Algo está por terminar, algo está por empezar. Así podría entenderse la estructura de un buen cuento, y así podemos entender el momento que transita la economía de plataformas. Es una etapa bisagra, un eslabón que une un pasado glorioso con la incierta geometría del futuro. Dos grandes hitos marcan una nueva era en la dinámica económica de las plataformas: el fin de la era subsidiada y la pandemia. En el medio, el fantasma de la regulación legal.
UNA PEQUEÑA HISTORIA
El economista y bloguero estadounidense Ranjan Roy tenía un amigo dueño de una pizzería en Manhattan. Durante casi una década, su amigo se resistió a hacer delivery porque, decía, eso lo distraería del servicio presencial y, además, otras cadenas, como Domino’s, lo hacían mejor. Sin embargo, de a poco, el dueño empezó a recibir quejas telefónicas de que la pizza a domicilio tardaba demasiado en llegar, o que el queso estaba frío. Los llamados empezaron a multiplicarse: ya no podía ser solo una confusión. Un día, Ranjay abrió Doordash, aplicación análoga a PedidosYa, y vio que existía la opción de pedir pizza en el restaurante de su amigo. El dueño no sabía qué pasaba: tradicional como era, juraba nunca haber ofrecido la opción de delivery en ninguna plataforma. Es más: estaba de malhumor porque sus empleados perdían tiempo en atender reclamos por envíos inexistentes. Pero había otra cosa, algo esencial: la pizza, cuyo precio en el local era de 24 dólares, en la app se vendía a 16.
Después de un segundo de confusión, el proceder de estos dos amigos fue el de cualquiera con capacidad de juicio: a modo de prueba, encargaron por la app una pizza y pagaron 16 dólares. Al rato, un hombre con una caja de delivery apareció en el local, pidió una pizza y pagó 24 dólares con tarjeta de crédito. Voilá.
Economía de plataformas, economía colaborativa, the gig economy. Distintas formas de nombrar lo mismo: la cultura del trabajo independiente, sin jefes, horarios ni formalidad. Cada nombre, por supuesto, tiene una valoración implícita, porque las batallas más efectivas y sutiles son las del sentido.
Economía colaborativa es un concepto optimista que concibe un usuario con necesidades frente a otro que puede satisfacerlas sin más intermediarios que una app: todos se ayudan entre todos, ambas partes tienen un beneficio y hay buena onda. Por ejemplo, el transporte de Uber, donde se hace hincapié en que quienes salen a manejar no son choferes profesionales sino gente que quiere hacer dinero extra en su tiempo libre. Por ejemplo, PedidosYa, Doordash o MercadoLibre.
En cambio, el color de la expresión economía de plataformas es menos alegre: se refiere a un modelo laboral ultraflexible, sin seguridades de ningún tipo, sin vacaciones, sin horarios, sin insumos para el trabajo (los repartidores compran hasta la caja térmica). En una palabra, sin la parte buena de tener jefe.
¡HEMOS SIDO SUBSIDIADOS!
Ranjan y su amigo comerciante ganaron dinero a costa de Doordash, pero la pregunta de fondo era: ¿por qué una plataforma tan desarrollada pagaba 24 dólares por algo que después vendía a 16? ¿Quién puede empecinarse tanto en perder?
Sin embargo, pocos saben que, desde hace diez años, varias de las principales plataformas fueron a pérdida. Algunas cifras: en 2019, Uber perdió 8500 millones de dólares. En 2020, pandemia de por medio, mejoró: perdió apenas 6800 millones. Se estima que para 2021, con el aumento de tarifas y el apuntalamiento de Uber Eats, la empresa al fin acuse ganancias. Doordash, que brinda un servicio de delivery, reportó una pérdida de 450 millones de dólares sobre una inversión de 900 millones en 2019. Spotify, que ya tiene doce cumpleaños en su haber, solo fue rentable en el último trimestre de 2018.
La respuesta es que hemos sido engañados: durante la última década, las plataformas se esmeraron por ingresar en el mercado y ganar la confianza de los usuarios. Un pasajero debía olvidarse de levantar el brazo en la esquina y aprender a pedir un auto con el celular, un cliente necesitaba tiempo para aprender que las compras se pueden hacer en línea. Y qué mejor que subsidiar el entrenamiento: Uber era más barato que un taxi, Glovo ofrecía envíos gratis y descuentos los días de semana. Un conductor de Beats, competencia de Uber, relató que, en Argentina, la empresa les paga un bono a todos los choferes a modo de incentivo, porque el precio de los viajes es tan barato que no podría generar un margen para ellos. Es decir, hasta ahora nunca pagamos el verdadero costo de los servicios de plataforma, y los inversores empiezan a perder la paciencia. ¿La era dorada del consumidor llegó a su fin?
AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA
El extraño momento que ya atravesaban las plataformas se vio afectado por una contingencia mayúscula: la pandemia. La economía se desplomó, el PBI regional se contrajo 7,1 %, y en América Latina la tasa de desocupación alcanzó el 10,5 % (CEPAL-OIT).
En paralelo, la cuarentena y los cuidados para evitar la circulación del COVID-19 cambiaron nuestros hábitos de consumo. A más tiempo en casa, más pedidos a domicilio, más compras por internet y menos desplazamiento. De acuerdo con el informe “Delivery en pandemia”, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2020 se “aceleró la revolución digital” y se dispararon muchas de las transformaciones que ya sufría el mundo laboral de Argentina en los últimos años, sobre todo el crecimiento de las plataformas digitales y las nuevas formas de trabajo asociadas a este fenómeno.
Por un lado, señala el informe, la pérdida de empleos formales y la falta de oportunidades hicieron que una masa de nuevos desempleados mirara el trabajo en plataformas con otros ojos, sobre todo “debido a los escasos obstáculos que existen para incorporarse a esta actividad”. Pero, por otro lado, también destaca el riesgo de contraer el virus y profundizar la situación de precariedad por falta de cobertura médica, un ingreso mínimo y la falta de descanso.
“La economía de plataformas presenta nuevas oportunidades de ingreso y cumple un rol de contención social en contextos de subocupación y desempleo como el actual, agravado por la llegada de la pandemia. Al mismo tiempo, las condiciones híbridas que ofrece a sus trabajadores hacen que represente un planteo disruptivo en el mercado laboral. Cada vez es más necesaria una estrategia inteligente que promueva un marco regulatorio adecuado”. destacó Pía Garavaglia, integrante del Programa de Ciudades de CIPPEC durante el evento digital de lanzamiento de Fairwork Argentina, una iniciativa que evalúa y puntúa las plataformas digitales de trabajo.
La informalidad de este tipo de trabajos hace que sea difícil construir estadísticas. Por ello, tanto la OIT como CIPPEC realizaron encuestas a trabajadores de plataformas en Argentina. Las encuestas de la OIT arrojan que, con respecto a diciembre 2019, en diciembre de 2020 las entregas a domicilio por día aumentaron un 15 % y, a su vez, bajaron los tiempos de espera entre pedidos. Es decir, disminuyó el tiempo muerto entre viaje y viaje, lo que condujo a que los trabajadores, que en su mayoría son hombres y migrantes, redujeran una hora su jornada laboral. Sin embargo, pese a las buenas nuevas, la cantidad de horas semanales trabajadas en promedio sigue siendo alta.
QUÉ SE PUEDE HACER APARTE DE REGULAR
Frente al aumento de demanda y el vuelco de mano de obra en trabajo de plataformas, que a pesar de la suba de rendimientos todavía produce “caídos del mapa”, queda en evidencia la falta de regulación estatal. “Los nuevos modelos de negocio y el avance vertiginoso de los desarrollos tecnológicos generan preguntas complejas para las y los decisores de políticas públicas en todos los niveles de gobierno, y desafían el marco laboral actual”, subrayó Garavaglia.
La pregunta, entonces, es: ¿cómo establecer regulaciones para un tipo de trabajo con dinámicas distintas del tradicional? Las razones para hacerlo no son solo cuidar a los trabajadores, sino también recaudar un flujo que hasta ahora se escurre de las manos del fisco: al fin y al cabo, sostener un modelo económico de subvenciones por desempleo a quienes se desempeñan en plataformas es menos sustentable que cobrar impuestos a esas mismas plataformas, aun si eso implica un costo mayor para los usuarios.
En el Reino Unido, la regulación no es una quimera. En mayo de este año, después de un largo enfrentamiento que no excluyó las sentencias judiciales ni el miedo, Uber se vio obligado a empezar el camino de la remuneración a sus empleados: prometió vacaciones pagas, la incorporación a un régimen de pensiones y licencias por paternidad.
En junio, el G7 –compuesto por Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón, Italia, Canadá y el Reino Unido– llegó a un acuerdo para que las grandes corporaciones paguen el 15 % de impuestos en los países donde operan. Hasta ahora, empresas como Facebook y Amazon solo abonaban en el país en el que estaban radicadas, que, por razones de costos, suele ser Irlanda.
PRONÓSTICO RESERVADO
Asistimos, entonces, a un nuevo escenario. En América Latina, las regulaciones no llegaron, pero dada la cantidad de nuevos desempleados o subempleados que se volcaron a las plataformas, no parecen estar demasiado lejos.
Al mismo tiempo, la era subsidiada vislumbra su fin y los usuarios tendremos que asumir el valor real de los servicios que encargamos con el celular. Adónde nos puede llevar esta mezcla es algo que ni los algoritmos más sofisticados pueden predecir.
*Esta nota fue producida y escrita por una miembro del equipo de redacción de DEF
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