“Desciendo de una legión de mujeres fértiles. Y, a pesar de ello, cada prueba que me hago en los meses siguientes sale negativa. ¿Estoy frente a mi fracaso biológico? ¿Soy yo la destinada a romper ese legado?”, escribe Rosario Yori en su primera novela, Infértil. La novela narra la historia de Rosario, una mujer al borde de los 40 años que decide enfrentarse a un tratamiento de fertilización asistida mientras lidia con las expresiones que deshumanizan su experiencia: “útero acabado” y “óvulos viejos”. Y su deseo, ¿quiere o no quiere ser madre?
Y llega el diagnóstico: infértil. “¿Por qué la fertilidad y por qué producir vida tiene que estar únicamente vinculado al proceso biológico de ser madre y no necesariamente a la producción intelectual, literaria, artística?”, dice ahora Yori en diálogo con Infobae durante su último viaje a Buenos Aires y antes de viajar a Lago Puelo para un taller de escritura con Samanta Schweblin. ¿Y en Perú? Según cuenta Yori, “hubo controversia por plantear un personaje de estas características”. Mientras, Yori lo define como un “testimonio honesto y valiente” que, además, forma parte del Mapa de las Lenguas 2024.
Yori, escritora y editora nacida en Lima en 1982, estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y completó un máster en Periodismo y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York, donde fue distinguida con la prestigiosa MacCracken Fellowship. Infértil es el resultado de la documentación de ese tratamiento que no dio hijos, pero sí otro tipo de vida: un libro.
Infértil es una autoficción, con sus mecanismos literarios y no es casualidad el nombre de la protagonista: la escritora peruana ficcionaliza su propia experiencia. Entre retos médicos, inyecciones diarias, estudios, números y cálculos asoman con gran vitalidad los ecos culturales y sociales que construyen la maternidad como un mandato inevitable. “Ya vas a querer”, “Cuando llegues a los 50 te vas a arrepentir”, le dicen amigas, compañeras, ex novios. A Rosario la habita la duda ―aunque en el fondo sabe la respuesta―. “¿Soy un cliché?”, se llega a preguntar la protagonista.
El universo de Infértil entra en sistema con otras autoras que reflexionan y escriben sobre la maternidad. El que más impactó en la escritura de Yori fue Maternidad, de la canadiense Sheila Heti, y le siguieron Guadalupe Nettel con La hija única; Isabel Zapata y su libro In Vitro; Jazmina Barrera con Línea nigra, el diario de su maternidad; Annie Ernaux y El contecimiento; y Fantasticland, de Ana Wajszczuk.
Pero la escritora peruana hace incapié en Ernaux que, aunque las historias son opuestas, hay una cuestión en común: “la capacidad de decidir sobre tu cuerpo y sobre tu futuro sin tener que someterte a estas reglas”, según explica Yori y sigue: “Ese espíritu de definir, de decidir en libertad”.
Infértil no es solo un relato sobre el cuerpo, sino sobre las dudas, las decisiones y la presión de cumplir con un rol idealizado. Es una historia valiente que ilumina los rincones más oscuros de una experiencia compartida, pero pocas veces visibilizada.
La deshumanización de la maternidad
―Al comienzo, la protagonista de la novela dice “Me convierto en indicadores, rangos, cifras, valores, tablas”. ¿Las mujeres formamos parte de una deshumanización cuando hablamos de maternidad y fertilización?
―Durante el proceso de fertilización in vitro lo sentí así. Algo que, en teoría, debería ser natural e íntimo con tu pareja se transforma en un procedimiento médico invasivo. Muchas veces los tratos con los médicos resultan impersonales, y todo el proceso está mediado por un lenguaje técnico y legal, con contratos y disclaimers que se deben firmar. El proceso que viví fue deshumanizante, impersonal e invasivo, especialmente en términos hormonales. Te inyectás hormonas para engañar a tu cuerpo, buscando que no produzca un óvulo, sino 15. Esto tiene un fuerte impacto emocional.
―¿Sentiste que, como mujer, tenías que ser productiva? No en términos de reproducción, sino de llegar a un número objetivo de producción. De óvulos, en este caso
―En Lima uno camina por las calles y se encuentra con letreros publicitarios que dicen: “Congelá tus óvulos ahora y no detengas tu vida”. Es un mensaje que impulsa a seguir con tus planes, trabajando, viajando, haciendo todo, como si congelar tus óvulos fuera la solución para no detenerte.
