La vida de Aldo Franco bien podría ser la trama de una película. En 1982, protagonizó, con el Regimiento de Infantería 6, el difícil combate en el monte Dos Hermanas. Por entonces, los ingleses habían iniciado el avance y se esperaba un contraataque argentino de vehículos Panhard. Ese movimiento no se concretó y la sección que lideraba Franco debió frenar a los británicos en esa altura. A pocos metros de distancia, combatieron hasta primeras horas de la mañana, hazaña que pudieron lograr gracias a la valentía de los soldados y el apoyo del sargento Juan Barroso.
Años más tarde, durante el ataque al Regimiento de La Tablada, un disparo lo hirió y le provocó parálisis en una pierna. Fue a rehabilitarse a Estados Unidos y, al volver, el Ejército lo enfrentó a nuevos desafíos. Pero esa carrera que tanto había anhelado como comando de la Fuerza se vio interrumpida por la discapacidad que le había provocado la lesión.
A pesar del traspié, continuó, cursó una carrera en sistemas para poder realizar otro tipo de tareas en el Ejército. Sin embargo, en ese momento, recibió otro duro golpe: estaba a punto de ingresar a la Escuela Técnica de la Fuerza cuando le comunicaron que lo retiraban. Era joven, tenía una hija y muchos sueños y metas por delante.
Hoy, es empresario y lleva adelante un proyecto solidario. Dice que no fue fácil, pero, en ningún momento bajó los brazos. En diálogo con DEF, Aldo cuenta cómo debió reinventarse y comenzar de cero.
VOLVER A EMPEZAR
-¿Cómo es ser malvinero y empresario?
-Cuando volví de Malvinas, hice el curso para ser comando. Fui a Brasil a hacer otra capacitación y, cuando regresé, me casé. A los pocos días, el 23 de enero de 1989, me pegaron el tiro en La Tablada, así que fui a Estados Unidos a rehabilitarme. Cuando regresé, me destinaron como jefe de la custodia del jefe del Ejército. Y, además, me puse a estudiar Licenciatura en Sistemas.
Fue todo muy rápido. Como sabía que mi problema no tenía solución, y que ya no iba a poder ser operativo, decidí entrar a la Escuela Superior Técnica del Ejército. Cuando rendí el último examen, me llegó la orden de baja del Ejército por discapacidad en la pierna. Tiempo más tarde, me enteré de que había logrado ingresar a la Escuela.
-¿Te enojaste con la Institución?
-Me enojé, pero con mis superiores. Me amargué. Justo el mismo día en el que me pasaron a retiro, yo tenía un final en la facultad. El que me tomaba era un economista, hijo de un brigadier. Él sabía que yo era militar y teníamos onda porque, en la facultad, yo era del grupo de los grandes. Tenía 30 años y, el resto, alrededor de 18.
Llegué a la clase. Empezaron a llamar de a uno. Mi cara estaba desfigurada y me preguntó qué me había pasado. Le cuento y, después del examen, me pide que lo espere en la esquina porque se quería tomar un café conmigo. Yo estaba embolado, imaginate, mi casa era un velorio porque me habían pasado a retiro de un día para el otro.
-Además eras joven, tenías planes…
-En ese entonces, era teniente primero y no tenía un mango. Me acuerdo de que me había anotado en uno de esos planes de ahorro para comprar un coche y, ese mismo día, me llegó la adjudicación de un Senda diésel, que terminó siendo mi primera herramienta de trabajo. En el mismo momento, frío y calor.
Ese profesor me dio un consejo. Yo había hecho un proyecto para hacer un correo electrónico, porque antes había intranet. Y me sugirió hacer un correo privado para repartir cartas. Yo no tenía mucha idea, pero saqué el permiso de correo privado y pasé de ser el jefe de la custodia, el teniente primero condecorado y de haber ascendido a capitán entre los primeros; a repartir cartas.
“YA VA A SALIR EL SOL”
-¿Lo sentías como un peso?
-Para nada, no se me caía la cara de vergüenza. Empecé con algunos cumpleaños de 15, casamientos… Comencé repartiendo las cartas con mi esposa. Así que empecé a pelearla. Más tarde, conseguí repartir las revistas del cable. Después, agarramos un laboratorio y repartíamos los análisis clínicos. También hice mudanzas, trabajé de motoquero, hice de todo.
