La historia desconocida de los Patricios que pelearon en la Guerra de Malvinas

En abril de 1982, los históricos cuarteles del barrio porteño de Palermo se preparaban para desplegar una Compañía en el Archipiélago. Estos soldados, herederos de aquellos de 1806, enfrentarían por tercera vez en su historia a los ingleses

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Recién arribados a las islas, los integrantes del Regimiento 1 de Patricios lucen en sus duvet el parche con la histórica insignia. Foto: Gentileza suboficial mayor Miguel Ángel Saraza.
Recién arribados a las islas, los integrantes del Regimiento 1 de Patricios lucen en sus duvet el parche con la histórica insignia. Foto: Gentileza suboficial mayor Miguel Ángel Saraza.

Allá a lo lejos, en las Invasiones Inglesas y en la batalla de Vuelta de Obligado, los Patricios supieron enfrentar a los británicos. En abril de 1982, la soberanía se puso nuevamente en juego y los herederos del cuerpo creado por Cornelio Saavedra brindaron, una vez más, muestras de su deber con la patria.

DEF dialogó con algunos veteranos de esta unidad, en la previa de un nuevo aniversario de Malvinas. Pero antes, una salvedad: previo a comenzar con sus relatos, ellos eligen recordar antes que a nadie al soldado Claudio Alfredo Bastida, el único hijo de madre viuda que prefirió no estar entre los exceptuados para ir a la guerra y decidió pelear hasta el final en defensa de las Malvinas. Bastida cayó en Monte Longdon, pero aún sigue vivo en la memoria de los infantes del cuartel de Palermo.

“Ese viernes, yo estaba en mi pueblo, Fray Luis Beltrán. Me fui para el único banco grande que había ahí, me frenó el gerente y me dijo: ‘Che, Saraza, ¿viste que tomaron las Malvinas?’. Volví a mi casa, prendí el televisor y ahí vi todo”, cuenta el hoy suboficial mayor (retirado) Miguel Ángel Saraza. Por entonces, y con el grado de sargento ayudante, él no estaba en la lista de los que irían a la guerra, pero sabía que, de una forma u otra, sería parte.

Saraza contactó a un viejo amigo, un ayudante del general Leopoldo Galtieri: “No me la quería perder. Tengo dos hijos que, entonces, tenían entre 13 y 10 años. Hablé con él y, en un momento, medio que levanté la voz”. Cuenta que Galtieri preguntó qué ocurría y le comentaron que había un sargento ayudante que quería ir a Malvinas. “Me preguntaron por qué quería hacerlo si yo tenía hijos, a lo que yo contesté ‘Bueno, si nos ponemos a pensar en eso, no va nadie’, y así fue como al final me dejaron ir”, dice.

Los soldados saludan durante su despedida en el Regimiento de Av. Bulrich y Santa Fe. Foto: Gentileza Veteranos de Patricios / Diario Popular.
Los soldados saludan durante su despedida en el Regimiento de Av. Bulrich y Santa Fe. Foto: Gentileza Veteranos de Patricios / Diario Popular.

El soldado clase 62 Antonio Palacios comenta que él también, como muchos otros, se ofreció como voluntario. “Estábamos haciendo el Servicio Militar Obligatorio; si Argentina entraba en guerra, nosotros teníamos que ir. Era nuestro deber”, relata Enrique Pochintesta, otro soldado clase 63.

De a poco, los familiares se comenzaron a acercar para despedir a sus hijos. La madre de Carlos Bareiro, un soldado clase 62, se enteró y le llevó una bolsa con latas de picadillo y galletitas: “Mi mamá lloraba, pero mi papá estaba trabajando y no pudo ir, porque no le dieron permiso. Tiempo después, supe que él fue quien más lloró”.

Ellos, junto a otros más de 180 efectivos, integraron la Compañía A “Malvinas”. Fue el propio Saraza quien, junto a su hijo, se encargó de comprar y preparar las chapitas que identificarían a los Patricios en la guerra. En las islas, en su mayoría, ellos se instalaron en las posiciones de Puerto Argentino.

“TODAS LAS NOCHES RECIBÍAMOS BOMBAZOS”

“El 13 de abril, lo primero que se hizo fue darle de comer asado a la gente que se iba. Mientras tanto, íbamos haciendo la carga de todas las cosas”, describe Saraza. Ese mismo día, el periodista Nicolás Kasanzew fue al Regimiento y necesitaba hablar con un jefe. Nadie quería hacerlo. “Mire, señor, me dijo Kasanzew, me dicen que el jefe es usted. Yo no sé quién es, pero si no habla usted, yo voy a terminar diciendo cualquier pavada”, relata Miguel Ángel, y agrega: “Así que hablé, y después nos fuimos a Gallegos”.

