Una caja de zapatos, que contenía antiguas fotos y, entre ellas, una imagen peculiar. Era una toma nocturna, fechada alrededor de 1937, que poseía carácter experimental. La secuencia ocurrió durante un viaje de capacitación laboral a Puerto San Julián, en donde don Silvio, padre del entrevistado, trabajaba como superintendente de los frigoríficos Swift y, por entonces, tenía un kit Kodak, un trípode y una cámara cajón.
“En la noche, él junto a tres amigos miraban el océano y la luna se reflejaba sobre el agua recortando la silueta de los protagonistas. Además, la foto poseía unos trazos raros de luces, como si fueran rayos láser, aunque es un típico contraluz con un haz blanco que lo atraviesa”, dice a Infobae Cultura, Silvio “Mickey” Zuccheri (hijo), nacido en 1943 en Berisso, a unos 10 kilómetros de La Plata.
A sus 13 años, intrigado por la fotografía y técnica que utilizó su padre, un adolescente Zuccheri le preguntó qué era esa imagen nocturna que lo atrapó. “Entonces me dice ´Lee atrás´. Y allí decía: ´Claro de luna sobre el Atlántico, en Punta Peñas. El primero de la derecha soy yo... como hemos tenido que estar en pose durante diez minutos con el frío que hacía nos hemos movido todos. La foto es un tanto imperfecta y esa línea blanca que cruza es el efecto de una linterna que imprudentemente fue encendida estando la máquina abierta en pose´, rezaba al dorso del vetusto papel. “Le dije, ´sí, entiendo, pero no me doy cuenta´. Entonces me reitera que si dejaba la cámara con el lente abierto, en la noche podías tomar una foto así. No sé si lo sabía o lo descubrió de casualidad, nunca se lo pregunté”, cavila el entrevistado.
Siete años después de eso, a sus 20, él intentó replicar a su padre y buscó hacer algo parecido con una cámara de fotos. “Fue un desastre, no me salió nada bien ni lo había entendido. Por eso, esa foto, siempre fue un motivo de observación, la llama que, sin saberlo, mi viejo me encendió inconscientemente para que aborde la fotografía”.
Hoy, con sus 81 años, y unas seis décadas detrás del lente, un grupo de 20 imágenes conforman Reportero Gráfico, su primera muestra, compuesta por sales de plata, negativos de 35 mm, así como un positivo de cámara Polaroid o digitalizaciones hechas a partir de una placa de 4 x 5 pulgadas, diapositivas de 35 mm y formato medio. En su mayoría, inéditas.
Esta selección de obras, curadas por Alfredo Srur y Bruno Dubner (también editor) abarcan más de tres décadas (1964-1999) del trabajo de Zuccheri. La exposición, que se puede visitar todos los viernes y sábados de 15 a 18 en 1101 Foto Espacio (Gral. Daniel Cerri 1101, La Boca), tiene entrada libre y gratuita, finaliza el 15 de diciembre y contó con el apoyo del Mecenazgo de la Ciudad y la Fundación Santander. También se viene Confidencial, fotografías de Silvio Zuccheri . Obras 1964-2020, un libro con 75 imágenes editado por el Centro de Investigación Fotográfico Histórico Argentino (CIFHA), que alberga el acervo fotográfico del artista platense.
Arquitectura, “colimba” y deporte en foco
Luego de su adolescencia, Zuccheri decidió anotarse en la carrera de Arquitectura en la Universidad Nacional de La Plata, pero abandonó a los tres años de cursada. “Tenía que poner el traste en la silla y leer”, explica con respecto a materias teóricas como Historia del Arte. Y aclara: “Soy fotógrafo porque no me gustaba estudiar”, sintetiza quien además probó con el cine pero también desertó al poco tiempo de comenzar.
Pero eso sí, el estudio universitario le sirvió para solicitar una prórroga para el servicio militar aunque, lo que menos pensaba, era que el año en que debía ser sorteado se salvaría por número bajo. Al pedir la postergación, tuvo que atravesar la milicia, sí o sí. “Fue en el Regimiento 7 de Infantería de la Plata, en el año 1966, en ese momento estaba Arturo Illia en la presidencia que luego fue derrocado por el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía”, rememora.
