El Talmud y el presente: ¿Siempre está mal mentir?

Dando luz a dilemas morales, el Talmud incita a poner los sentimientos del otro por delante al compartir la verdad. Reflexión y compasión guían sus enseñanzas

El Talmud y el presente: la verdad (Imagen ilustrativa)

El Talmud posee dos atributos mágicos, que se reflejan en el simple relato que comparto a continuación. El primero es que en todos sus textos aparece un sabio sosteniendo una postura determinada; seguido de otro erudito, igualmente formado y prestigioso, defendiendo la posición contraria. Esto, que genera cierta incomodidad y perplejidad en el lector, refleja la intención que esta fuente sagrada tiene de promover el debate y abrir más preguntas que respuestas; junto con su misión de incentivar el pensamiento crítico sin ofrecer un dogma único para cada dilema moral que presenta.

El segundo atributo del Talmud, también reflejado en este texto, consiste en plantear un desafío moral profundo a partir de un problema aparentemente simple… muy simple. Su objetivo es desafiarnos. Fuertemente.

Aquí el Talmud nos interpela sobre nuestra relación con la verdad y la mentira en este relato maravilloso. Dice así:

Enseñan nuestros maestros: ¿Cómo bailamos delante del novio? [“novia” en el original; pero lo cambié por “novio” para morigerar el injusto machismo que imperaba en el mundo 1.500 años atrás]

Beit Shamai dice: “Le debemos decir a la novia (que se está casando con ese novio) la verdad”. Beit Hilel, por su parte, dice: “Siempre debemos decirle que su novio es bello y piadoso”. Beit Shamai dice a Beit Hilel: “¿Y si el novio es rengo o ciego también le decimos que es bello y piadoso? ¿Acaso la Torá no dice: “Deben apartarse de la mentira”?

Beit Hilel le contesta: “Siguiendo su lógica, si alguien compra algo malo en el mercado vamos a decir que es malo o que es bueno?”. Seguro que debemos alabarlo y decir que es bueno. Por esto mismo los sabios enseñaron: “Que el espíritu del hombre siempre esté entremezclado con el de los otros seres humanos”.

(Cita del Talmud: b. Ketuvot 17a, b. Sanedrín 97a)

El Talmud resalta la importancia del debate al presentar posturas opuestas de sabios sobre dilemas éticos universales

Cuando el Talmud pregunta “¿cómo bailamos delante del novio?” está preguntando qué actitud debemos tener hacia quien se acaba de casar con nuestra amiga. ¿Debemos aprobarlo incondicionalmente o criticarlo con honestidad? ¿Qué debemos decir a nuestra amiga sobre el aspecto físico o espiritual de su flamante esposo?

Tal como afirma el texto, Beit Shamai afirma que debemos ir con la verdad: si nos parece hermoso debemos decirle eso; y si, a nuestro criterio, es feo debemos comunicárselo. Por el contrario, Beit Hilel sostiene que, siempre y en cualquier escenario, debemos decirle que su novio es bello y piadoso. Luego Beit Shamai pregunta a Beit Hilel si debemos decir que es bello en el caso en que sea “rengo o ciego” y, para fundamentar su posición, cita un versículo de la Torá que ordena “apartarse de la mentira”; o sea, decir siempre la verdad.

Beit Shamai basa en este mandamiento la obligación de decir que el prometido es feo si así lo fuera. Entonces, pareciera que Beit Hilel está violando este precepto cuando afirma que, a los propios ojos, siempre debe ser bello el novio ajeno aunque no lo sea en realidad.

¿Está Beit Hilel incumpliendo una mitzvá (mandamiento)?

Luego él completa su razonamiento preguntando a su colega :

“Siguiendo su lógica, si alguien compra algo malo en el mercado, ¿vamos a decir que es malo o que es bueno? Seguro que debemos alabarlo y decir que es bueno. Por esto mismo los sabios enseñaron : ‘Que el espíritu del hombre siempre esté entremezclado con el de los otros seres humanos’“.

¿Qué está queriendo decir Beit Hilel? ¿Por qué insiste con que debemos alabar lo que otro compra en el mercado independientemente de su buena o mala calidad? ¿Qué tienen en común un esposo recién casado con un bien recién adquirido? Que ambas situaciones, aparentemente, “no tienen vuelta atrás”. El casamiento ya ha sido consumado y el producto ya ha sido comprado.

