Julia Mengolini (1982) nació y creció en Bariloche. Abogada recibida en la Universidad de Buenos Aires (UBA), estudió periodismo en TEA y desde hace quince años su voz y su imagen resultan familiares a partir de su trabajo en diferentes medios audiovisuales y también por su intensa militancia kirchnerista y su activa participación en las redes sociales, fundamentalmente Twitter. En 2016 Mengolini fundó Futurock, concebida como la primera radio digital profesional de Argentina donde, además de conducir el popular programa diario Segurola y La Habana, integra la dirección de la emisora.
Recientemente, Julia Mengolini publicó su primer libro, un ensayo editado en Futurock, la editorial ligada al proyecto de la radio. En Las caras del monstruo, Julia discute el presente político, en las antípodas de sus ideas, describe cómo es vivir en el marco cruel de agresiones en redes (“yo no sé cuánta gente puede decir que hace diez años sin parar la hostigan tanto”), reflexiona de manera autocrítica sobre el feminismo y la exclusión de los varones de toda discusión (“En la próxima revolución yo los abrazaría un poco más”), formula algunas hipótesis sobre los mandatos de belleza y la maternidad y también genera el espacio para narrar parte de su historia familiar y para contar la pérdida y el duelo: su padre fue uno de los argentinos que murieron a causa del COVID, en plena pandemia.
Lo que sigue es la transcripción y edición de una charla dinámica y entusiasta que se desarrolló en el estudio de Infobae días atrás. Al final del texto, el lector podrá encontrar el video completo con la conversación.
— Me interesa saber por qué se te ocurrió escribir un libro. Sos una persona conocida en los medios audiovisuales. Hace un montón que tu palabra se escucha y que tenés una palabra influyente y discutida al mismo tiempo. ¿Por qué la necesidad de un libro?
— Mirá, la verdad es que fue una cosa medio mágica, sabés. Porque había una especie de “deber ser “de que yo tenía que escribir un libro. Por un lado tenemos la editorial, donde un montón de gente escribió su primer libro y que además empezó siendo de ensayos, sobre todo ensayos políticos. Entonces había como una especie de ¿y vos, cuándo? Y para mí era “bueno, no me molesten. No me hinchen”. Porque yo nunca escribí, o sí algunas veces, yo escribía en un suplemento de Miradas al Sur hace tiempo pero no tenía…
— El ejercicio.
— El ejercicio de la escritura. No había un libro “sobre tal cosa” que yo quiero escribir. Entonces trataba de desoír ese mandato. Pero debe haber sido el contexto. Debe haber sido este año, que es muy particular. Primer año de Milei. Un fin de año para mí bastante terrible que, bueno, empieza un poco con el relato de que me echaron del canal de noticias en el que yo había estado trabajando sin ninguna explicación. Hubo uno de esos ataques que para mí fueron muy reiterados, pero éste fue muy virulento.
— Ataques en las redes, decís.
— En las redes. Un ataque con todos los unicornios contra mí. Yo había trabajado mucho los últimos años en el proyecto de Futurock. También, bueno, C5N. He trabajado mucho, mucho tiempo. Y este año me encontró como con una especie de vacío. Con una especie de abismo de qué era lo que iba a pasar ahora con nuestro país. Y también con tiempo libre. Y a mí me gusta pensar en esa gran metáfora de Virginia Woolf que es la de una habitación propia para escribir, ¿no? Y el tiempo libre también es una especie de habitación propia. Pero, además, fue medio mágico porque el 1 de marzo yo abrí mi locker llegando a la radio a las diez de la mañana, antes de hacer mi programa, y había estado haciendo limpieza muchos libros, entonces surgió, como de las profundidades de mi locker uno de una periodista inglesa que se llama Caitlin Moran, una especie de manifiesto en primera persona de nombre Cómo ser una mujer. Ya tiene unos cuantos años ese libro. Con una escritura como fácil y que a mí me había gustado en su momento. Y me había imaginado que si yo escribía un libro algún día podía parecerse a ése. Y dije “ah, es ahora”. Y me senté un minuto antes de empezar mi programa de radio y me salió el índice. Dije este tema, este tema, este tema.
— Hiciste como un sumario de lo que querías escribir.