Ya en la capital santacruceña, el entonces sargento ayudante recibió una notificación de un superior: “‘Le pusieron 15 días de arresto por hacer declaraciones no autorizadas’. Pregunté sorprendido si era cierto e inmediatamente le dije ‘Averígüeme si quieren que los cumpla en la isla Gran Malvina o en la Soledad’. Tiempo después, me enteré de que, cuando informaron que me iban a sancionar, un oficial dijo ‘Cómo le van a hacer esto justo al único tipo que se va contento a la guerra’”.

Con una mezcla de ansiedad, excitación e incertidumbre, los soldados parten a la guerra. Foto: Gentileza Veteranos de Patricios / Diario Popular
Con una mezcla de ansiedad, excitación e incertidumbre, los soldados parten a la guerra. Foto: Gentileza Veteranos de Patricios / Diario Popular

En el archipiélago, los días se vivían con sensaciones variadas. Antonio Palacios dice que él, por ejemplo, le escribió a su hermano porque, junto al Regimiento 25, se había instalado en una zona a la que era probable que llegaran los ingleses: “Mi hermano había estado en el conflicto con Chile; entonces, de soldado a soldado, le escribí y le pedí que no les dijera nada a los viejos, pero que estaba en cabeza de playa. Más tarde, nos movieron”. También recuerda que, el primero de mayo, cuando se produjo un bombardeo, le acababan de dar una ración de comida cuando le gritaron “¡alerta roja!” y debió tirarse al piso. “Ese día, perdí la ración. Pero, con el correr de los días, cuando había un bombardeo, íbamos a nuestra posición y seguíamos comiendo. Mi pensamiento era: o me muero de hambre o me mata una bomba”, confiesa.

“Una vez, junto a un amigo de otro batallón, cuando íbamos por la bahía, me muestra que había ropa militar tirada. Me dice ‘Mirá, acá desembarcaron los ingleses y se vistieron de civil para ir adentro. Esto es lo que me da miedo, porque no sabés por dónde aparecen’”, recuerda Palacios.

Para ellos, las noches eran eternas. No solo porque oscurecía muy temprano, sino porque era el momento en el que los británicos los hostigaban. Pochintesta hace memoria: “Nosotros recibíamos los bombazos destinados a la zona y al aeropuerto. Además, estábamos cerca de las antenas donde se les transmitía a barcos y a aviones la información para atacar. Era el enlace de Malvinas con el continente”.

“Yo a ese lugar lo llamé ‘el purgatorio’, porque el bombardeo empezaba a las 6 de la tarde y terminaba a las 6 de la mañana. Además, había algo que denominaba ‘la agonía de los 15 segundos’: escuchabas el pum… salía esa bomba. Si silbaba, había pasado de largo, pero, si caía cerca, había que tener cuidado porque ellos batían en forma de cinco”, agrega Palacios.

LOS PATRICIOS, DEL CIELO AL INFIERNO

Todos sentados, alrededor de una mesa instalada en ese cuartel que, hoy, es monumento histórico, chequean datos, nombres, fechas, comparten algunas anécdotas. Los más grandes le dicen a Daniel Orfanotti (quien en marzo de 1982 estaba recién comenzando el Servicio Militar): “Vos pasaste del cielo al infierno directamente. Nosotros, en cambio, estuvimos en el purgatorio”.

“El momento que vos pasaste no lo pasó cualquiera”, le dice Saraza. Es así: Orfanotti terminó yendo a Malvinas de un día para el otro. Buscaban soldados con conocimientos de manejo de vehículos, artes marciales, inglés o relojería, por ejemplo. Daniel estaba entre ellos. La idea era prepararlos solo si los llegaban a necesitar. Ese entrenamiento terminó el 30 de abril; aquel día, estaban cambiados y listos para salir. Pero llegó una contraorden.

Él llegó a Malvinas y fue en apoyo del Regimiento de Infantería 7, unidad que tuvo que soportar el enfrentamiento de Monte Longdon, uno de los más crudos de toda la guerra. Orfanotti, que estaba junto a Bastida, rememora: “Llegué a ponerme el casco y comenzó todo. Estábamos con la ametralladora, yo era apuntador; y Claudio, abastecedor, y me acuerdo perfecto de que el oficial, atrás mío, decía ‘Dale pendejo’ y yo le daba y le daba. En un momento, el combate paró y nos dijo: ‘Sigan así, pónganse más atrás para no ser tan vistos y yo me voy a recibir órdenes’. Porque todo era una locura. Nos quedamos los dos solos ahí. Seguimos y seguimos hasta que nos llegó la bomba. En ese instante, murió Claudio”.

