“El espacio, la última frontera”, rezaba el inicio de la popular serie de mediados de los años 60 Star Trek (Viaje a las Estrellas). Con la carrera espacial en pleno apogeo y con el objetivo último de llegar a la luna, la imaginación desbordaba gracias a las ansiedades por la necesidad de logros y los temores que los invasores del “planeta rojo” despertaban en occidente.
Si bien hace siglos que convivimos con el espacio ultraterrestre en nuestra imaginación, su irrupción como agente de cambio de las condiciones estratégicas desde el punto de vista militar y comercial data de la segunda mitad del siglo XX y hoy gana su lugar en las consideraciones geopolíticas de los Estados.
El objetivo de aquella primera carrera espacial de llevar a un ser humano a la luna y traerlo de vuelta a salvo impulsó el desarrollo acelerado de las tecnologías de cohetes, sistemas de guiado, combustibles sólidos y líquidos. Al igual que en el campo nuclear, tener una participación en la industria espacial ponía a un país en la primera línea de la “frontera” tecnológica. En tal sentido, vale destacar que, con los vaivenes y las inconsistencias de su historia, la Argentina marcó presencia en ambos campos y la mantiene hasta nuestros días.
En esa época, se tomó conciencia de que los sucesos que tuvieran lugar en el espacio impactarían inevitablemente en la superficie terrestre, lo que dio origen a una nueva idea de análisis geopolítico: “Quien controla el espacio comanda la tierra”, una frase con innegables ecos de la célebre sentencia de Halford Mackinder.
En este sentido, Bruce Franklin en su libro War Stars (2010), señala la existencia de un complejo entretenimiento-militar-político que acompaña y nutre de manera articulada el complejo industrial-político-militar. Los tiempos en los que vivimos vuelven a encontrar a ambos en una senda común de mutuo refuerzo y de alimentación de la imaginación popular, ante una nueva era de competencia global en el ámbito ultraterrestre.
Razones sobran: el espacio es un ámbito al que llegamos para quedarnos, y al que llevamos nuestra capacidad para generar amenazas. Al decir del personaje interpretado por Brad Pitt en la reciente película Ad Astra (2019), somos “devoradores de mundos”. La actual carrera espacial presenta tres objetivos: mantener y crear nuevas ventajas que incidan de forma decidida en el ámbito terrestre; incrementar la exploración humana del espacio profundo; y, finalmente, expandir el rol que el espacio tiene en los esquemas económicos de los países. A la búsqueda de conocimiento sobre el universo, se agrega la obtención de los recursos que necesitamos para lograr un mundo sustentable. Por lo tanto, la conflictividad asociada a este período es inevitable.
UNA NUEVA COMPETENCIA
Esta etapa presenta una cooperación muy inestable y limitada entre los competidores. EE. UU. y aquellos países considerados de la órbita occidental continuarán trabajando juntos, pero emergerá una dinámica diferente frente a actores alternativos, tales como Israel, los países del mundo árabe, China y Rusia.
Esa competencia viene acompañada de una creciente militarización resultante de su condición de “espacio común”, tal como lo tipifica Barry Posen en su seminal artículo “The Command of the Commons” (2003). Ese espacio puede ser explotado por quienes tienen las condiciones tecnológicas para hacerlo y lo utilizarán en tiempos de conflictos para su proyección de poder. Estamos ante dinámicas de suma cero en un espacio que está abierto a la colocación de cargas útiles de valor militar (desde sensores hasta armas) y en el que la verificación efectiva es difícil.
Además de los Estados, también debemos considerar a los actores privados que vean en el espacio un ámbito de oportunidades y negocios, no solo para ellos, sino también para aquellos demás países que no puedan desarrollar por su cuenta la capacidad de acceder al espacio y explotarlo.