— Sí. Dije: bueno, hay un capítulo sobre la pandemia y la muerte de mi viejo y el nacimiento de los libertarios. Tiene que haber un capítulo sobre los mandatos de belleza,toda esta discusión la vengo dando muchísimo y ahí tiramos de la piola de todo ese lío que tuvimos con el culo de Jimena Barón. Tiene que haber un capítulo de nuestros años feministas tiene que estar Lohana Berkins en mi libro. Y hay otros capítulos que al final no están. Se me ocurrió decir: bueno, yo puedo escribir de mi romance con Fito, que estuve un año en pareja con Fito Páez y qué puedo decir de eso y de la fama. Después, ese capítulo no salió porque a la hora de sentarme a escribir, para poder decir algo tenía que contar demasiadas intimidades. Y dije: no, esto no.
— Eso te iba a preguntar, si te cuidaste mucho. Porque hay mucho, seguís muy provocadora también en formato libro.
— Me alegra (risas).
— Pero es posible imaginar que hubo mucho que quedó afuera. ¿Te cuidaste y cuidaste a otros o fue más por cuidado de otros?
— Creo que son las dos cosas, sí. Porque alguna cosa borré. Pensaba: decir esto puede ofender o puedo estar contando algo que alguien no quiere que se sepa. Y entonces borré. Como cuando me puse a escribir sobre Fito, que no es que tenía cosas malas para decir, pero sí me di cuenta de que para poder escarbar, hay una profundidad, viste, no es puro chisme. Aunque la materia también son las vivencias de todos los días yo trataba de buscar hablar sobre cosas, que hubiera temas de fondo, ¿no? Entonces me daba cuenta de que para poder contar algo profundo sobre lo que fue, qué sé yo, mi relación con Fito yo tenía que contar, no sé, una pelea. Y eso es muy íntimo. Quizás algún día lo contaré. Dentro de cinco libros.
— De pronto uno no tiene necesidad de contar absolutamente todo, tampoco.
— No, o no lo contaré nunca, obviamente. Pero te quiero decir que cuando me puse a escarbar dije: no, esto yo no lo quiero contar.
— De todos los temas, algunos en lo personal me convocan más. Como cuando decís “el virus se llevó a mi viejo”. Porque a mí me pasó lo mismo. Y son cosas muy fuertes y vos lo señalás en tu libro: nos quisimos olvidar de la pandemia. Un momento que, además, provocó mucho conflicto político. Mucha pelea. Pero que se llevó muchas vidas.
— Sí, se habla poco de eso, viste.
— Se habla poco.
— Bueno, a mí de entre las primeras devoluciones que fui teniendo del libro, hay una chica que me escribió y me contó que se había muerto su papá en pandemia, también por COVID y que había leído el capítulo sin parar de llorar. Y a mí me pareció que: ah bueno, capaz que ahí soy escritora. Porque si vos lográs escribir algo que toca alguna fibra y con la que alguien más se identifica, entonces se ve que hay algo ahí, ¿no?
— ¿Sabés lo que hay, me parece? Esto lo dice Margarita García Robayo muy bien y mucho mejor que yo, hay algo del yo que en realidad es un nosotros.
— Y, sí.
— Cuando construís un yo que es nosotros, hay una cosa más comunitaria en relación a eso, a ese recuerdo, a ese dolor.
— Sí. Bueno, y otra de las devoluciones, que esta me enloqueció, fue una chica que también me escribió y me dice Julia, estoy leyendo tu libro. Me está encantando. Gracias por haberlo escrito. Lo leo y sé que lo escribiste vos pero lo siento mío. Y siento que yo también podría haber escrito esto. Y siento que es el libro de una generación. Ahí ya se fue un poco a la mierda (risas) y ya fue como muchísimo. Pero me pareció un elogio hermoso.
— Con el feminismo tenés una relación entrañable, pero también de mucha discusión. De mucha toma de distancia con algunas cosas que ocurrieron como con esto de que por ejemplo chicos de 15 pudieran ser comparados con Harvey Weinstein y escrachados o cancelados. Estas cosas que pasan en las revoluciones fuertes. Injusticias que dejan gente afuera. Y en el libro te cuestionás mucho eso de haber dejado gente afuera, que también tuvo que ver con la pandemia. Sobre todo hablás de los chicos más jóvenes, los varones jóvenes.
