Adriana Riva: “En Occidente hay hartazgo y desprecio por los viejos; el mundo está atento al futuro”

Charla con la autora de “Ruth”, una novela luminosa y optimista en la que la protagonista, de 82 años, es una médica retirada y con gran sentido del humor, que se aferra a la vida por el deseo y la voluntad de saber

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"Ruth", la novela de Adriana
"Ruth", la novela de Adriana Riva, fue publicada por Seix Barral.

Adriana Riva nació en Buenos Aires en el año 1980. Es autora del libro de cuentos Angst, de la novela La sal, y del libro de poemas Ahora sabemos esto. Es una de las fundadoras de la editorial de libros para chicos Diente de león, para la cual escribió los textos de varios libros ilustrados. Y es también una de las editoras de la revista literaria El gran cuaderno.

Riva es también la autora de Ruth, una novela publicada por Seix Barral cuya protagonista, que lleva el nombre que da título al libro, es una mujer judía de 82 años. Es viuda, curiosa, vital. Médica jubilada, piensa mucho y tiene un sentido del humor inagotable, algo frío, también, que le permite no deshacerse en nostalgia vana ni en autoconmiseración. Así, además de saber de la vida de Ruth, de sus salidas con amigas, de su amor por la pintura y por la ópera, la novela despliega en primera persona luminosas e inteligentes reflexiones sobre la vida, la maternidad, el amor, la vejez y la belleza, entre otros temas nada menores.

Ruth es una novela sobre el crepúsculo de la vida que, lejos de ser la narración de una suma de desdichas o resignaciones, es una historia sobre el deseo y la voluntad de saber, que despliega momentos de gran luminosidad y optimismo.

Lo que sigue es la transcripción y edición de una charla que mantuvimos con Adriana Riva a propósito de su novela hace varias semanas, durante la grabación del podcast Vidas prestadas.

— La lectura de Ruth provoca interés por la historia pero además es un placer. ¿Pensabas en el placer de la lectura mientras escribías? Te pregunto de manera más amplia: ¿pensás en el placer del lector cuando escribís?

— La verdad es que puede ser. Nunca nadie me lo había preguntado así y en general no pienso tanto en el lector. Pero sí busco que sea algo placentero porque yo misma leo lo que escribo muchas veces, entonces se me hace también lectura a mí, además de escritura. Y sí, busco que sea placentero en el sentido de una cierta cadencia, de cierto ritmo, más allá del contenido. Además, soy bastante atenta a la puntuación y ese tipo de cosas.

La madre de Riva, observando
La madre de Riva, observando una obra de Mark Rothko. Una foto similar puede verse en la portada de "Ruth".

— Sí, pero te preguntaba también porque en la presentación de la última Feria del Libro de Rosario, la escritora rosarina Beatriz Vignoli hablaba del placer que provoca leer y comprar libros, respondiendo a aquella famosa cita de Kafka acerca de que solo hay que leer libros que nos arañen o nos muerdan y nos despierten “como un puño que nos golpeara en el cráneo”. Vignoli hizo una especie de reivindicación de la felicidad, digamos.

— Sí, sí, fundamental. Sí, casi que me inclino más para ese lado. Sí, por favor.

— O sea que, como lectora, te gusta la literatura que provoca cierto placer y felicidad.

— Sí, sí. Son un refugio para mí la literatura y la lectura, porque sobre todo soy lectora, es algo que me define. Y siempre ha sido un lugar ahí donde uno puede, una suerte que lo tenemos. Pienso en la gente que no lee. Me entristece un poco en ese sentido, no sabés lo que te estás perdiendo. Supongo que el que juega al tenis o el que cocina me dirá lo mismo, pero pienso que la lectura está, además, tan a mano. O sea, a donde voy, voy con un libro y es casi una tranquilidad. Así como otro toca el celular, yo toco el libro para asegurarme de que haya algo para leer ante cualquier situación.

