Nació en Guatemala en 1971 y tenía 10 años cuando su padre decidió salir con la familia del país, atravesado entonces por un dramático conflicto armado interno. El destino se llamaba Estados Unidos y ahí fue donde se instalaron y donde Eduardo Halfon estudió y, ya adulto, se recibió de ingeniero industrial.
Tarántula
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A los 26 años, Halfon entró en crisis con la profesión que había elegido y cuenta siempre cómo comenzó a leer de manera sobrenatural. De ahí en más se convirtió en profesor de literatura en su país de nacimiento y empezó a escribir hasta convertirse en quien es hoy: el autor de una obra literaria sólida y original. Sus libros componen una especie de autobiografía desplegada a lo largo de libros compuestos por relatos breves que dialogan entre sí. La totalidad de su obra se asemeja a una novela de su vida que en realidad no es del todo ficción ni es del todo su vida, género híbrido diríamos hoy.
Hay una primera persona que hurga en la historia de sus ancestros judíos europeos y árabes. En simultáneo hay un narrador que cuenta su vida como escritor. Y hay también un Halfon que busca entender las raíces indígenas de su país natal o las formas de vida de colectividades tradicionalmente víctimas de rechazo y discriminación como los propios judíos o los gitanos.
Algunos de sus títulos son El boxeador polaco, Monasterio, Biblioteca bizarra, Saturno, Signor Hoffman, Duelo y Canción. Su nuevo libro se llama Tarántula y fue publicado en español por Libros del Asteroide, como la mayoría de sus títulos. La novela fue recientemente galardonada en Francia con el premio Médicis a la mejor novela extranjera.
Esta vez, el escritor Halfon regresa a un episodio del final de su infancia en 1984 cuando, ya viviendo en los Estados Unidos, su padre los envía a él y a su hermano a Guatemala, más precisamente a un campamento para niños judíos en un bosque perdido. El propósito de ese campamento es hacerles comprender a los niños judíos de la diáspora el sufrimiento de siglos de su pueblo.
Todo lo traumático de aquel episodio de adoctrinamiento resurge en la vida del Halfon escritor a partir del encuentro en París con Regina, una niña de quien estaba enamorado y con quien compartía las guardias en el campamento. Es ella, además, quien inesperadamente lo llevará al reencuentro con Samuel Blum, el más perverso de los instructores.
Lo que sigue es la transcripción y edición de la conversación que mantuvimos semanas atrás por zoom para el podcast Vidas Prestadas.
— Tu nuevo libro, Tarántula, tiene mucho de tu obra de siempre y tiene, por ejemplo, un manejo diferente de los tiempos. Hay como una especie de maduración del proyecto, algo así me pareció.
— Bueno, sí, Tarántula viene a ser una pieza más de este proyecto, por falta de una mejor palabra, de esta obra en marcha que son mis breves libros, pero que van haciendo una especie de sumatoria. Vengo a ensayar sobre los mismos temas de nuevo, mi relación con Guatemala por ejemplo. Mi relación con el judaísmo, especialmente. Esta necedad que tengo con volver la mirada hacia mi infancia, hacia esos primeros 10 años en Guatemala y ahora un poquito más porque la historia del campamento es de 1984, cuando yo tengo 13 años, la adolescencia. Pero siempre es esta vuelta hacia atrás. Es casi como si yo tuviese la cámara. Como si fuese el camarógrafo y pudiese apuntar el lente hacia otras esquinas, otras partes de mi historia. Como si mi historia fuese un enorme telón y pudiese dirigir la mirada del lector, de la lectora, hacia diferentes partes de ese telón. Y siento que, tal vez, este libro hace eso. Obviamente mi manejo del tiempo ha ido madurando. Sabes qué, más que madurando le he ido perdiendo el miedo a la linealidad. Yo creo que cuando uno empieza a escribir, hay cierto temor por no perder al lector, ¿no? Y desde luego he ido perdiéndole el miedo a eso. Yo ya sé que puedo hacer una elipsis y el lector me seguirá.
