Muchos de los rosarinos tenemos un recuerdo tangible con él. Un dibujo, una foto, un saludo al pasar, un café en El Cairo, un picadito de fútbol en un club Universitario, un partido de Central, la asistencia a la presentación de un libro. Roberto Fontanarrosa forma parte de la escena cotidiana de Rosario. Eso hace que el emblema cultural persista más allá de su obra.
Una obra artística que se consolida entre la historieta y la narrativa popular, como si fueran dos caras de una misma moneda. Una consagración inmediata a través de la historieta de la mano de sus ‘hijos pródigos’ Inodoro Pereyra y Boogie, el aceitoso. Y un camino literario tal vez un poco más lento, menos legitimado por la crítica en sus inicios, que termina de dar una pirueta hacia la eternidad en el Congreso Internacional de la Lengua Española de Rosario del 2004 y su defensa a las malas palabras.
El 26 de noviembre Fontanarrosa cumpliría 80 años, día del cierre del evento, y por eso su ciudad natal está de festejo. La fiesta comenzó el viernes en el crepúsculo de Rosario con varios acontecimientos en paralelo y alcanzó su punto más alto el sábado en el teatro El Círculo donde el cantautor catalán Joan Manuel Serrat compartió una emotiva conversación con el escritor Eduardo Sacheri. El Festival vive, late y se extiende hasta el día de su natalicio con una gran celebración en El Cairo, el bar más narrado en los cuentos del escritor rosarino.
El homenaje de Serrat
El mismo espacio, 20 años después. Teatro El Círculo de Rosario, 1300 espectadores, aplausos, silencios y emociones compartidas, otra vez. Aquí, en 2004, Roberto Fontanarrosa brindó su charla en el Congreso de la Lengua Española defendiendo las malas palabras. En este mismo espacio, su entrañable amigo, Joan Manuel Serrat, le rindió un homenaje que comenzó con un video que rememora aquel discurso del Negro.
Play hacia el pasado. “La pregunta que ahora me hago es por qué son malas las malas palabras. O sea, quién las define. Por qué, qué actitud tienen las malas palabras. ¿Le pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son malas de calidad, o sea, ¿cuando uno las pronuncia se deterioran y se dejan de usar? ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Sí, obviamente. Pero no sé quién las define como malas palabras. Tal vez sean como esos villanos de las viejas películas que nosotros veíamos que en principio eran buenos pero que la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros al marginarlas las hemos derivado en palabras malas ¿no es cierto?”.
Las carcajadas y los aplausos a la pantalla no fueron más que un deseo con emoción de querer traer de vuelta al entrañable Roberto Fontanarrosa.
Fútbol, el lenguaje universal
Sacheri propuso a Serrat una entrevista con un código futbolero: once temas como si fuera la formación de un equipo de fútbol. La amistad, la poesía, la complejidad, el humor, la muerte, el fútbol, el carácter, Rosario, la perspectiva y, con el número 10, una camiseta con doble nombre: Fontanarrosa y Serrat.
La conversación transitó desde lo simple y cotidiano, como el partido de fútbol entre Estudiantes e Independiente en 1984 que vieron por TV en el estudio de Zona Norte de Fontanarrosa, donde primero compartieron un asado y luego se quedaron en silencio, pero sintiendo una amistad naciente, hasta temáticas sociales, como la defensa de la salud pública, la educación pública y la prensa libre.
Serrat tomó la posta: “Nos conocimos en el Mundial 82, en Barcelona. Estaban Maradona y Kempes. Con Menotti conectamos de inmediato, y me invitó a ver el partido inaugural desde el banco de suplentes. Algo que hoy sería impensable. Perdimos, pero después, en un boliche, vi a este tipo barbudo y peludo. Nos presentamos y nunca dejamos de hablar”.
Sacheri destacó el oído del Negro para escribir los diálogos. Y leyó un fragmento del texto ‘Escenas de la vida deportiva’.
—¡Cómo vas a jugar con la pelota así, macho! —se escandalizó—. ¿Dónde se ha visto? ¡Estos, porque tienen un garfio en el empeine! Juegan al fútbol porque Dios es grande... No saben un sorete, hay que decirles todo...
—No te comprenden, Miguel.
—Sufro la soledad de los líderes, Pepe...
—¿Qué pasa, Miguel? —se acercó corriendo Tito—. Ya estamos para largar.
El disparador ‘Fútbol’ sirvió para recordar cómo un ser humano se hace hincha de un equipo de fútbol. Serrat dijo que no recordaba bien por qué era del Barcelona, pero sabía que lo era desde el mismo momento en que tuvo conciencia. Había un tío que lo llevaba siempre a ver al RCD Espanyol y él, con una convicción inaudita, seguía siendo del Barcelona. “¿Cómo se puede ser tan sólido en una edad tan frágil?”, reflexionó Serrat acerca de su pasión.