— Total. Sí.
— No somos las feministas las culpables del surgimiento de la derecha radical, decís, pero no hicimos todo bien.
— Bueno, el capítulo del feminismo empieza con eso, ¿no? Por un lado es un capítulo que busca defender nuestra revolución, nuestra cuarta ola, porque ahora está atacada por todas partes. Porque incluso de este lado nos echan la culpa. Digo de este lado, hablemos de un progresismo amplio. Nos echan la culpa del surgimiento de los libertarios y las extremas derechas porque nos pasamos dos pueblos, dicen. Entonces yo busco defender las conquistas y decir: miren, siempre que hubo alguna conquista hubo una reacción. Y, por otro lado, también digo que por ahí sí hubo errores y que hagamos esa autocrítica. Es importante que revisemos.
— Se pudo hacer mejor, decís.
— Podríamos haber hecho un montón de cosas mejor. Ahora, no por esto creo que sea nuestra culpa el surgimiento de los libertarios. Creo que hay diez millones de elementos que se conjugaron y que un montón de todos ellos están diseminados en distintos momentos del libro porque la pandemia es uno de los elementos, también. Quiero decir que fueron abonando, si se quiere, a este monstruo que de repente surgió del río Han, como digo, ¿no?
— Sí. Y decís que los dejamos muy solos.
— Totalmente. Es que sí, porque lo que yo veo es que nosotras estábamos en una fiesta, pero literal, porque íbamos a la calle y cada una de nuestras manifestaciones estaba llena de baile, de encuentro, de glitter, de esto, de lo otro, de una identidad, una contención, un horizonte, un mundo con el que soñábamos que era mejor, que era más lindo. Una utopía que compartíamos. Y a los pibes los dejamos afuera, literalmente. No podían venir a las marchas. No podían venir a los encuentros. No podían opinar sobre los temas. No es que yo lo digo ahora, lo decía entonces, lo que pasa es que ése no era el consenso del momento entonces tampoco lo decía tan fuerte porque… yo respeto los consensos. Y fueron construcciones sociales, también. El feminismo es una gran conversación, se va construyendo, es dinámico. El consenso era que los varones no vinieran a las marchas. En nuestros ámbitos, en la radio, lo decía: a mí me parece medio raro, cómo no van a venir. Son parte del conflicto también, tienen que ser parte de la solución. Pero era el consenso y yo lo respetaba. Ahora, con todo lo que pasó sí puedo decir: che, los dejamos solos. Entonces, se quedaron solos en la casa. Y con la computadora (Mengolini reproduce el gesto de escribir en la computadora y pone cara de disgusto, como imitando a esos chicos)
— Y resentidos.
— La computadora. Resentidos. Escraches mal hechos.
— Alguna respuesta iba a haber.
— En la próxima revolución yo los abrazaría un poco más. Les diría: muchachos, ustedes también tienen que ser parte de esto.
— Te escucho hablar y pienso que, en algún sentido, mucho de esto se podría pensar acerca del kirchnerismo, en lugar del feminismo.
— Bueno, sí.
— Porque también hubo una fiesta para muchos y era: pero cómo no vas a participar de esta fiesta. Y quien no participaba muchas veces era separado y también hostigado. Claro, al lado de lo que vemos hoy, suena a chiste.
— Siempre me peleo con Ernesto Tenembaum en mi cabeza cuando lo escucho hablar de esto. Dale Ernesto, le digo, no es lo mismo.
— No es lo mismo pero ocurrió.