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Ruth

Por Adriana Riva

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— Ahora, Ruth, la protagonista de tu novela, más que los libros prefiere la pintura y la música. La ópera, sobre todo. Pero en cuanto al tema de la pintura, hay algo en particular con los pintores, no solo con las obras.

— Sí, totalmente. Ella definitivamente es más de ese palo, del arte visual. Y lo que creo es que eso la habilita a fluir, a desplegarse. Como no es tan direccionado, en algún sentido, ella se engancha sobre todo con la pintura moderna, contemporánea. Y, entonces, al no ser tan figurativo, eso le permite replantearse todo, ¿no? Se para frente a un cuadro –así, un poco como la tapa del libro– y es como que piensa: bueno, y acá qué hay, qué me están diciendo con esto. Entonces, creo que eso es lo que la aproxima al arte.

— Mencionaste la tapa de la novela y, cuando una sabe que esa mujer que está de espaldas en la foto es tu madre, empieza a hacer una serie de conexiones… ¿Cuándo se te ocurrió que la tapa de Ruth iba a ser esta foto de tu mamá viendo un cuadro de Mark Rothko en un museo?

— Bueno, me parecía que tenía que haber una imagen. El título de la novela es muy escueto, Ruth, y me parece que sí da definitivamente a una persona de la cole y una persona mayor. Pero quería que diese también ese mundo. Y como es un libro de poca trama y más bien de personaje y de las cosas que ese personaje se va preguntando, pensé que en la tapa tenía que estar el personaje, o sea una señora mayor. Podía o no ser mi madre pero tenía que haber una persona mayor y algo con la pintura, también, porque es uno de los ejes del libro. Y se dio que justo habíamos ido a esta muestra juntas y tenía un montón de fotos de ella mirando cuadros de Rothko, que me parece que eran perfectos en todo sentido porque además Rothko está mencionado en el libro, al pasar, porque es un artista judío. Y ella siempre está persiguiendo y obsesionada detrás de los artistas judíos, entonces es como que cerraba por todos lados.

La madre de la autora
La madre de la autora en el Museo de Luxemburgo de París, Junto a una obra de Andy Warhol que se llama "Diez retratos de judíos del siglo XX".

— Eso es algo que aparece mucho en el personaje, me refiero a esta obsesión por encontrar judíos por todas partes. Y siempre en las “mejores” partes, en la excelencia, por otro lado.

— Sí, siempre. Ruth siempre quiere saber si el artista es o no judío y se encuentra con que muchas veces lo es y no deja de asombrarse con cómo hay tantos artistas judíos. Que también es curioso porque pienso que hay muchísimos más intelectuales o pensadores, filósofos judíos. Justo en el mundo de la pintura son menos. Y, sin embargo, no deja de encontrarlos y no deja de sorprender, porque no es que son millones y millones, es bastante reducido el porcentaje.

— Me gusta mucho el epígrafe, la cita de Chantal Akerman que aparece al comienzo de la novela y que habla de escribir sobre las pequeñas nadas. Me gusta esta idea porque, en definitiva, podría decirse que la tuya es una novela de personaje y de pequeñas nadas que hacen un todo. ¿En qué momento se te ocurrió incluir esa cita? ¿La leíste y te iluminó como para pensar que tu novela era justamente eso?

— Bueno, voy a confesarlo todo, todo. Me encanta Chantal Akerman (N. de la R.: la directora de cine belga), también lo que escribe, y leí un libro que se llama Una familia en Bruselas y es una primera persona de la madre –que después se pasa a una tercera– y es un poco la vida de la madre mayor, esperando. Y me pareció fantástico. Y no pasaba nada. Ella, siempre obsesionada con la madre y retratándola. Pero, entonces, es simplemente esto, le va contando pequeños sucesos diarios y ahí, en eso, está la trama. Y pensé: qué lindo hacer algo parecido, hacer algo igual, tal vez. Entonces en homenaje también le puse el epígrafe porque realmente casi que fue una idea que le robé a Akerman, ¿no?