Serrat no solo habló del fútbol como aficionado, sino también como jugador: “Yo dejé el fútbol después de ver un partido que grabó mi esposa en el que jugué. Fue suficiente para colgar los botines”. El fútbol, más que un tema, fue el lenguaje universal de la charla.
Alejandro Apo, periodista deportivo que le puso su voz a varios de sus textos futboleros, estaba entre los presentes y describió a Fontanarrosa: “Es la bandera de la cultura popular de Argentina. Un hombre que, con la mayor humildad y de forma natural, lograba reunir a la gente. Y de esas reuniones salían reflexiones muy valiosas. Su capacidad para transformar lo cotidiano en algo profundo es lo que lo hace eterno”.
— El fútbol es una puesta en escena bellísima. ¿Qué pasa cuando tiene la narrativa de Fontanarrosa?
— Cuando el fútbol tiene su narrativa se convierte en algo mucho más grande. Es entender lo que realmente significa para nosotros: proyectado a través de los amigos, de los afectos, de los primeros amores, de esas luchas que teníamos cuando éramos chicos. Y que, con el paso del tiempo, se transforman en una amistad que perdura, aún sin el Negro, pero con el Negro y todos los amigos alrededor de la mesa.
El humor y las mañanas
No por mucho madrugar se amanece más temprano. Otro archivo, de una charla que brindó en la Feria del Libro, fue el puntapié para hablar del humor: “Yo desde mi ignorancia me hago una pregunta: ¿por qué los chicos se tienen que levantar tan temprano para ir a la escuela? Gardel se levantaba a las ocho de la noche. Y fue Gardel”, dijo Fontanarrosa.
Serrat, agregó: “No cuenten conmigo antes de las 11″. Y Sacheri recordó las únicas dos veces que el Negro “madrugó”: cuando su mujer lo despertó antes de las 10 de la mañana, una en que le dijo: “invadieron las Malvinas”. Y la otra: “Maradona firmó para Newell’s”. Dos catástrofes.
Rosarinos por el mundo
La charla avanzó hacia la rosarinidad, esa estampa tan propia del escritor. Es que Rosario era el corazón del Negro. “En Barcelona, todos me decían ser amigos de él. Si los sumara, Rosario tendría la población de Nueva York”, dijo Serrat.
Serrat contó que, a través de su amistad con Fontanarrosa, pudo adentrarse en las entrañas de la historia de Rosario y en sus contradicciones políticas. “Eso tiene que ver con el camino, con la importancia en la vida de la gente, en circunstancias concretas y con personas determinadas”, señaló. Explicó que esa conexión le permitió establecer vínculos que van más allá de la relación entre un artista y su público.
En ese contexto, recordó cuando conoció Argentina. Describió al país como “deslumbrante” a finales de la década del 60, mientras España todavía estaba bajo el régimen franquista. “Tiempos tan lejanos que ahora no parecen tanto”, dijo, lo que generó un aplauso cerrado.
Agregó que en esta época no se entiende por qué la prensa es considerada un enemigo. “Debe haber una prensa libre, una prensa plural. El periodista tiene la misión de contar lo que sucede. Cada vez son menos, son pocos y sufridos. Una sociedad debe tener libertad, justicia y democracia”. Serrat recordó con ironía: “Cuando todo el mundo pedía el pasaporte español, yo quería el argentino”.
“La sanidad y la educación deben ser públicas”, agregó Serrat.
Cosa de marcianos
Entre los presentes estuvo la ministra de Cultura de Santa Fe, Susana Rueda, quien conoció de cerca a Fontanarrosa mientras ejerció el periodismo y la comunicación antes de su rol como funcionaria. “El Negro era una especie de Messi en lo suyo: el mejor en lo que hacía, pero siempre con los pies en la tierra. Como Messi, que vuelve a Rosario a tomar mate con su esposa, Fontanarrosa también era así, un tipo entrañable, querido en su barrio”, dijo.
—Si alguien llega a Rosario y no tiene mucha idea de quién era Roberto Fontanarrosa, ¿qué es lo primero que le dirías?
—Primero le preguntaría si es marciano. Y después le diría que el Negro es uno de los personajes más entrañables que ha tenido esta ciudad. Yo siempre cuento que cuando murió, sentí que la ciudad estaba como si le hubieran apagado la luz.
—¿Qué significa hoy Fontanarrosa para Rosario?
—Es un símbolo, el corazón de la ciudad. Es increíble cómo, años después, seguimos conectando con él, con su humor, con su sensibilidad. Es parte de lo que somos.