— Pero sí, sí, yo también lo creo eso. Siempre creo que tiene que haber modos más amables y más amorosos de dialogar, de conversar, de incluir. Pero también creo, yo no me dedico a la política, me dedico a otra cosa, y en mi forma de ser y de construir y de conducir un poquito el proyecto que a mí me toca esas formas amables están siempre presentes. Digo, en Futurock todos nos tratamos bien y todos somos amorosos y amables. Y eso creo que es algo que permea desde quienes lo conducimos, ¿no? Yo no creo que la política tenga que ser necesariamente despiadada. Creo que hay que pelearse con esa idea. De hecho, creo que hay que hacer política no con el cuero duro sino con la piel de gallina. Pero al mismo tiempo creo que, cuando la gesta es muy seria, a veces hay cosas que se quedan afuera. Como tratar de, esto, “me voy a preocupar porque todos estén contentos y vos no te vayas a sentir mal”. Bueno, a veces cuando uno se toma en serio no hay mucho lugar ni para el sentido del humor ni para la amabilidad ni para esas cosas. También lo puedo comprender. Pero ojalá que hiciéramos política de otro modo. Igual como decís, al lado de esto..
— Decís: yo no hago política. ¿No harías política?
— No lo sé. Ahora, no. Creo que sí hago política, en algún sentido. Siempre lo hice. De hecho el mío es un libro re militante. La dedicatoria, vos viste lo linda que es, es un poema de Alicia Eguren que es maravilloso. Se lo dedico a cinco militantes que marcaron mi vida y que ya no están acá. Me considero militante. Pero digo que no hago política orgánica, partidaria. No soy una dirigente política.
— Por eso te preguntaba.
— ¿Si haría algún día? Y, uno nunca sabe. Qué sé yo, la vida es larga también. Yo nunca pensé que iba a escribir un libro y a los 42 años me encuentro con esta sorpresa. Y era una herramienta que yo tenía o podía llegar a tener.
— ¿Qué es lo que te pone más contenta de haber publicado el libro? ¿Haber ido contra eso de “yo no sé si voy a poder escribir un libro”?
— No, porque eso sería medio boludo como probarme a mí misma algo. Vos sabés que yo disfruté el proceso.
— Tuviste un compañerito muy interesante en ese proceso, ¿no?
— Fabián Casas. Espectacular. Pero fue al final. Y tuve otros, te voy a decir. Uno de los primeros libros que leí, porque para escribir el libro leí muchos libros, viste que hay mucha bibliografía.
— Y aparece mucha cita, sí.
— Pero hay otros que no están citados y que para mí fueron muy importantes. Hay un libro precioso de Stephen King que se llama Mientras escribo. Ese libro para mí fue una maravilla de leer mientras empezaba a escribir porque él dice: esto es tu caja de herramientas. Tenés tu vocabulario, tenés tu gramática. Ahora, las historias son lo que importa, también, ¿no? Y después también me puse a leer mucho a Nora Ephron.
— En el libro por momentos aparece ese tono, sobre todo cuando hablas del cuerpo y los mandatos.
— ¿Sí? Me encanta porque eso es lo que yo quería. Cuando uno lee a Nora Ephron lees algo que parece fácil. Después no es tan fácil. Para mí, que el tono fuera eso de que parece fácil hace que la lectura también sea agradable. Me parece que yo la leí mucho mientras escribía y para robarle un poquito ese tono, esas herramientas, me sirvió un montón porque de repente yo la leía y decía ah ¿esto se puede hacer así? Y eso fue también una muy linda inspiración, sobre todo para eso, para la escritura. Y para la cuestión esta que tiene Nora de que es una observadora de las cosas también. Además de protagonista, observa. Y también me reía porque en uno de sus libros tiene un ensayito sobre un postre en Nueva York. Y uno dice: qué cómoda te queda la herramienta de la escritura para escribir semejante boludez y desplegarla…
— Porque lo que importa es cómo está escrito.
— Exacto. Y ahí decís: claro, lo que importa es cómo está escrito. Y acá entra Fabián Casas, a quien llamé en un momento dado, cuando el libro estaba bastante empezado o muy escrito y yo ya quería confrontarlo con alguien cuya escritura también me gustaba. Cuya escritura también parecía “fácil”, como la de Fabián. Pícara, como la de Fabián. Y con una distancia suficiente, que no nos conociéramos casi. Que no me quisiera. Él tiene una cierta distancia incluso con la política, pero le importan las ideas. Me parecía que si Fabián quería trabajar conmigo era ideal. Le dije: hagamos un pacto, yo te mando dos capítulos y, si te gusta, bien y, si no, me derivás. Vos también me podés decir: mirá, Julia, esto no es para mí. Porque lo último que había hecho era con Beatriz Sarlo. Entonces, capaz me decía: Julia, mejor andá con tal. Y me dijo: me encanta, dale, vamos. Y se entusiasmó un montón. Y eso para mí fue un espaldarazo re importante. Fue un shot de energía. Y le agregó belleza. En la primera parte, la de un ataque de todos los unicornios contra mí, yo hago el chiste de que no le digan a Rita, mi hijita, que los unicornios me odian. Es obvio que mi nena de 5 tiene toda su habitación forrada de unicornios. Entonces Fabián me dice: ahora habláme de los unicornios de Rita.
