Lo primero, dice Esteban Bitesnik, es el piletazo y aparece Fogwill a escala real, de espaldas y en malla, a punto de tirarse al agua. El piletazo. Efectivamente: la primera sala de Fogwill: muchacho punk, la muestra que el Museo del Libro y de la Lengua Horacio González le dedica al escritor argentino fallecido hace catorce años, y acaba de inaugurar el jueves, es una pileta: sobre el piso se proyecta el agua de una piscina celeste, en el aire se escucha sonido acuático y alrededor, en las paredes, fotos alusivas. En algunas está Fogwill nadando a punto de tirarse al agua, en otras, más viejas, setentistas, el autor navega en alguno de los barcos que tuvo, y que incluso él mismo sacó. La sala lleva el título de la novela que estaba escribiendo cuando murió: La introducción. “Casi como empezar por el final”, dice Bitesnik.
Obrero y genial
Rodolfo Enrique Fogwill murió el 20 de agosto de 2010. Tenía 69 años. A los dos días —el 22 y el 23— fue velado en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, a la que pertenece este museo, que está al lado, pegado, sobre la Avenida Las Heras de la Ciudad de Buenos Aires. Y en ese momento, sus hijos —Vera, Andrés, Francisco, José y Pilar— le encargan a Verónica Rossi, historiadora y archivista, que ingrese al departamento de Palermo, donde murió Fogwill, para que haga el relevamiento del inmenso material personal que ahí tenía. Todo ese archivo, que sus hijos decidieron donar a la Biblioteca y que ingresó en el año 2022, se convirtió en esta gran muestra de, como dice Bitesnik ahora, en diálogo con Infobae Cultura “un escritor verdaderamente trascendental”.
El equipo del Museo del Libro y la Lengua que trabajó en esta exposición está compuesto por Bitesnik, Inés Ulanovsky, Inés Girola, Pablo Licheri y Constanza Penacini. “En este caso también se unió al equipo, por su trabajo previo como archivista, Verónica Rossi”, agrega. “La muestra tiene algunos momentos tangenciales que tienen que ver con ciertos hobbies o amores que tenía Fogwill, como su amor hacia todo lo que tenía que ver con la vida marítima o los oficios y profesiones que ejerció en los años setenta, ochenta y noventa y a lo largo de toda su vida, pero que iba en paralelo con su producción literaria, como puede ser la publicidad y el marketing. Si bien conjugamos vida y literatura, gana siempre en la muestra la figura del escritor: su producción literaria”.
La siguiente sala es “La gran ventana de los sueños”, un espacio abierto dedicado a sus escritos privados, sus diarios personales, las cartas, los mails. Sobre las vitrinas están los papeles, pero sobre las pantallas también. Luego le sigue el clásico: la sala basada en Los pichiciegos, aquella novela icónica sobre la Guerra de Malvinas. Sobre la pared, una gran frase “¡Nene, hundimos un barco!”, junto a televisores que reproducen recortes de la época, y unos soldaditos de plomo. Entonces, la cuarta sala, la más grande, la más importante: “Nuestro modo de vida”. Acá vemos la esencia del Fogwill obrero: manuscritos, los chistes de Bazooka, publicidades (hay un espacio cerrado para y ver por tele fragmentos de focus groups realizados por Fogwill), fotos, logotipos y una postal llamativa: la polémica con Coca-Cola.
La polémica Coca-Cola
En 1980 Fogwill ganó el concurso “Coca-Cola en las Artes y las Ciencias” de 1980. Sobre la vitrina, la carta que le manda el gerente de Asuntos Externos de la compñía, el Dr. Florencio Varela. El texto con el que gana es Mis muertos punk y la suma de 7.065.000 de pesos. El texto dicen “Conforme a lo convenido [Fogwill subraya convenido’] con la Editorial Sudamericana se imprimirán 5000 ejemplares, de los cuales nuestra empresa adquirirá la mitad para su ulterior distribución a través de su organización en diferentes puntos del país”. Esas líneas están marcadas con lapicera y, luego, sobre el margen, un enorme signo de interrogación. Otra cosa: se habla de un “contrato de edición conforme a las normas del convenio suscripto con nosotros”, y Fogwill escribe con lapicera azul un irónico “¡q’ bien!”