— Algo que aparece como un tema en esta novela, y que tuvo que ver mucho con tu vida, es el tema del lenguaje. Fuiste un niño que empezó hablando en español y siguió hablando en inglés. Te costaba hablar en castellano y se burlaban de vos porque no lo hablabas bien. Y como escritor, escribís en una lengua española obsesivamente cristalina y con sutilezas. Eso también aparece como una problemática en la novela.
— Es no solo una problemática, es un tema de la novela. El niño que es enviado de vuelta a Guatemala. Un niño que está creciendo en Estados Unidos, está perdiendo el contacto con su país de origen y con su lengua materna, que era nuestro caso. Ya después de tres años en Estados Unidos habíamos soltado el español, entonces mis padres nos envían de vuelta al español, al castellano. Pero luego se vuelve también un tema del libro: cómo funciona uno en una lengua madrastra. En una lengua que no es mi lengua materna. En mi prosa es todavía más cristalino, lo logro solamente a través de mucho trabajo. O sea, mi impulso siempre es escribir en inglés. Esta es de las cosas más raras de mi proceso narrativo, es que yo debo, debería escribir en inglés. He terminado recientemente dos textos en inglés. Uno es el discurso de un premio en Estocolmo. Ellos querían que lo escribiese en español y yo insistí en que lo quería escribir en inglés. Y otro texto para un festival de Bruselas. Yo me manejo mejor en el inglés. Yo leo mejor en inglés. Pero por alguna razón mi narrativa se ha dado en español, únicamente, ¿no? Es un español que tengo que trabajar mucho porque no llega fácil, no llega orgánicamente. Yo sé lo que quiero decir en inglés y tengo que buscar la manera de casi manipular el español para poder decir lo que está en mi cabeza en inglés. Luego viene el trabajo, en este caso de Tarántula, de dos años. Dos años de trabajo del lenguaje para lograr lo que parece fácil o que al lector le debe parecer fácil. Como si yo escribiera naturalmente. Y no es así. Eso es oficio.
— Es oficio pero también pensaba -son nombres muy grandes los que voy a mencionar– pero pensaba en Nabokov o en Conrad, escribiendo en inglés. O sea, un ruso y un polaco que se convirtieron en dos de los grandes nombres de la literatura escrita en inglés. Es cierto que tu origen está en Guatemala pero vos siempre reconocés que lo que te sale más naturalmente es el inglés. Entonces, hay como una filigrana, me parece, que se logra en ese trabajo y que, a lo mejor, cuando uno lo tiene dado no lo piensa de esa manera.
— Puede ser. No lo había pensado así pero puede ser que, debido a que me cuesta, necesito lograrlo más. Esto que tú ves como cristalino, como depurado, yo siento que es una consecuencia de por lo menos dos factores muy personales. Uno, evidentemente es el inglés. Hay algo mucho más claro en la narrativa especialmente norteamericana que a mí me interesó. Al cuentista norteamericano. Que es decir las cosas sin rodeos, sin el rococó.
— Sin barroco.
— Sin el barroco que tiende a acompañar a muchos escritores hispanos. Pero hay otro factor, que yo creo que es muy importante, y es que yo soy un ingeniero. Yo soy un ingeniero, entonces no quiero hacerte perder el tiempo. Quiero darte las palabras justas para comunicarte la historia que te quiero comunicar. Entonces, el trabajo este que te digo de edición del lenguaje es también de eliminación de ripio. Estoy podando y podando y podando hasta darte la esencia de la historia. Y creo que es un trabajo tanto del ingeniero Halfon como del inglés que llevo a cuestas.
— En la novela se menciona ligeramente este trabajo con la lengua cuando hablás del café que elegís cada vez que vas a París porque contás que ahí, alguna vez, había algo, una frase, que no se terminaba de resolver y se resolvió, por lo que el lugar quedó como talismán. Aparece entonces también ese café como un talismán para que se libere la lengua, por decirlo de algún modo.