En definitiva, el espacio ultraterrestre vuelve a entrar en el radar del público general. Con narrativas y presupuestos bien variados, y con elencos de nivel cinematográfico, dos series buscan desde el “poder blando” promover visiones favorables a la relevancia del espacio en la estrategia general de los EE. UU. y concientizar sobre la importancia de profundizar y expandir la presencia norteamericana en un ámbito cuya feroz fluctuación de temperaturas (entre 125 ºC y -100 ºC), la ausencia de sonido y carencia tanto de presión como de oxígeno hacen que sea imposible la vida en él, tal como nos recuerda Alfonso Cuarón en su película Gravedad (2013).
BUROCRACIAS EN EL CIELO, COMO EN LA TIERRA
Netflix lanzó Space Force (2020), que, a través de un humor regular y anodino, examina los motivos que llevan a establecer una fuerza militar dedicada a operar en el espacio, y todo lo que esto conlleva. El eje se centra en la disputa entre dos agencias: la incipiente Fuerza Espacial, que busca una razón de ser que no solo la posicione ante el público y el resto del aparato militar, sino también ante sí misma; y su agencia de origen, la Fuerza Aérea, que no se resigna a la pérdida de recursos y de primacía decisional en materia espacial. Y, de paso, criticar a la desajustada administración Trump.
Space Force ilustra cómo la creación desde cero de una organización militar conlleva todo tipo de dificultades cuya solución dependerá en gran medida del carácter y personalidad de aquellos que son puestos al frente. En la trama de la serie, esto se manifiesta en los esfuerzos del comandante de la Fuerza Espacial –el general Mark Naird (Steve Carell)– por cumplir con la misión inicial de proteger internet y los satélites que la hacen posible, a la que se le sumarán la de lograr el pleno dominio del espacio cercano a la Tierra y, luego, de la luna. Mientras tanto, sus contrapartes de la Armada y de la Fuerza Aérea (la fuerza de origen del propio Naird) le hacen la vida imposible, como solo lo pueden hacer dos burocracias que ven en riesgo sus presupuestos y poder.
Cabe recordar la historia de la propia Fuerza Aérea de EE. UU. y sus orígenes como un servicio del Ejército, hasta que, en 1947, obtuvo su independencia a partir de dos misiones: la supremacía aérea y el bombardeo estratégico. Su nacimiento es la culminación de un largo trayecto que se puede observar en el documental animado de Walt Disney Studios Victoria mediante el Poder Aéreo (1943), y que vio las carreras de muchos de sus promotores iniciales, como el general Billy Mitchell en la década de 1920, limitadas o interrumpidas ante el oprobio y el castigo de sus pares.
En el caso de la verdadera Fuerza Espacial, su propio camino comienza con la creación en 1985 de un Comando Espacial, que en 2002 sería disuelto y sus responsabilidades pasadas al Comando Estratégico (dependiente de la Armada y la Fuerza Aérea). En 2019, fue reestablecido como una instancia militar conjunta, cuyo principal aportante sería una nueva fuerza separada pero dentro del Departamento de la Fuerza Aérea.
Space Force tiene éxito en capturar el rol vital de las burocracias para consagrar o condenar las iniciativas políticas, la dependencia vital que los sistemas y redes terrestres tienen respecto de los emplazamientos espaciales y, por último, la importancia central que tiene alinear correctamente las metas de una organización con su desarrollo funcional, aun por encima de la abundancia de recursos puestos a su disposición.
¿PARA TODA LA HUMANIDAD?
Desde una óptica distinta, con un presupuesto e ideas de mayor elaboración y ambición, Apple TV+ estrenó en 2019 la serie For All Mankind. Su creador, Ronald D. Moore, ya había conducido la exitosa “reimaginación” de 2004 del clásico de ciencia ficción de la década de 1970, Battlestar Galactica, con su premisa original de lucha entre humanos e inteligencias artificiales adaptada al clima de la guerra contra el terrorismo.