Los veteranos durante la charla con el equipo de DEF. Foto: Fernando Calzada
Los veteranos durante la charla con el equipo de DEF. Foto: Fernando Calzada

“Yo no sabía dónde estaba en ese momento. Según dicen, esa noche, alcanzó a hacer una sensación de 20 grados bajo cero. Yo tenía el equipo y una bufanda tejida por mi vieja. Estaba bien abrigado, sin embargo, transpiraba… pero del miedo, te soy sincero”, confiesa Daniel.

CLAUDIO BASTIDA, UN PATRICIO HISTÓRICO

Orfanotti compartió con Claudio Bastida sus últimos minutos de vida. Murió en combate, heroicamente. Podría haber evitado estar en esa guerra, sin embargo el deber con la Patria pudo más. “Su mamá había quedado viuda, con un hijo. Y, si bien tuvo una infancia como la de cualquier otro, por ahí tenían que vivir de prestado. Era un pibe de primera, su idea era hacer el Servicio Militar y engancharse en el Ejército para poder darle una casa a su mamá. Gracias a su hijo, la ‘Gallega’ pudo tener esa casa. Fijate que tuvo que dar su vida”, se emociona Daniel al recordar a la madre del soldado Bastida, quien falleció en febrero de 2020. “Gracias a Dios, pudimos ir todos a despedirla”, concluye.

LA VIDA POR LA PATRIA

El 14 de junio, la guerra terminó. Fue una jornada tristísima para todos los veteranos. “Se escuchaba el silencio”, dice Miguel Ángel Saraza. “Yo no lo quería aceptar. Rompí mi ametralladora para entregarla desarmada e inservible. Además, enterré la pistola”, cuenta Antonio Palacios. “Además, ese mismo día nos tomaron prisioneros”, agrega Enrique. Al volver, trajeron con ellos ese silencio. “Estuve 9 años sin decir nada a nadie. Sufrimos mucho. Estuvimos muy encerrados en nosotros y el Estado también se cerró para nosotros. Después, nos empezamos a juntar y me lo tomé mejor. Comenzamos a hablar y creo que fuimos nuestros mejores psicólogos”, reflexiona Enrique.

Palacios es contundente: “Nunca más fuimos tan importantes como cuando fuimos soldados. De nuestra posición, por ejemplo, dependía la vida de nuestros compañeros o sección. Nunca más tuvimos esa valoración, responsabilidad e importancia”.

De izquierda a derecha: Daniel Orfanotti, Enrique Pochintesta, Carlos Bareiro, Antonio Palacios y Miguel Ángel Saraza. Foto: Fernando Calzada
De izquierda a derecha: Daniel Orfanotti, Enrique Pochintesta, Carlos Bareiro, Antonio Palacios y Miguel Ángel Saraza. Foto: Fernando Calzada

“Para mí, esos fueron los días más cristalinos y puros que uno puede vivir. Si en ese momento nos daban un millón de dólares, ¿qué pensás que íbamos a hacer? Prenderlo fuego para no tener frío. En la guerra, no les das importancia a las cosas materiales, sino a las profundas, a las que te llegan al alma”, reflexiona Miguel Ángel, al tiempo que agrega: “Van a pasar 40 años, y nuestra mentalidad también fue cambiando. Si me preguntabas, después de cinco años, si volvería a hacerlo, quizá no. Pero hoy daría mi vida por eso”.

¿Fueron chicos de la guerra? “Eso me molesta. No fui Rambo, ni tampoco un cobarde”, afirma Orfanotti. “Yo tengo un dicho para eso: no pertenezco a la compañía del soldado lástima. Para mí, esa técnica de desmerecer es inglesa. Yo, cuando visito las escuelas, digo que tenemos la misma altura que un Patricio de Saavedra o un Granadero de San Martín”, agrega Palacios.

Y, sobre el cierre, Bareiro se permite una reflexión: “¿Qué hubieras dado vos si, estando en la primaria, te visitaba un Granadero que cruzó los Andes? Aprovéchennos, todavía estamos acá”.

*Esta nota fue escrita por una periodista de la redacción de DEF

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