— Sí. Sí. Y curiosamente en Francia, ¿no? O sea que necesito el francés ahora. Quizás es mi tercera lengua. Ahora, más que nunca, por el tiempo que pasamos en Francia.
— Y donde además viviste la pandemia con tu familia.
— Donde viví la pandemia, y con mi hijo., Mi hijo aquí, en Berlín, está en un colegio francés, entonces todo es en francés. Pero este quiebre que cuento se dio en París. eso que narro en el libro sucedió, digamos, en un contexto francés, que es muy extraño. La figura del talismán a mí me interesa, no sé por qué. El objeto mágico, ¿no? Yo no sé si tiene que ver con el judaísmo o con la superstición. Pero cuando hay algo que funciona, tiendo a cuidarlo, ya sea una piedra que llevo conmigo por todos lados porque creo que me trae buena suerte o este café de París, al que vuelvo constantemente. La semana pasada estuve en París presentando Tarántula y tuve dos o tres reuniones con periodistas y los cité en ese café.
— En Tarántula se narra el campamento y el encuentro con esta mujer, Regina. ¿Pero cuándo dijiste “voy a escribir una novela que tenga que ver con esto”? ¿Qué es lo que te disparó la idea de escribir?
— Lo curioso es que lo cuento en la novela. Todo es verdad y todo es ficción, Hinde, tú sabes: mi regla, ¿no? Yo llegué a Berlín hace tres años ya, casi cuatro, como becario. Tuve una beca para venir a pasar un año a Berlín escribiendo. Una maravilla porque es tiempo y espacio para escribir un año. No te preocupes de plata. No te preocupes de apartamento porque te vamos a dar uno.
— El sueño de un escritor.
— Un sueño de verdad. Pero había una condición y era que tenía que ir todos los días a comer a mediodía con los demás becarios, cosa que rompe la superstición de mi rutina. Hablando de nuevo de esa superstición. Yo tengo una rutina de trabajo por las mañanas que trato de proteger. Porque es muy fácil que te la interrumpan con un café, con una llamada. Y todos los días, entonces, tenía que interrumpir mi rutina para ir a almorzar con gente con la que no quería estar. No quería hablar. Es para lograr sinergias, eso es lo que quieren ellos. Becarios muy distintos: yo era el único escritor, ojo eh. Éramos 45 becarios de ramas muy distintas a la escritura. La mayoría, académicos serios, científicos de Estados Unidos. Y te sientan en una mesa grande, como ocho, diez personas, y platicas. Y en esa mesa yo empecé a contar este recuerdo. Yo acababa de regresar de París y empecé a contar el recuerdo del campamento. Acababa de regresar de París, tú sabes por qué, porque en la novela está la escena de París.
— Imagino que te referís al evento con la gran fotógrafa mexicana Graciela Iturbide que narrás en la novela. ¿Existió?
— Existió. En YouTube hay evidencia. Vuelvo de París y en este almuerzo empiezo a contar la anécdota. Y hay un becario uruguayo sentado a la mesa, judío, y me dice: claro Eduardo, a mí me pasó lo mismo. ¿Cómo? ¿Cómo que te pasó lo mismo? Fue un día traumático en mi infancia que yo había creído original y he ido descubriendo que no, que muchos judíos latinoamericanos de los 80 vivieron una experiencia similar. Una experiencia extrema durante un campamento de niños judíos que se llaman Majané o Majanot, que supongo que también se dieron en Argentina, no sé. Y entonces empiezo a esbozar la historia ¿no? De nuevo, es una historia prohibida. Es una historia censurada. Es una historia que muchos no quieren que cuente. Pero eso tiende a pasar en todos mis libros, entonces eso no es territorio nuevo para mí.