―Es un mensaje que se suma a otros
―Sí, se suma a otros más tradicionales, como los que presionan con la idea de convertirse en madre, o incluso los relacionados con la menstruación, que también insisten en no detener tu vida. Pero la realidad es que hay momentos en los que te sentís mal y necesitás parar, y parece que no hay espacio para eso. Entonces, sí creo que existe una presión, no solo por ser madre, sino también por ser la “supermujer” que no se detiene en su carrera, que tiene que congelar óvulos para seguir siendo productiva. Además, hay que estudiar, hacer la maestría, ser madre, ir al gimnasio, hacer dieta, estar siempre perfecta. Es como si se acumularan un montón de presiones sobre el cuerpo.
―En el libro sobrevuela la pregunta por el deseo de la maternidad. En Infértil decidís narrar tu propia experiencia y escribís: “¿Realmente deseo esto?”. ¿Cómo era esa tensión entre el deseo y el mandato?
―Tenía mucho que ver con los mandatos sociales y también con algo biológico. Hay una reducción de la fertilidad de las mujeres a partir de los 35 años, y cada vez se vuelve más difícil concebir de manera natural. Entonces, está ese factor. Además, siempre tenía este eco de “ya vas a querer ser madre”, “ya te va a llegar ese instinto”, o “tené al menos un hijo, porque si no después te vas a arrepentir”. Esos mensajes están diseminados en el discurso diario, desde los juegos de la infancia hasta las publicidades que ves en la calle. Y, particularmente, nunca fui una niña que soñara con ser madre. Ni siquiera me gustaban mucho los juegos de cuidado con las muñecas. Pero incluso para mí, que no tenía un deseo tan claro, cuando supe que era “ahora o nunca”, sentí una angustia enorme: “¿Me voy a arrepentir? ¿Es lo que tengo que hacer?”. Lo viví así, y creo que se debe a esta serie de mensajes que vienen desde la publicidad hasta el desconocido que te pregunta: “¿Y vos, tenés hijos?”. Como si fuera la primera pregunta que debiera hacerse.
El cuerpo registrado
―El cuerpo es uno de los conceptos fundamentales del libro. ¿Qué te pasó en el cuerpo cuando decidiste escribir esta historia?
―Empecé a escribir con la intención de documentar el procedimiento y las sensaciones que surgían, sin grandes aspiraciones. Lo primero que escribí fue una escena real: la protagonista mira por la ventana y ve una paloma muriendo. Esa imagen, durante la estricta cuarentena en Perú, cuando no podíamos salir y la muerte parecía estar en todas partes, se convirtió en mi único acceso al mundo exterior. En ese mismo contexto recibí la noticia de mi infertilidad. Para mí, fue como saber que mi cuerpo era incapaz de producir vida. Miraba a la paloma, una imagen tétrica y hermosa al mismo tiempo: el viento levantaba sus plumas, movía sus alas, y ahí encontraba algo inexplicable. Con el tiempo, entendí que escribir el libro fue mi manera de resistir a esa muerte. ¿Por qué la fertilidad y por qué producir vida tiene que estar únicamente vinculado al proceso biológico de ser madre y no necesariamente a la producción intelectual, literaria, artística?
―En Infértil hay una idea de mujer fragmentada, resumida a un útero, a la utilidad
―El cuerpo de la mujer es el vehículo para la subsistencia de la especie. Creo que por eso hay tanto interés en controlarlo, no solo en temas de reproducción, sino también en cuestiones como el aborto: qué se puede hacer y qué no. El centro de esas restricciones está vinculado a un concepto muy tradicional de la familia. Por eso existen discursos que intentan ejercer ese control. ¿Por qué tener un hijo tendría que ser un tema de mujeres cuando somos dos?
―En la novela hay otro eje importante, que es el tiempo y la idea de caducidad del cuerpo de la mujer, ¿por qué?
―Quise escribir sobre fertilidad porque hay un doble estándar clarísimo entre mujeres y hombres en lo físico, lo cosmético y lo social. Un hombre de 60 años puede casarse con una mujer 40 años menor y es visto como un héroe. Eso no pasa con las mujeres. Hay un doble discurso muy evidente sobre el envejecimiento.
―Hay una frase en el libro: “Ser mujer es estar continuamente expuesta a ese escrutinio”, ¿con la elección de no ser madre es más fuerte?
―Creo que el control sobre la maternidad es muy fuerte, al igual que sobre el cuerpo de las mujeres en general: su imagen, su decisión de acceder o no a un aborto seguro, de ser madres, de congelar óvulos o incluso de usar minifalda. Después, se culpa a una víctima de feminicidio por la ropa que llevaba puesta. Hay una clara voluntad de controlar y opinar sobre el cuerpo de las mujeres, mucho más que sobre el de los hombres.
Quién es Rosario Yori
♦ Nació en Lima, Perú en 1982
♦ Es editora y escritora
♦ Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y un máster en Periodismo y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York, donde recibió la MacCracken Fellowship
♦ Infértil es su primera novela
[Fotos: Ana Lía Orézzoli]