Bajo las órdenes militares comenzó a desarrollar su inventiva, como cuando fabricó una plancha de tiro de mortero, una base para regular el ángulo del arma en forma remota. Y también fue el puntapié para su imaginación fotográfica: el génesis de su carrera. “Le pedí a mi vieja que me hiciera una funda verde oliva para una cámara alemana que tenía, una Zeiss Ikon, traída por mi padre del exterior”, recuerda de su primer “arma” camuflada.
Zuccheri tenía autorización, de sus superiores, para tomar imágenes de los soldados durante los descansos. “Saqué una foto de un tipo que se lava la cara con agua sacada del interior de un casco, otro bostezando o bien fotografiaba los cuerpo a tierra, eran como 60 fotos sacadas durante los ocho meses que estuve en la colimba”, que -según él- muchas de esas tomas hoy están en un estado caótico de conservación. “Se rayaron, las tengo que trabajar demasiado. Ahí hice mi primer trabajo documental, pero no me daba cuenta”.
Luego de su fugaz paso por las armas, volvería a la ciudad de las diagonales. Corrían los años sesenta, época de furor artístico: estaba en el momento justo y en el lugar adecuado. Y en La Plata comenzó a despegar como fotógrafo. “Me relacionaba con un fotoclub de allá, por entonces jugaban mucho con la técnica fotográfica, que tenga mucho grano, que esté muy contrastada, cosa que a mí no me copaba mucho: a mí me gustaba más la foto de la realidad, eran de mi contexto”, recuerda.
Uno de sus primeros trabajos fue como corresponsal platense en la revista Goles. Cada fin de semana tenía que cubrir un partido de Estudiantes y, al siguiente, otro de Gimnasia y Esgrima La Plata, equipo del que es hincha. “Completaba un rollito, lo metía adentro de un sobre, iba a la terminal de micro, se lo daba el chofer y le decía: ´mirá, por favor, podés llevar esto a tal dirección, ahí lo va a recibir tal´. Sí, cosas que hoy son difíciles de entender”, reconstruye.
Un buen día, al ver su trabajo fotográfico, un colega le dijo al pasar: “Che, vos estás para El Gráfico”, algo que le pareció una exageración a Zuccheri. “Pero la idea me quedó boyando, entonces agarré el auto y me fui a Capital, a Editorial Atlántida, pedí hablar con el jefe de Fotografía, -el fallecido Eduardo “Tano” Forte-, a quien hoy le debo mucho, fue como un jefe maestro para mí”.
En la editorial le hicieron su primera prueba profesional. Pero lo que no sabía aquel treintañero era que la nota no se iba a publicar. “Me dieron como seis rollos, una barbaridad, para ir a cubrir un partido de Huracán: fotografié todo, el banco de suplentes, la hinchada, los abrazos, los supuestos goles, las jugadas. Y, como tenía dos cuerpos fotográficos, hacía la foto de teleobjetivo y una angular. Tenía oficio de fútbol, y quedé”.
Así comenzó su derrotero en distintas revistas de la editorial Para Ti, Billiken, Somos, El Gráfico, Gente, entre otras publicaciones. “Entraba a las 14 y quizás me mandaban a hacer cosas a la noche como obras de teatro, estrenos, y después tenía que ir a La Plata y volver al otro día, fue un ritmo infernal”, recuerda este fotógrafo que también trabajó para las revistas Humor, El Periodista, Redacción -dirigida por Hugo Gambini-, Extra -a cargo de Bernardo Neustadt-, Siete Días y La Semana y colaboró en medios del exterior como Time, Paris Match, Cambio 16 y Oggi, entre otros.
