“A los países no les gusta ir a la guerra cuando sus economías están sufriendo”, declaró el politólogo Barry Posen en un reportaje. “Mientras estemos lidiando con las consecuencias económicas del coronavirus, creo que va a haber una desinclinación a escalar las tensiones en una guerra”, agregó, refiriéndose a EE. UU. y China. En otro artículo, el académico remarca los registros históricos que sustentan la poca disposición de los países a ir a la guerra en medio de una peste. Esa afirmación ha quedado desmentida en varios episodios bélicos.
India y China se enfrentaron en una frontera perdida con decenas de muertos, Rusia reinició sus actividades militares en la frontera de Ucrania y, fundamentalmente, la organización terrorista Hamas lanzó 3750 cohetes sobre el Estado de Israel, que respondió con más de 1900 salidas aéreas, misiles y artillería.
Estos pronósticos tranquilizadores y enigmáticos, sorprendentes en Barry Posen, son siempre descorridos por los hechos. Recordamos la tesis de Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia”. Filósofo político de sesgo hegeliano, Fukuyama creyó que el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética traerían la paz democrática y el triunfo definitivo del capitalismo como modo de producción.
Su tesis fue falseada casi inmediatamente por la guerra de los Balcanes y el genocidio de Ruanda. Hegel pensó lo mismo a principio del siglo XIX, cuando Napoleón extendió su dominio sobre Europa. El Espíritu alcanzó su realización en la historia, personificado en el Estado prusiano, según el filósofo, quien dijo ver pasar el espíritu de Europa montado a caballo en Berlín. En su opinión, la humanidad había llegado al punto en el que sobrevendría la reconciliación.
Al mismo tiempo, en Berlín otro pensador expuso una opinión totalmente opuesta. La guerra tiende a los extremos, sostuvo Carl von Clausewitz, quien dijo que lo que podían esperarse eran más y más guerras. Esta profecía fue confirmada por los sucesos luctuosos que ocasionaron los conflictos bélicos ininterrumpidos desde la muerte del general prusiano, mientras que la reconciliación nunca tuvo lugar.
Clausewitz diferenciaba dos niveles de análisis de la guerra: uno teórico, “fantasmagórico,” de la tendencia de la guerra hacia los extremos; y otro práctico, en el cual las cosas no llegaban a esos extremos por los límites que ponían las leyes, los usos y costumbres y, fundamentalmente, la política. Las grandes matanzas que se abatieron sobre el mundo refirmaron esta visión del militar prusiano. Al final de la Guerra Fría, varios académicos sostuvieron que las ideas de Clausewitz eran obsoletas. El profesor israelí Martin van Creveld presentó su tesis sobre la “transformación de la guerra”.
Hace pocos meses, publicó otra obra en la que analizó los temas que Clausewitz no tuvo en cuenta. Sin mucha sutileza, el libro se llama Más sobre la guerra. Mary Kaldor, profesora de la London School of Economics, publicó un texto en el que expuso las características de las nuevas guerras. El concepto fue discutido fervientemente en los principales ámbitos y el ejemplo que utilizó para describirlas fue la tercera guerra de los Balcanes.
Sin embargo, creo que no hubo mucho de nuevo en ese conflicto. En los Balcanes hubo episodios de guerra de guerrillas, tácticas irregulares, terrorismo, actividad de organizaciones criminales y técnicas horrorosas, como la limpieza étnica, aunque la característica general no se alejó demasiado de la descripción del prusiano. La teoría clausewitziana tiene más poder explicativo en los Balcanes que estas teorías contemporáneas: hubo agonistas que se enfrentaron en duelos violentos, tratando de imponer por la fuerza sus objetivos.
Las operaciones militares fueron conducidas por gobiernos para obtener objetivos territoriales. En Ruanda puede observarse el ascenso a los extremos de la guerra absoluta, con duelistas que buscaban imponer salvajemente sus deseos sobre sus enemigos y gabinetes políticos que llevaron adelante operaciones militares para aniquilar a sus oponentes.
