Martín Prieto: “Mi generación se desinteresó de la vida pública de la universidad y no supimos ser maestros”

Charla con el poeta, ensayista y docente rosarino a propósito de “Un poema pegado en la heladera”, un celebrado libro que es, al mismo tiempo, una historia personal de la poesía y una forma de autobiografía literaria

Martín Prieto y el efecto de la obra de Saer en su propia escritura: "Un gran escritor contemporáneo que está publicando cuando vos empezás a escribir es un problema porque la tendencia a la mimesis es un poco desesperante".

Cuando habla de literatura, siempre lo hace como si estuviera dictando clase. O debatiendo en una mesa imaginaria. O presentando una ponencia en un congreso. La literatura es su objeto elegido, aquello a lo que se dedica, su pasión y, por eso, la búsqueda de palabras precisas y también el énfasis, la furia y la risa. Martín Prieto nació en Rosario en 1961. Es Profesor y Licenciado en Letras y Doctor en Literatura y Estudios Críticos por la Universidad Nacional de Rosario, en donde ejerce como profesor titular de Literatura Argentina II y director del Centro de Estudios de Literatura Argentina.

Es autor de los ensayos Breve historia de la literatura argentina, Saer en la literatura argentina y Un enorme parasol de tela verde, de los libros de poemas Verde y blanco, La música antes, La fragancia de una planta de maíz, Baja presión, Los temas de peso, Natural, Retratos de ciertas personas de importancia en mi vida, Lo que no debió pasar y pasó , de la novela Calle de las Escuelas número 13 y de Una forma más real que la del mundo, una documentada compilación de entrevistas a Juan José Saer.

Formó parte del Consejo de Redacción de Diario de Poesía, fue director del Centro Cultural Parque de España/Aecid de Rosario, de la revista Transatlántico y de la colección Aura de la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Entre 2013 y 2015 fue coordinador general del Festival internacional de Poesía de Rosario.

Su último libro es Un poema pegado a la heladera, publicado por Blatt y Ríos. Se trata de un libro en el que Martín analiza y pone en juego la poesía y lo hace como poeta pero, sobre todo, desde otros lugares y muchas veces al mismo tiempo. Son clases de una historia personal de la poesía. Prieto escribe como maestro, como alumno, como amigo, como crítico, como periodista cultural, como lector, sobre todo como lector. El libro es también una forma de autobiografía literaria, con poemas y versos como mojones de esa vida y con historias y anécdotas como anzuelos irresistibles, efemérides amorosas de un camino lector.

Lo que sigue es la transcripción y edición de una charla que mantuvimos semanas atrás en un estudio de radio, mientras grabábamos un episodio de Vidas Prestadas.

Un poema pegado en la heladera es bastante diferente del resto de tu obra y no tiene tampoco el origen tradicional de tus libros. No es un libro de poemas y tampoco es uno de esos ensayos académicos en donde vos cruzás también la divulgación pero que, bueno, son los ensayos de un profesor de literatura. Contame un poco cómo se dio este libro.

— No siempre las anécdotas de este tipo son interesantes, pero esta lo es porque tiene mucho que ver con lo que el libro es finalmente y surge de una conversación que tuve con Martín Rodríguez. Martín es un poeta, es analista político y dirige una revista online llamada Panamá. Y entonces nos encontramos, tuvimos varias conversaciones, nos volvimos a la salida de un festival de poesía y un día me dijo: “¿Por qué no escribís algo para Panamá? Algo, lo que quieras”. Y a mí me resultó muy interesante la idea, en primer lugar porque no había condiciones, es decir, no era una columna semanal, no era una columna mensual, no tenía un tamaño predeterminado. No me pagaban, me pagaban muy poco. Por lo tanto tampoco había una coerción económica para escribir o para no escribir. Y porque había un público; era una revista que yo seguía y sigo bastante, un público que no es especialmente literato, no es un público de club.

"Un poema pegado en la heladera", de Martín Prieto, fue publicado por Blatt & Ríos. Sus textos habían sido publicados en la revista online "Panamá".

— Pero es un público interesante para llegar con la poesía.