En diciembre de 1981, luego de trabajar cinco años en la editorial, Atlántida decidió prescindir de sus servicios como colaborador permanente y, un año después junto a tres colegas (Tito La Penna, Eduardo Bottaro y Rafael Wollmann), fundaron la agencia de fotoperiodismo ILA (Imagen Latino Americana), que fue corresponsal en Sudamérica para la agencia francesa Gamma. “Fuimos la primera agencia en generar un contrato de uso de imágenes con editoriales de Buenos Aires. Pero lo fundamental era mandar material a Europa porque se cobraba en dólares. Éramos representantes de ellos, ya que distribuían imágenes a más de 50 países y nos daban la mitad de lo que cobraban”.
El mayor hito de ILA fue estar presente el día que se desató la Guerra de Malvinas. “En Gamma nos habían encomendado hacer una nota de las islas tipo la revista National Geographic, mostrando flora, fauna, los kelpers, etc. Pagamos el hotel y fue Wollmann, porque era el único que hablaba fluidamente en inglés. Se tenía que quedar una semana, llegaba un miércoles y volvía al otro jueves”, recuerda Zuccheri.
Lo que no estaba en sus planes era que un día antes de regresar tuvo la noticia urgente de la invasión argentina. “Rafa se quería volver pero le dijimos que se quede, le pagamos hotel, estadía, todo. Entonces el gobernador de la isla, durante la noche del 1 de abril, lo mandó a buscar al hotel y lo alojó en su casa”.
De esta forma, la cobertura de ILA dio la vuelta al mundo con las primeras imágenes de la rendición de los soldados ingleses en Puerto Argentino, como aquella mítica imagen que mostraba al cabo principal Jacinto Eliseo Batista, un comando anfibio, que conducía la entrega de la tropa británica. El comandate de sección Lou Armour, estaba al frente y, como el resto del pelotón, con las manos en alto.
Zuccheri también recuerda otra foto icónica de su vasta producción, que tiene la fototeca de ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina) pero no forma parte de la exhibición actual. “Es una foto rara porque está tomada desde un primer piso, en una marcha que hizo la CGT disidente que venía marchado desde la calle Brasil”, introduce el autor.
Cuando la columna de manifestantes tomó la curva para ingresar a la avenida 9 de Julio, Silvio agarró el teleobjetivo. Y, a través del lente, observaba el pañuelo de una Madre de Plaza de Mayo, la mujer estaba hablando con el conductor de un Ford Falcon, perteneciente a la Policía Federal. Clic. “La toma es tan corta que el coche aparece fragmentado y la composición hace que el pañuelo de la madre blanco está en el lugar indicado para llamar la atención. Es como un juego entre el débil y el poderoso”.
Otra imagen impactante que recuerda Zuccheri, un reportero gráfico medular durante la transición entre la dictadura y la democracia argentina, fue la que tomó un día jueves, volviendo de una nota. “Andaba por la Plaza de Mayo, justo me había encontrado con Rafael Calviño, un colega muy amigo. Cuando pasábamos, nos encontramos con que las Madres ya habían desandado la ronda de cada jueves y se movían hacia el Cabildo”, rememora.
Lo que sucedió aquel 15 de octubre de 1981, hasta hoy lo deja sin palabras. “De repente, pararon dos Ford Falcon y se bajaron dos tipos vestidos de traje, pibes de entre 25 y 30 años. Se metieron entre las Madres y agarraron del brazo a un chico, que tenía unos 13 o 14 años, se lo querían ´chupar´, se lo querían llevar. Y las Madres empezaron a los gritos a pegarles y finalmente lo soltaron. Nunca salió publicada esa foto”. Hasta hoy, aquella imagen la tituló Intento de secuestro.
Después de su experiencia con ILA, Zuccheri se alejó del periodismo y comenzó a hacer fotos de estudio. Desde productos, platos de comidas hasta modelos publicitarias y vivió a pleno la transversalidad de lo analógico hacia lo digital. “Hace 20 años trabajo con equipo digital, facilitó mucho las cosas por el tema del revelado”, reconoce.
— ¿Qué opinás del universo selfie y que todo el mundo sea fotógrafo con sus teléfonos celulares, para luego subirlo y compartirlo a través de sus redes sociales?