— Pero lo que sí es nuevo es la situación que se vive en este momento si sos judío. Con Israel en dos guerras al mismo tiempo. Con una concepción del mundo según la cual Israel y los judíos ya no son los débiles victimizados sino que son vistos por mucha gente como los victimarios y, al mismo tiempo, como si el pasado del Holocausto y las persecusiones ya no existiera como memoria. ¿Cómo estás viviendo esta situación?
— Muy interesante tu pregunta. Y te diría varias cosas. Hace un par de días estuve aquí en Berlín con una amiga y me hizo una pregunta que no entendí. Me dijo: Eduardo, ¿cuándo escribiste Tarántula? Le expliqué esto de cuando fui becario, etcétera. Me dice: ¿fue antes o después del 7 de octubre? Y le dije bueno, yo entregué la novela ya terminada antes del 7 de octubre. O sea, es una historia que no tiene nada que ver con el 7 de octubre. O sea, yo no tenía eso en la cabeza. Y la historia tampoco tiene que ver con Israel/Palestina. Como otros libros, como Monasterio, que sí tiene que ver directamente con el conflicto Israel-Palestina. Y esta amiga me dijo: es que tu libro tiene por lo menos dos lecturas, uno lo puede leer pre octubre 7 y post octubre 7.
— Así es.
— Y yo no lo había pensado. Número dos, yo en todos mis libros tiendo a apartarme del judaísmo. Tiendo a empezar diciendo: yo ya no soy judío. Yo me jubilé. Es esta broma que tengo desde hace veinte libros. Ahora, con este libro, recibí reacciones muy negativas de judíos franceses. “Cómo se te ocurre decir eso ahora”. “Cómo se te ocurre decir que ya no quieres ser judío ahora, con lo que estamos viviendo, con lo que está pasando, con el antisemitismo en aumento. Tu rechazo al judaísmo solo va a crear más antisemitismo”. Eso fue textual, me lo dijo una periodista francesa. Yo creo que nadie necesita mis comentarios para que haya más o menos antisemitismo. Creo que yo soy muy pequeñito para alentar ese fuego. Para alentarlo o no alentarlo.
— Ya se sabe: si hay dos judíos, hay tres maneras de pensar y cinco templos (risas).
— Punto. Y lo que tiene que entender ella, y mucha gente como ella, es que yo me aparto del judaísmo para buscarlo de nuevo. Mi rechazo del judaísmo es igual que el de Guatemala. Es exactamente lo mismo. Yo tengo que irme lejos para encontrar mi camino de vuelta. Entonces, cuando tenía 20 años me tuve que distanciar del judaísmo y no fue sino hasta que encontré la escritura que empecé a recorrer el camino de vuelta hacia el judaísmo y hacia Guatemala.
— Son los dos lugares de los que fugaste para regresar con la literatura.
— Así es. Esa es la mejor manera de ponerlo, creo. Me fugué para volver. Hui. Es una huida. Y, por eso, el epígrafe de Pizarnik (N. de la R.: “Heredé de mis antepasados las ansias de huir”) El huir, para mí, siempre ha sido la reacción natural. Me voy. Yo creo que es algo también muy judío. Cuando la cosa se pone complicada, hay que estar con la maleta lista o las cajas listas. Ahí ves que las cajas están listas, por si acaso aquí la cosa se pone complicada en Berlín, pues me voy (N. de la R.: lo dice señalando hacia atrás, mientras hablamos por zoom).
— Uno sabe cuándo se va, pero no cuándo vuelve.