— Tal cual. Yo dije: a ver qué pasa con esto. Qué pasa si escribo un poco de mis temas. Si además de hablar de mis temas en mi cátedra, en la Universidad, en los seminarios, con los poetas, con los amigos poetas, con los amigos lectores, qué pasa si salgo un poco de este mundo. Bueno, y me puse a escribir sin ningún preconcepto. Se me ocurrió una cosa y veía si eso me llevaba a un lado, me llevaba a otro lado. Se me ocurría un sueño o un poema de Denise Levertov y el poema de Denise me llevaba a un poema de Juanele y el de Juanele a uno de Philip Larkin. Y se iban armando relatos que no iban conformando nada. Yo simplemente iba escribiendo...

— ¿Te comentaban las notas?

— Las notas las comentaban. Hubo una cosa que a los Panamá, a Pablo Touzon, a Martín Rodríguez, no les gusta que cuente pero a mí me da risa porque cuando publiqué esa primera nota, un comentarista anónimo dijo: “Por fin uno que escribe bien” (risas). Y a mí me dio risa porque dije bueno, está bien, este no es mi ámbito, no es el ámbito propio de lo que había sido el Diario de poesía o de las revistas donde yo publiqué, etcétera, etcétera, pero hay gente, lectoras, lectores, que pueden estar atentos a esto que estoy contando. Entonces, eso fue tomando temperatura. Y un día me escribió Damián Ríos, que leía las columnas…

— Damián Ríos, el editor.

— Damián Ríos, el editor de Blatt & Ríos. Damián me escribió y me dijo que él leía las columnas en el teléfono y que las quería leer en un libro. Que le resultaba incómodo leer los poemas en el teléfono y ahí, bueno, surgió la idea de que eso finalmente fuera un libro. Pero no fue un libro en sus orígenes.

— ¿Y agregaste columnas para el libro?

— No, ninguna.

— ¿Todo lo que está se había publicado en Panamá, entonces?

— Menos una que no me gustaba mucho. Inclusive Damián y Mariano Blatt eran un poco resistentes a la idea del libro de columnas. No les gustaba. Las columnas envejecen, las columnas están muy vinculadas con la coyuntura, ¿no? Y entonces yo les dije: bueno, cuando cierre el libro, no escribo más. Y no las escribí más. Es como que se terminó ese mundo.

— En un momento determinado decís algo así como que para los universitarios, estudiantes, profesores e investigadores, la mayoría de las veces la poesía es alguien de la familia muy querido pero medio complicado al que finalmente se deja de frecuentar.

(Risas) Sí.

Juan L. Ortiz, figura clave de la poesía argentina.

— Hablás mucho de eso, de la poesía como un género que ya no es popular, por un lado, y de los distintos motivos por los cuales se habla poco, se escribe sobre poesía y se lee poca poesía.

— Mirá, ayer justamente estaba en el seminario que estoy dando en la Facultad, seminario de literatura argentina, de licenciatura, con unos alumnos y alumnas, y entonces dije bueno, quiero leer un poema de Juan L. Ortiz, es un poema largo, les aclaro. Así que prestemos atención. Y después, yo mismo les dije: bueno, estamos en una carrera de Letras. Ustedes están estudiando literatura. Están en 4to, 5to año de literatura, están haciendo este seminario voluntariamente. No debería hacer este paréntesis diciendo: ojo que vamos a leer un poema. Existe un poco esa idea, “ojo que vamos a leer un poema”, ¿no? Y el poema efectivamente reclama un tipo de atención.

— Y un tiempo, ¿no?

— Reclama un tiempo y un tipo de atención. Y un tiempo que no es solamente el tiempo que puede llevarte leer un poema o el tiempo que puede llevarte leer un libro de poemas sino el tiempo de comprensión de ese poema. ¿Cuántas veces un poema te gusta diez años después de haberlo leído? Una vez que leíste un poema, que se te pasó, y un día ese poema medio que se te viene encima. O, como digo en el libro, también se te vienen encima pedazos de poemas. Se te vienen encima pedazos de poemas desviados. Un pedazo de poema que al final no era exactamente así el poema. Pero lo que te quedó es una cosa y esa es un poco la intervención de nosotras y nosotros como lectores.

