionero en la fotografía y su hijo, mi bisabuelo, se dedicó también a la fotografía. Luego, la fotografía no continuó en la familia Alexander. Pasaron cinco generaciones hasta que yo me interesé. Entonces, la gente que tira los retratos de familia, no sabe si su tataranieto va a querer reconstruir la historia de su familia. Las fotografías son también un árbol genealógico visual. Cuando finalmente pude encontrar el retrato de mi tatarabuelo, me llevé una sorpresa: soy muy parecido a él, y eso que pasaron cinco generaciones.
-Si no las tiramos, ¿cómo es la mejor manera de las almacenarlas?
-El peor enemigo de la fotografía es la humedad. El excesivo calor tampoco ayuda, y tampoco se puede estar exponiendolas directamente al sol, porque se decoloran. Hay que guardarlas como una cebolla, en muchas capas. Primero, colocar las fotografías en el lugar más seco y fresco de una casa. Después colocarlas, por ejemplo, en una caja. Las más recomendables por su practicidad y bajo precio son esas cajas de archivos azules que se venden desarmadas en las librerías, que están hechas de polipropileno, un material neutro. Muchas de esas casas cajas vienen con un agujerito para que pase el aire, entonces lo que hay que hacer es sacar la tapita y poner una gasa pegada del lado de adentro para que no ingresen los insectos. Luego hay que tomar la fotografías y, con un pincel de pelo muy suave, hay que limpiar el anverso y reverso varias veces para sacarles otro tipo de suciedad. También se pueden comprar sobres de papel libre de ácido, pero eso es bastante caro. Incluso, hay otra precaución que hay que tomar: a las fotografías hay que identificarlas, porque de acá a 100 años nadie va a saber quién es ese señor pelado que aparece. Las fotos a veces se empiezan a tirar cuando los familiares descubren que no saben quiénes son.
-¿Cuál es la relación de las personas con las fotografías?
-La gente tiene una ligazón muy poderosa con las fotografías. Generalmente, son custodiadas, guardadas y cuidadas por las mujeres de familia; no son los hombres, son las mujeres: la madre o la abuela son las que tienen todo el control de ese archivo de la historia familiar. Ellas son quienes a veces dictaminan quién se queda en la familia y quién se va. A veces se ve a una novia sola y el novio desapareció de un tijeretazo. Pero, en algún momento, se muere la abuela que era la que tenía todo el archivo... y la abuela tenía una casita... y entonces lo que pasa es que los parientes tienen que vender la propiedad, pero no la pueden vender amoblada, hay que vaciarla. Ahí es cuando se produce el camino de la destrucción de los archivos fotográficos de familia, que son millones.
-¿Cómo se destruye ese material?
-Lo mejor que puede pasar, dentro de lo peor, es que el archivo se disperse, que se lo repartan entre los parientes según afinidades. El siguiente peligro se da cuando se decide que las fotografías no tienen que caer en manos extrañas, “porque vaya uno a saber lo que se hace con esa foto, hay mucha gente mala”. Entonces, como las fotos no tienen que caer en manos extrañas, las matan. A veces las queman, a veces las entierran… El mismo tratamiento que a un ser humano… A veces sucede, como también pasa con los seres humanos, que las abandonan. Me pasó muchas veces que me llaman porque compran un departamento y encuentran en el fondo de un placard una caja llena de fotos del que el antiguo dueño no quiere saber nada. Finalmente, el segmento menor, el que no es quemado, ni enterrado, ni abandonado, ni roto, son las fotos que se dejan al costado de la vereda, junto con un calefón o una silla rota. Y ahí vienen los grandes rescatadores, los agentes culturales, que antes eran botelleros, luego cartoneros y ahora recicladores urbanos. Son los que más conciencia patrimonial tienen: levantan la foto, la ponen en una bolsa negra y un día van a una feria de pulgas y preguntan cuánto le dan por la bolsa. Saben que ahí hay algo de plata. Por ahí les dan 100 pesos, pero después vienen los anticuarios de Barrio Norte, los decoradores, y se la venden a $1000. O sea, empieza una recuperación del patrimonio.
-Pero si un historiador recibe un álbum anónimo, ¿qué rescata de allí? Porque todos son desconocidos...
-Para los que estamos específicamente en el campo de la Historia de la fotografía, en su inmensa mayoría, la Fotografía profesional está identificada. Es de Cristiano Junior, es de Witcomb, etc. Esas fotos nos sirven para armar la historia de ese fotógrafo en particular o de esa firma fotográfica comercial. Pero las fotos de época sirven de muchas maneras, por ejemplo, hay investigadores sobre los muebles, otros sobre sobre la vestimenta, otros sobre los medios de transporte, entre otras disciplinas. En la columna que tengo en la revista Viva del diario Clarín hago eso: muestro una fotografía y cuento muchas cosas sobre la foto en sí, sobre lo que está mostrando y sobre el fotógrafo que la tomó. Todo eso solo con una imagen. Cada foto tiene una historia increíble que hay que buscar y que se puede encontrar.
*Esta nota es un extracto de la original. La entrevista completa fue publicada en la revista DEF N.º 139.
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