Tus ídolos son más que simples referentes: 5 libros para pensar qué significan

¿Qué vínculo tenemos con aquellos a quienes admiramos?, ¿Qué dice eso de nosotros? ¿Qué tan edificante es esa relación? Algunas ideas para problematizar eso que adoramos

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Fans de Taylor Swift en
Fans de Taylor Swift en Toronto, Canadá, septiembre del 2022 (Foto: REUTERS / Mark Blinch)

Todos tenemos ídolos. Con mayor o menor entusiasmo, todos rendimos culto a figuras que han dejado una huella ineludible en nuestra sensibilidad dotándonos de una mirada, que es ajena, pero que se vuelve propia, para componer una mirada del mundo. Somos también nuestros referentes: ya sea John Lennon, Marcel Proust, Shakira o el último ganador de Gran Hermano. En el fondo sabemos que detrás del vínculo íntimo y cómplice de un chico leyendo a su autor favorito hay una industria que opera y factura y omite y segrega y vende. La pregunta no deja de ser pertinente: ¿qué vínculo tenemos con nuestros ídolos, qué dice eso de nosotros y qué tan edificante es esa relación?

El fuego de la devoción

En Tu ídolo es un ídolo (Ediciones Qeja), Juan Manuel Strassburger aborda el tema con una honestidad arrolladora. El libro es un recorrido sinuoso por sus ídolos: desde Bob Dylan y Bruce Springsteen hasta Rosario Bléfari y Romina Richi. Ya en las primeras páginas aparece el nudo del asunto: “No me molesta tanto envejecer yo. ¡Pero al menos que no arrastren a los demás! ¡Ellos no tienen la culpa! Que Neil Young haya superado los setenta, ¡que esté por cumplir ochenta!, me parece un crimen de lesa humanidad. No me importa ‘que aún la rockee’; está viejito, se nos va. La parte linda del mundo horrible que amamos se cae a pedazos y a nadie parece importarle demasiado, a todos les da igual”.

Con un registro variado —crónica, ficción, poesía, microensayo—, el autor va enhebrando anécdotas, recuerdos e ideas de la educación sentimental de una generación específica —la de Buenos Aires que pateó la calle en la última década del siglo pasado—, y en esos textos que se narran con la inocencia de un fan —con más orgullo que culpa: “Viva exagerar”— aparece Juanse. Al final de una entrevista, el autor le dice: “Juanse, te quiero mucho”. Y él, rockero y ególatra, le responde: “Pobrecito, ya se le va a pasar”. Y no, no se le pasó. “Lo felices que nos ha hecho Andrés y no lo sabe. Es decir, no sabe cuánto, hasta dónde. Sólo lo sabemos nosotros”, escribe sobre Andrés Calamaro el autor nacido en 1977 en Seúl.

"Tu ídolo es un ídolo"
"Tu ídolo es un ídolo" de Juan Manuel Strassburger

El libro no es lo que parece. Incluye un relato sobre un primo de Estados Unidos que vivió un tiempo con él en Buenos Aires, cuando era muy chico: los verdaderos ídolos de la infancia, los que uno imitaba. También un cuento especulativo donde imagina la reacción de varios artistas estadounidenses al triunfo de Donald Trump en 2017: “Stephen King pone a las 6 am el despertador: mañana comprará provisiones, un rifle, una Biblia y varios pasajes a Inglaterra para enviar a sus nietos. ¿El autor de Misery y Pet Sematary? Siempre listo”. O un poema dedicado a , Luis Brandoni, Gerardo Romano y Claudio Rissi, “nuestros Robert de Niro, Dustin Hoffman y Al Pacino de exportación”.

Lo que aparenta ser un libro homenaje muta a una interpretación de la cultura fan hecha desde adentro por quien no le teme al fuego de la devoción, y así, quemado, juega a producir sentidos nuevos: “Calamaro es Madrid, Spinetta es París, García es Nueva York, Cerati es Londres, Solari es Sicilia, Fito es Roma, Moura es Berlín, Luca es Nápoles, Pappo es Arizona, Celeste es Memphis, Iorio es Texas, Miguel Cantilo es Sevilla, Nebbia es Belo Horizonte, Javier Martínez es Chicago, Moris es Zaragoza, Miguel Abuelo es Ibiza (o Bagdad), Sokol es Ciudad del Este, Pity es Asunción, Ciro es Montevideo, Bochatón es Bruselas, Rosario es Portland, Prietto es el DF y Santi Motorizado es Seattle. Mi cosmopolita Rock Nacional”.

Un momento de belleza

Lo primero que escribe Tomás Abraham en Mis héroes: ensayos de admiración es que “admirar no es adorar”. El libro, publicado en 2016 por Galerna con una extensión de 629 páginas, se propone un juego similar al de Strassburger pero desde otra óptica: Abraham es filósofo, nació en Timișoara, Rumania, en 1946, estudió en la Sorbonne y participó del Mayo Francés del 68. El itinerario tiene nombres como Michel Houellebecq, María Elena Walsh, Daniel Barenboim, Bob Dylan, Antonio Berni, Tulio Halerpín Donghi y Michel Foucault. “No son ídolos los referenciados en el texto. Algunos son amores, otros amigos, y algunos ni siquiera eso, son seres cuyas creaciones me estimulan, me hacen pensar”, dice en el prólogo.

“Se admira a un semejante, así como se reverencia a un dios o a quien lo represente. Lo admirable es que un ser humano como lo somos nosotros pueda crear un momento de belleza que nos expande, abre las puertas de la percepción, genera imágenes nuevas, o trasplanta brotes de ideas. Por algo a Sócrates lo llamaban partero de almas. Hacía nacer en los otros lo que de alguna manera ya tenían. Pero no es necesario creer en la trasmigración de las almas para sentir que un artista o un filósofo nos hace nacer nuevamente”, escribe Abraham. Los textos son lúcidos, profundos, llenos de ideas. En el último, se relaja: se titula “Yo amo a Sarmiento” y explica que es porque quería “una Argentina más sexual, más deseante, más abierta, más potente en el sentido de Spinoza: con alegría de vivir”.