— (Serio) Hoy se fotografía para la pantalla y no para imprimir, es una berretada, no hay una intencionalidad fotográfica, sino la de mostrar algo, ya sea un producto, una escena, que pensarlo fotográficamente, inclusive compositivamente. Es una degradación de la fotografía.
— Y con respecto a la inteligencia artificial, ¿cómo te llevás?
— Me siento como un nuevo estudiante que tiene que aprender todo de cero. La detesto como intervención fotográfica, pero igualmente la estudio a través de tutoriales con respecto a su aplicación.
— Siempre estás con una cámara cerca…
— Si, hasta en las reuniones familiares, a veces me gusta ser como el fotógrafo invisible. Les saco fotos tomando sol, comiendo o estudiando frente a la computadora. Cuando le mando esas fotos, la gente se emociona. Es más, por la calle siempre ando con un morral y la cámara, la llevo preparada para hacer fotos en la calle. Si veo algo rarito o que se autocompone, lo registro y tengo.
— Como cuando recorrías vestuarios de rugby, haciendo fotos no muy convencionales para publicar...
— Sí, porque mis hijos eran jugadores de rugby. Se me ocurrió un día estando en River, un cronista de radio salía al aire desde los vestuarios y entrevistaba a un jugador desnudo y otro lo miraba, también en bolas. Observé la escena, lo veía relajado y le saqué una foto angular, eso me entusiasmó, y después seguí en varios partidos más. Hay escenas totalmente ridículas de tipos que no tenían idea de lo que yo estaba haciendo, mientras algunos fotógrafos levantaban la camarita, yo ponía el lente de 24. Me encantaría también hacer una muestra de eso.
— Esta es tu primera muestra en seis décadas de trabajo, ¿cómo lo tomás? Una reivindicación, una revancha…
— No, no, revancha, de ninguna manera. El motorcito de todo esto fue Alfredo (Srur, curador y propietario de CIFHA) quien trabajó conmigo por cinco años como asistente de laboratorio, las primeras copias de su trabajo, él las hizo ahí. Hasta se quedaba a dormir, debajo de la mesa de la ampliadora. Y un día pensé, ¿qué va a pasar con mis 300 mil negativos?, ¿qué harán mis hijos con ellos? Eran 4000 sobres de negativos. Y le dije: “Quiero que los tengas vos”. Y Alfredo se emocionó.
— ¿Nunca te habías propuesto hacer una muestra temática de tus fotografías?
— No, jamás tuve ganas de emprender un proyecto así, aparte no se me dio y no fui constante en mi vida. Lo que me gustaría hacer hoy es una serie de fotos de la “colimba”. Son muy interesantes porque tienen un registro histórico irrepetible no son las típicas de los colimbas posando frente a la cámara vestido de soldado.
— ¿Cómo fue el proceso curatorial de la muestra?
— Alfredo y Bruno revisaron unas 500 fotos mías y fueron haciendo una selección hasta que quedaron 40. Cada una de ellas representa una parte y hechos de mi vida que tienen que ver con mi gusto fotográfico. Recién intervine para seleccionar las 20 definitivas.
— ¿Qué consejo le darías a alguien que se sumerge en la fotografía profesional?
— Que fotografíe mucho para aprender, porque no se está aprendiendo bien. Las cámaras y los teléfonos son totalmente automáticos, entonces, no te dejan explotar ni explorar la técnica fotográfica como, por ejemplo, el desenfoque, la foto en movimiento o que el flash disparé a destiempo. No saben. Le estoy dando clases particulares a dos alumnos y uno de ellos se asombra cada vez que le cuento estas cosas. Por eso, para lograr conocimiento, tenés que llevar la cámara en modo manual para hacer lo que vos querés. No tenés que estar todo el día en automático, para eso comprate un teléfono.
— ¿Qué significa la fotografía para vos, cómo la definirías?
— Es el disparador de la memoria.