Por la tarde, mi esposa me acompañaba a dejar las cartas, así hacíamos todo más rápido e íbamos con nuestra hija en el asiento de atrás del auto. Después, con un préstamo, sacamos nuestra primera camioneta.
-Por lo que contás, fue una etapa de muchos sacrificios.
-Tuve la oportunidad de estudiar un curso de posgrado en el IADE, sobre Dirección de Pequeñas y Medianas Empresas. Con muchísimo sacrificio, pagué la inscripción. Ese momento coincidió con la llegada de mi tercer hijo. Además, como me debía ir del barrio militar en el que vivía, me endeudé, pero pude comprar mi departamento. Todo pico y pala. Siempre con un amigo que te explica, otro que no; un contador que sabe, otro que no… Siempre prueba y error, pero con el espíritu malvinero: hay que pelear, porque va a salir el sol y esto se va a terminar. Aunque la verdad es que no se termina nunca porque uno tiene un espíritu emprendedor.
-¿Ese curso te sirvió?
-Me dio un barniz de cómo hacer las cosas de forma comercial. Pude traducir muy bien los libros militares a la vida civil. Yo me daba cuenta de que mis compañeros pensaban diferente. Tenían un background empresario. Ahora, en la parte operativa, yo les sacaba ventaja. Las empresas crecen por lo que más sabe hacer el dueño. Si el dueño es operativo, la empresa va a ser operativa.
Empecé a tener una estructura más empresarial. Además, normalmente el emprendedor olfatea el riesgo. Y yo, que siento adrenalina con los riesgos, que corrí toda mi vida, me empecé a enganchar con negocios que otros no querían hacer. Cuando me dijeron que no me metiera con los camiones porque era un lío, bueno ahí es adonde me fui a meter.
EL ESPÍRITU DE MALVINAS
-Capitalizaste esa inclinación profesional…
-Aprendí muchísimo de mis soldados. Ellos defendían con tesón. ¿Qué era la Patria para ellos? Era el mundo que los rodeaba. Ese espíritu de defender lo suyo es muy fuerte; si lo trasladás al trabajo diario, es mucho más fácil porque ves virtudes y no problemas.
La guerra me dejó la enseñanza de que se puede, de que siempre debe haber compañerismo, de que hay que trabajar en equipo y de que existe una fuerza interior que es imbatible. Siempre se puede. Si uno tiene actitud, las cosas no van a andar mal.
-¿Tu familia lo vivió así?
-Mi mujer y mis hijos me acompañaron siempre. Cada vez que emprendo una locura, la familia me acompaña. Hay un principio militar que dice que, para lanzar cualquier ataque, hay que tener el frente interno bien consolidado, si no, no podés lanzarlo. Yo traté de utilizar siempre este axioma en la empresa: cuanto más fuerte es el negocio, más fuerte debe ser la estructura.
-¿Cómo fue que empezaste con los camiones y con la idea de llevar Malvinas a tu emprendimiento?
-Cuando uno va a la guerra, no vuelve de la misma manera en la que fue. Vas con una escala de valor y, cuando volvés, eso cambia. Uno aprende que lo sencillo promete éxito. Yo traté de hacer las cosas de la manera más sencilla posible. Así, empezás a encontrar la esencia de muchas cosas. En reconocimiento a quienes me enseñaron eso, que fueron mis soldados, yo traté de rendirles honor. Por eso, cada camión tiene el nombre de un caído en Malvinas. Dar la vida por un camarada es lo más sublime que hay. Nosotros volvimos de la guerra porque ellos murieron. ¡Cómo no les voy a rendir honores a aquellos que me permitieron volver y que me permitieron hacer esto que estoy haciendo!
Quienes están enterrados en Malvinas hicieron historia. Nosotros construimos la historia en función de ellos. Pero, aparte, también se construye la historia con el trabajo diario. Por eso, en nuestra empresa trabajan muchos integrantes de las Fuerzas que fueron a Malvinas, muchos hijos y parientes. Tenemos mucha gente malvinera. La empresa funciona así. Tiene esa personalidad de lucha.