— Claro.
— Eso es pura escritura.
— Es literatura.
— Eso es literatura. Y yo ahí no me animaba. ¿Qué querés, que te describa los unicornios? Sí. Animate. Y entonces ahí queda gracioso el contraste de que venimos hablando de todas estas mega corporaciones millonarias y de repente entran los juguetes, que eso sí fue ejercicio de pura escritura. A eso me empujaba Fabián. Cuando yo hablaba de Lohana Berkins, hablaba más de una referenta política y Fabián, que ni siquiera la conocía, me dice: ¿me la describís? ¿Cómo era? ¿Cómo hablaba? ¿Cómo se vestía? Eso es literatura. Entonces ahí digo: escribí ese párrafo para Fabián y es una de las cosas más lindas que escribí en el libro.
— Estábamos hablando antes de la belleza y, según contás, cuando eras chica, tu papá te había dicho que la tuya era una belleza exótica.
— Esas son cosas que dicen los papás para consolarla a una. Yo me sentía fea y mi papá me dice: no sos fea, sos una belleza exótica. Claro, uno podría haber dicho: qué mentiroso que sos, la verdad, con tu palabrita rara, pero yo le creí. Dije: claro, soy una belleza exótica. Y para mí hubo una clave ahí porque yo no entraba en la norma. Sobre todo porque de chica era más rara mi cara. Pero dije: ah, mi rareza puede andar bien.
— Lo decía papá, además. Imaginate
— Lo decía papá, sí. Que después fue muy crítico con un montón de otras cosas conmigo, pero bueno.
— Mencionabas a Rita, y te quiero preguntar, primero, si siempre supiste que querías ser madre y, después, si te imaginabas como madre de una mujer.
— No. Yo no tenía segura la cuestión de la maternidad la verdad. No lo sabía bien. El proyecto se me dio con Fede (N. de la R.: se refiere a su marido, el periodista y editor Federico Vázquez). Hasta entonces era una incógnita. Tampoco era un mandato, extrañamente. No era que yo siempre pensaba que iba a tener un bebé. No estaba eso. Pero bueno, después se dio: tengamos. Cuando me quedé embarazada estaba segura de que iba a ser un varón y me imaginaba, como dice Valeria Mazza: “yo soy mamá de varones”. Me imaginaba que iba a ser un niño. Y cuando con la ecografía me dijeron que era una niña dije: no puede ser, cómo va a ser esto. Y es hermoso. Hay una cosa con la maternidad que últimamente vengo pensando; la gente pregunta cuando está en duda: che ¿la maternidad, bien? ¿Va o no? ¿Qué hago? Tengo dudas. Yo siempre contesto esto de que no podría tener una respuesta genérica.
— Y, sí.
— Yo soy mamá de Rita. Me encanta ser mamá de Rita. La disfruto a ella. Me cae bien mi hija. Supongo que no todas las experiencias van a ser igual de gozosas. No conozco mucha gente que se haya arrepentido, tampoco. Pero yo puedo decir que está buenísimo porque a mí Rita me da gracia y me causa muchísimas cosas. Me gusta ella, básicamente. No sé si me gustaría ser madre, así, en general.
— Otro de los temas estructurales del libro tiene que ver con el hostigamiento en redes.
— Sí.
— Algo de lo que se viene hablando bastante pero que quienes no participan de las redes no tienen dimensión de cómo afecta la vida de una persona. El insulto constante. La transcripción mentirosa de los dichos. El recorte caprichoso. Cómo uno no puede salirse de eso aun saliendo de la cuenta o, incluso, cerrando las cuentas. Querías escribir sobre eso, te importaba.