Seis fotos, comentadas por su autor
- “Decidí fabricarle una ampliadora a un fotógrafo amigo que no tenía. Sobre un tablero de dibujo de madera, coloqué unos caños de PVC, una lata de galletitas de mi tía que se la robé, una lamparita y también tomé -sin permiso alguno- una lupa que había en un cajoncito de mi viejo. Recordé cómo se armaba leyendo la revista Universal Photography que explicaba el procedimiento. Y con un lente de una vieja cámara alemana terminé de armarla. Todo el cableado iba por adentro del caño. Además tenía una llave de prendido y apagado y un filtro rojo para que la imagen no se vele sobre el tablero”.
- “Tenía el auto en venta y veo a un tipo que lo andaba merodeando y le pregunté: ´¿Qué buscás?´, a lo que me responde: ´Quiero comprar este auto´. Llegamos a un acuerdo económico y me dijo que se lo lleve a su casa. Voy con mi mujer y era una familia gitana. Mi esposa se hizo leer las manos por la mujer del comprador, le gustaba el tarot. Y le digo: ´Antes de irnos, hagamos una foto de la familia´. Y van todos. El jefe de familia apareció con el sombrero, no lo podía creer, se pusieron solos para la foto. Muy buena predisposición. Hasta aparecieron los perros y él sentado en el mejor sillón de la vivienda”.
- “Fue en 1979 durante una fiesta de egresados de comisarios navales, en un viejo edificio de Tandanor, en Puerto Madero. En la foto se ve a estos hombres que son un grupo de adalides que hacían guardia para el evento. Aprovecharon un momento de distensión para irse a comer un bocado. Lo peculiar de esta foto es que no les apunté con los ojos, sino que me dejé la cámara colgada, la puse en autodisparador, moví una palanca y listo. Es como una foto “robada” porque si yo levantaba el lente, ellos me iban a mirar, sonreír o prohibirme fotografiarlos”.
- “Esta es la firma del acuerdo político (Acta de Compromiso Histórico en defensa de la democracia) que se rubricó el 24 de abril de 1987 luego de la sublevación de Aldo Rico en Campo de Mayo durante la Semana Santa de ese año. Una vez que Alfonsín fue y habló con él, volvió y le pidió que todas las fuerzas políticas que lo apoyen y así se armó este acuerdo que se celebró en la Casa Rosada. También cubrí aquel alzamiento carapintada. En la foto se ve el momento de la firma de Oscar Alende, fundador del Partido Intransigente (PI)”.
- “Es un viaje de placer que hicimos en 1980 junto a un fotógrafo amigo, Rafael Calviño. En aquel entonces estábamos muy bien pagos por Editorial Atlántida y nos pudimos solventar un viaje de unos cuantos días recorriendo Manhattan. En una de las seis tomas (la primera a la izquierda) se ve a un hombre siendo detenido, no sabíamos si había robado, pero por lo menos estaba la sospecha, por eso lo cachearon. Es una representación típica del street photography. Y justo en otra (la tercera) pude captar el momento de un hombre arqueándose la espalda, lo agarré justo”.
- “Fue en 1999, Charly fue a mi estudio una noche -para hacer la producción para una revista- y pegamos buena onda, empatizamos de tal manera que se quedó hasta las 3 de la mañana tomando vino, comiendo una picada y charlando. Tenía que estar en el estudio a las 18 y apareció a las 22 porque estaba haciendo un arreglo musical, entonces se fue con un teclado portátil, auriculares y así viajó en un taxi, tocando. Llegó al estudio, entró y no saludó a nadie. ´¿Dónde pongo esto?´, preguntó y dejó el instrumento sobre una mesa. Y el tipo se calzó los auriculares y siguió componiendo… adelante nuestro. En un momento, preguntó: ´¿quién manda acá?´ Dije: ´Yo, no te voy a pedir nada especial´. Él llegó con una copa de vino, parte de la cara pintada y se puso sobre el piso que tenía el telón blanco, el fondo infinito. Además, con una cámara de video grabó toda la sesión fotográfica. Él se movía de un lado al otro y mi hijo lo seguía con una caja de luz para que yo tenga la fotometría. Fue una noche mágica”.