-Además, los camiones circulan y llevan la causa adelante…
-Vamos por todo el país. La empresa se llama Puerto Argentino. Lo de los camiones es un símbolo del espíritu que le queremos dar a la empresa. Un espíritu de solidaridad completa porque el trabajo que hacemos, netamente de servicio, es solidario. Camiones, galpones o herramientas compra cualquiera. Pero el espíritu de la gente que maneja esos camiones y de quienes operan esos galpones es diferente.
EL PERFIL SOLIDARIO DE UN HOMBRE QUE SE REINVENTÓ
-Es una empresa logística…
-Es una empresa logística que ahora desarrolló un concepto de negocio basado en la producción de alimentos. Tiene un perfil solidario. Mi otra empresa, Grupo Detall, encontró una forma de trabajar para bajar los costos logísticos. Hicimos un proyecto regional donde todos los elementos que producimos los vendemos adentro de esa región. A la gente se le abarata el costo.
-¿Qué tipos de alimentos son?
-Son 25 productos de la mesa familiar de la marca La Minucha, un nombre que elegí en honor a mi madre y a todas las madres que tienen enterrados a sus hijos en Malvinas. El logo tiene las manos de una mamá entregando el producto de la tierra. Tenemos los productos, tenemos a quienes los producen y tenemos a las personas que aman lo que hacen.
-Además, incursionaron en el mundo del deporte.
-Todo el mundo conoce a los grandes productores de comida o a los grandes equipos de fútbol, pero el interior está lleno de productores de comida y de clubes. Entonces, notamos que había equipos del interior que estaban escasos de medios. Patrocinamos a un equipo al que le tocó, por tema de calendario, jugar contra Boca por la Copa Argentina. Estaba la camiseta de La Minucha y, al lado, la de Boca.
Nos animamos y tenemos clubes en los que les damos las camisetas a los chicos. Uno es Atlas y estamos tratando de darle también a un club de Mercedes. No le damos camisetas al plantel superior, se las damos a los chicos con la idea de incentivar el deporte. Para nosotros, es gratificante ver que todos los niños de un club tienen su camiseta. Además, Atlas mantiene el espíritu de barrio y es solidario, al igual que el perfil de La Minucha.
CONVIVIR CON MALVINAS
-¿Qué recuerdos tenés del día en el que te dijeron que ibas a la guerra?
-Tenía una alegría enorme. Organizaron una compañía especial. Todos queríamos ir. El 2 de abril, mi jefe anunció que se habían recuperado las islas Malvinas. Los soldados se presentaron voluntarios. Hace 39 años que entramos en combate por primera vez, fue en el cerro Dos Hermanas.
-Sos muy optimista…
-Tengo una mirada diferente de la guerra. Yo creo que no solo lo pienso, sino que también lo vivo así. Si no, me hubiese quedado en mi casa cuando me pasaron a retiro por mi discapacidad motriz. A los seis años de aquel momento, pude correr maratones, hice los mil kilómetros del Camino de Santiago y crucé los Andes corriendo.
-¿Cómo vivió la guerra tu familia?
-¡Mirá qué ironía! Yo soy de familia italiana que vino a la Argentina escapando de la guerra. Soy el primer argentino de la familia. Mi nonna siempre se reía porque decía “nosotros volvimos de la guerra y ahora nuestro primer nieto va a una”.
-¿Tenés algún recuerdo de aquellos días?
-Hay uno que tengo muy presente. En Malvinas, yo recibía cartas. Cuando volví, traté de agradecerlas todas. En una oportunidad, le fui a agradecer a una chica: me puse de novio. Hoy es mi esposa y, desde ese momento, estamos juntos.
-Años más tarde, estuviste en La Tablada. ¿Nunca te preguntaste por qué te pasó todo eso a vos?
-No. En vez de perder tiempo preguntándome eso, fui a hacer las cosas que tenía que hacer. Mi nonna me contaba un cuento: un señor se había muerto y, cuando llegaba al cielo, le daban una cruz. Le daban a elegir el tamaño y él elegía la más pequeña. Sin embargó, comenzó a caminar con su cruz y llegó un momento en el que se dio vuelta y dijo: “Esta también es pesada”. Así que, en definitiva, cada uno lleva la cruz que puede, y a mí me toca llevar esta.
* Esta nota fue escrita y producida por una miembro del equipo de redacción de DEF
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