GUERRAS HÍBRIDAS
El período de la pos Guerra Fría fue muy rico en experiencias bélicas. ¿Cuándo se puede decir que aparecieron elementos novedosos sobre la guerra? Sin desechar las teorías de las “guerras de baja intensidad”, las “guerras de cuarta generación”, la “transformación de la guerra” y las “nuevas guerras”, coincido con Frank Hoffman en que lo verdaderamente nuevo llegó con la segunda guerra del Líbano en 2006.
Hoffman desarrolló el concepto de “guerra híbrida”, al constatar que en el sur del Líbano aparecieron nuevas características, como la multidimensionalidad, la integración operacional y la explotación del dominio de la información. Hezbollah, una organización terrorista no estatal, demostró capacidades militares estatales, estudió el estilo de guerra occidental, descubrió vulnerabilidades y desplegó tácticas en el teatro de operaciones que provocaron un efecto de gran sorpresa.
Los militares estadounidenses analizaron esa amenaza, que Hoffman denomina “híbrida”, como antes habían estudiado el combate de las alturas de Golán en 1973. La organización chiita evidenció una conducción política centralizada bajo la autoridad de su comandante político Hassan Nasrallah y desplegó sus tropas en células descentralizadas con tácticas novedosas, aprovechando el terreno donde ocurrieron las acciones. Las tropas demostraron ser disciplinadas y entrenadas, con tecnología de punta, manejadas con flexibilidad en un ambiente urbano.
Hezbollah estableció sus fortificaciones entre la población, desde donde montaron emboscadas con disciplina de fuego, buen entrenamiento militar y manejo de armas potentes, principalmente de origen ruso. Dieciocho tanques Merkava fueron averiados, y los terroristas poseían vehículos no tripulados de gran alcance que les permitieron conocer los movimientos israelíes y transportar hasta 50 kilos de explosivos.
La victoria militar de Hezbollah es neblinosa, si tenemos en cuenta que perdieron alrededor de 600 combatientes, pero este empleo híbrido de guerrilla, tropas regulares y comunicación social tuvo su efecto: conmovió la credibilidad de la anteriormente invencible Fuerza de Defensa de Israel.
Algo parecido ocurrió en la ofensiva del Tet en Vietnam en 1968, cuando las fuerzas del Norte lanzaron una operación masiva a la que se sumaron los vietnamitas que operaban en la clandestinidad. Luego de 45 días de combate, la invasión fue repelida y los guerrilleros debieron escapar. Sin embargo, fue un golpe muy duro para la opinión pública estadounidense. El pueblo perdió la moral para apoyar la guerra, en términos clausewitzianos.
En el Líbano, esta forma de combatir perturbó la doctrina israelí, parecida a la estadounidense por su sostén tecnológico y el empleo de armas stand off. Al mismo tiempo, desbarató la ficción de la llamada “guerra posheroica”, que prescribía evitar las bajas propias y los efectos colaterales sobre la población civil. Los terroristas demostraron que lo único que pretendían era hacer daño a su enemigo.
En los últimos enfrentamientos con el Estado de Israel, Hamas perdió gran parte de su poder militar, mientras que Israel tuvo solo doce bajas. Todavía es temprano para evaluar lo ocurrido, pero evidentemente aprendieron las lecciones de aquella guerra. Hoffman reconoce la visión clausewitziana en el duelo entre estos enemigos mortales, pero destaca las nuevas características de estos conflictos. Como era de esperarse, los intelectuales antinorteamericanos presentaron una visión diferente de las cosas. Andrew Korybko publicó su libro Guerra híbrida. Revoluciones de colores y guerra no convencional.
En él, sostiene que la “guerra híbrida” es una manera de actuar de EE. UU., que primero desestabiliza políticamente a los países que le interesan, como en Europa del Este, luego emplea su poder comunicacional en la guerra de la información y, de ser necesario, despliega sus fuerzas especiales o convencionales. Advierte sobre estos peligros y llama a los países a prepararse para estas invasiones, cuestión que la izquierda vernácula agita como un peligro inminente.