— Totalmente. De hecho, deber haber sido uno de los primeros capítulos en los que pensé: tengo que hacer una crónica de mis 10 años de hostigamiento en las redes. En Twitter.
— Ahí vos decís: “me convertí en un troll”.
— Sí.
— ¿Sentís que fue así? ¿No pensás que vos también tenías una cosa provocadora, que habías entrado en el juego hace mucho?
— Sabés que no tanto, no. Pero te quiero contar esto: como te decía, ese capítulo tenía que estar. Seguro. Es el que más me costó escribir. Lo escribí por ahí cuatro veces. Y eso de haberme convertido en un troll fue una de las claves. Me di cuenta en la tercera o cuarta escritura. Yo para escribir consulté gente, expertos en las materias que fui investigando. Entonces hablé con Ernesto Calvo y Natalia Aruguete, que escribieron…
— Un súper libro sobre el tema.
— Dos súper libros de hecho sobre el tema Twitter, específicamente. Y de hecho les di a leer una primera o segunda versión. Y cuando me hicieron la devolución, se ve que no estaban muy entusiasmados con el texto. Y en eso Ernesto Calvo me dice: “No hay ningún tuit tuyo en el texto”. Como que había un montón de tuits de trolls. Entonces me dijo: “No está tu voz”. Ah… “Vos tuiteás fuerte”, me dice. Y yo: “¿Siii’” Entonces me puse a ver mis tuits y dije: Qué maleducada, ¿cuándo me convertí en un troll? Y ahí dije: acá hay una clave que me sirve porque el texto era un bodrio. Era solamente decir: mirá, me insultaron así, así, así. Era un balde de caca. Por eso lo había dejado para el final del libro, porque era medio intragable. Y ahí me di cuenta de que había una pequeña clave humorística que era asumirme como un troll. Pero también una clave política, que es la colonización. A nosotros nos llevaron a hablar en este lenguaje, que no era el nuestro. Entonces yo lo confronto con mi primer tuit, di con mi primer tuit, que es todo formal, un bodrio. Entonces me pareció que era una clave un poco de humor para que el texto fuera un poquito más entretenido. Y asumirme como un troll ya, en este mundo de trolls.
— Pero ahora sos un troll en el exilio porque...
— Porque ya me fui.
— Porque te fuiste a Bluesky, digo.
— Ah, sí. Nooo, pero en Bluesky todos hablamos bien. Sí, me hice la cuenta hace no más de una semana y es todo paz y amor.
— “Qué linda la literatura, el arte, la música”.
— Sí, todo lindo. (Risas)
— ¿Y te aburrís?
— No. Qué sé yo, me animo, entro. “Hola, escribí un libro, fíjense”. Y la gente: “Bravo”, te pone abajo: “Lo voy a leer”. Mirá lo que son las respuestas en Twitter. “Hola, escribí un libro. Fíjense”. “Ahhh, vos, qué vas a escribir un libro. Puta. Cómo se te ocurre. A quién le importa tu libro”.
— Total. Total.
— Y esa es la única posibilidad que quedó en Twitter. La única. No es que hay dos cámaras de eco. Hay una. Es solamente el insulto. O el cinismo. O la ironía. O hay que ser picarón todo el tiempo. Yo no soy picarona todo el tiempo. De hecho, vos me decís “bueno, pero vos sos provocadora y sos polémica”. Vos sabés que yo no lo siento así. Yo no siento que sea buscado.
— Y si te ponés a pensar en el por qué del hostigamiento... No digo que usás la pollera corta, eh. Quiero que me entiendas.
— No, no, jamás lo tomaría así.
— Pero la pregunta es si tenés idea de por qué el direccionamiento hacia alguien como vos. ¿Qué pensás?
— No lo sé. Viste que eso no está en el libro porque un montón de gente me lo pregunta y yo no tengo respuesta. No lo sé. Yo supongo que hay algo que represento que molesta. Ahora, por qué tan específicamente a mí, digo específicamente porque por más que hay mucha gente odiada ahora y hostigada yo no sé cuánta gente puede decir que hace 10 años sin parar la hostigan tanto. Y la demonizan tanto. No creo que sea igual para todos. Ahí sí creo que hubo una elección. No, no lo sé: habría que ir a preguntarle a ellos qué les jode tanto. Yo creo que sí puede haber alguna cosa pero tampoco me la quiero dar de importante. Pero sí: la honestidad con la que hablo.