— Todos los que escribimos vivimos robando.

— Yo robo, pero a mansalva. Sí.

— Robamos. Reprocesamos. Me quedé pensando sobre lo que mencionabas, la cuestión de la espera en una persona mayor, de más de 80 años. Hoy la gente puede vivir más pero también es cierto que lo que se espera a cierta edad es más o menos lo mismo: disfruto dentro de lo que puedo pero en cualquier momento va a llegar el final de esta aventura de la vida. Y, entonces, la pregunta es cómo hacer para mantener esa curiosidad vital hasta el final.

— Y, creo que es lo que la salva a Ruth. En el fondo, igual pienso que la vida es una gran espera. Siempre estamos esperando, ¿no? El mañana es como un engaño. Siempre uno está a la espera, a mí me da esa sensación.

"Ruth es una persona súper
"Ruth es una persona súper escurridiza. Yo creo que incluso escurridiza consigo misma", dice Adriana Riva acerca de la protagonista de su novela.

— Claro, pero, por ejemplo, en Fragmentos de un discurso amoroso, de Barthes, hay un capítulo fabuloso sobre la espera, pero es la espera dentro del código del amor.

— Sí. Acá tiene que ver con otro código. Totalmente. Pero yo creo eso, me gusta pensar que también la espera uno no sabe si es mañana. Es un poco inquietante porque, encima, cuánto tenemos que esperar. Un año más o tal vez diez o quince; porque bien puede vivir hasta los 95, tranquilamente. Más por las condiciones de hoy en día. Entonces, pienso “bueno, qué se hace con esa espera” y la respuesta es: seguir buscando intereses. Proyectos. En el caso de Ruth será la pintura, en el de otros será la jardinería o sus nietos. Pero, mientras tanto, hay algo que nos sigue conmoviendo, que nos sigue convocando.

— Me estaba acordando Philip Roth, que era un tipo tan cínico que era difícil imaginarlo en la vejez con algún grado de optimismo. Y, sin embargo, en la última entrevista que le dio al New York Times, ya retirado de la literatura, decía que lo ponía feliz despertarse cada día y ver que seguía vivo. Me alucinó.

— Ay, sí, sí. Es bárbaro, espectacular. Ay, ojalá lleguemos así.

— Recién hablábamos del arte contemporáneo y en principio y por prejuicio, tal vez, una pensaría que una mujer grande como Ruth debería tener un gusto por la pintura más clásica y no por lo más vanguardista.

— Y, bueno, porque está todo ahí nuevo y por conocer. Supongo que probablemente lo otro tal vez ya lo conocía y esto es algo que un poco te vuela a la cabeza a cualquier edad, ¿no? A mí también me cuesta muchísimo y me parece como un desafío. Me genera mucha curiosidad. Es como algo que, una vez que picás, después es difícil salir. Y sobre todo porque tiene tantas capas… Primero, lo que uno solo puede llegar a…

— A inferir, a deducir.

— Exacto. Y, después, como ella, que toma clases con un profesor. Entonces la perspectiva se amplía un montón porque detrás de eso hay ideas, conceptos, hay todo un pensamiento hasta filosófico, en muchos casos. Yo creo que eso es lo que a ella le gusta.

— ¿Y pensás que a Ruth le interesa todo esto más en términos estéticos o por la curiosidad de aprender?

— Por la curiosidad de aprender, ciento por ciento. Sí, la estética no le importa nada. Nada. Es una necesidad de saber por el saber mismo. Es como si la vida se midiese por cuánto sabemos, cuánto sé de eso. Es inagotable. Y, de hecho, Ruth es una persona que no deja pasar nada. Y ese es un poco su motorcito, estar todo el tiempo buscando e interesándose. Nada le resbala. Después, bueno, esto lo tomo y esto no, pero quiere saber. No le da igual no entender. Y tiene una necesidad por saber y por conocer.