— Este tiempo no nos ayuda. Lo que estamos viviendo en términos de vértigo no colabora. No es momento de poesía. O tal vez, sí.

— Mira, yo no lo sé eso. No sé. Yo creo que hay una cosa que es un poco virtuosa y es que está desapareciendo la televisión. Eso está bueno.

— Lo que están haciendo en su lugar no sé si está tan bueno.

— Bueno, pero por lo pronto está desapareciendo la televisión. No sé, en estos días se entregaron los premios Martín Fierro y yo ya no conozco a nadie. Ya no conozco a nadie. No son esas figuras de la televisión, ¿no? Entonces, ya eso genera que se puede armar una temporalidad personal y propia con respecto al contacto que uno quiera tener con las noticias, el contacto que uno quiera tener con los medios de comunicación. Qué sé yo, hay una cosa que para mí está muy buena y es que el mundo del streaming es un mundo que se puede…

— Que no te ata a las 22.

— Que no te ata a las diez de la noche. Entonces yo tengo dos o tres columnistas que me interesa seguir y por ahí los veo el domingo a las nueve de la mañana. Por ahí, si no me puedo dormir los veo. Y eso, me parece a mí, genera o puede generar o yo ambiciono que genere un vínculo renovado con los libros.

Prieto: "Durante 50 años la gran literatura argentina residió en Paraná porque en Paraná estaba Juanele".

— Estás muy optimista. Nombraste recién a alguien por quien te quería preguntar, que es Juanele. Una figura clave de la poesía argentina, y además, un mito muy grande.

— Bueno, ahí hay como dos cuestiones. Yo por un lado creo que, efectivamente, Juanele es el principal poeta argentino del siglo XX y XXI. No solamente porque a mí me guste, por una cuestión de gusto personal, sino por cómo funciona Juanele en la historia de la poesía argentina. Lo que hace Juanele con el modernismo, con el posmodernismo. Lo que hace con Lugones. Lo que hace con Rubén Darío. Lo que hace con Carlos Mastronardi. Lo que hace con sus sucesores, ¿no? Entonces vos decís: y ahí está Saer, está (Hugo) Gola, está Poesía Buenos Aires. Lo que hacen los neobarrocos, lo que hace Arturo Carrera, lo que hace Perlongher, lo que hace Tamara Kamenszain. O sea, Juanele está en todos, ¿no? Entonces eso también hace a la grandeza de un poeta. Una vez le hice una entrevista a Saer y entonces yo, un poco para molestarlo, debo reconocer, le pregunté: ¿te sentís cómodo ahora que te vienen a ver los periodistas? Porque viste que él era como adorniano y era muy anti medios, muy anti periodistas. Él por supuesto se molestó un poco con la pregunta, pero entonces me contesta: Me da igual. La gran literatura no está donde están los periodistas. No está donde están las editoriales. No está donde están los medios de comunicación. La gran literatura de un país reside donde reside el gran escritor de ese país. Y durante 50 años la gran literatura argentina residió en Paraná porque en Paraná estaba Juanele. Estuve leyendo hace poco unos relatos que son una especie de memoria novelada de Noé Jitrik, donde cuenta los viajes a Santa Fe. Ya lo había contado Saer, ya lo había contado Gola, pero lo cuenta Noé, que vivía en Buenos Aires.

— ¿Cuál es el libro?

— Se llama Casa Rosada, son unos relatos publicados por Ediciones Al Margen. Y ahí dice: íbamos, cruzábamos en una balsa, cuando no existía el túnel subfluvial, año 71, 72. Cruzaban a verlo a Juanele. Entonces vos decís: ¿quiénes iban? Iban una cantidad de poetas que después conformaron esa sucesión, ¿no es cierto? Iba Paco Urondo, iba Hugo Gola, iba Jitrik. Después fueron, esto lo cuenta Tamara Kamenszain en Libros chiquitos (Ampersand), un viaje que hacen Tamara, Héctor Libertella y César Aira a verlo a Juanele también, que eso para mí le da a Juanele una renovada vida porque lo pone en un lugar medio hippie. Lo pone en un lugar de los 70…

— Gurú.

