Los títulos no definen una carrera, solo trazan un camino, lo orientan y profesionalizan. La dedicación amorosa y diaria hace brillar aún más cuando se hace con pasión. Raquel Franco nació en Buenos Aires en 1974 y es licenciada en Letras por la UBA. Lee desde que no tiene memoria, pero si bien ha escrito algunos libros, se siente “mucho más editora que autora”.
Ejerce la edición hace más de veinte años, en distintos puestos y sectores, siempre bastante cerca de las áreas de la educación y la literatura para niños y niñas. Su otra pasión: la cultura para las infancias, con quienes se ha comprometido con mucha seriedad. Fue coordinadora de publicaciones del Ministerio de Educación; asesora cultural de la Ciudad de Villa María, Córdoba; docente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en las áreas de promoción de la lectura y literatura para niños y niñas. Actualmente, forma parte del Centro de Estudios y Políticas del Libro de la Universidad Nacional de San Martín.
Su compromiso la condujo a seguir formándose y a asumir un rol de compromiso dentro del sector editorial. Fue editora general de la revista Lectura y Vida, de la International Reading Association; es titular de cátedra en la materia Producción Editorial en el Área de Estudios Editoriales de la Universidad de la República, en Uruguay y dirige las publicaciones de la Universidad Kennedy. Desde hace quince años es la directora del sello Pequeño editor, donde desarrolla contenidos en diversos formatos: libros, proyectos audiovisuales, experiencias participativas.
Se especializó en edición por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y realizó un Posgrado Internacional en Comunicación y Cultura por Flacso. Es disertante habitual de las Ferias de Guadalajara, Bogotá y Buenos Aires y de festivales y encuentros del sector editorial y las industrias culturales. Ha participado de las discusiones sobre la Ley del Libro.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Bueno, yo entiendo que cuando te referís a identidad lectora es al hecho de que alguien se identifique a sí mismo como lector, pueda decir de sí mismo que es un lector. Por un lado, no lo sé muy bien. Pienso que es un trayecto superpersonal. Pienso que, por supuesto, tiene que provenir de una frecuentación con la lectura, de una frecuentación convencida, nunca bajo la obligación, porque uno encuentra identidad en lo que elige. Entonces, me parece que la actividad de leer tiene que ser una elección, una y otra vez, elegida por esa persona, por ese niño, por ese joven, para que pueda construirse como una identidad.
Y por otro lado, pienso que para que eso suceda, esa persona tiene que encontrar en un libro, en dos, en tres, y luego en la actividad misma de leer, algo que no le da ninguna otra cosa, ningún otro producto, ninguna otra experiencia, ningún otro consumo: algo que es exclusivo, específico, de la actividad de leer. Entonces, por un lado, la elección y, por otro lado, la afinidad, ¿no? La convicción de que ahí hay algo que no se puede obtener por otro medio, que es el modo en que nos sentimos los lectores.
—¿Crees que un libro podría despertar el interés por leer?
—Sí, creo que el libro puede despertar el interés por leer, pero lo reformularía. ¿En qué sentido? No es por la actividad de la lectura, sino por los contenidos que la lectura provee. Solo con el tiempo, la lectura como una actividad en sí, como una actividad cognitiva, despierta placer. Inicialmente, cuando una persona no tiene una gran experiencia lectora es el contenido lo que despierta mucho interés, mucho deseo, mucha avidez. Entonces, yo creo que sí esa avidez la puede generar un libro, dos libros, una experiencia compartida de lectura, ¿no? Los adultos que leen a los niños; los niños que comparten una lectura con otros niños; los jóvenes que se pasan un libro entre sí. Esas experiencias son supervaliosas y pueden fortalecer un montón la experiencia de la lectura. El deseo de continuar en esa experiencia.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores, ¿puede surgir un ávido lector?