Korybko parte de un grave error histórico. Los países de Europa del Este no fueron conquistados por el imperio estadounidense. Cuando desapareció la Unión Soviética, estos se plegaron masivamente hacia el Occidente capitalista y los antiguos miembros del Pacto de Varsovia se incorporaron a la OTAN. He convivido con esos representantes militares en el programa Partnership for Peace; en ellos, más que los efectos de una técnica híbrida de Occidente, descubrí la esperanza de los antiguos satélites soviéticos de escapar de su pesadilla y entrar a un mundo mejor.
REVOLUCIÓN MOLECULAR
Algún analista sostuvo que el error inicial de Israel fue cambiar el sistema de estudio de su Escuela de Guerra, que había incorporado textos filosóficos posmodernos, como los elaborados por Gilles Deleuze y Paul Guattari, en detrimento del estudio de los clásicos de la guerra. A propósito de estos filósofos, hace poco el expresidente colombiano Álvaro Uribe emitió un tuit donde hablaba de la “revolución molecular disipada”. Un señor llamado López Tapia publicó varios videos en YouTube sobre este concepto en Chile.
Excede la intención de este artículo analizar una teoría como esa, pero es preciso aclarar que de ningún modo los conceptos de estos filósofos constituyen llamados a la revolución. Deleuze y Guattari incursionan en la micropolítica presentada por Michel Foucault. Dice Guattari: “La cuestión micropolítica –esto es, la cuestión de una analítica de las formaciones del deseo en el campo social– habla sobre el modo en que el nivel de las diferencias sociales más amplias (que he llamado ‘molar’) se cruza con aquello que es molecular.
Entre estos dos niveles no hay una oposición distintiva que dependa de un principio lógico de no contradicción. Parece difícil, pero es preciso cambiar de lógica. En la física cuántica, por ejemplo, fue necesario que en un momento dado los físicos admitiesen que la materia es corpuscular y ondulatoria al mismo tiempo. De la misma manera, las luchas sociales son al mismo tiempo molares y moleculares”. El ejemplo que da Guattari del cambio molecular se refiere al psicoanálisis.
Hans Magnus Enzensberger publicó en 1993 un libro llamado Perspectivas de guerra civil, donde analizaba las tendencias violentas de los seres humanos, únicos primates capaces de matar a sus congéneres a gran escala. La guerra civil no solo es una costumbre ancestral, sino la forma primaria de todo conflicto colectivo. Este autor expone la idea de la “guerra civil molecular”, que se produce cuando los lazos sociales se cortan y, poco a poco, los hombres se dejan llevar por un odio que les es natural.
Rene Girard, antropólogo miembro de la Academia de Francia, expuso su idea de la mímesis, apoyándose en las intuiciones de Freud. Los hombres se imitan, como los animales, y cuando se crea un ambiente de enfrentamiento social, es posible que la violencia estalle.
La violencia es propia de las conductas humanas. Thomas Hobbes presentó en el siglo XVI una teoría base de la filosofía política moderna. Según él, las comunidades humanas vivían en estado de naturaleza, donde “existía continuo temor y peligro de muerte violenta y la vida del hombre era solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”.
Para salir de allí, los hombres debieron pactar y, de ese contrato, surgió una autoridad, un régimen político y un orden social. Dice el filósofo inglés: “Mientras los hombres viven sin ser controlados por un poder común que los mantenga atemorizados a todos, están en una condición de guerra de cada hombre con cada hombre”. “En las sociedades libres, sostiene, a quien más deberían temer los ciudadanos es a los jueces”.
Tengo la impresión de que las desestabilizaciones ocurridas en países hermanos obedecen a motivos bastante conocidos por la ciencia política, la ciencia económica, la sociología y la antropología, agudizados por la tragedia del COVID-19. En Medio Oriente, la guerra se infectó de ese virus y adquirió altas tasas de contagio y letalidad. La filosofía política occidental ha desarrollado, desde Hobbes, una solución para la guerra del hombre contra el hombre, la creación de un régimen político y jurídico estable que respete la libertad, los derechos de los hombres y establezca instituciones que canalicen la solución de los conflictos de manera pacífica. La revolución, en cambio, ha demostrado ser una catástrofe que no soluciona los problemas y que solo trae muerte, injusticia y dolor.
* El autor de esta nota es coronel (R) del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y oficial de Estado Mayor. Más en DEF
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