A diez años de la Primavera Árabe, ¿es posible una nueva revuelta social en Egipto?

La grave crisis que atraviesa el país, agudizada por la pandemia, y la feroz represión de las voces disidentes encienden las alarmas, aunque el régimen egipcio cuenta con poderosos aliados internacionales.

El 11 de febrero de 2011, tras dos semanas de protestas en las calles de las principales metrópolis y un prolongado acampe en la plaza Tahrir, el presidente Mubarak abandonó el poder luego de tres décadas de dominio absoluto. Foto: Archivo DEF.

El 11 de febrero de 2011, tras dos semanas de multitudinarias protestas en las calles de las principales metrópolis y un prolongado acampe pacífico en la plaza Tahrir de El Cairo, el presidente Hosni Mubarak abandonó el poder luego de tres décadas de dominio absoluto. La caída del régimen egipcio tuvo una inocultable influencia en la ola de revueltas que se venían sucediendo y continuaron en el norte de África y Medio Oriente en ese período. Aunque la mecha que encendió el estallido se produjo en Túnez, en diciembre de 2010, con la inmolación del joven vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, el dominó de acontecimientos regionales tuvo en la caída de Mubarak un hito fundamental.

“Para muchos analistas, el proceso de la Primavera Árabe se volvió transnacional a partir de las revueltas en Egipto, país que ha tenido históricamente un rol de liderazgo en la Liga Árabe –una organización creada veinte años antes de la Unión Africana– y un territorio que sigue siendo la puerta de acceso al resto de Medio Oriente y Asia, lo que constituye una identidad geoestratégica muy importante”, señala, en diálogo con DEF, la socióloga Cecilia Civallero, investigadora del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

El 3 de Julio de 2013, las Fuerzas Armadas recuperaron el poder y ubicaron al frente del gobierno a el general Abdelfatah al-Sisi. Foto: Archivo AFP.

Respecto del papel que tuvieron en las revueltas los Hermanos Musulmanes –organización constituida en 1928 como encarnación de las ideas del islam político–, la analista aclara que “no tuvieron un rol protagónico ni preponderante al comienzo de las protestas, que fueron espontáneas y contaron con la participación de los sindicatos y una gran presencia de la juventud, que logró romper el cerco mediático”. La actitud del movimiento fue más bien táctica. En ese sentido, añade: “Cuando la sociedad decidió no irse de la plaza hasta conseguir la caída de Mubarak, había que encontrar un actor que se pusiera al frente del proceso. Los Hermanos Musulmanes, partido con el mayor apoyo popular, supieron allanar el espacio y convertirse en una alternativa al orden social y político establecido”.

“Ese histórico movimiento ya venía moderando su discurso y sabía que, si no licuaba su contenido islamista, no iba a lograr el acceso al poder”, indica la investigadora, quien aclara que esa formación tuvo la habilidad de conformar una coalición exitosa que supo interpretar el sentir de la población. Esa estrategia les permitió triunfar en las elecciones presidenciales de mayo y junio de 2012, las únicas totalmente libres y democráticas de la historia egipcia. Su candidato, Mohamed Morsi, se convirtió así en el primer presidente civil desde la revolución de 1956.

Sin embargo, el experimento habría de durar apenas un año: el 3 de julio de 2013, las Fuerzas Armadas recuperaron el poder y ubicaron al frente del gobierno al general Abdelfatah al-Sisi, quien –paradojas del destino– había sido designado como comandante del máximo órgano militar por el entonces derrocado Mohamed Morsi. “Lo grave de la situación fue que muchos de los sectores que pidieron el derrocamiento de Mubarak apoyaron luego el golpe contra Morsi”, señala Civallero. Si bien existían cuestionamientos sobre una posible “islamización” de las instituciones del país, supuestamente oculta en la reforma de la Constitución promovida por los Hermanos Musulmanes, la feroz represión que se desencadenó tras el golpe pulverizó cualquier mínimo esbozo de disidencia política.

La explosiva situación social que atraviesa el país se ve agudizada por la pandemia, con una pobreza que afecta al 29,7% de la población. Foto: Archivo DEF.

Tal como ilustra la analista, integrante el departamento de Medio Oriente del IRI-UNLP, en una columna publicada en octubre de 2019, “el arresto de periodistas y líderes políticos, las torturas producidas en situaciones de detención y la censura de medios nacionales e internacionales resumen la grave situación que atraviesa la institucionalidad en Egipto”. La violación de los derechos humanos no afecta solo a ciudadanos egipcios, sino también a extranjeros. Un ejemplo paradigmático fue el asesinato del joven estudiante e investigador italiano de la Universidad de Cambridge, Giulio Regeni, cuyo cuerpo fue encontrado sin vida el 3 de febrero de 2016 al borde la autopista que conecta El Cairo con Alejandría. El crimen aún está siendo investigado en Roma, donde la Fiscalía acaba de pedir la condena de cuatro agentes del servicio de inteligencia egipcio bajo cargos de “secuestro de persona, lesiones y homicidio agravado”.

EGIPTO HOY

Al referirse a la explosiva situación social que atraviesa hoy el país, Civallero se refirió a los problemas que ha agudizado la pandemia, con una pobreza que afecta –según estadísticas oficiales– al 29,7 por ciento de la población, aunque la realidad es que, al menos, el 50 por ciento de los egipcios tiene dificultades para llegar a fin de mes. Para ella, “la censura y la represión en Egipto son directamente proporcionales al peligro que los militares ven en la población”. Y advierte: “Si las demandas sociales no son satisfechas, pueden resurgir las protestas. La represión que vimos en 2013 y, luego, en las protestas de 2019, demuestran el miedo del régimen a que pueda volver a ocurrir lo que sucedió hace diez años”.

Si las demandas sociales no son satisfechas, pueden resurgir las protestas. La represión de 2013, y luego las protestas de 2019, demuestran el miedo del régimen a que pueda volver a ocurrir lo que sucedió hace 10 años. Foto: Archivo DEF.

El futuro político del país de los faraones no parece ofrecer muchas alternativas. En abril de 2019, el general al-Sisi logró la aprobación de una reforma constitucional –luego confirmada en un referéndum, con la participación de poco más del 40 por ciento del electorado– que le allana el camino para volver a participar en las elecciones de 2022, año en el que teóricamente debería concluir su segundo mandato. La proscripición de los Hermanos Musulmanes, el coqueteo con ciertos grupos políticos islamistas –como el partido salafista Al-Nur– y la apelación a los símbolos religiosos en sus discursos públicos buscan reforzar el poder de un gobierno que, además de agravar el deterioro de las instituciones democráticas, no ha conseguido mejorar la calidad de vida de la población en los últimos siete años.

Una década atrás, se produjo el estallido que acabó con el régimen de Hosni Mubarak. Hoy, la reedición de un movimiento similar parece imposible. Sin embargo, tal como advierte a DEF la socióloga, “los gestos, las rememoraciones y los hitos son muy importantes en Medio Oriente”. Por este motivo, el 11 de febrero de 2011 quedará en la historia como el día en el que el pueblo reunido pacíficamente en las plazas hizo sentir su voz y logró derribar a un poder que, hasta entonces, parecía intocable.

* Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF.

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