— Claro. Ya no de los que venían de los 50, el Partido Comunista, la literatura comprometida, la literatura política, sino unos que van.

— Una nueva vida le dieron, sí.

— Una nueva vida. Arman un libro con él, eso lo cuenta Tamara. Que andan con una especie de libro artesanal. Después, el mismo Aira cuenta que habían viajado en un autito de Libertella que no tenía papeles y entonces estaba lleno de militares porque era el año 76 o 77, por ejemplo, entonces se ponen a dar vueltas alrededor de una plaza en el auto hasta que los militares se fueron. Bueno, una cosa muy marginal de alguna manera, marginal pero marginal como era César en ese momento, o como era Tamara.

— Y que después terminaron siendo centrales.

— Claro. Pero son tipos que también van a Paraná a verlo a Juanele. Hay un poema hermoso de Francisco Gandolfo que dice algo así como: Subámonos a la alfombra mágica y viajemos hasta Paraná a verlo a Juanele. Y yo creo que, ya no existiendo Juanele en Paraná, mi idea es que todos los poetas argentinos, todas las poetas argentinas, cada tanto nos subimos a esa alfombra mágica y vamos a verlo a Juanele a Paraná.

— Es una belleza eso. Mencionabas a Saer y pensaba en tu libro, Saer en la literatura argentina (ediciones UNL), a propósito de esto que estás diciendo sobre Juanele en relación al lugar que ocupan los autores en un sistema y cómo, de pronto, recomponen el conjunto, ¿no? Y pensaba en lo que significó Saer y lo que contás al comienzo de este libro, cuando decís que la luz de su obra refulgía de tal manera que no pudiste ser el narrador que a lo mejor habrías sido y, en cambio, te convertiste en un buen lector de su obra.

— Claro, Saer era deslumbrante. Por lo menos para mí, para mi generación, que es nuestra generación, la figura emergente de Saer a principio de los años 80 –y hay que estar siempre atento a la sociedad, a lo que pasa alrededor–, porque eso también tiene que ver con los primeros años de democracia, con las Universidades de las catacumbas (N. de la R.: como se llamaba a las clases privadas que dictaban grandes maestros durante la dictadura), con las clases que daba Beatriz Sarlo en la Universidad de las catacumbas, las que daba China Ludmer y que también daba Saer, pese a que después se pelearon, ¿no? Entonces, había mucha gente leyendo esos libros de Saer que casi no se conseguían, hasta que Susana Zanetti los pone en circulación a través de Centro Editor de América Latina.

"¿Cuántas veces un poema te gusta diez años después de haberlo leído? Una vez que leíste un poema, que se te pasó, y un día ese poema medio que se te viene encima", reflexiona Prieto.

— En este libro tuyo aparece la carta que Susana le manda a Saer para que la autorice a publicar El limonero real.

— La carta preciosa que Susana le manda y donde le dice: “señor Juan, todos hablan de este libro y nadie lo tiene. A mí me gustaría…”

— Qué belleza.

— Hermoso. Y entonces, claro, un gran escritor en un momento determinado para un joven o para una joven es un gran problema. Un gran escritor medianamente contemporáneo, no te digo un gran escritor Shakespeare, Sarmiento, Hernández, que son grandes escritores o Montale, te digo un gran escritor contemporáneo que está publicando cuando vos empezás a escribir es un gran problema porque la tendencia a la mimesis es un poco desesperante.

— A nadie le gusta ser epígono.

— Y a nadie le gusta ser epígono. Entonces, yo me acuerdo, y lo cuento un poco en ese libro, yo empecé a escribir a los 19, 20 años, una primera novela y a las veinte páginas dije: esto es un desastre. Esto es un desastre de saerenismo. Un desastre. Hace calor, fuman.

— Caminan. Comen asados. (Risas)

— Hablan de literatura. Entonces dije bueno: me voy a dedicar a ser un buen lector de Saer. A ser un lector con Saer y no a ser un escritor con Saer.

— Martín, estamos hablando de lo que significan las influencias y tu padre fue una persona muy importante para la literatura argentina. Fue uno de los grandes lectores, docentes y divulgadores de la literatura argentina. ¿Cómo fue ser hijo de Adolfo Prieto en relación este punto, concretamente lo que tiene que ver con la literatura?

