Como una tradición de sombra larga y pesada, las instituciones que se encargan de ejercer la fuerza pública arrastran una trayectoria de clara impronta masculina. En una época en la que el papel de la mujer es revisado en todos los ámbitos sociales, las fuerzas armadas y policiales no son, o no deberían ser, la excepción. Así lo entendió Sabrina Calandrón, autora de Mujeres armadas (Paidós).
La autora, investigadora del CONICET, doctora en Antropología Social y subsecretaria de Derechos, Bienestar y Género del Ministerio de Seguridad de la Nación, estudia la inserción y el desarrollo de agentes mujeres en las cuatro fuerzas que se suelen denominar federales: la Gendarmería Nacional Argentina, la Policía Federal Argentina, la Prefectura Naval Argentina y la Policía de Seguridad Aeroportuaria. DEF dialogó con la autora sobre los comienzos, en los 70, cuando las mujeres solían ingresar a las fuerzas con pollera y bajo la premisa de que eran más hábiles para ejercer el arte del engaño, y las luchas dentro de la institución por la igualdad cultural.
-¿Qué motivos promovieron la incorporación paulatina de mujeres en las fuerzas policiales y armadas?
-Hay varios motivos que se superpusieron en diferentes momentos del siglo XX. En principio, apareció una necesidad política y estatal de controlar y perseguir mujeres delincuentes en el espacio público. Me refiero a pequeñas ladronas que aprovechaban un amontonamiento de gente, mecheras, prostitutas o incluso niños que vagaban. A estas mujeres, además de perseguirlas, había que encarcelarlas y tomarles medidas corporales para los registros. Esto se mezcla con la preocupación por la cuestión de la pobreza urbana que no deriva directamente en delito, pero sí en la alteración del orden establecido. Para esa nueva situación, empezaron a necesitar otras mujeres. Después, hay otra necesidad que se reitera en muchos países del mundo: la investigación secreta. Las fuerzas policiales y armadas requieren de tareas de infiltración de mujeres que, en el marco de las investigaciones, también se convierten en anzuelos que son capaces de manipular, engañar y llevar hasta las garras de las policías a los delincuentes. De estas actividades, hay pocos registros, justamente, por el carácter que tenía ese tipo de labor secreta o reservada. Y un tercer eje es el cambio en el mundo del trabajo y la educación formal, donde van ingresando mujeres, este es un proceso más anclado a la reivindicación y transformación de los derechos de las mujeres. En una sociedad que se va abriendo, ellas innovan en las formas de inserción, salen a trabajar al espacio público y acceden al trabajo en el Estado.
-En el libro, se lee que, en los 70, el uniforme oficial de las policías de provincia de Buenos Aires incluía pollera y cartera. “La implementación de la cartera buscaba camuflar el instrumento letal a cargo de las jóvenes mujeres”. ¿Cómo se trabajó esa tensión entre las exigencias de la labor y los estereotipos de género en las distintas fuerzas?
-Armar con poder de fuego a las mujeres fue un desafío para un Estado que mantenía estereotipos de género tradicionales, conservadores y moralistas. Por eso, se trató de un proceso paulatino: las primeras policías tenían un silbato y una cadena. Pasaron algunas décadas para que llevaran revólver con ellas, como hacían los hombres. Pensemos que darles un arma era darles el poder de matar, y ese posible ejercicio de la violencia es algo que nos estuvo negado a las mujeres, siempre pensadas como sensibles, débiles, dolientes. En los términos de las violencias, ellas eran pensadas como objeto foco de la violencia, no como sujeto activo. Ahí estaba el desafío. Entonces, la cartera era una forma de enmascarar ese contrasentido. Si por dentro había un arma y ocho balas, por fuera seguía siendo un instrumento que no desentonaba con la feminidad conservadora. Este tipo de estrategias se multiplicaban. Por ejemplo, había cierta exigencia de mantener una belleza femenina, usar aros o un poco de maquillaje. Algo de esto todavía lo vemos, las mujeres usan pollera en buena parte de los uniformes de las fuerzas. Se trata de un esfuerzo institucional para que estas “nuevas” tareas no contribuyan a quebrar los estereotipos de género. Algo que igualmente fue inevitable.
-En una parte, se señala que “la habilidad para pasar desapercibida en el paisaje femenino y ocultar una extrema preparación en el uso de la fuerza detrás de una figura dulce y serena se volvió vital para el acceso de las mujeres a especialidades policiales”. ¿En qué consistió esa importancia?
-Esta fue una ventana interesante que algunas agentes supieron aprovechar. Era un plus, algo que podían hacer ellas y no podían hacer sus compañeros varones. Entendieron esto. Entonces, lo usaron para potenciarse detrás de esos estereotipos que las habían limitado antes. Podían hacer tareas de custodia, de inteligencia, de investigación criminal sin levantar sospecha, sin que nadie les prestara demasiada atención. O incluso usando esa capacidad de dañar, lastimar o resistir físicamente como un efecto sorpresa. Una joven oficial me contó que un día, mientras hacía control nocturno, unos jóvenes quisieron entrar a la fuerza en un lugar haciendo caso omiso a sus órdenes porque la veían “minita”, y cuando el conflicto escaló redujo a uno de ellos y lo esposó sola. En esta forma de nominarse, hay mucho de esa importancia.