<b>Antes del final</b>
Sacheri, antes del cierre, exploró la complejidad de lo simple, esa capacidad única de Fontanarrosa para transformar lo cotidiano en algo extraordinario. “Las pequeñas cosas son las que nos dan las respuestas”, reflexionó Serrat, citando uno de sus propios temas. El Negro, concluyeron, era un maestro de lo invisible. Un gran observador. “Un hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno”, dijo Serrat.
El Festival en varias sedes
El Centro Cultural Fontanarrosa fue el epicentro el viernes por la noche. Arte, música, teatro y literatura con potencia centrífuga. Rosario vibró con un evento que trajo su obra desde el pasado y que, al contrastarla con el presente, la vigencia es plena. El legado de Fontanarrosa no solo se mantiene vivo; evoluciona.
Mendieta, el perro reflexivo, profundo, irónico y cargado con un notable sentido común que emula la voz de la conciencia del gaucho Pereyra, es una especie de anfitrión en el espacio de arte. En la planta baja está la muestra ‘Mendietas y otras posibilidades’ creada por Dante Taparelli, con esculturas del célebre perro intervenidas por Crist, Rep, León Ferrari, Liniers y Rocambole, entre otros artistas.
Estas piezas, que recorrieron el país desde hace más de 15 años, son el alma visual del festival. Si bien Mendieta suele cuestionar las decisiones de Inodoro, su fidelidad es inquebrantable y lo acompaña en todas sus aventuras por la Pampa. Esta vez no podía ser de otra manera.
La primera noche, la música se adueñó de la explanada de la Plaza Montenegro. El Ensamble Municipal de Vientos marcó el ritmo de la noche. Jairo emocionó al interpretar Los enamorados y Milonga del trovador, mientras Raúl Lavié abrió su intervención con un saludo al cielo: “De un rosarino para otro rosarino” y cerró con la icónica La bicicleta blanca, tango-polca con música de Astor Piazzolla y letra de Horacio Ferrer que es una alegoría de cómo la humanidad rechaza o destruye lo que no comprende o aquello que busca cambiarla para mejor.
Ambos artistas recordaron a Fontanarrosa como un hombre generoso y humilde. “Bonachón, tímido y amiguero”, lo definió Jairo emocionado.
Es que el festival no solo celebra al Fontanarrosa humorista, sino también al narrador y cronista de lo cotidiano. El impacto de la obra le otorga una visión multifacética de la cultura argentina en el marco de un contexto global.
Rosario es una ciudad muy particular porque concentra gente de muchas localidades y pueblos vecinos. Algo que la distingue es que no hay celebridades, en el sentido de que la gente es accesible. “Eso es algo que Fontanarrosa encarnaba perfectamente: lo podías encontrar en cualquier lugar. Este festival busca recuperar esa sensación, esa posibilidad de encontrarte con figuras como Serrat, Jairo, o Lavié, caminando por las mismas calles. Este tipo de interacción, de cercanía, es algo muy nuestro. Y es una búsqueda que refleja cómo vemos a Rosario: una ciudad accesible, donde la cultura está viva y muy presente”, dijo Federico Valentini, secretario de Cultura de la ciudad.
La obra táctil del Negro
En el primer piso del Centro Cultural, una exposición sobre la historieta y el humor gráfico de Fontanarrosa, curada por Judith Gociol, periodista y especialista en temas culturales, llevó a los visitantes a las entrañas de su producción. Y, sobre todo, un encuentro con el trazo de primera mano del autor con sus personajes ícono.
Don Inodoro grita al cielo en una gigantografía. Cuchillo en mano, con los ojos vidriosos de rabia: “¡Domingo Faustino! ¿Por qué elegimos la Civilización si yo, con la Barbarie estaba contento?” Pereyra y su compañero Mendieta reinterpretan el arquetipo del gaucho. Fontanarrosa utilizó el absurdo para hablar sobre temas universales como la soledad, la amistad y el paso del tiempo.
Y con Boogie, el aceitoso, satiriza el imperialismo y el machismo. Una crítica mordaz y ácida desde la brutalidad de un mercenario que pobló las viñetas en diarios de Colombia, Brasil y Argentina.
La frase con la que comienza el texto Palabras iniciales aparecen como si fuera un grafiti. “‘Puto el que lee esto’. Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora. Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura”, escribió Fontanarrosa en ese texto emblema.
En la muestra conviven originales y copias de historietas que se publicaron en Hortensia, pasando por fragmentos de su obra literaria, frases históricas y objetos de Rosario Central y de la cancha, hasta la butaca en la que se sentaba en la platea. Y un punto especial, los archivos de los artículos de prensa sobre cómo fue la cobertura de los diarios en su exposición en el Congreso de la Lengua.
En la planta baja hay imágenes que se proyectan en el piso, en los rincones, con la textura gastada de los celuloides. Son imágenes del pasado, archivos difuminados que traen poleras con cierres en la nuca, zapatillas de cuero, pisos de tierra y pelotas de trapo. En una pared, un mural grande se despliega como la barra de un viejo bar, de esos donde el café con leche llegaba hirviendo y las medialunas, a veces duras, eran rezagos del día anterior.