— Mirá, hay una primera cosa que vale la pena contar, ya que estamos hablando de Un poema pegado en la heladera, que es que efectivamente el título remite a una de las noticias – así les digo yo para no llamarlas columnas ni ensayos–, que es un poema de Madariaga que está pegado en la heladera de la casa de mi mamá. Mi mamá aparece varias veces en el libro. Mi papá no aparece nunca. Nunca. Y las dos veces que yo intenté meterlo como personaje, de alguna manera, contar algunas cosas, me salieron muy mal. Cecilia Vallina, que es mi mujer y Daniel García Helder, que es uno de mis grandes amigos y compañero poeta, eran los que leían las noticias antes de que yo se las mandara a Martin. Y las dos o tres veces que yo intenté ir por el lado Adolfo...

— Te diste cuenta: por acá no va.

— Por acá no va. Por acá no va. Entonces yo creo que eso no es una cosa que yo todavía pueda… Todavía y ya, tal vez, nunca, ¿no? Porque ya tenemos que empezar en nuncas. Entonces, digamos, lo que te puedo decir es que así son cosas. Decidí estudiar Letras y lo que recuerdo es que mi papá me sentó en el living de nuestra casa, yo tenía 18 años, y me recomendó no hacerlo. Fue muy enfático en decirme que a él le parecía que no tenía que estudiar Letras, que si quería escribir podía escribir, que para qué iba a estudiar Letras. Qué iba a ser una carrera muy tortuosa. Cosa que estoy comprobando ahora, una vez que soy doctor, profesor titular, soy todo.

"Saer en la literatura argentina", otro de los libros de Prieto.

— Pero sos docente.

— Y gano lo que gana un bancario, ¿no? Un bancario inicial. Ese fue el recuadro que hizo el otro día el rector de Rosario, dice: profesor de máxima categoría, de máxima antigüedad, gana lo que gana un ingresante bancario. Capaz que mi papá estaba pensando en eso. Pero, a su vez, era muy compañero. Yo me acuerdo de cosas, qué sé yo, cuando por ejemplo yo tenía 13 años, sería 74, 75, y se puso muy de moda la película La tregua.

— Sí, claro.

— Todas esas escenas tremendas. Héctor Alterio. Ana María Picchio. Toda esa locura. Que la fui a ver al cine encantado. Y cuando volví del cine mi papá me dijo: por qué no lees la novela. Entonces, ahí yo leí esa novela de Benedetti que está buenísima; es una novela epocal, muy signada por la época pero que está muy bien, por un lado. Y, por otro lado, cuando yo estaba por hacer mi tesis de licenciatura en ese momento yo estaba muy embalado con Cortázar. Yo lo adoraba a Cortázar. Sentía devoción por Cortázar. Y también me generaba la restricción, cómo escribir como Cortázar.

— Cómo escribir un cuento habiendo existido Cortázar.

— Cómo hacer un cuento como Cortázar. Cómo cambiar del realista al fantástico en una sola frase con dos comas. O sea, cómo se hace eso. Y entonces me acuerdo que él me dijo: Che, ¿no te gustaría probar con Saer?

— Ah, fue tu papá.

— Yo ya lo venía leyendo. Pero ahí creo que hubo lo que los psicoanalistas llamarían una intervención. Ahí hubo una intervención y yo efectivamente hice mi tesis sobre “Palo y hueso”. Sobre el cuento “Palo y hueso”, sobre el guion de la película que hicieron Beceyro y etcétera y la película que hizo de ese libro. Así que eso fue. Y, últimamente, mi hermana, que es historiadora, encontró ahora que se jubiló un lugar hermoso para historiar que es nuestra propia casa. O sea, va a la casa de mi mamá y saca archivos, saca cartas, abre paquetes. Y entonces me voy encontrando con cartas que yo le mandaba a mi papá y las que me mandaba él. Y debo reconocer con el tiempo que era de una generosidad enorme porque yo le mandaba unas porquerías. Digo “le mandaba” porque él vivía en Estados Unidos, ¿no? Y yo le mandaba, me doy cuenta ahora, unos poemas malísimos. Unos proyectos de cuentos pésimos. Y él ,con una paciencia, con una bondad.