— Hay una pregunta que aparece en el libro, dice: “¿Puede un color nombrar las tres de la tarde? Por el momento me alcanza con una onomatopeya, ajjjj”.

— Sí. (risas) Yo creo que todos tenemos esa hora del día en la que “Ahhhh, no pasa más”, y uno mira y son las tres, tres y cinco, tres y diez. No es que haya pasado nada particular, porque una vez me preguntaron ¿pasó algo? No, no, es una sensación que uno tiene a veces en la vida a diario. En el caso de ella, es a las tres de la tarde cuando el tiempo parece no pasar. A pesar de tener 82 años, donde ha pasado muchísimo tiempo. Igual hay un momento en el que, supongo, uno se replantea todo. Una cosa así también medio existencialista, por el sentido, de “bueno, qué hago con el tiempo”. El aburrimiento.

— Como en el caso de los bebés, en donde la hora del crepúsculo sería como la más triste. A Ruth la hora de la siesta la liquida.

— La liquida porque yo creo que se tiene que enfrentar a ella misma sin nada. Sin arte. Sin ópera. Sin amigas.

Riva: "Entre las pocas certezas
Riva: "Entre las pocas certezas que tenemos en la vida además de la muerte es haber tenido una madre y un padre. El que sea. Con sus pros y sus contras".

— Y con luz.

— Y con luz. Entonces no hay escapatoria. Es como: por favor que alguien me saque de acá.

— Después hay un par de frases que tienen que ver con eso como: “Lleva una vida aprender a no ser joven”. “Es difícil morir en el momento adecuado”. Y esta: “Cada vez me siento más extranjera entre la gente”. Que es como decir: me siento invisible.

— Sí, totalmente. Porque hay algo así para Ruth y en general para todos los viejos y las viejas. Ella también en un momento dice “me pongo el mismo vestido”, total la mirada que se le tiene es siempre distraída, ¿no? Como que el mundo está atento a la juventud, a lo que se viene, al futuro, ellos ya pasaron. Entonces hay una cosa así, invisible.

— ¿Como que no hay nada que los viejos puedan dar todavía?

— Exacto. Es completamente distinta en Oriente, pero en Occidente hay un desdén. Hartazgo. Casi un poco de desprecio.

— ¿Y cuándo se te pasó a vos esa invisibilidad? ¿Cuándo empezaste a mirar a los viejos?

— Yo siempre miré a los viejos. Me encantan los viejos y las viejas. Sonó raro eso pero quiero decir: me gustan. Hay algo que me llama la atención. Su manera de estar en esa, a veces; siento que saben más, que tienen la experiencia. Que eso es algo que no lo puede tener nadie sino es por una cuestión de tiempo; pueden haber tenido una vida muy tranquila en su misma casa, siempre guardados, pero no importa, hay una cuestión con el paso del tiempo que me parece que les otorga algo especial. No sabiduría, porque no es que todos los viejos y las viejas son bárbaros, geniales, pero me gusta mirarlos. Mucho más que a, tal vez, no sé, un bebé. No todos necesariamente son eruditos. Pero tienen algo que yo no tengo.

— La protagonista de tu novela se aferra a la vida a partir de aquellas cosas que le traen placer. Porque a los 82 años todavía puede haber cosas que traen placer, como los viajes, por ejemplo. O como poder ver una muestra de arte. Lo que también va ocurriendo con la vida de grandes es que aquellos que te acompañaron un gran tramo de tu vida, de pronto se van.

— Cuando uno es niño, a menos que haya tenido una tragedia o algo así, es raro que uno acarree muertos pero después, a lo largo de la vida, el que llega justamente a cierta edad probablemente ya haya perdido en el camino a muchos de sus seres queridos. En el caso puntual de Ruth, perdió al marido. Además de, por supuesto, amigos y otra gente cercana. Además, ella es médica o sea que la muerte siempre la ha tocado de cerca. Hay que saber cómo cargar con los muertos de uno.