-¿A qué refería al decir que: “En las Fuerzas Armadas, hay una tendencia a considerar a las mujeres más en función de su sexualidad que de su desempeño”?
-Me refiero a dos temas. El primero es la excesiva atención que en estos ámbitos se le da a la vida sexual de las personas en general y las mujeres en particular. Pasa también en otros ámbitos profesionales, no son excepcionales. La sexualización del lenguaje, de las metáforas y de los chismes. Un enorme porcentaje de chismes que circulan son sobre la vida sexual de las personas y eso construye o socava la autoridad y la reputación de las y los agentes. Si alguien es proclive a tener muchas parejas sexuales, muy probablemente desconfíen de su profesionalismo, de su criterio para tomar decisiones. Y en particular, si una policía o militar tiene varias parejas sexuales (simultánea o sucesivamente), dirán que asciende por esa razón, que se acomoda en el trabajo gracias a eso, que tiene ventajas por eso o, por otro lado, si creen que tiene poca actividad sexual dicen que por eso es una amargada, es recta o tiene mal humor.
Lo segundo, muchas veces se distribuye a las mujeres en tareas según esa reputación sexual y amorosa: si está casada, si es soltera, si la consideran linda o coqueta, si es lesbiana. Todo eso se pone en juego a la hora de darle un rol y mandarla a embarcar con muchos hombres, de patrulla a la montaña, en una oficina con otras mujeres, en una secretaría privada con jefes y así podemos seguir. El sexo y la sexualidad es lo que primero ven cuando miran a una militar o policía.
-¿Qué lugar ocuparon y ocupan las organizaciones de mujeres dentro de las instituciones para lograr igualdad de trato y de posibilidades?
-Yo creo que las demandas del movimiento de mujeres son inspiradoras y alentadoras para los cambios hacia una mayor igualdad y mejores condiciones profesionales en las fuerzas armadas y de seguridad. Las exigencias del feminismo tienen que ver con mayor libertad. Una vez dentro de las fuerzas, fueron presionando para poder ascender igual que los varones, cumplir todas las funciones, entrar a lugares como la infantería o la caballería, tener las mismas posibilidades de capacitaciones y aspirar a ser jefas, a conducir. Todas estas cosas no las tenían permitidas inicialmente. Eso fue cambiando, y fue cambiando gracias a que enunciaron sus demandas y las hicieron colectivas.
-¿Cómo es hoy la situación de las mujeres en las FF. AA. argentinas y las fuerzas policiales?
-Hay un largo camino recorrido. Hoy, las mujeres tienen un tratamiento y una inserción desde lo formal que es igualitaria. Tenemos mujeres que ocupan cargos de conducción, que están llegando a los grados jerárquicos más altos, que se especializan y que son muy profesionales. Pero llegan ahí luego de un enorme esfuerzo, que es mucho mayor que el de los varones. Cargan con una gran sobreexigencia y una evaluación constante ¿Qué nos queda por cambiar? Las prácticas sociales y culturales. Tenemos mucho por hacer en construir espacios donde los hábitos, las costumbres, las relaciones y el modo de realizar el trabajo sean libres de violencia y discriminación.
-¿La incorporación de mujeres en estos espacios produce o puede producir cambios estructurales en la institución?
-Absolutamente. Y esta certeza tiene que ver con que las transformaciones que persigue el movimiento de mujeres son justamente aquellas que, al cambiar el lugar de las mujeres en la sociedad, cambia la sociedad entera. Al modificar la inserción de las militares y policías, no cambian únicamente ellas, cambia la institución. La mayor incorporación de mujeres muestra profesionalización y transparencia, muestra que vamos derribando formas de exclusión basadas en el género y apostamos a jerarquizar las habilidades, la preparación, las capacidades de las personas.
-A la hora de realizar el estudio de campo y hacer las entrevistas, ¿encontraste algo que te sorprendiera?, ¿se te presentaron obstáculos?
-Para mí, hacer trabajo de campo es siempre una experiencia reveladora. Siempre encuentro cosas que me sorprenden, que me descolocan, que me llaman la atención. Al inicio, encontré que me atraviesan las mismas preocupaciones que a las militares, policías y bomberas. Hay mucho de experiencia compartida que traspasa límites de profesión u oficio. También entendí algo muy particular que viven ellas: poner la propia vida en riesgo por salvar a otros, ya sea la comunidad o la patria. Eso sí es algo muy específico y que en parte me fascinó. Es una forma de pensar y vivir distinta.
* Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF.
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