—Aquí, nuevamente, te cambio un poco la pregunta y la reformulo. ¿Qué pasa si hay un hogar con padre y madre no lectores? A mí esta pregunta, esta cuestión, más bien, que puede resultar un poco tramposa, obligaría a convertir a los adultos que no han sido lectores en lectores, para transmitir ese amor por la lectura, por los chicos. Y yo creo que no, yo pienso, más bien, que padres y madres no lectores pueden, igual, acompañar a sus hijos en el proceso de adquirir placer por la lectura a través de compartir libros para niños. No hace falta que estén mostrándose a sí mismos leyendo grandes novelas de 600 páginas o con una pila de libros en la mesa de luz. Es mucho más importante que les lean cuentos todas las noches que que se muestren a sí mismos como grandes lectores. Me parece que si nos quedamos con la idea de que en una familia no lectora no pueden surgir libros, caemos en una trampa determinista. Y yo creo que todos los adultos pueden disfrutar de la situación de contar cuentos para niños con sus hijos, aunque no se lleven ellos mismos un libro a la cama.
—Pensando en esto, ¿hay un momento para empezar a leer?
—Aquí soy un poco taxativa. Y yo diría que sí, que lo hay, y es desde el nacimiento (ríe). Yo en esto creo fervientemente. Yo creo que el momento de empezar a compartir y a frecuentar libros y la cultura escrita es desde los primeros meses de vida. Que eso va a constituir una base fundamental para que los chicos luego puedan adquirir autonomía lectora, puedan adquirir habilidades de lectoescritura más rápidamente, puedan encontrar algo familiar ahí, puedan desarrollar el lenguaje, pueden desarrollar el lenguaje de lo escrito, que es muy diferente del de la oralidad. Entonces, sí hay un momento; sí hay un momento, y yo creo que es ahí, entre antes del año o a partir del año, y de ninguna manera deberíamos esperar a que los chicos ingresen a la escuela o ingresen al nivel inicial para empezar a frecuentar libros con ellos.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación o creés que hay otros tipos de mediadores?
—Bueno, la educación, la escuela, es la institución igualadora por excelencia. O debería serlo, ¿no Es la institución que en cierta forma busca reducir la brecha de clase y de recursos de los chicos, y por lo tanto, ofrecerles una cercanía de oportunidades. Entonces, es comprensible que nosotros le hayamos entregado toda nuestra confianza en la lectura a la escuela, pero pienso que es momento de devolvérsela a la sociedad civil y sacarlo de la institución. La mediación de la lectura no deberíamos entregársela a la educación formal, sino que debería estar en el seno de la actividad colectiva y cultural de la sociedad. Un mediador de lectura son tanto los padres como la abuela que lee, el tío, incluso un hermano mayor es un gran mediador de lectura. Entonces, esa es una función que no tiene, a mi juicio, relación con la educación. Lo que necesita es la construcción del vínculo.
—¿Recordás tu primer encuentro con libros?
—No, no, por supuesto que no recuerdo el primer encuentro con libros, porque no fue un hito en sí. Sí algunos libros ilustrados han sido hitos, y los recuerdo como una cosa muy vívida. Recuerdo algún regalo fabuloso que trajo mi papá de un viaje, que fue un libro de cuentos todos ilustrados, que me pareció maravilloso, algo que hoy es bastante frecuente en la vida de los niños de familias lectoras. Lo que sí recuerdo con mucha claridad es que yo, que fui niña durante la dictadura, bajaba a la baulera de mi casa –yo vivía en la Provincia de Buenos Aires, en el conurbano, y el edificio en el que vivía era un edificio con una baulera–, y bajaba, me metía en la baulera y levantaba unas frazadas que tapaban un mueble antiguo guardado ahí, cerrado con llave. Yo había logrado encontrar la llave y lo que hacía era abrirla y mirar todos los libros que mis padres tenían escondidos porque no podían estar expuestos en la casa y los tenían escondidos, corriendo un riesgo absoluto, pero no habían podido desprenderse de ellos para nada.
Fotos: Alejandra López (retrato de Raquel Franco) Pequeño editor, cubiertas.