— Me impresiona que ella dice que “fue” médica. ¿Pero cómo dejás de ser médica?

— También lo esconde cuando va a la guardia, nunca dice: soy médica. Pero es una cuestión para que no se intimide la gente. Supongo tiene que ver con que son muchos años desde que dejó de ejercer. Sí sabe y, por supuesto, no se borra. No podés dejar de ser médico. Pero sin embargo, sí, ella habla de eso como un pasado.

— Algo que me gusta mucho también tiene que ver con las manías que uno va adquiriendo con la edad, entre ellas por ejemplo las rutinas y los espacios. Ella casi vive en la cocina, además de tomar café permanentemente. Su refugio es la cocina, un espacio doméstico clásico. ¿Cómo surge eso?

— Yo pienso igual: que bárbara que es la cocina, eh. A mi edad también. A la edad que sea, es una cosa increíble la cocina. Pero no la cocina como antes, en el sentido de cocinar y de la mujer atada a las tareas domésticas sino la cocina como un espacio donde uno se relaja más, donde tiene a mano algo para tomar. No sé, yo personalmente también cuando no estoy en el auto, vivo en la cocina.

— ¿En el auto como chofer de tus tres hijas, decís?

— Sí, sí. Constantemente. Entonces me parece que es realmente un gran espacio. Pero eso ya no tiene que ver con la edad.

La obra y la figura
La obra y la figura de Mark Rothko son importantes en la novela de Riva.

— Es el espacio de las confesiones, también.

— Sí, un lugar que tiene una intimidad bárbara. Todo puede pasar en la cocina. Y, además, que se junta también la familia. También es donde uno puede todo, comer, vivir. Falta poner la camita y ya está.

— Ahora, hablábamos de los muertos queridos que uno va perdiendo en el camino y hablábamos de la curiosidad que mantiene viva a Ruth y de los espacios vitales en donde busca estar. Ruth tiene al mismo tiempo algo como distante, en un punto. Distante con la tragedia y también con los afectos. Se nota cuando llama a los hijos o cuando habla de ellos o de sus nietas; pareciera que no hay amor o, más bien, que hay una especie de defensa en esa distancia.

— Sí, totalmente, y eso se lo marca uno de los hijos. El del perro o el del abogado, no me acuerdo cuál de los dos pero uno se lo dice. Es una persona súper escurridiza. Yo creo que incluso escurridiza consigo misma, ¿no? Es una distancia para con el mundo, como si ese fuera una especie de mecanismo de defensa para sufrir menos. Se le escapa a los hijos. A mí también se me escapa un poco, Ruth. Por eso cada vez las entradas son cortas. La novela está estructurada como en párrafos, es cortada en el sentido, que no es un continuado. Como que tiene una idea y la abandona por pereza. Va al psicólogo y le responde muy escuetamente. Nunca se compromete. Nunca va y larga todo. Fanny, la amiga, le dice: “siempre te estás yendo, como el gato de Alicia, aparecés y desaparecés”. No solo en el sentido de que la comunicación es trabada porque son dos señoras mayores hablando por WhatsApp sino porque desaparece realmente, se evade. Y yo creo que, como te digo, se me escapa, pero intuyo que es un mecanismo de defensa para no sufrir tanto.

— También eso se puede ver en el modo en que ella va relatando cómo están o cómo viven sus amigas, ¿no? Pienso en la que está “secuestrada por la hija”, cuidada en su casa, por ejemplo. O sea, el relato que tiene el lector es la versión de Ruth acerca de sus amigas y uno va infiriendo montones de cosas a partir de esa comunicación que ella establece con ellas.

— Sí. Sí. Y además que, tal cual, una las ve y las ve en distintos estados, la que tiene los problemas de los dientes, la que le miente un montón, que es Luisa. En ese sentido, la idea era un poco mostrar las distintas posibilidades de la vejez… Y hay muchísimas más, ¿no?