El mural es una invitación: el lugar perfecto para una selfie que te deja en perspectiva con ese fondo. El mapping nos lanza a ese universo, como si estuviera más lejos, pero ahora está tan cerca que casi se puede tocar. Es una mezcla de El Cairo con el estudio de Roberto Fontanarrosa, el de la zona norte, el que está a metros del río Paraná.
Todos tenemos un recuerdo tangible con él. Hace exactamente 30 años, siendo estudiante, entré a ese estudio con una grabadora en mano, un cassette de cinta, muchas preguntas escritas en un papel en el diseño minucioso de una entrevista como trabajo práctico y otras tantas en la cabeza. Nos recibió como a profesionales, aunque éramos apenas jóvenes del segundo año de Comunicación Social. Estuvimos más de una hora, no nos queríamos ir. Hoy, esta entrevista, cobra un nuevo sentido.
—¿Qué es el dibujo para vos?
—El dibujo es una de las primeras expresiones de una persona. A cualquier pibe le das una tiza o un pedazo de carbón, y cuando es muy chiquito dibuja o, al menos, garabatea. Esto sucede antes incluso de que hable o le enseñen a escribir. Por eso, es algo muy natural. Tal vez esto se acrecentaba en la época en que yo era chico porque no existía la seducción y el atractivo de la televisión. En ese entonces, la televisión empezaba a ser un elemento doméstico, pero no todas las casas tenían un televisor. Entonces, el entretenimiento para mí, que fue el antecesor de la televisión, eran las revistas de historietas. A mí me gustaba mucho leerlas, y creo que ese gusto, sumado al que tenía por dibujar, hizo que tratara de reproducir o recrear ese placer que me daba leerlas, armando mis propias historias.
—¿Y qué historietas leías?
—A mí siempre me gustaron más las historietas de aventuras. No tanto las humorísticas, aunque por supuesto consumía Patoruzú, Patoruzito y ese tipo de historietas. Pero no me motivaban a copiar los dibujos. En cambio, copiaba mucho más los de las historietas de aventuras como El Rayo Rojo.
—¿Qué cosas de tan risa?
—Siempre he tenido un profundo agradecimiento por quienes me hacen reír, como Jerry Lewis, Los Tres Chiflados, los hermanos Marx o Chaplin. En Argentina, podría citar a Olmedo, por ejemplo. Porque realmente te cambian y te mejoran la calidad de vida. A veces, pueden llegar a cambiarte el humor de un día o de toda una semana, y eso te predispone mejor. Creo que es muy saludable. Como decía el Gordo Cognigni, director de Revista Hortensia, “dada la dureza de los tiempos que a uno le tocan vivir, el humor se convierte en un producto de primera necesidad”.
—¿Cuánto tardás en hacer un chiste?
—Depende. El problema mayor de cualquier chiste para mí es conseguir el tema y resolverlo. La parte del diálogo o el texto es lo más difícil; después, la realización del dibujo es realmente rápida, lo de menos. A menos que te trabes por alguna razón, puede llevarte 15 minutos o media hora. Estamos hablando de los chistes del diario. Una historieta lleva más tiempo. Lo fundamental y el problema básico es conseguir el tema y solucionar el diálogo. Una vez resuelto eso, lo demás es mecánico, casi automático.
—¿Y si tuvieras que elegir un personaje tuyo? ¿Con cuál te llevás mejor?
—Tengo nada más que dos personajes: Inodoro Pereyra y Boogie. Son como los hijos, ¿viste? Uno los quiere a pesar de todo. Boogie es un personaje indudablemente nefasto, alguien que uno no querría conocer, pero no puedo menos que quererlo. Hace más de 20 años que trabajo con él. Sin embargo, Inodoro es más simpático.
—¿A quién admirás?
—Soy muy amigo de colegas como Caloi, Crist, Quino, Rep, Sendra y todos ellos. Pero entiendo que si agarrás a 20 humoristas argentinos y les preguntás a quién admiran más, los 20 te van a decir Quino.
El cierre del festival será tan emotivo como significativo. El 26 de noviembre es el Día Nacional del Humorista, instituido en honor al natalicio del Negro. Para coronar la jornada habrá una torta de cumpleaños que reunirá a artistas, amigos y referentes culturales como Juan Junco, el intendente de Rosario Pablo Javkin, Miguel Ángel Russo, entre otros. También se presentará el libro Desde El Cairo. Roberto Fontanarrosa, una edición especial a cargo de Horacio Vargas y publicada por Homo Sapiens. Será un homenaje que reafirma la vigencia del humor como parte esencial de la identidad argentina.