Una amiga da consejos a la novia. (Imagen ilustrativa)

El punto del último comentario de Beit Hilel es que la opinión que ofrezcamos a nuestra amiga (por más objetiva y honesta que sea) no servirá para cambiar el resultado de la elección marital ya ejercida por ella. Nada de lo que le digamos podrá afectar su decisión. Si pensamos realmente que el novio es feo o malo, o el producto comprado es defectuoso, en este momento, ese pensamiento no le permitirá a nuestra amiga tomar una decisión diferente.

Puede ocurrir que la opinión de Beit Hilel cambie drásticamente si su amiga le consultara antes de tomar alguna de estas dos resoluciones. En ese caso, la opinión honesta, por más hiriente que pueda ser, sería capaz de impactar en la decisión de su amiga y, quizás, jugar un papel decisivo para que ella se abstenga de comprar un producto que luego de ser comprado la defraudará.

¿Qué significa “que el espíritu del hombre siempre esté entremezclado con el de los otros seres humanos”?

Entiendo que es mezclar los sentimientos propios con los ajenos. ¿Pero qué ocurre si los mezclamos? ¿Qué pasa cuando uno involucra sus sentimientos con un otro? Lo que sucede es que se construye un vínculo entre ambos que pasa a ser de mutuo cuidado y respeto. Porque si uno es el otro, entonces no lo dañaría; nadie quiere lastimarse a sí mismo. ¿No?

La comunidad humana, sentimientos entrelazados (Imagen ilustrativa)

Luego, cuando los sabios dicen “que el espíritu del hombre siempre esté entremezclado con el de los otros seres humanos” están queriendo decir : “Trata los sentimientos de los demás como tratarías a los tuyos”.

Es decir : con cuidado y respeto. Con amor.

Esto nos conduce a otra cuestión: ¿Habría cambiado la postura de Beit Hilel si la consulta acerca del esposo o acerca del bien adquirido hubiera ocurrido antes de consumar el matrimonio o de celebrar el contrato de compra? ¿Cambiaría entonces la ecuación que propone Beit Hilel (intensidad de la herida causada por la verdad versus valor del aporte real a la amiga)? Pareciera que sí.

Quizás esta verdad dolorosa ponga en riesgo un casamiento que hubiera sido un calvario para su amiga. Aquí la herida por la verdad es superada ampliamente por el beneficio de poner en tela de juicio una boda que le hubiera ocasionado un daño mucho mayor.

Pero volvamos al escenario del relato original. Para reconstruir esta idea de entremezclar mi espíritu con el de los demás podemos interpretar que el Talmud utiliza este término como sinónimo de empatía. Entonces, la idea sería ponerse en los zapatos del otro; de quien escuchará la verdad que yo tengo para decirle. ¿Tiene sentido que sufra si al decírsela no ganará nada? Parecería que hacerlo de todas formas implica no dejar lugar a la contemplación de las consecuencias.

“Contemplar” viene del latín contemplari (mirar atentamente un espacio delimitado), compuesto por la preposición cum (compañía o acción conjunta) y templum (templo, lugar sagrado para ver el cielo).

Es increíble que “contemplación” (aquello que los sabios de este relato del Talmud piden a quienes se disponen a emitir verdades hirientes) provenga de “templo”. Esta palabra tan hermosa está compuesta por dos ideas:

1. Mirar atentamente y en compañía, con un otro;

2. Hacerlo dentro de un templo, que es el espacio donde intentamos conectarnos con D’s.

“Mirar con otro” es una brillante combinación de palabras. Me pregunto si este no es un ejercicio urgente para los tiempos que corren… en los que todos escupimos nuestras (hirientes) verdades a los otros en redes sociales. Claro, todos tenemos nuestra propia cajita de verdades: no conozco a nadie que piense que sus creencias religiosas, políticas o ideológicas no son verdad. Todos sentimos decir la verdad cuando damos nuestra opinión. Somos los jueces más severos cuando pensamos algo; y, más o menos conscientemente, damos nuestro crudo veredicto al sancionar un pensamiento divergente ajeno.

El otro se ha convertido en un rival acérrimo apenas pensó algo distinto. Y el algoritmo se ha empeñado en esconderlo detrás de ceros y unos… mostrándonos solamente a quienes se presentan como nuestros aliados. Monolíticos. En todo.

Me pregunto si ese individuo es, justamente, un otro con quien podemos compartir el mirar para lograr la contemplación que demandan los sabios del Talmud. Quizás la (¿única?) forma de conectarnos con D’s es mirando cuidadosamente a los “otros”, con la misma empatía que él tendría.

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