— Me gusta cuando Ruth y su amiga salen agarraditas de la mano después de ver la función del colón y se van a comer. Eso me encanta.

— Sí, sí, sí. Es que yo creo que a esa edad las amistades son muy importantes. Ni hablar en el caso de Ruth, que es viuda. Incluso cuando ella dice “se junta lo que queda”, también en modo gracioso, pero bueno, son las personas que la acompañan ahí, en el día a día.

— Quería preguntarte por otro tema. No sé si cuando empezaste a escribir Ruth ya había ocurrido la masacre del 7 de octubre y todo lo que vino después.

— No, no había pasado el 7 de octubre. Ya estaba escribiendo. Pero había escrito un montón y ya había mencionado a Netanyahu, ya había mencionado a Israel, y de pronto pasó lo del 7 de octubre y pensé cómo se leería esto. O sea, si tenía que modificar algo. Pero me pareció que no…

— No querías asustarte con la amenaza de incitar el antisemitismo, decís.

— Exacto. Porque es inevitable, ¿no?

— Por eso te pregunto.

— Sí. Y decir no, al contrario, lo voy a sacar y se va a llamar Ruth, no le voy a poner un nombre un poquito disimulado. Al contrario. Y, además, porque me encantaba también que Ruth fuera una persona que vive su judeidad así como toda su identidad. No es la típica bobe ni la típica abuela ni la típica vieja.

— No es la judía obediente.

— Exacto. No es la típica judía tampoco. De hecho no sabe muy bien, no puede evitar, o sea tiene una identificación total y es lo que la define y sin embargo no sabe exactamente qué es lo que la define. Porque religión no es. Espiritualidad es un pueblo. Qué es. La desvela. Y el antisemitismo, ni hablar. O sea, es eso que le dicen o que lo escucha. Es algo que la rodea, ¿no? Y pienso, sobre todo ahora, después del 7 de octubre y siempre porque el antisemitismo está ahí, latente, basta rascar apenitas y sale. Si ya, de por sí, uno tiene forjada la imagen de un otro, siempre el otro ya nos pensó. Ni hablar en el caso del judío. No solo nos pensaron sino que nos caricaturizaron. O sea, qué difícil es ir contra todos esos prejuicios para decir: soy esto. Creo que en ese sentido es una lucha diaria.

"La sal", la primera novela
"La sal", la primera novela de Adriana Riva, fue publicada por Odelia.

— ¿Estás contenta de haber publicado Ruth así, en este momento, de no haberte dejado amedrentar por la situación?

— Sí, súper. Súper. Me parece además que contra el miedo no podemos. No se puede vivir así. Porque una cosa no quita a la otra, no tiene nada que ver. O sea, qué tiene que ver lo que está pasando en Israel con que después no pueda uno salir o tener que resguardarse o, bueno, como decía mi madre en La sal, esa cosa de siempre tener que decir “judía” por lo bajo. Es lo que a uno le toca, pero me imagino otras personas, también. Gente de todas las minorías que tienen que salir a eso, a deconstruir la imagen que los otros forjaron de uno.

— Estábamos hablando de la invisibilización de los viejos y tal vez la invisibilización tiene que ver con la indiferencia, con este prejuicio en relación a qué pueden dar los viejos. La falta de tiempo y el vértigo no ayudan para escuchar porque, efectivamente, con la edad la gente habla con otro ritmo, tiene otro tipo de pausas, y a veces las corridas no te permiten escuchar lo que tienen para decir. ¿Qué pensás que es lo que más estamos perdiendo como humanidad, al menos de este lado del mundo, al no escuchar a los más viejos o al no prestarles suficiente atención?

