Él era ingeniero aeronáutico, trabajaba haciendo investigaciones y, en plena Guerra de Vietnam, lo había mandado muchas veces al sudeste asiático. Ella era una joven escritora. Él había vuelto y, con Daniel Ellsbertg, un compañero de trabajo, había descubierto una serie de documentos, muchos, que mostraban cómo diversos gobiernos estadounidenses, desde Harry Truman hasta Lyndon B. Johnson, habían engañado a los ciudadanos y al Congreso sobre la escala y los objetivos de la intervención militar. Pero no sólo los había descubierto: uno a uno, en la fotocopiadora de la novia de su amigo, los habían reproducido.
Se se los habían ofrecido a algunos senadores, pero nadie les había prestado atención. Los habían llevado al diario The New York Times. Y estalló el escándalo.
Él era Tony Russo, ese era él. Ella se llamaba Francine Prose, había publicado un libro. Se había casado, se había divorciado. Tenía veintipico de años, había viajado a San Francisco, un poco para huir de su vida. Y se lo presentaron.
“Quería que se fijara en mí. Él era un famoso héroe antibélico. Había hecho lo que todos deberíamos haber hecho. Había vivido como todos debería haber vivido, sufrido como podríamos haber sufrido si las cosas hubieran ido tan mal para nosotros como lo habían hecho para él”, escribe ahora Francine en un libro, 1974, donde cuenta el vínculo con ese hombre que había sido acusados de conspiración, robo y violación de la Ley de Espionaje.
Francine, claro, sabía quién era él y qué habían sido esos documentos, conocidos como Los papeles del Pentágono. Escribe: “Nos habían dicho que estábamos extendiendo la democracia, impidiendo la toma del poder por los comunistas, apoyando a los vietnamitas en su lucha por la independencia. Pero los Papeles del Pentágono —que se publicaron, en parte, en el New York Times, el Washington Post y otros muchos medios de comunicación— demostraron que Estados Unidos había comenzado por ayudar a los franceses a mantener el control del Vietnam colonial. Nos habíamos quedado porque se ganaba dinero construyendo aviones y bombas, y porque cinco presidentes sucesivos no querían ser el tipo al que echaran de Asia”.
No se imagen un héroe con capa y músculos. En el libro en el que narra una amistad con algún roce sexual, Francine Prose muestra un personaje un poco paranoico, un poco taciturno, amante de bares de mala muerte, que deambula por la ciudad.
Ese es el libro que Prose —nacida en Brooklyn en 1947— presenta este domingo 8 de diciembre a la tarde en Miami Book Fair. Y del que habló, por teléfono, con Infobae.
—¿Cómo fue 1974?
—Uf, fue una época en la que sentíamos que las esperanzas de cierta época y de cierta generación no se harían realidad. Y enfrentarse a eso fue... difícil.
—¿Y cómo se lo ve ahora, a la distancia? ¿Cómo ves a esta joven? ¿Tenía razón? ¿Era demasiado inocente?
—Todas esas cosas eran ciertas. ¡Era joven! Creo que eso es si tuviera que encontrar una palabra para describirla seria esa: era joven. Ahora tengo nietas, enseño, estoy mucho con mujeres jóvenes. Así que todavía tengo una idea de lo que significa ser una mujer joven. Y eso era ciertamente lo que traté de poner en el libro.
—¿Los jóvenes de ahora siguen siendo jóvenes o ya no lo son?
—Todavía son jóvenes. Obviamente, son jóvenes de una manera diferente: tienen sus iPhones, tienen las redes sociales, tienen las presiones que eso conlleva. Y tienen el sentido de la catástrofe global que se avecina. Pero no les queda elección: son jóvenes, quieren tener la vida por delante, tendrán que tomar ciertas decisiones sobre sus vidas y averiguar quiénes son. Y en cierto modo, es lo mismo.
—Tu generación tenía la sensación de que cambiarías el mundo. ¿La gente joven de ahora también la tiene?
—Creo que algunos de ellos deben tener esa sensación. Pero, para ser perfectamente honesta, el mayor grupo demográfico que votó por Donald J. Trump fue el de 18 a 35 años. Así que tal vez quieran cambiar el mundo, pero no en la misma dirección en que nosotros queríamos hacerlo. Eso está bastante claro.
—Quizás no sea el mundo en que muchos de nosotros, los más grandes, queremos vivir.
—En estos días, unas chicas escribieron un artículo en el diario The Guardian sobre cómo los chicos de su escuela están cambiando. Porque están siendo alentados por el ejemplo de Trump hacia un comportamiento machista, que tal vez siempre estuvo allí, no lo sé, pero que los chicos de mi época habían aprendido, o estaban aprendiendo, a suprimir. Y ahora se está fomentando.
—¿Hay un resentimiento contra el feminismo?
—Sí, sí. Hoy se agita el resentimiento contra las llamadas “élites”, en cualquier forma que tomen. Por caso, otra cosa que creo que nos preocupa es que el gobierno podría perseguir a las universidades. Ha ocurrido en otros lugares. Yo enseño en una universidad que depende de impuestos, por ejemplo. Se siente que todo es precario, muy precario.
—Volviendo al libro, usted habla del impacto que tuvieron las revelaciones de los Papeles del Pentágono sobre lo que pasaba en Vietnam. ¿De verdad fue una sorpresa lo que pasaba allí?