Martín Prieto y su gran maestra, María Teresa Andruetto.

— Hablamos de tu papá, a quien yo alguna vez vi en una clase de Beatriz Sarlo, que había sido su discípula, y no puedo no mencionar a alguien que aparece con fuerza en Un poema pegado en la heladera, María Teresa Gramuglio. Una figura admirable, silenciosa, si querés, y muy influyente para todos los que trabajamos con la literatura argentina, ¿no?

— Sí, María Teresa para mí es mi maestra. Maestra de maestras. Fue una gran lectora mía. Una gran compañera. Ella a veces me pregunta, eso me da gracia, esa pregunta, porque me pregunta: Martín ¿nosotros qué somos? ¿Qué somos nosotros? Porque, claro, ella había sido alumna de mi papá, joven alumna de mi papá. Después, me acuerdo que una vez estábamos haciendo con Daniel García Helder y con Oscar Taborda un show de poesía, de esos de lectura de poesía espectaculares que hacíamos a principio de los años 80 en un bar en Rosario, y aparecen ella y Juan Pablo Renzi.

— Que era su marido, el gran pintor Renzi.

— El pintor Juan Pablo Renzi, su marido, aparecen los dos a ver eso. Entonces, a partir de allí se armó entre nosotros una relación personal. Es decir, ya no la que venía a mi casa a ver a mi papá o a ver a mi mamá o los amigos de mis padres si no una relación más personal entre nosotros. Y yo, lo digo así, con todas las letras, me considero su discípulo. Me da mucha pena que ya no esté pudiendo leer este libro porque está enferma, no está bien. Está bien de la cabeza pero está con poca fuerza, entonces no puede sostener el libro en la mano. Y me da mucha pena que no pueda leer este libro porque además es un libro que en muchas partes tiene algo que fue surgiendo también como homenaje. Homenaje en el sentido de esa figura como decís vos, esa figura discreta. Porque acá en Buenos Aires muchas veces se plantea un enfrentamiento, por decirlo así, en el micromundo nuestro de la literatura, de la crítica literaria, Sarlo versus Ludmer, ¿no? Sarlo versus Ludmer. Y yo digo: loco, María Teresa. María Teresa es la que para mí…

— Es la sintesis.

— Es la síntesis. Porque además fue amiga de Beatriz. Fue compañera de China Ludmer en la Universidad de Rosario. Entonces nosotros una vez le hicimos una entrevista con Judith Podlubne, una larga entrevista a María Teresa que me alegro mucho de que se la hayamos podido hacer en su momento, cuando ella estaba muy lúcida, muy pila, qué sé yo. Y la trayectoria de María Teresa desde haber hecho con Nicolás Rosa el manifiesto de “Tucumán arde“ (N. de la R.: Manifestación artística de vanguardia que se llevó a cabo en Argentina durante el gobierno de Onganía, en 1968, encabezada por un grupo de jóvenes artistas que provenían de Buenos Aires y Rosario)

— Cuando lo leí, es decir, cuando recuperé esa información en tu libro, después de haber sido discípula de Nicolás me pregunté cómo no me acordaba de algo tan importante en lo que habían estado ambos.

— Claro, cuando vos tenés una trayectoria, y esto me interesaba a mí, que no es una trayectoria solamente literaria sino que está muy vinculada con la política argentina. Con lo que fue “Tucumán arde”. Con lo que fueron las experiencias de izquierda en los años 70, también. Con lo que fueron los exilios interiores, ¿no? María Teresa se viene a Buenos Aires perseguida por la Triple A. Ella cuenta en ese reportaje una cosa que a mí me encanta. O sea, recibe una nota en la casa. Viene el primo y le dice: María Teresa, andate ahora. Entonces ella se viene a Buenos Aires y le toca el timbre al primo y el primo le dice: ¿Qué te trae por acá? Y ella dice: la Triple A (risas). Es buenísimo.

— Es tremendo.