— Para empezar, justamente tener el tiempo. Por qué no tenemos tiempo. Por qué estamos siempre corriendo. Por qué si alguien habla lento uno se impacienta. Si no te responden el WhatsApp, inmediatamente entonces no sirve la comunicación. Si no me decís ya mismo si vas a venir o no el domingo a comer, por ejemplo. Por el contrario, cada vez achicamos más nuestro tiempo. Me parece que, en ese sentido, a la gente mayor el tiempo se le estira, a pesar de que tienen menos tiempo proporcional, pero el tiempo es más largo. Y después, de nuevo, debe haber algo ahí de “qué lástima no aprovecharlo”. Escuché tantas veces decir después: “ay, le hubiese preguntado, le hubiese dicho”. Ay, bueno, tuviste años con la mujer ahí, abandonada.

— Y además solo te dedicabas a hablar de lo necesario y no de lo fundamental.

— De lo importante, claro. Cómo nunca le pregunté. Cómo nunca le dije.

— Hay algo con el personaje de Ruth, esta mujer judía, 82 años, que vive en Recoleta, que evidentemente está en una buena condición al lado de lo que es en general lo que encontramos en la literatura argentina contemporánea. Porque no hay mucha gente que pueda solventarse una vida, que pueda solventarse un viaje. ¿Cómo lo ves vos como lectora? ¿Sentías que en la literatura argentina había un déficit, una falta de esta clase de personajes, que tenemos como un exceso de conurbano, de pasarla mal?

— Bueno, la verdad que es muy poco profesional mi respuesta pero como el puntapié inicial es mi madre y mi madre, bueno, está bien, la verdad que es un poco de lo que arranqué. Y existe, es otra realidad. No lo pensé tanto como “de esto se escribió o no se escribió”. En cambio sí pensé en que tal vez las pocas ficciones que había sobre la vejez siempre tendían a ser bastante deprimentes. El Alzheimer. Los últimos días. En cambio no había una cosa un poquitito más luminosa. Por eso me gusta tanto lo que escribe Elizabeth Strout con Luz de febrero, con este personaje que tiene, Olive Kitteridge.

— Además está la serie con Frances McDormand, que es maravillosa.

— Es genial. Y pienso: bueno, hay poco de eso y sin embargo cada vez hay más viejos en el mundo y cada vez vamos a ser más los viejos, ¿no? Eso sí lo pensé.

— Pienso en Olive, con ese cinismo y esa distancia.

— Olive es maravillosa. La recomiendo. Y lo mismo me pasa ahora con el podcast de Wiser Than Me, de Julia Louis Dreyfus.

— Ese podcast es genial.

— Qué buen podcast. Ahora salió la segunda temporada que, viniendo para acá, estaba escuchando el de Julie Andrews, que es buenísimo y que ella le pregunta qué es lo que te gusta, una de las ventajas de la vejez. Y Julie Andrews dice: que la gente me deja tranquila. O sea, entiendo que ella tuvo una vida además muy expuesta y muy agitada pero dice de todas maneras: a mí me gusta mucho estar en mi casa, estar tranquila. No tener que salir a mostrar y si no mostrás no existís. No, estoy en mi casa tranquila y está bien.

— Tampoco es que Julia Louis-Dreyfus sea una criatura, pero por eso es interesante que va todavía a una instancia más, mujer de 60 y pico que entrevista a las de 80 y pico.

— Exacto.

— La edad de su madre.

— La edad de su madre, con quien habla siempre al final y es una ternura.

La obra de la cineasta
La obra de la cineasta y narradora belga Chantal Akerman influyó en Riva a la hora de pensar en la construcción de su novela.

— Fue un hallazgo. Eso también influyó entonces a la hora de escribir.

— Sí, yo busqué todo. Escuché ese podcast, bueno, estaba en ese momento solo la primera temporada. Pero sí, busqué y desde los clásicos, no sé, La vejez, de Simone de Beauvoir, filósofos, Cicerón y la vejez, todo lo que podía. Pero me daba cuenta de que no había tanto de entrar a las librerías y che, algún libro un poquito…

— Alguna vieja con onda.

