El periodismo sobre el fenómeno QAnon tiende a examinar la propagación desenfrenada del vago conjunto de teorías conspirativas en la sociedad mayoritaria y quizá se pregunta por las identidades concretas de quienes propagan esas teorías desde rincones sombríos. Confía en el plan, de Will Sommer, que informó de la historia para el Daily Beast (y ahora es redactor de The Washington Post), y el documental de HBO Q: Into the Storm, de Cullen Hoback, rastrean los orígenes de Q hasta tablones de mensajes como 4chan y Reddit y exploran el daño que su inquietante proliferación acaba causando a nuestra democracia.
En su nuevo libro, The Quiet Damage: QAnon and the Destruction of the American Family (El daño silencioso: QAnon y la destrucción de la familia estadounidense), Jesselyn Cook aborda las ramificaciones personales de muchos de los devotos de Q y de las personas que se preocupan por ellos. Es un tema que a menudo se pasa por alto en lo que Cook describe como “el estruendoso discurso nacional que rodea al movimiento”, y “existen pocos recursos para las familias e individuos afectados”. El objetivo de Cook es humanizar a esos seguidores profundamente comprometidos a los que es tan fácil tachar de ilusos, crédulos o cosas peores. También espera responder a la pregunta que recibió en “una cascada de correos electrónicos de desconocidos de todo el país compartiendo escalofriantes” historias de quienes recalibraron abruptamente sus identidades en torno a la dedicación a QAnon: “¿Qué le pasó a la persona que amo?“.
Cook realizó cientos de entrevistas para reconstruir cómo la gente caía bajo el hechizo de la seductoramente simplista representación de la realidad de Q. Entre sus diversos protagonistas se encuentran una abogada liberal de nido vacío, la gemela de un activista de Black Lives Matter, un rabioso partidario de Bernie Sanders, un jubilado de la generación del baby boom y un joven padre de familia.
La historia de Emily y Adam -una madre y un hijo cuyas vidas quedaron destrozadas por el suicidio del patriarca de la familia, Dan, una tragedia que, sin embargo, fortaleció su vínculo- es especialmente eficaz, ya que el giro que dio Emily en los años posteriores a que Adam, el menor de sus tres hijos, se marchara a la universidad fue casi grotescamente extremo. Emily, que estudió Derecho tras la muerte de su marido y llegó a prosperar con su propio bufete, había sido la heroína de Adam; en su propia redacción de solicitud de ingreso en la Facultad de Derecho, escribió sobre su madre, socialmente progresista, de quien creía sinceramente que haría del mundo un lugar mejor. Pero, aislada en su nido vacío, Emily atormentaba a sus hijos con tuits y publicaciones en Facebook en los que afirmaba que Mike Pence era un clon y que Michelle Obama era un hombre, y rara vez hablaba con ellos de otros temas. Menos de una década después, estaban distanciados por el comportamiento cada vez más cruel de Emily, que culminó en un correo electrónico en el que “llamaba a Adam ‘monstruo’, ‘gran decepción’ y ‘vergüenza absoluta’” y le decía que “se deshiciera de mi ADN”.
Kendra y Tayshia, las gemelas, crecieron en barrios de bajos ingresos de Milwaukee. Aunque fueron “mejores amigas” en su juventud, de adultas no podían ser más opuestas políticamente. Cuando el marido de Tayshia murió de un ataque al corazón, el hijo de Kendra culpó a Tayshia de su muerte, porque ella lo había “obligado” a vacunarse contra el coronavirus. “Tú lo mataste”, le dijo. “Mamá me lo dijo”.
Estos cambios repentinos y completos de personalidad e ideología tienen causas complejas y soluciones aún más complicadas. Cook, comprensible y sabiamente, no abarrota su libro de asideros psicológicos, prefiriendo dejar que la especificidad de sus temas hable por sí misma. En ocasiones recurre a fuentes históricas como Viktor Frankl, Abraham Maslow y Gustave Le Bon. Pero el libro se habría beneficiado de un mayor uso de las numerosas entrevistas que Cook realizó a psicólogos y expertos en teorías de la conspiración, cuyas palabras reserva en gran medida para un epílogo en lugar de para el texto principal. Las intrusiones de conceptos bien conocidos, como la jerarquía de necesidades de Maslow o la búsqueda de sentido de Frankl, podrían haberse sustituido por ideas más directas de los expertos contemporáneos a los que consultó.
Pero, en general, Cook contribuye con una pieza vital al enojoso rompecabezas de QAnon, relatando los profundos efectos en aquellas personas, por lo demás comunes, que han caído en sus garras y el daño colateral causado a quienes los rodean. El sentido de la verdad de las personas, como aprendemos dolorosamente una y otra vez, se basa en algo más que hechos verificables. Creencias como las que defiende QAnon -que son ciertamente ingeniosas, si no otra cosa- pueden atraer a aquellos para quienes la verdad es demasiado banal para ser fascinante o demasiado polifacética para ser reconfortante. La desinformación, las teorías provocadoras y los chivos expiatorios han demostrado ser alternativas atractivas para más gente de la que podríamos haber imaginado. El libro de Cook no ofrece soluciones, pero arroja una luz importante sobre el problema.
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Jonathan Russell Clark ha escrito sobre libros para Esquire, el New York Times y Los Angeles Times, entre otros. Es autor de Skateboard y Un oasis de horror en un desierto de aburrimiento.
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Fuente: The Washington Post.
Fotos: REUTERS/Elijah Nouvelage/File Photo.