— Y, entonces, todo lo que construye después María Teresa con la revista Punto de vista y todo lo que construye acá también en la Universidad de Buenos Aires cuando Enrique Pezzoni y Jorge Panesi le proponen la cátedra de Literatura del Siglo XIX, extraordinaria.

— Para cualquiera que sea lector y que sepa lo que es la literatura la narrativa, la literatura, la poesía, el siglo XIX es central.

— Y la discreción de María Teresa. María Teresa se jubila en un momento dado. No hace un show porque se jubila. No lo pone en YouTube. No le avisa a nadie, ¿no? Entonces, estábamos con Judith justamente, y de ahí surge la entrevista y el libro, estábamos conversando con ella y dice: “Ah, el martes doy mi última clase”.

— Así, como al pasar.

— Y entonces con Judith dijimos: bueno, vamos. Y entonces fuimos a ver esa última clase. Fue una clase preciosa de literatura francesa, haciendo unas relaciones entre algunos poetas franceses y Hugo Padeletti. Y en un momento dado, a la hora y media, dos horas, dice: bueno, me cansé. Y terminó. Y esa fue su última clase en la Universidad. Y entonces, esa discreción, que después tiene sus consecuencias, que no son gratas. Porque la discreción después también tiene como hijo el silenciamiento, el no estar, ¿no?.

— Cierta indiferencia.

— Cierta indiferencia.

— Pero cuando uno piensa cómo se enseña la literatura, hay mil maneras de hacerlo. Uno puede convertirse en un personaje enseñando literatura y uno puede enseñarla como un lector profesional. También están los que la enseñan como un escritor. Mirá, estoy esbozando una tesis muy hermosa que en algún momento desarrollaré (Risas).

— No, está bien eso, porque hay una cosa que es linda también ahora que vos decís esto del personaje, para no hablar de los contemporáneos, ¿no? Los relatos que hacen por ejemplo China Ludmer y María Teresa de las clases de David Viñas en Rosario, cuando Viñas se tiraba al piso.

— Vos lo conociste a Nicolás Rosa, también.

— Bueno, Nicolás también. El profesor como personaje. El profesor showman.

— Absolutamente. Ahora, la importancia de la experiencia de los mayores. De la enseñanza de los mayores. Y de saber escucharlos. A veces me pregunto si fuimos la última generación que hizo eso de escuchar casi con veneración a los mayores.

— Yo también me lo pregunto pero me pregunto si es que entonces, y hay una pregunta consecuente a esa pregunta, si es que nosotros no supimos ser maestros. O no supimos ocupar ese lugar de maestros, yo veo algo ahí, ¿no? Veo como muchas falencias de nuestra generación. Muchísimas. Una, muy importante, es nuestro desinterés como profesores y como alumnos por la vida pública de la Universidad.

— Ah, eso me interesa.

— No fuimos nada. María Teresa dice: yo fui presidenta del Centro de Estudiantes y era la mejor alumna, porque consideraba que el líder político tenía que ser a su vez el mejor estudiante. ¿Qué pasa con eso ahora? Vos lo ves a Adolfo, que fue decano, o la figura de Enrique Pezzoni también, con una presencia en la vida institucional de la Universidad. Nosotros no la quisimos tener. Yo siento que nosotros no la quisimos tener.

Aldo Oliva, Martín Prieto y Juan José Saer.

— O tal vez, lo que pasa es que a lo mejor el mayor involucramiento fue cuando uno no era profesor sino alumno.

— Puede ser.

— Y que uno queda desgastado tal vez en la Argentina.

— Pero luego pasaron 40 años.

— Es verdad.

— Luego pasaron 40 años. Y entonces a vos te dicen: Che, ¿querés ser director de la escuela? Ni loco.

— Yo sin embargo lo vinculaba más con algo que a lo mejor te va a resultar sorprendente, pero tiene que ver más con el lugar que tuvimos como padres que el que tuvimos como profesores en el sentido de que veníamos de una generación en donde todavía había un rastro de autoritarismo en los padres e intentamos todo lo contrario. Y conseguimos todo lo contrario.

— Bueno, puede ser que ahí también se produzca algo que tenga que ver con ese no querer ser esa autoridad.

— Por eso te digo. Está para pensarlo.