"Mis héroes: ensayos de admiración"
"Mis héroes: ensayos de admiración" de Tomás Abraham

Extractivismo sentimental

Cuando una obra se vuelve un universo, cuando no tiene límites imaginables, cuando podría ser desarrollada hasta el infinito, sus consumidores —usemos ese término para generalizar, aunque valdría una discusión— pueden llorar de emoción. Pasa con los superhéroes: entregas, sagas, reversiones, incluso fanfictions, todo eso hace que el producto —otro término elocuente— se convierta en una totalidad. Para los consumidores, esa posibilidad es festejable. No es para menos. Sin embargo, esto podría ser un gran problema: no se trataría de construir una obra, sino de hablarle al público, como dicen Luciano Rosé y Nicolás Mavrakis, “mediante el acto demagógico de darle exactamente lo que quiere”.

La figura de Alan Moore sirve para concentrarnos en la tensión entre industria y arte a partir del creciente protagonismo del fandom. Rosé y Mavrakis desarrollan algunas ideas críticas en relación a esto en el reciente libro La disolución de la realidad: nueve ensayos sobre la imaginación de Alan Moore. En 2016 el escritor y guionista de cómics británico anunció que se retiraba de la industria. Los motivos son varios pero algo de la forma en que “vivimos” la cultura tiene que ver. Para ambos autores, estamos frente a “la consagración definitiva de un público adulto tan infantilizado, como suele advertir Moore, que ya no está dispuesto, ni siquiera, a aceptar la existencia decepcionante de la muerte”.

Cuando le preguntaron a Moore sobre su retiro, dijo que fue tras “descubrir en las convenciones de cómics que hablaba con la gente y me miraban como si estuvieran teniendo algún tipo de experiencia religiosa en lugar de una conversación normal”. “Al margen de la voz de alerta de Moore, este es el modelo que prevalece en la cada vez más reñida disputa por la atención de un público que demanda historias reconfortantes en las cuales el margen para la innovación queda reducido a un storytelling que opera dentro de los estrictos márgenes de predictibilidad del chantaje emocional del fandom”, dicen Rosé y Mavrakis, y lo definen como un “circuito de extractivismo sentimental”.

"La disolución de la realidad:
"La disolución de la realidad: nueve ensayos sobre la imaginación de Alan Moore" de Luciano Rosé y Nicolás Mavrakis

“Moore cree, con terror, que sus cómics arruinaron el mundo. En consecuencia, el giro literario con el que eligió finalizar su carrera es parte de una búsqueda redentora. Ya no se trata de soportar estoicamente el lucro de las corporaciones que le arrebataron sus creaciones. El objetivo, ahora, es reivindicarse frente a las nefastas consecuencias que la asimilación de su obra tuvo sobre una generación de lectores infantilizados y ajenos a cualquier posibilidad de, tal como ha dicho el propio Moore, ‘hacerse alguna clase de pregunta acerca de la realidad’”, escriben los autores en este libro que puede encontrarse en internet, en forma de ebook autoeditado, que puede descargarse gratis.

Lo viejo y lo nuevo

La palabra ídolo remite a un clásico de 1889: El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, de Friedrich Nietzsche. Como todo iconoclasta, Nietzsche quería ver el mundo arder. Y en esas llamas vislumbraba no sólo el rostro de los “farsantes” —Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer, Sócrates, el Nuevo Testamento—, también “todo lo viejo”. En aquel texto, el filósofo alemán decía que “la dulcificación de nuestras costumbres es un efecto de la decadencia; mientras que, por el contrario, la dureza y el carácter terrible de las costumbres podría ser una consecuencia de una superabundancia de vida, ya que entonces se puede arriesgar mucho, exigir mucho y también derrochar mucho”.

"El ocaso de los ídolos
"El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos", de Friedrich Nietzsche

Nietzsche está pensando en otra cosa, pero nosotros, acá, con industrias culturales alimentando nichos y masividades a la vez, nos podemos preguntar por la relación con los ídolos. En algún momento son lo nuevo y en otro son lo viejo. No es una cuestión de edad, ni siquiera de tiempo, sino de la forma en que se relacionan con su época. “Nada se nos ha hecho más extraño que aquella aspiración de otros tiempos, la aspiración a ‘la paz del alma’, la aspiración cristiana; nada envidiamos menos que esa existencia vacuna que es la vida moral y esa oronda felicidad de la buena conciencia (...) ¡Quién sabe si el ocaso de los ídolos no será también un tipo más de ‘paz del alma’!”, provoca el autor.

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El Ocaso de los Ídolos

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El poder de la iconografía

Laura Malosetti Costa usa el término íconos. Su último libro, publicado por el Fondo de Cultura Económica hace unos meses, Íconos argentinos: Evita, Che, Diego, Lionel, propone mirar mejor, en la era de la imagen, el poder de la iconografía: “La deriva de esas imágenes es inescindible de la significación de los personajes representados, las ideas que ponen en juego los ideales que encarnan en distintos momentos, sus usos políticos”. En un extraño giro psicoanalítico podemos entender que, finalmente, además del contexto en que son consumidos, nuestros ídolos hablan de nosotros. No sólo nos influyen, sino que somos nosotros quienes los hemos construido como tales. Habrá que seguir pensando.

"Íconos argentinos: Evita, Che, Diego,
"Íconos argentinos: Evita, Che, Diego, Lionel" de Laura Malosetti Costa
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