For All Mankind tiene como premisa una historia paralela en la que la carrera espacial de los 60 jamás terminó. ¿El punto central de divergencia con nuestro universo? La sorpresiva llegada de una misión tripulada soviética a la luna dos semanas antes de que Neil Armstrong pudiera dar su célebre “pequeño paso”, que con una misión lunar subsiguiente protagonizada por una mujer cosmonauta ponen a los EE. UU. al borde de una derrota en la competencia espacial no solo tecnológica, sino también propagandística dentro del marco mayor de la Guerra Fría.
Ante este doble golpe casi simultáneo, el programa espacial norteamericano debe hallar una nueva meta y redoblar sus esfuerzos no solo para triunfar en la construcción de una base lunar permanente (la siguiente etapa de la carrera), sino también para instalarse en el imaginario colectivo nacional y global a través de una maniobra cuya resonancia a los ojos y oídos del siglo XXI es evidente: la incorporación de mujeres y miembros de minorías étnicas a las nuevas promociones de astronautas, décadas antes de lo ocurrido en la no ficción. Enmarcando estos procesos simultáneos, se insinúa la creciente vinculación entre el Pentágono y la NASA para conciliar los intereses estratégicos y la búsqueda de ventajas militares con un programa espacial que en la historia real tuvo como emblema la frase “Vinimos en paz para toda la Humanidad” (We come in peace for all Mankind) de la placa conmemorativa que los tripulantes del Apollo 11 dejaron en la superficie lunar. De allí, el nombre el nombre elegido por Moore para su ficción.
De forma sutil pero eficaz, For All Mankind presenta una crítica similar a aquello que Edward Luttwak llama “la derrota de la victoria”: en cuanto se logra el objetivo deseado, el actor triunfante en un ambiente estratégico descansa confortablemente en sus laureles hasta que pierde la ventaja a manos de los demás, que usaron ese tiempo para adaptarse y obtener un nuevo triunfo. En este universo, aparecen problemas muy actuales, ya que una vez que se emplaza la primera base permanente en la luna, la idea de “para toda la humanidad” comienza a ceder por la territorialización y eventualmente la militarización, como aparece en el horizonte de la segunda temporada.
LA PERCEPCIÓN DE LOS ÉXITOS Y FRACASOS
Esto ha sido el centro del debate actual con la NASA y el programa espacial norteamericano, que se ha manifestado en la perdida gradual de interés –cabe destacar la frase “¿Llegar a la Luna ya no es noticia, pero no poder llegar sí?” de la película Apollo 13 (1995)–, la limitación de recursos y el aplazamiento constante de programas como las misiones tripuladas a Marte o el desarrollo de nuevas generaciones de naves. Al menos, los símbolos en ese sentido son positivos, ya que, mientras escribimos este artículo, la misión Perseverance se encuentra en Marte preparando el terreno para las futuras misiones tripuladas.
Cierto es que en For All Mankind no hay armas –todavía–, pero los astronautas son en su mayoría militares, la llegada de una base soviética dispara dilemas de seguridad y programas secretos, y en la Tierra comienzan a pergeñarse las funciones militares de la luna. Es interesante cómo se consideran los éxitos y fracasos, ya que por cada fracaso de la NASA hay audiencias públicas y el público está consciente de los riesgos, mientras que los fracasos de los soviéticos quedan silenciados por el aparato propagandístico.
¿Hubiera sido mejor llegar en segundo lugar? Ciertamente que no, pero la derrota siempre es difícil de digerir en materia de política internacional, y más cuando hay una carrera que define el futuro de la humanidad y el liderazgo político.
Así como las ficciones cinematográficas y televisivas de las décadas de 1950 y 1960 le daban a la imaginación popular visiones fantásticas del futuro que la carrera espacial prometía, en nuestros días, series como Space Force y For All Mankind nos dan un vistazo de lo que puede ser la siguiente etapa de la expansión humana por el Universo, una etapa de la que lo único que sabemos a ciencia cierta es que nuestras ambiciones, nuestros intereses y nuestros conflictos no estarán limitados por la gravedad de la Tierra.
Esta nota fue escrita especialmente para DEF.
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