— ¿Te perturba cuando advertís el odio que hay con todo aquello que para vos es importante y representa un modo de hacer la política? ¿Te sorprende? ¿Te hace mal cuando ves tanto anti kirchnerismo odioso y agresivo?
— Me re perturba porque me parece que ese odio le hizo muy mal al país. Y que también creo que habrá gente que tendrá sus buenas razones pero que fue un odio inoculado por el poder económico. Por las oligarquías. Es una cosa que se repite en el mundo, al mismo tiempo. El poder concentrado, para poder seguir dominando en el mundo, la estrategia que tiene histórica es básicamente segregar a las sociedades. En Europa, por ejemplo, es que odies al inmigrante. Acá tenés que odiar al pobre porque cobra un plan. Y “el pobre es pobre porque quiere y yo trabajo”. Ese odio inoculado a mí me parece que le hizo muy mal a la gente, a su cabeza. Y que, además, si no te gusta el proyecto kirchnerista en términos políticos, perfecto, pero el odio ya es otra historia. Ya no estamos discutiendo de política, acá hubo una especie de odio como visceral, irracional. Insisto con esto, yo creo que a vos no te habrá gustado el kirchnerismo, pero yo nunca te vi odiante. En todo caso, tendrás razones por las que no te interpeló ese proyecto o estás en contra o te sentís opositora. Pero después hay mucha gente, la mayoría de la gente con la que vos hablás, que repite: chorra, la chorra, la quiero presa. ¿Pero por qué? La quiero presa. Pero no hay pruebas. Ah. Y, entonces, ahí uno dice: esto no tiene ningún sentido. Y nos hizo muy mal al alma y yo creo que también, en términos políticos, terminó en un proyecto que no le va a hacer bien al país, por lo menos no le va a hacer bien a las grandes mayorías. Eso es lo que estoy advirtiendo.
— Te quiero hacer la última pregunta. Así como hablábamos de las contradicciones con el feminismo, en algunos momentos mencionás en el libro tus discusiones dentro del kirchnerismo. ¿Hay cosas que te generan contradicciones? Digo, vos hablás mucho de la injusticia, por ejemplo. En estos días se están discutiendo fuerte las jubilaciones de privilegio. ¿Las jubilaciones de privilegio te parecen bien, así, tan por encima de lo que gana la media? No hablo de nombres en especial.
— A mí que alguien que fue presidenta o presidente, no me importa Macri o Cristina, tenga una jubilación importante, que sea, no sé, veinte veces más que la media, no me molesta tanto como la concentración de las grandes corporaciones, Hinde. El otro día fui a una conferencia de Oxfam, que es una de las ONG que miden pobreza y riqueza, sobre todo, ¿no? Dicen que el nivel de concentración de riqueza de las grandes corporaciones es como que los diez tipos más ricos del mundo podrían estar 400 años gastando 1 millón de dólares por día y no lo terminarían de gastar. Eso a mí me parece la parte inmoral. Lo otro puede serlo también, pero yo no pondría el acento ahí. Digo, el acento tiene que ver con otra concentración de la riqueza. O sea, yo creo que está mal la desigualdad. Que es inmoral. Por ahí la jubilación de privilegio también lo es. Pero si hay un problema político real no es esa jubilación de privilegio, que en el fondo no es tanta guita, que no le hace la diferencia a nadie. Yo creo que si hay mucha gente muy pobre en el mundo es porque hay unos poquitos que son demasiado ricos. En todo caso es eso lo que hay que empezar a decir. Y esta es una época en la cual ellos también lograron instalar un sentido común que es el de que el éxito está medido por el dinero. Que los héroes de la época son los señores del dinero. Y que ellos tienen todo el derecho del mundo a quedarse con todo lo que puedan. Y que el que es rico, es rico porque es un crack y que el que es pobre, es pobre porque quiere. Eso es mentira.
— Me parece que vas a entrar en política, Julia.
— (Risas) Si vos decís...
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