—Sí, todos nos sorprendimos. Nos imaginamos que la gente se conmocionaría al saber que el gobierno les había mentido, que sería un gran trastorno en nuestro sistema. Ahora, como muchos en otros lugares, damos por sentado que el gobierno miente. Nadie imagina que no nos mienten todo el tiempo. Pero en aquel momento pensamos: “Oh, Dios mío, nos mintieron, cuando la gente se de cuenta la guerra va a terminar, Nixon va a caer”. Una especie de inocencia, una ingenuidad que ya no tenemos.
—¿Puede hablarme un poco sobre Tony Russo?
—Ya sabes, murió en 2008, era una especie de héroe para nosotros, para nuestra generación. Él fue a la cárcel por los Papeles del Pentágono y su compañero, Daniel Ellsberg, no.
—¿A usted cómo la impacto de estar en contacto con él y tener una relación tan estrecha?
—Bueno, él era una especie de celebridad política. Y si esos eran nuestros objetivos e ideales, él realmente arriesgó su vida por ellos. Así que eso era muy atractivo.
—¿Esa relación te ayudó a entender las contradicciones de la época?
—Sí, totalmente. Había nuevas contradicciones, y las entendí gracias a conocerlo. Hasta entonces yo no entendía lo que significaba ser “socialmente aceptable” en la forma en que Ellsberg lo era, o “socialmente inaceptable”, como lo era Tony.
—¿Por qué esa diferencia?
—Porque Tony era mucho más radical. Ellsberg era mucho más convencional y moderado. Ellsberg tenía dinero y conexiones, y Tony no. Y Ellsberg era muy, muy guapo y presentable. Tony era encantador. Tenía una especie de carisma, pero no era el chico de portada del movimiento antibélico, ni por asomo. Y Ellsberg podía serlo.
—Es muy tierno, en el libro, cuando tú y Anthony se dicen que las cosas mejorarán. “La guerra de Vietnam terminará. Las cosas van a cambiar”, dice él. “Para mejor”, dice usted. “Para mejor”, le responde Tony. Y desde entonces Estados Unidos estuvo casi siempre en guerra. Entonces me preguntaba cómo ve aquella mujer a este país que votó a Trump.
—¿Qué puedo decirte? Es muy desalentador. Y el hecho de que haya obtenido la mayoría del voto popular... ¿Sabes? He estado leyendo de nuevo un artículo muy hermoso de Gabriel García Márquez sobre el asesinato de Salvador Allende y sobre el papel que jugaron los Estados Unidos en ese golpe. Y también sobre ese giro político, la forma en que las esperanzas del gobierno de Allende se convirtieron en el gobierno de Pinochet. Es una lección de historia muy aterradora. Y en este momento la política estadounidense parece más aterradora que nunca. Porque no sabemos lo que va a pasar, pero no parece que vaya a ser bueno para mucha, mucha gente.
—¿Qué crees que puede hacer hoy un movimiento progresista?
—Creo que el progresismo realmente necesita cambiar. He estado pensando en [la política francesa] Simone Veil, en la forma en que ella hablaba de la importancia de escuchar a la gente. Y creo que el movimiento progresista ha tenido muy poca capacidad de escuchar a la gente: qué necesita, qué quiere, qué le preocupa realmente. Por alguna loca razón, la gente pensó que Donald Trump los escuchaba. Creo que el Partido Demócrata, al que yo ya no llamaría progresista, ha estado diciéndole a la gente: “Esto es lo que queremos para ustedes”. Pero no “Dinos tú lo que necesitas” ¿Has viajado por el centro de los Estados Unidos? ¿Sabes cómo es el centro de este país ahora?
—No.
—Si te alejas de la costa, si dejas Nueva York, Los Ángeles y San Francisco y vas al centro del país, es bastante desolador. Quiero decir, en términos de las perspectivas de la gente, de sus oportunidades de trabajo, de la adicción a los opioides. Hay un montón de problemas. Y cuando la gente no puede pensar en las soluciones reales, que pueden ser complicadas, en su lugar hace cosas como culpar a los inmigrantes, lo que es completamente ridículo. Entonces ahora tenemos esta situación... no la llamemos fascista, porque esa palabra ha sido demasiado agitada, pero sí madura para el fascismo. Es ciertamente el tipo de situación en la que el fascismo se ha desarrollado.
—En muchos países los movimientos progresistas y los partidos progresistas tradicionales han perdido el rumbo.
—Es cierto, pero aquí tenemos un sistema de dos partidos y yo realmente no llamaría a ninguno de ellos “progresista”. Ambos están en deuda con los multimillonarios y los donantes, con las grandes corporaciones, y eso es antiprogresista. Esas estructuras son las que toman las decisiones.
—¿Está contenta con este libro cuando lo lee ahora? ¿Lo siente suyo?
—Oh, sí. Fue muy difícil de hacer. Me alegro de que esté ahí fuera, me alegro de haberlo hecho.
Presentación de “1974: A Personal Memoir” en la Feria del Libro de Miami
Domingo 24, 3.30 pm, en el Auditorium, Edificio 1
La ensayista Francine Prose presenta su nuevo libro, junto a Jill Ciment, que hablará de Consent, y Honor Moore, que hablará sobre A Termination.
Campus Wolfson del Miami-Dade College (MDC)
300 NE Second Ave, Miami, FL 33132