La puerta de un edificio en Varsovia, el número 28 de la calle Panska, sigue en pie. Sobrevive como un testigo mudo de la historia de una familia judía polaca y como el centro simbólico de un libro que traza un puente entre el pasado y el presente. Una de las integrantes de esa familia, Rushke Honig, un día cerró esa puerta para abrir otra en Paso al 200, en el barrio de Once, en Buenos Aires. Y, como ella, otros miembros de esa familia, que, por muchos años, estuvo unida por el silencio.
Panska 28
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En el libro Panska 28 ―editado por Leamos, el sello editorial de Infobae, y que se puede descargar gratis desde Bajalibros haciendo click aquí― la artista argentino-estadounidense, Marcela Hoffer reconstruye las huellas de sus antepasados y, mientras camina, se encuentra con las sombras y vacíos heredados del exilio y la migración. Y así comienza un viaje personal y literario.
Hoffer empezó a indagar en ese pasado a través de un objeto particular en su propia casa familiar. Fue durante una conversación con su padre, en 1982. Él le mostró una pequeña caja de terciopelo azul. ¿Qué había? Documentos antiguos: dos pasaportes polacos de tapa azul ―el de su abuelo, Pinchas Hoffer y su Bobe, Rushke―, y dos cartas y una postal escritas en yiddish. Estos objetos se convirtieron en el inicio de su investigación y la vuelta a esa puerta en Panska 28. ¿Qué callaba el tiempo y la distancia?
En el libro rescata diez historias reales de su familia —Chana Ruchla Goldzak (bisabuela paterna), Hertz Yitskhok Hoffer (bisabuelo paterno), Pinchas Hoffer (abuelo paterno), Rushke Honig (abuela paterna), Szmul Leib Hoffer (tío abuelo paterno), Raitze Hoffer, Paia Hoffer, Mindl Hoffer, Estera Hoffer y Fanny Hoffer (tías abuelas paternas)—, una familia judía desmembrada por la guerra. “El Holocausto está en nuestro ADN. Nos hizo más fuertes y más resilientes, pero sobre todo más empáticos ante cualquier tipo de atrocidad o acto violento”, sostiene la autora.
Desde su lugar como hija, sobrina, nieta y bisnieta, Hoffer reconstruye ese pasado para otorgarle al presente una nueva dimensión. “Hay un pedazo gigantesco de mí que urge por salir a la luz y se ubica entre el antes y el después de este descubrimiento azul”, cuenta la autora en el libro.
En diálogo con Infobae, Hoffer reflexiona: “Panska 28 se transforma en un símbolo concreto familiar, que perdura en el tiempo, un espacio real adonde poder regresar y donde habitan las memorias que les y me pertenecen. Panska 28 sigue en pie. Al no haber sido destruida, nos brinda una especie de oasis dentro de la barbarie. Funciona —de alguna manera— como un monumento a la resiliencia”.
“Es a través del discurso que me es posible hilvanar, integrar y reconstruir retazos de historias de mis antepasados que quedaron suspendidas y que ahora me animo a descubrir y a nombrar”, escribe Hoffer en las páginas de Panska 28, y continúa: “Trayendo luz a los espacios en sombra, puedo imaginar sus experiencias, que a su vez iluminan partes de mi propia identidad”.
Fragmentos de memoria: las historias detrás de Panska 28
El número 28 de la calle Panska fue la última dirección donde la familia paterna de Marcela Hoffer vivió antes del estallido de la guerra en 1939. La invasión de Polonia marcó el inicio de una persecución sistemática contra la comunidad judía, que culminó en la creación del Ghetto de Varsovia, donde más de 400.000 personas fueron confinadas en condiciones inhumanas antes de ser deportadas a campos de exterminio como Treblinka.
En este marco de violencia y fragmentación, la familia de Marcela vio su destino dividido entre quienes lograron emigrar y quienes quedaron atrapados en Europa. “Este libro es un intento de recuperar y rememorar hechos que ocurrieron en un pasado lejano, en Polonia, hace más de cien años. Es una memoria un poco mía. Está encarnada en mí. Porque es a través del discurso que me es posible hilvanar, integrar y reconstruir retazos de historias de mis antepasados que quedaron suspendidas y que ahora me animo a descubrir y a nombrar”, escribe en sus páginas.
El edificio, que sobrevivió milagrosamente intacto a los bombardeos nazis, se erige como un símbolo tangible en su memoria familiar. En el libro, Hoffer profundiza en el peso simbólico del lugar y cómo este se entrelaza con su identidad: “Puedo imaginar sus experiencias, que a su vez iluminan partes de mi propia identidad”.
“Me abrió un nuevo camino de búsqueda, tanto hacia el pasado ancestral como también hacia rincones de mí misma que estaban en sombra. Descubrir estos documentos antiguos fue una invitación a recorrer aspectos de mí misma”, señala la autora sobre el dolor, el silencio y el exilio de sus antepasados que decidió narrar.
