
Despedir a Beatriz Sarlo me resulta complejo porque confluyen en esta despedida mi admiración intelectual y mi afecto personal. Desde el año 2002 en que nos reunimos en el Tortoni para pensar en una propuesta de reforma constitucional tuvimos una relación afable, fundada más en las sintonías de pensamiento y gusto que en la frecuencia de trato.
Sus obras, especialmente La máquina cultural y Pasiones argentinas, influyeron en mi pensamiento y en la escritura de mis libros y artículos, donde su pensamiento siempre es una guía. Lúcida, con una formación teórica apabullante, hábil polemista, tanto en el ámbito público como en la conversación privada exhibía siempre su capacidad para producir pensamiento propio con sólida fundamentación.
Analizó la cultura argentina desde una variedad de puntos de vista que su cultura y su ingenio le permitían. Y si la literatura fue su disciplina troncal, nada de la creación artística le resultaba ajeno. Cinéfila, asidua espectadora de teatro independiente, militante de la música contemporánea su presencia en todos los ámbitos era habitual. Cuando llegaba el BAFICI y el ciclo de Música Contemporánea el centro de su actividad eran esos acontecimientos.
Beatriz retomó la figura del intelectual con alta visibilidad pública. No temió a la escritura de artículos en los grandes medios de comunicación ni a la participación en los programas televisivos de mayor audiencia. Reivindicó la unión del pensamiento con la acción, el valor del pensamiento abstracto para iluminar los problemas concretos de la realidad. Concurría a actos, participaba de marchas, se sumaba a movimientos para defender principios y derechos. Tampoco eludió el trato con la política de la cual participaba con fervor.
No le interesó ser correcta. En una sociedad y una época coloreadas en blanco y negro, la sutileza de sus matices no eran bien comprendidos. Algunas de sus posturas públicas le valieron el alejamiento y la crítica de quiénes habían sido sus colegas cercanos. Siempre asumió el riesgo del pensamiento personal. Y lo hizo con valentía . Su famoso “conmigo no, Barone” en el polémico programa televisivo “6,7,8″ le valió la crítica de muchos cercanos y la circunstancial simpatía de habituales contendientes.
Deja una obra monumental e imprescindible no sólo para estudiar la cultura argentina sino también los vaivenes de la cultura universal de nuestro tiempo. Sus reflexiones sobre la posmodernidad, sobre la vida urbana, sobre el valor del testimonio y su visión de la literatura argentina, cuyo canon ordenó de manera no habitual, son insoslayables para quienes quieran interpretar la complejidad de esos temas. Sus reflexiones son siempre valiosas aún para disentir con ellas.
Figura central de la vida pública argentina, era enriquecedor encontrarse con ella en la vida cotidiana, comentar libros, conciertos o películas en algún café porteño. Intercambiar anécdotas sobre nuestros gatos - una pasión compartida- y escuchar sus anécdotas del tenis, deporte que practicó con pasión toda su vida en el club de su barrio de Caballito. Siempre estaba atenta a la opinión del otro, a la visión de un problema desde el punto de vista jurídico que no era la materia de su dominio para a la que siempre estaba atenta.
Promotora de los nuevos talentos en todas las áreas, su siempre escuchada opinión fue puntapié inicial para el descubrimiento de muchos jóvenes que se iniciaban en alguna de las artes.
Beatriz Sarlo fue una personalidad de la vida porteña. La ciudad pierde a una ciudadana que la supo disfrutar en todos sus aspectos y contradicciones, que la pensó y la vivió, que la protagonizó sin proponérselo.
A partir de hoy, la ciudad sin Sarlo carecerá de una luz que la descubra y la alumbre.
* José MIguel Onaindia es abogado y gestor cultural. Exdirector del Incaa y del Centro Cultural Rojas. Director de la Comedia Nacional uruguaya
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