Hola, ahí.
Por momentos nos quieren hacer pensar que hoy tenemos herramientas para saberlo todo porque nos enteramos al instante de lo que pasa en cualquier rincón del mundo, de modo que hasta podríamos especular con que son muy pocos los espacios del saber en los que aún anida el misterio.
Pero no es así. Siempre hay cosas por descubrir.
Un álbum feo y un tesoro
A Stéphanie Colaux le gustan desde siempre las fotos viejas y las historias de amor y tal vez sea por esa razón que escribe y dirige documentales en los que cuenta historias como la de Frida Kahlo y Diego Rivera o la de los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro. En realidad, le gusta la foto porque le gusta el documento e investigar lo que hay detrás. Existen pocas cosas más estremecedoras que dar con la historia detrás de una imagen. Acá, por ejemplo, escribí años atrás sobre mi encuentro fortuito y conmovedor con la foto de una mujer en traje de novia que alguien había tirado a la basura.
Pero te hablaba de Stéphanie y su devoción por las fotos viejas, algo que la lleva habitualmente a revolver en mercados de pueblo, allí donde es posible encontrar verdaderos tesoros. El más grande de todos se le apareció en el verano europeo de 2020, en la Feria de Barjac, en el sur de Francia. Se trataba de un álbum feo, especialmente feo, pero que por alguna razón la atrajo de inmediato. En cuanto comenzó a revisarlo, descubrió que ahí no había ni fotos de casamiento ni de bebés ni de vacaciones familiares sino que se trataba de un conjunto de fotos tomadas en París cuando estaba ocupada por los nazis. En la portada, una nota advertía: “Si encuentras este álbum, cuídalo y ten el valor de mirarlo”.
Para la documentalista, fue una suerte de “mensaje en una botella”, como le gusta describir el hallazgo. La conmoción al estudiar en detalle el álbum fue enorme: contenía 377 fotos en blanco y negro tomadas entre 1940 y 1942 con escenas callejeras en las que se veían civiles y soldados alemanes cerca de lugares emblemáticos de la capital francesa como Montmartre, la Place de la Concorde o los Campos Elíseos. Mientras miraba las imágenes, se emocionaba y, al mismo tiempo, trataba de imaginar quién podría ayudarla a averiguar el nombre de la persona que estaba detrás de las fotos, esa persona que se animó a trasgredir la orden nazi que prohibía tomar fotos al aire libre bajo amenaza de castigos que iban de la prisión a la muerte.
Stéphanie Colaux no paraba de hacerse preguntas. ¿Quién había tenido tanto valor como para animarse a tomar esas fotos? ¿Por qué lo había hecho, cuál era el objetivo de esos documentos? ¿Cómo había podido acceder esa persona a semejante cantidad de papel para imprimir en tiempos de guerra y, además, dónde había revelado esas imágenes prohibidas?
Sin datos sobre el autor
Colau supo enseguida que quien podía acompañarla en la pesquisa era su amigo Philippe Broussard, periodista de investigación del diario Le Monde. Estuvieron cuatro años hasta dar con el autor de las fotos pero eso, que es el final de esta historia, vendrá enseguida. Antes quiero contarte cómo se organizaron. Para empezar a trabajar definieron un patrón, una serie de datos que guiaban su búsqueda: las fotografías no eran de clásica propaganda nazi -había inscripciones en contra de la ocupación, se veían imágenes de las colas del racionamiento- ni parecían profesionales. Detrás de cada una había una especie de título; en muchos casos, palabras o conceptos que enunciaban desprecio por los ocupantes. A esto se sumaba la fecha, la ubicación y la hora en que había sido tomada la foto.
Para el experto Julien Blanc, historiador de la ocupación nazi y la resistencia francesa, lo más fabuloso de esas imágenes era que permitían apreciar la ciudad real bajo la ocupación. Según Blanc, lo que puede verse en ellas es “una ciudad vacía de la mayoría de sus habitantes, con calles desiertas, sin coches. Las imágenes son duras, grises y tristes”. Esto se lo dijo al NPR, el servicio de radiodifusión pública de Estados Unidos.
Broussard comenzó a investigar y descubrió que había otras dos colecciones similares, una en el Museo de la Resistencia de París –había sido donada en 1999 por un hombre que la encontró entre las pertenencias de su padre, miembro de la resistencia, luego de su muerte– y otra que había pertenecido a una mujer que había trabajado durante la guerra como vendedora de perfumes de los almacenes Printemps, del Boulevard Haussman, y le había entregado las fotos a su hijo. En ninguno de los casos había datos del autor de las fotografías.
El folleto salvador
Habían pasado cuatro años, la investigación estaba empantanada. Era abril de 2024 cuando una empleada de los archivos de Printemps se puso en contacto con Broussard para contarle la noticia que iba a dar vuelta esta historia. La mujer había encontrado un folleto interno de 1965 que incluía una fotografía en la que se ve a tropas alemanas a caballo listas para disparar cañones en la capital francesa. El folleto era para consumo interno y contenía una información novedosa, ya que decía que la foto había sido tomada por “nuestro Raoul Minot”.
