Si algo confirmamos tras un año de pandemia es que no existe la humanidad como ente unificado: hay países y empresas que compiten, que se miden, que se sacan chispas y que –a veces– se apoyan. Al principio, cuando el COVID-19 era una novedad, muchos esperábamos “la” vacuna, un antídoto tan general y unificado como el propio virus. Sin embargo, a un problema general se responde con un movimiento calculado en el que cada jugador intenta quedar en buena posición.
El profesor y teórico estadounidense Joseph Nye habla de soft power para referirse al modo “blando” por el cual un Estado o entidad internacional logra ejercer influencia, a diferencia del modo “duro”, es decir, la fuerza o las sanciones económicas. Analizado desde esta perspectiva, el país que se convirtiera en el primero en introducir la vacuna, además de inmunizar a su población y reactivar cuanto antes su economía, podría influir sobre los otros Estados. Esta semana, en nuestro canal de YouTube, analizamos los entretelones de una puja que, más que sanitaria, es geopolítica.
LOS CLAROSCUROS DE CHINA
El hecho de que el virus se haya expandido desde China produjo en el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, un estado de confrontación: después de todo, el virus venía de China. Los escándalos protagonizados por la OMS al haber ocultado información a pedido de China, según el semanario alemán Der Spiegel, sobre el COVID-19, dieron pie a que Donald Trump retirara fondos del organismo mundial, y, sobre todo, restaron credibilidad a la comunidad científica. Al mismo tiempo, es innegable que China –en varias oportunidades– no fue del todo claro con la información brindada, y hay quienes sospechan que la cantidad de muertos en Wuhan, localidad donde se originó el COVID-19, es por lo menos diez veces mayor a la que indica la estadística oficial. Sin embargo, el problema no es la sospecha, que bien podría ser falsa en un mundo donde las fake news y las teorías conspirativas corren más rápido que las noticias reales, sino que no hay forma de constatarlo.
Hoy, el gigante asiático tiene tres vacunas: las de los laboratorios Sinopharm, Coronavac y CanSino Biologics, que, en comparación con las otras, son baratas. Esto es importante porque, si al principio de la pandemia China jugaba la carta de proveer tapabocas a las principales capitales de Europa para mostrarse como jugador indispensable en el tablero mundial (la llamada “diplomacia de las mascarillas”), hay indicios de que ahora sigue la misma estrategia por la vía de la distribución de vacunas baratas en países del tercer mundo. Es decir, una diplomacia de las vacunas.
El régimen de Xi Jinping respondió con invectivas contra Pfizer, Moderna y AstraZeneca, alegando que los medios occidentales no dieron importancia a las muertes ocurridas en Noruega y Alemania: “No se puede verificar de forma independiente, pero es preocupante: 10 muertos en Alemania pocos días después de recibir las vacunas de Pfizer y BioNTech”, tuiteó uno de los portavoces del Ministerio de Relaciones Exteriores de Pekín, Xhao Lijian.
EL SATÉLITE ROJO
Otro país importante que decidió no formar parte del circuito científico occidental es Rusia, el primero en anunciar formalmente una vacuna contra el COVID-19. El nombre elegido para la vacuna no es una casualidad: remite a las victorias del siglo pasado, cuando la URSS, potencia científica, puso en órbita el satélite Sputnik I, en 1957. Para comprobarlo, basta con mirar el video que se proyectó en la conferencia de prensa: un planeta Tierra es tomado por un virus y un satélite, el Sputnik, sale al espacio y logra desafectar toda la superficie.
Argentina, Venezuela y Brasil fueron de los pocos países que inicialmente compraron dosis de la Sputnik. Muchos lo leyeron como un gesto político, una forma de situarse frente a la “grieta” ―Venezuela, por supuesto, lo hizo―, pero lo cierto es que, frente al acaparamiento de la Unión Europea de vacunas de Pfizer y Oxford-AstraZeneca, compraron lo que pudieron.
LA VACUNA EN AMÉRICA LATINA: DOS ALTERNATIVAS
Frente al problema de la desigualdad, surgen dos posibilidades. Una es, como se ha dicho arriba, China. El gigante asiático tiene tres laboratorios trabajando en simultáneo, Sinopharm, CanSino y Sinovac, con los que asegura que va a convertir la vacuna en un “bien público mundial”. De esta manera, China ya provee a Brasil, Indonesia y Emiratos Árabes, y ya hay tratos con Argentina, Chile, México, Perú y Turquía. Algunos países de África también están cerrando acuerdos, como Botswana, Marruecos o la República Democrática del Congo.
La otra es Covax, un proyecto global impulsado por la OMS que propone un banco de vacunas para proveer a los países pobres. La idea es que todos los países puedan inmunizar, al menos, al 20 por ciento de su población con vacunas de todos los laboratorios. Si bien el proyecto no tuvo demasiada recepción al principio, prometió, para principios de marzo, dos millones de vacunas para Argentina.
Para conocer a fondo todas las implicancias del tema, mire el video en nuestro canal de YouTube.
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