— Exacto, una vieja con onda. Y no, eran unas depresiones que las había leído a todas también, eh.

— Te quería preguntar por tu lugar como tallerista porque vos sos editora, trabajas en distintos lugares de lo que tiene que ver lo que podríamos llamar la línea de montaje de los libros y de la escritura. Y trabajás tus propios libros en talleres. ¿Por qué tanto amor y tanta confianza en los talleres? ¿Qué te dan?

— Ay, me encantan. Puedo hacer una apología de los talleres. Son espacios muy íntimos donde en general la gente escribe con mucha honestidad. Bueno, por supuesto depende los grupos y demás. Pero yo he tenido la suerte de tener unos profesores extraordinarios, Juan Forn, bueno, Ruth lo trabajé todo con Federico Falco, entero. Y un grupo donde hablando puramente de escritura siempre ayuda para mí que haya un montón de personas leyendo con vos diciendo: esto funciona, esto no, dame más de esto.

— No sos muy susceptible.

— No, no, al contrario, no confío para nada en mí misma. Yo sola puedo hacer agua. Necesito que alguien me diga: vamos bien, Adri. En ese sentido la escritura tiene un momento de soledad donde uno se sienta y escribe completamente sola pero, después, yo siempre lo estoy cotejando con un grupo de personas que me van guiando. Y, por supuesto, uno sabe en quién confiar más, en quién confiar menos, pero mi grupo de taller de Federico Falco fue clave, están todos en los agradecimientos. Y, después, como tallerista, doy taller con Ana Navajas y también es muy lindo ver el trabajo, se genera algo muy de confianza. Siempre nos reímos: ah, bueno, si no pueden pagar el psicólogo siempre pueden venir al taller, porque hoy por hoy se escribe mucha autoficción, y creo que siempre se ha escrito solo que antes se ponían a hacer, pero en el fondo todo partía, de nuevo, de lo propio, de lo personal. Entonces, es un espacio contenedor. Es un espacio donde hoy por hoy ya tengo un montón de amistades, gente cercana. O sea, lo que me ha dado ese mundo es extraordinario.

Café y jalá en la
Café y jalá en la cocina, una de las rutinas de Ruth, la protagonista de la novela de Adriana Riva.

— Para vos la torre de marfil no existe.

— No.

— O tu torre de marfil es el taller, es estar en un grupo.

— Ciento por ciento, sí.

— Y la relación entre madre e hija, que es un tema que aparece sustantivo en La sal por ejemplo, y que hay mucha literatura sobre eso. ¿Por qué pensás que sigue siendo tan visitado como tema? ¿Qué nos pasa que tenemos que hablar, escribir y leer sobre eso?

— Sí, sí. La madre o el padre. Podés elegir. Esos son tus dos caminos. Elige tu propia aventura. O sea, qué poeta no le ha escrito un poema a la madre o al padre. Nombrame uno, no hay. Y después, nadie no tiene una madre o un padre. O sea, nadie nació de un huevo. Entonces, para empezar es un tema que nos convoca. Porque después uno puede tener ciertos problemas o puede tener hijos o no, pero…

— Hijo fuiste.

— Exacto. O sea, entre las pocas certezas que tenemos en la vida además de la muerte es haber tenido una madre y un padre. El que sea. Con sus pros y sus contras.

— Los conozcas o no.

— Los conozcas o no. Pero bueno, hay algo ahí para empezar, entonces eso ya lo hizo universal. Y, después porque, bueno, nos hacen, ¿no? A mí es un tema que me apasiona, no me canso de leer sobre eso. Y además son tan distintos unos de otros. O sea son personajes a la vez. Gabriela Mistral decía que las madres eran como obras maestras. Las madres son todas una contemplación de obras maestras. Son espectaculares.

— Arte contemporáneo.

— Total, sí, sí.

*Acá se puede ver y escuchar la entrevista con Adriana Riva.

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