“Nuestro Raoul Minot” significaba que quien había tomado las imágenes era un empleado de Printemps –luego se supo que lo hizo acompañado por su mujer, Marthe Bedos–, lo que explicaría por qué había podido conseguir papel para imprimir en tiempo de escasez y racionamiento de la guerra y que el revelado de las fotos se había hecho en la misma tienda.
Aparentemente Raoul y Marthe Minot no actuaban solos sino que formaban una suerte de red de resistencia en los propios almacenes Printemps. Pero entre sus integrantes hubo un traidor, alguien que espiaba para los nazis.
La carta anónima que llegó a manos de los ocupantes decía algo así como “Deberías echarle un vistazo a una pareja que trabaja en Le Printemps. Están sacando fotos y revelando las películas en la tienda”. Broussard tuvo acceso a una copia de la nota que selló el destino del fotógrafo temerario.
Advertidos de su práctica, la policía entró en su departamento y se llevó cientos de fotos y una pequeña Kodak Brownie que podría ser la que usaba para tomarlas. Broussard imagina que Minot la llevaba escondida bajo el abrigo para disimularla mientras hacía las tomas. Raoul y Marthe -padres de una hija- fueron detenidos, ella fue luego liberada pero él fue interrogado por la Gestapo y deportado a un campo de concentración nazi. Marthe lo buscó y lo esperó en vano. Raoul nunca regresó.
Broussard contó la historia de Minot en cuatro artículos recientes de Le Monde. Una vez descubierta la identidad del autor de las fotos, un lector del diario le acercó al periodista un documento clave para conocer el destino final del fotógrafo de la resistencia: un expediente del Ministerio de Prisioneros Deportados y Refugiados de Francia de posguerra que señala que Minot fue llevado primero al campo de concentración de Mauthausen, Alemania, y que luego estuvo como prisionero en Buchenwald.
Se sabe que en 1944, en su derrotero final, Minot caminó durante dos semanas en una de las llamadas “marchas de la muerte” y que murió en 1945 en un hospital militar estadounidense en Cham, Alemania, cinco días después de ser liberado por los norteamericanos.
Raoul Minot había nacido en 1911, combatió en la Primera Guerra Mundial y fue condecorado por su desempeño. Trabajó como vendedor de pañuelos en Printemps y con el tiempo ascendió a gerente; era fotógrafo aficionado y siempre tomaba fotografías durante sus vacaciones y cada vez que asistía a los encuentros de veteranos. Arriesgando su vida, dejó un registro fundamental de la ocupación nazi en Francia. Su familia nunca recuperó su cuerpo.
¿Quién es esa bailarina?
La foto es de 1968, en blanco y negro. Una chica de unos diez u once años de pelo largo y flequillo, parada en puntas de pie en Varna Road y con los brazos en alto –como dispuesta al abrazo– mira a la cámara altiva, feliz. No lleva tutú sino un jumper de género barato y, por debajo, se alcanzan a ven las guardas del pullover que la protege del frío. Llovizna. Sus pies apenas tocan el empedrado sucio, húmedo. Pobre.
La nena tiene un par de años más de los que yo tenía en ese momento y me recuerda a Melody, el personaje de una película que fue clave en la educación sentimental de mi generación y cuya banda sonora aún me dispara hacia ese momento de la vida en el que todo estaba por llegar.
Vi esa foto en diferentes redes sociales varias veces en los últimos años y siempre pensaba eso: una infancia diferente a la mía, un deseo que no fue el mío (ser bailarina), el pelo que siempre quise tener, una lengua ajena, el inglés. El título de la foto es “Ballerina girl of Balsall Heath, 1968″. La niña bailarina de Balsall Heath fue fotografiada por Janet Mendelsohn, por entonces una estudiante estadounidense, en el marco de un proyecto ambicioso con el que la artista buscaba registrar la vida cotidiana de las familias de clase trabajadora en diversos barrios de Birmingham, Inglaterra. Mendelsohn tomaba fotos a diario entre 1967 y 1969.
Hasta hace algunos años, la foto tenía título pero la nena no tenía nombre. Su imagen remite a Melody pero también a Billy Elliot (otra película y comedia musical sobre la clase trabajadora inglesa, con un personaje que es un niño con ansias de bailar, pero transcurre en una comunidad minera, durante el thatcherismo). La foto, también, me recuerda la imagen dramática de otra nena, que escapa de la muerte. Se trata de “La niña del napalm”, una foto de Nick Ut, fotógrafo de la agencia AP, que resultó premiada con el Pulitzer y que muestra a un grupo de chicos escapando de los bombardeos durante la guerra de Vietnam. Entre ellos, una nena de 9 años, desnuda y con la espalda quemada. Su nombre es Kim Phuc y su historia, un símbolo de lo que hacen las guerras con las personas.