— Pero yo siento eso. Lo que está pasando es horrible. Y lo que está pasando no empezó el 11 de diciembre de 2023. O sea, lo horrible que está pasando no empezó el 11 de diciembre, y yo digo: ¿no hay ninguna figura que tenga, a su vez, peso intelectual y peso político y que esté, uno podría decir, hablando por nosotros?

— Es cierto que no empezó en diciembre, pero lo que nunca habíamos visto es la burla y el regocijo, además del desfinanciamiento. O sea, que desfinancien la cultura y la ciencia, y que además digan que lo hacen porque sos un ñoqui, que lo que hacés no le interesa a nadie y no sirve para nada, y que lo único que estás haciendo es queriendo vivir de la teta del Estado no es lo mismo a que, de pronto, te digan: estamos en crisis y todos tenemos que poner el hombro.

— No, no, no. A ver, el punto de quiebre es notorio. O sea, lo que estamos viviendo ahora es una cosa horrible. Horrible. Lo que representa el presidente Milei y lo que quiere representar es horrible. Hay un desprecio por el prójimo de su parte y de su gabinete entero y de aquellos que hablan por él. Y también de aquellos que se hicieron los sotas y, sabiendo que esto iba a suceder, lo acompañaron igual. Por ejemplo, justamente viniendo de Santa Fe, pienso en el gobierno de Santa Fe, en cómo propició un poco por debajo la llegada de un gobierno de estas características. También, quiero decir que yo lo escuché a Milei decir a un medio extranjero una frase que es más o menos así, no es textual, pero él dice: Argentina está hecha mierda, “si no, yo no sería presidente”. Y en eso, hay una verdad. O sea que acá hay un arrastre de malas decisiones, de desidia, de abandonos, porque ahora desprecian a los profesores universitarios pero los pibes y pibas que entran siendo doctores como ayudantes de primera en una cátedra que hoy ganan 190.000 pesos, en diciembre ganaban 90.000. No es que les bajaron el sueldo sino que venían siendo unos sueldos…

Martín Prieto y el lugar que hoy ocupan la universidad y la figura de los docentes: "Ver las noticias es muy ingrato. Ver las noticias es de una agresividad, de una vulgaridad, de un odio contenido".

— Miserables.

— Miserables, porque el interés era que hubiera cada vez más empleados de la Universidad con pagas bajísimas para no potenciar cargos. Vos fijate que el otro día salió un estudio en el cual yo formo parte de la élite de los, creo que es el 12%, de profesores que son profesores titulares full time con máxima antigüedad. Esa es la élite. ¿Cómo puede ser que pase eso en la universidad argentina, con la importancia que tiene la universidad pública argentina, con el amor que tiene la sociedad argentina por su universidad pública como quedó demostrado en aquella gloriosa movilización del mes de abril? ¿Cómo puede ser que solamente un 10% de todos nosotros pueda vivir de la profesión? Y son cosas que no se saben. Ver las noticias es muy ingrato. Ver las noticias es de una agresividad, de una vulgaridad, de un odio contenido.

— ¿Y podés concentrarte? ¿Podés volver a la poesía, seguir con lo tuyo? ¿Te cuesta cada vez más?

— No, me parece que más bien trato de no estar tan pegado. Por ejemplo mi mamá, que es por supuesto jubilada, tiene 93 años y, como la gente de esa edad, está muy atenta a la tele, y entonces te manda un mensaje cada quince minutos acerca de Milei. Cada quince minutos. ¿Pero lo escuchaste? ¿Pero lo viste? ¿Pero viste lo que hizo? ¿Pero viste el gesto que hizo? Qué tipo desagradable. Qué no sé qué. Y una indignación. Entonces me parece a mí que una medida sana por ahí es un poco de retracción con respecto a eso.

— ¿Y lo conseguís?

— Sí, lo consigo porque quiero escribir. Porque quiero publicar libros nuevos. Porque tengo a mis alumnos, a los que tengo que ir darles clase y también convencerlos de que ellos tienen el privilegio de ir a una universidad que tiene esos profesores que tiene. Y de convencerlos de que la universidad pública es un lugar que vale la pena.