Luego de una larga discusión, decidió anular todo y publicar el libro en su propia editorial, un sello independiente llamado Tierra Baldía que publicó gente muy valiosa: los hermanos Lamborghini, César Aira o Néstor Perlongher, entre tantos otros. Al hacerlo, escribió en la contratapa: “Había un premio. Dinero: un cheque. Había otro premio: una edición. La Gran Editorial lanzaría el premio. Vaticinaban un lanzamiento Grande, Editorial. Llegó el cheque. Días después, por correo, el Contrato Editorial. ‘Rogamos firmarlo a la brevedad…' rezaba un papelito. Fue leído, a la brevedad, el contrato: ¿Premio o Castigo…? Llamaron al ejecutivo de la editorial. Hombre de letras, hombre de tacto y reconocido buen gusto. (Era uno de los miembros del jurado que premiaron el libro)”. Y reproduce este diálogo:
—Dime, querido… ¿Vos leíste mi libro? —preguntó el de escribir.
—Sí. Naturalmente —juró el de premiar.
—¿Y vos pensabas —preguntó el de hacer cuentos— que habiendo escrito un libro como el mío yo firmaría un contrato como el tuyo?
Red de amistad
“Era un agente publicitario de su vida. Ejerció siempre la figura de un personaje. En ese sentido queríamos escaparle a eso. Le tenemos mucho amor a Fogwill y no queríamos caer en el full petardista”, dice Bitesnik y habla de su “red de amistad”: “Era un personaje que podía causar cierto temor en las cosas que decía y que iba siempre al choque con esa lengua filosa. Pero también está todo ese costado humano de Fogwill”. El recorrido se completa con dos últimas salas: “Vivir afuera”, con foco en la fascinación del autor por las máquinas (hay un “cerebro mágico” con preguntas y respuestas sobre su obra), y “Últimos movimientos”, con una gran vitrina de fotos. Y el final, la despedida: un video de Fogwill caminando por Buenos Aires y una frase de cierre: “Escribir es pensar, y eso es un slogan mío”.
“Ocupa un lugar central en la literatura argentina. Digo central porque dentro de las generaciones que le sucedieron a Borges siempre estaba la famosa pregunta de cómo escribir después de Borges. Pero subrayo esto: él crea su editorial para publicar a la gente que respetaba. Publicó a Osvaldo Lamborghini, a Perlongher, Oscar Steimberg y Mercedes Roffé. Además, promovió autores como Copi, César Aira, Alberto Laiseca, Marcelo Cohen, Arturo Carrera, Héctor Viel Temperley y Sergio Bizzio. Es difícil explicar un Fogwill hoy porque es un emergente de su época. Es un escritor muy preocupado por su época, por lo que pasa política, social, cultural y económicamente en la Argentina. También fue un escritor preocupado por la tecnología, y eso en la muestra se ve también”, concluye Bitesnik.
Hay algo colectivo en toda esta muestra. Es sobre Fogwill pero va más allá de él. La época, los momentos de un país en llamas, de un mundo incendiado... eso está. Hay algo colectivo en toda esta muestra. Detrás del frontman, del polemista, de los libros cuyas tapas hoy tienen su cara haciendo algún gesto insolente en las vidrieras de las librerías, está la gran telaraña de relaciones, de ideas, de autores que escribieron con él y sin él, y que siguen escribiendo. Una gran maraña colectiva que pinta perfectamente, ya no a Fogwill, sino a nuestra literatura, la argentina. “Chicas cuestiones de derechos de autor no pueden pringar una amistad, ya bastante enchastran la literatura. El libro sale así. El que escribe ya había aprendido a perder, especialmente cuando gana”, se lee en la contratapa de Mis muertos punk.