— Exacto. Entonces yo me voy de Guatemala, llevo una vida yéndome de Guatemala. Desde que cumplí 10 años. Incluso desde antes, porque nunca estuve realmente metido culturalmente en Guatemala como judío. Y del judaísmo aunque se ven ya rasgos de eso en el niño de 13 años de Tarántula, no es sino hasta que tengo 23, 24, 25 años, que siento el valor para decirle a mi familia me voy. Yo ya no vendré a reuniones religiosas. Yo ya no iré a la sinagoga. Yo no me casaré con una chica judía. Cosa que es espeluznante para algunos judíos. Se lo tomaron muy mal. No lo entienden. Yo no entiendo. ¿De qué me quiero ir realmente? ¿Qué estoy dejando? ¿Y por qué es importante para mí dejarlo? No lo sé. Pero empieza entonces esa huida. Y cuando empiezo a descubrir la literatura, que es mucho después, recuerda que yo llego tarde a esta fiesta, empiezo cautelosamente a volver a ambos, a qué es ser un judío y qué es ser un guatemalteco. Pero ya cambiado. Ya no es el pasaporte guatemalteco lo que me interesa, ni el pedigrí judío, sino ambos como literatura. O sea, el judaísmo como literatura. El judaísmo como historias.
— Hablábamos de que te formaste leyendo en inglés y mencionabas a los cuentistas norteamericanos. ¿Vos sentís que tu tipo de literatura está más cerca de esa literatura que de la literatura latinoamericana?
— Sí. Yo creo que sí. Yo me siento muy latinoamericano pero siento que mi literatura es difícil insertarla en el canon, digamos, latinoamericano. Yo creo que es más fácil relacionarla con la literatura norteamericana, relacionarla con la literatura judía norteamericana, con la literatura judía de Europa del Este, incluso, pienso en ese sentido del humor...
— Los campamentos, en las novelas de Philip Roth.
— Justamente. En lo latinoamericano todavía yo creo que es más forzado meterme ahí. Pero no lo sé. Es solo una intuición que tengo.
— Vivís en Euorpa, de todos modos, y recién decías que podrías sentirte dentro de la serie de algunos autores judíos de Europa del Este. Eso sí lo sentís como algo familiar en términos narrativos.
— Sí. Sí. Algunos autores. Pero también algunas sensibilidades ¿no? Más que autores, sensibilidades. Pienso en Joseph Roth. Pienso en Soma Morgenstern.
— Joseph Roth, otro que se fugó.
— Claro, claro. Me hermana con ellos alguna situación, tener que huir de alguna manera de tu tierra y sentirte el resto de tu vida desterrado. Y escribir desde ese destierro y sobre ese destierro, yo creo que tiene mucho que ver con el judío centroeuropeo.
— Alguien te preguntó por los libros que más te influyeron sin haberlos leído, y me gustaba mucho esa respuesta que dabas.
— Sí, claro. Lo cuento en el libro. Un periodista español que me hizo lo que en un primer momento, en primera reacción, pensé que era la pregunta más tonta que me habían hecho jamás. Inmediatamente después pensé que era la pregunta más inteligente que me habían hecho jamás. Me preguntó cuál es el libro o los libros que no has leído que te han influenciado más. Que no has leído. Y yo supe mi respuesta inmediatamente: son dos, la Torá, si es que se le puede llamar un libro a la Torá. Nunca lo he leído como libro. He leído fragmentos para mi bar mitzvah y etcétera, conozco partes y conozco pequeñas escenas, pero no lo he leído como libro, y el Popol Vuh. Son los libros que más me marcan. Que más me conforman. Son las dos grandes columnas de estas dos culturas sobre las cuales está construida mi casa.
— Algo interesante es que recién mencionaste tu bar mitzvah y el campamento de la nueva novela ocurre cuando tenés 13 años, es decir cuando para la religión judía dejás de ser un niño y pasás a ser un adulto.
— Sí. La novela empieza en una mañana y es una novela que no tiene nada que ver con tarántulas, no es un libro sobre la biología. Como todos mis títulos, despista, ¿no? Canción no es sobre la música. Ni Monasterio sobre un monasterio. Etcétera. El boxeador polaco no tiene nada que ver con boxeadores o con el boxeo. En este caso, no es sobre tarántulas. Nos mandan, como comenté, mis padres a este campamento en la montaña de Guatemala. Perdido en la montaña, en donde estaba sucediendo otra guerra, ¿no? Es un campamento en medio de la guerra civil que se estaba librando en Guatemala. Y es un campamento para niños judíos que empieza muy normal. Caminatas. Cómo hacer una fogata. Primeros auxilios. Pasar tiempo con tus amigos. Yo ya había ido a estos campamentos antes y siempre de una manera muy feliz.