En las páginas de Panska 28, Marcela Hoffer reconstruye un mosaico de historias reales que emergen de los retazos familiares preservados entre el silencio y el olvido. Con cada relato está marcado por la guerra, la migración y el exilio.
Cada historia familiar que se despliega en el libro lo hace como un fragmento de memoria entrelazada con el dolor y la resiliencia. Por ejemplo, Pinchas Hoffer, atrapado en la noche, cargaba con un peso interno que lo inmovilizaba, mientras Raitze, tras largas horas de costura, contemplaba desde su ventana un mundo inalcanzable.
Mindl, con una tristeza que nunca abandonaba su sonrisa, se refugiaba en el cuidado de los demás. Paia, enfrentada al miedo y la certeza de la muerte, se quebró al escuchar una melodía militar que anunciaba lo inevitable. En ese escenario de partidas, Szmul dejó atrás una maleta como único vínculo con un futuro incierto.
Otros nombres cargan el peso del silencio: Rushke Honig, quien cerró la puerta de Panska 28 para cruzar el océano hacia Argentina, dejando atrás un hogar que se convertiría en ausencia. Hertz Yitskhok Hoffer, dividido entre su fe y sus deberes terrenales, buscaba equilibrio en la contradicción.
Figuras como Chana Ruchla Goldzak, Estera y Fanny Hoffer apenas sobreviven en los relatos familiares, envueltas en el misterio y la sombra de un destino marcado por la guerra. A través de estas historias, Hoffer teje un relato donde la memoria individual da voz a los que no pudieron contarla.
La narración, fragmentada y evocadora, se enriquece con collages de Martina Charaf, y con el silencio como hilo conductor. “El silencio aparece como un estado de ánimo, tanto antes como después de estas despedidas sin retorno. El silencio también, en muchas de las historias, esconde llanto y gritos. Quise buscar esa conexión con lo que justamente el silencio estaba conteniendo y tapando”, sostiene Hoffer.
La resiliencia y el legado de objetos migrantes
Entre los hallazgos más asombrosos, Hoffer cuenta sobre los objetos de rezo que cruzaron el océano y lo que estos representan. “Es interesante pensar qué objetos eligen llevarse los que dejan para siempre sus países, y la relevancia y simbolismo que esos tienen”, comenta.
En el caso de su familia, los pasaportes polacos y los textos en yiddish son más que documentos; son un puente hacia la identidad perdida en la diáspora.
“Todos ellos tuvieron que callar una parte de su identidad para poder sobrevivir. Dejaron su país, sus familias y debieron apropiarse de una nueva cultura y de una nueva lengua. Parte de sus vidas murió con el exilio”, escribe Marcela en el libro.
Y agrega qué le pareció más sorprendente: “Lo más fuerte para mí tiene que ver con la falta de información sobre el destino de varios familiares. Al estallar la guerra en el 1939 se cortó todo tipo de comunicación y no se supo qué pasó con mis bisabuelos paternos. Así como también no sabemos el destino de las hermanas mayores de mi abuelo. Solo encontré silencio”.
La desconexión total entre Europa y Argentina durante la guerra marcó a fuego las relaciones familiares, y dejó heridas que trascienden generaciones. Para Hoffer, escribir este libro fue un camino para entender ese impacto: “Pude conectar con las rupturas familiares que se produjeron al cortarse todo tipo de comunicación entre Europa y Argentina al estallar la guerra y también con las consecuencias emocionales que dicha ruptura conlleva.
Y suma: “Otro aspecto interesante es lo transgeneracional que continúa pulsando en mi propia vida, mostrando todos aquellos traumas no elaborados de mis ancestros”.
En ese proceso de reconstrucción, el ejemplo de su abuelo emerge como un símbolo de fortaleza y arraigo cultural. “Hay algo que me parece maravilloso y que admiro de mi abuelo como inmigrante”, dice en el diálogo. ¿Qué es lo que sorprende a Marcela?
Según explica, “él se fue de Polonia, pero pudo en Buenos Aires seguir conectado con sus raíces, lo hizo siendo muy activo en la Fundación IWO, colaborando desde la comisión directiva, y por sobre todo creando un premio literario para escritores en idish, premio que otorgó junto a su socio Leib hasta el momento de su muerte y más allá”.
Sobre este legado, Hoffer reflexiona: “Pudo seguir no solo con sus raíces culturales y de lenguaje, sino cosechar y crear sobre eso. Me impacta y admiro muchísimo. Sobre todo desde mi propia búsqueda, desde el lugar de inmigrante.”
“Ahora sé, al final del proceso, que fue la enunciación y su potencial sanador los que me permitieron reconstruir esas historias que los salvan y me salvan”, narra la autora. Por eso escribe.
*Fotos: Gentileza Marcela Hoffer