Pero así como el nombre de Kim Phuc es conocido hace tiempo, el de la bailarina pequeña de Balsall Heath permaneció en el anonimato hasta que el diario local Birmingham Mail inició una pesquisa para dar con ella. La foto, la famosa foto, estaba expuesta en una muestra de una galería regional. La búsqueda arrancó en 2015, con notas que pedían ayuda para ubicar a la nena de la foto. Esa calle ya no existía, ese barrio tampoco. ¿La nena existía?
“Sí, soy yo”
La búsqueda se extendió a las redes sociales con el hashtag #ballerinagirl y el llamado del diario local alcanzó a personas que viven en Australia, Estados Unidos y los países nórdicos. Alguien recordó que otra foto de la misma nena de la foto de Mendelsohn había sido exhibida en otra muestra, tiempo atrás. Había un nuevo dato: en esa segunda imagen, la chica que soñaba con ser bailarina estaba con otra nena muy parecida a ella. Varias personas arriesgaron un nombre, en realidad dos: Lorraine Williams y su hermana melliza, Wendy.
“Estoy absolutamente sorprendida con esto”, le dijo Lorraine al diario cuando finalmente la contactaron. “Me cuesta creer que ustedes y sus lectores se involucraron en semejante búsqueda solo para encontrarme a mí”.
Lorraine no podía creerlo. Cuando le mostraron la foto supo enseguida que era ella aunque el camino de la foto y el de su recuerdo no habían ido en paralelo. Su imagen icónica recorría redes sociales a lo largo del mundo y de los años mientras que para ella aquel momento no había quedado grabado como algo importante. Habían pasado casi 50 años y Lorraine recordaba vagamente que le habían tomado fotos. Apenas eso.
“Yo andaba siempre haciendo de cuenta que era una bailarina, las bailarinas siempre me fascinaron. Es más, todavía lo hago, no tengo idea de dónde me vino esto, supongo que alguna vez habré visto alguna, pero ser bailarina fue desde chiquita uno de mis sueños”, dijo cuando dieron con ella.
Como en esos viejos programas de TV que conseguían emocionar a las audiencias cumpliendo sueños de personas comunes, luego de encontrar a Lorraine, el Birmingham Mail y el Birmingham Royal Ballet se pusieron de acuerdo y le dieron una clase sorpresa de ballet a la mujer que siempre quiso bailar.
En el momento en que la identificaron, en el año 2016, Lorraine Williams tenía 58 años, tres hijos y siete nietos y seguía viviendo muy cerca de ese barrio de la zona roja de Balsall Heath donde le habían tomado la foto. Había trabajado muchos años con Wendy, su hermana, vendiendo productos de cocina.
En 1968 su nombre era todavía Lorraine Doris Mckeown. Tenía seis hermanas y tres hermanos, la mayoría mayores que ella y su hermana melliza. En ese tiempo en el que Lorraine bailaba para nadie en puntas de pie por la calle, su padre, nacido en Belfast, había sido dado de baja del ejército luego de quedarse sordo por un accidente con una granada y trabajaba en GKN, la empresa de autopartes. Su madre también trabajaba y fue, entre otras cosas, operaria en una fábrica de mermeladas y empleada de limpieza de oficinas. La familia vivía en Anderton Street, Ladywood, muy cerca de Balsall Heath.
Los chicos, por entonces, solían pasar horas en la calle.
Pobreza, sí; amor, también
La mujer que había sido retratada como una niña bailarina no parecía tener recuerdos traumáticos vinculados con la pobreza. Cuando la consultaron por ese tiempo de bolsillos cortos, contó que la suya era una familia muy humilde pero muy amorosa y que aquellos fueron los mejores años de su vida.
“Creo que estábamos jugando en la calle ese día, cuando tomaron la foto. Aquellos eran los días en los que podías pasear siendo un niño sin ningún miedo”, dijo. Lorraine recordó el momento en que una mujer se acercó y les pidió hacerles unas fotos, “algo que hoy en día no se puede hacer”.
Fue entonces cuando armó su pose favorita y se elevó, buscando volar. La foto hizo su camino pero Lorraine nunca la vio hasta el día que le contaron que la estaban buscando. Recién entonces se reencontró con ella misma cuando tenía once años, altiva, feliz.
Pura potencia.
Te doy las gracias por haber llegado hasta acá con tu lectura. Me despido recordándote mi mail, es hpomeraniec@infobae.com y deseándote una buena semana. Es tiempo de cambiar el chip y modificar el volumen de nuestras ambiciones: tener una buena semana hoy es una suerte de tesoro. Soñemos con eso, total es gratis.
Las fotos de este envío son las que tomó Raoul Minot, el fotógrafo que resistió al nazismo desde su cámara, del expediente que completó su historia, y de Janet Mendelsohn, la estudiante que se propuso registrar a los de abajo y que, sin saberlo, le dio vida eterna a una nena que soñaba con ser bailarina.
Hasta la próxima.
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