— Ejercicios de supervivencia.
— Claro. Te la pasas muy bien. De pronto, el cuarto día amanecemos a gritos. Yo solo oía gritos. De pronto se inunda de luz nuestra carpa, alguien tiró la puerta de la carpa y entró la luz y en el umbral estaba parado el que había sido nuestro monitor. ¿Le dicen monitor en Argentina?
— Líder, madrij.
— Madrij diríamos nosotros, o el counselor en inglés. Pero en España dicen monitor. El líder de la cruzada ¿no?
— El guía.
— El guía. Vestido de negro. De pronto vestido de negro. Y yo, medio dormido, lo vi, no entendía sus gritos, no entendía por qué estaba vestido de negro. De pronto veo una tarántula caminando en su brazo y tardé unos segundos en entender que aquello que había visto no era una tarántula sino una esvástica. Era una esvástica que tenía puesta en el brazo. De pronto el campamento se había transformado en un campo de concentración y los niños en prisioneros. Ahí empieza la novela.
— Hay un momento importante en la novela que tiene que ver con un cartel que está en un club de golf y que a vos, como un chico que sos y que estás acompañando a tu padre, te resulta muy perturbador. Recién hablabas de la incomodidad de ser judío en Guatemala.
— Sí. Sí. Esos recuerdos que yo tengo, como flashazos, como pequeñas instantáneas del antisemitismo. Del antisemitismo que, de pronto, va entrando o lo vas comprendiendo pero siempre con una mentalidad de niño. Y yo recuerdo ir con mi padre a este club de golf en la capital guatemalteca y ver un rótulo que decía “Prohibida la entrada a perros y judíos”. Y más que el rótulo, yo lo que recuerdo es la sensación que me provocó ese rótulo. El no entender cómo mis compatriotas, los guatemaltecos, yo soy guatemalteco, somos guatemaltecos, de pronto me equiparan con un perro. O sea, me sentí expulsado. Esa fue la sensación. Me sentí, de pronto, expulsado.
— Uno sabía que en determinados lugares algunas personas hacían todo lo posible para que no ingresaran judíos. Pienso en Argentina y pienso en ciertos clubes o country clubs. Pero que eso esté expresado claramente con un cartel…
— Claro. Y como niño, cuando no sabes que existe ese odio, o sea, yo no sabía que existía el odio hacia los judíos. De pronto cuento dos instancias, ésta y la de un amigo que me invita a su casa y me muestra un panfleto nazi. Se lo había robado, lo había encontrado de su padre o de su abuelo. Pero son pequeños momentos en donde va entrando el mundo de los adultos, el mundo del odio. Y, desde ese momento, yo siento quizás que debo huir de un ambiente así, de un país así.
— Ahora, es es la figura del judío perseguido. Vuelvo a lo que hablábamos antes acerca de la lectura de tu novela post 7 de octubre. ¿Cómo vive en Berlín el judío Halfon, que siempre cuestiona cosas y que, a su vez, está siendo cuestionado por el antisemitismo de siempre, pero también por el lado de los judíos que dicen que lo que uno hace o dice puede tener consecuencias y perjudicar a los judíos?
— Aquí fuera de mi ventana, tú no lo ves, pero aquí está Wannsee. ¿Tú te recuerdas qué pasó en Wannsee? La Conferencia de Wannsee donde Hitler anuncia la Solución Final fue aquí, a dos kilómetros de mi casa. Yo vivo en la boca del lobo. Literalmente estoy en el punto geográfico donde empezó la Solución Final. Es un bosque maravilloso en donde no logras entender cómo algo tan horripilante pudo suceder en un lugar tan precioso. O sea, estoy ahí pero no lo siento. Yo me aíslo. La gente en Berlín no sabe que yo estoy en Berlín. Estoy afuera de la ciudad, soy muy ermitaño. Vuelvo a tu pregunta. Yo creo que también tú has vivido algo de esto: como judío, hoy te ponen el micrófono enfrente y digas lo que digas vas a ofender a alguien. Hay un grupo u otro grupo, u otro grupo, que no va a estar de acuerdo con que estés diciendo las cosas, ¿no? O sea, es como que no puedes, por alguna razón, estar en contra de lo que sucedió el 7 de octubre, que fue un acto barbárico, terrible, condenable, de una organización terrorista como es Hamas, pero al mismo tiempo estar en contra de la política actual del gobierno de Netanyahu. Entonces, lo que he sentido es que muchos judíos me critican cuando yo critico a Israel. Se lo toman como si yo fuera antisionista, antisemita, y no es así, la mitad del Estado de Israel está manifestándose en contra del gobierno de Israel, ¿no?
— Sí.
— Pero es una situación que yo creo que todo judío del mundo ahorita está viviendo. No por ser escritor. No por escribir sobre el tema. Pero es algo que ahora tendremos que llevar durante mucho tiempo. Es ya no solo ser las víctimas, ahora estamos también creando víctimas porque la gente de Palestina no se merece lo que les está pasando. Es una situación muy compleja, muy difícil, y al mismo tiempo es muy difícil no opinar y muy difícil opinar.
— ¿Y te da miedo en algún momento decir que sos judío, reconocer que sos judío?
— No, porque creo que me mantengo al margen de todo eso. Ahora, dicho eso, no deja de pasarme por la mente cuando voy a eventos públicos, ahora que estuve en Francia o hace un mes estuve en Polonia, que algo pase. Se me cruza porque somos todavía blanco. Somos todavía un blanco para ciertos grupos y ciertas facciones y, pues, estamos en ello. Estamos hablando sobre el tema, estamos escribiendo sobre el tema.
— Te lo pregunto sobre todo porque durante mucho tiempo la figura del escritor era también la de la persona que tomaba partido en los debates públicos. El escritor, ya no solo como artista sino también como intelectual, quiero decir, y con una palabra que pesa dentro de lo que es la discusión pública.
— Hay que tomar partido. El escritor comprometido de Sartre. Y creo que hay algo de ello. En mi caso, yo creo que esto es algo muy personal y cada escritor lo maneja a su manera, porque también podemos ser comprometidos con la política de nuestros países. Mira lo que está pasando en Guatemala. Mira lo que está pasando en tu país, ¿no? Mi compromiso sucede en mi literatura. Yo no me creo ni con la capacidad ni con la potestad de salir políticamente a ser un escritor comprometido, una persona comprometida. Pero sí lo puedo hacer en mis libros, en mis cuentos, en mis historias, y si tú me lees, ahí está, ahí estoy y ahí está mi compromiso: en lo que cuento.
— Pensaba en lo de estar en Berlín ahora, lo de haberte quedado allí después de la beca, lo de haber vivido en Francia. Teniendo en cuenta lo que venís diciendo en relación a fugarte: ¿es que no hay ningún lugar que sea absolutamente tuyo?
— Ninguno. Yo creo que esta es una historia, la de Tarántula, que solo pude haber escrito en Berlín y, como sabes, Berlín es uno de los tres focos de la novela. O sea, en el libro hay una historia muy importante que sucede en Berlín. Estando aquí, pues, tenía que ser así, tenía que contarla desde aquí.
— ¿Pero ese encuentro clave sucedió, entonces?
— Pero claro, todo sucedió. Hay exageraciones. Hay manipulaciones. Pero sucedió. Entonces: no, no tengo un lugar. Y con mi hijo de casi 8 años, que ya también reclama cierta estabilidad, cierta tranquilidad. No tengo un lugar y cada vez más me pesa no tenerlo porque ya esta vida de nómada, de la constante huida, cansa.
*La charla completa con Eduardo Halfon puede verse y escucharse aquí.