Fue después de la pandemia cuando mi cosmovisión de tiempo cambió y decidí rescatar esta historia transformándola en novela. Esta decisión estuvo motivada en poder darle visibilidad, y mis ganas de explorar en la literatura. En este sentido seguí el camino de otras escritoras quienes también fueron primero cineastas y publicaron sus historias como literatura.
Para mí el proceso fue de mucho aprendizaje, liberador y desafiante. Acostumbrada a pensar en imágenes, en diálogos, en el ritmo y la duración acotada de una película, enfrentarme al formato de texto para ser leído me permitió mantener una propuesta de relato que avanza gracias a la acción y los eventos como en el cine, pero pudiendo además explorar los pensamientos y el mundo interior de su personaje. Algo que la literatura, a diferencia del formato audiovisual, sí permite. Esto me dio una libertad creativa nueva.
Sin embargo, también requirió de mi nuevos retos y aprendizajes ya que no tenía tanto ejercicio para detenerme en los detalles de las metáforas o las frases poéticas, ni tanta paciencia para desarrollar una escritura descriptiva minuciosa y evocativa cuestiones que en el cine se dejan para que otros creadores lo completen y aporten desde sus disciplinas y la realidad de producción. Me decidí finalmente por un estilo de escritura que se apegue a un relato que privilegia lo visual, intentando mantener el ritmo del guión original, y hacer de esa agilidad el tono y estilo de esta novela.
Una de las mayores dificultades con las que me enfrenté fue con la reconstrucción de un tiempo histórico distante y poder crear verosimilitud a ese contexto de Argentina, Cuba y el mundo. Mi novela se sitúa en un período que ocurrió hace más de veinte años, y aunque muchos de los hechos yo fui testigo, tuve que hacer una exhaustiva investigación para poder reconstruir el contexto cubano, reorganizar los eventos de los sucesos en Argentina recordados y no, y volver a constatar varias cosas que afectaban a mis personajes y sus conflictos: en especial la tecnologías existente en esos años, los referentes culturales, y las leyes vigentes en ese tiempo. Aunque visité Cuba en el 2004, yo tenía una visión más superficial de la realidad cubana, de sus niveles de conflictos y claro, totalmente distante de su habla y modismos.
Esto me llevó a realizar algunas entrevistas, revisar muchos archivos y colaborar con otras personas para capturar y crear el habla de Violeta, un lenguaje que transpire el mestizaje de una inmigrante que vive entre culturas. El texto es un largo monólogo de una cubana que vive en Argentina, y yo quería evidenciar cómo ella va adoptando ciertos giros y modismos rioplatenses, y teje un lenguaje único. Pero si extremaba en esa unicidad podía leerse como error, o generar desconexión seguir a un personaje que hable “raro” o “mal”.
Algo semejante intenté al crear el habla del padre de Violeta, quien es chino-cubano. Estas cuestiones que me enfrentaron a editarme mucho, para que -por un lado- puedan ser leídos en su identidad hibrida, como la mía, pero que no se sienta una burla de rasgos identitarios. Quise que prime su habla desde la empatía de cómo el lenguaje se disloca cuando la gente emigra. En el cine, siento que hay más elementos para componer un personaje no estigmatizado por las marcas del habla. Para escribir una novela tuve que batallar más en eso, y detenerme mucho en las decisiones de las palabras que usarían ellos.
Mi proceso de escritura no fue simple y lineal, más bien fue caótico y, a veces, tortuoso, siempre con retos y aprendizajes y cientos de reescrituras, pero jamás pensé abandonarlo. Tal vez sea masoquista, pero me sentí prisionera y con la necesidad de contar esta historia. Y de alguna manera eso me hizo resistir a todos los equívocos, impericias, y desafíos en este viaje.
Mi novela surgió de una pregunta bastante personal que me hice a partir de la relación con una colega cubana, otra guionista, a quien conocí residiendo en México y tomando clases con ella: ¿Qué habría sido de esta mujer talentosa que en lugar de haber aterrizado en México hubiera llegado a Argentina?,¿Cómo hubiera sobrevivido esta artista, formada en la idiosincrasia cubana y con sus herramientas, en la Argentina de la que yo me había ido en los años noventa?
La escribí en primera persona respondiendo a mi deseo de explorar de manera más visceral las ideas, las contradicciones y los conflictos internos de Violeta, permitiendo al lector también, sumergirse en su vida afectiva, familiar, profesional, social y política. Sin embargo, en la novela aparecen breves momentos donde aparece una narradora diferente, alguien con quien Violeta conversa. Lo necesité para enriquecer el relato y sumarle con un punto de vista diferente, pero sin interrumpir el monólogo predominante.
Intenté probar con otras estructuras donde el contrapunto del otro personaje tenía más fuerza, pero decidí quedarme con la estructura original de mi guión, que era la película Amadeus. Si recuerdan allí el tiempo presente del relato es siempre liderado por el personaje de Salieri y el interlocutor apenas tiene presencia, pero pivotean desde el flashback. Los recuerdos de Salieri, en especial su relación tortuosa con Mozart, son los que impulsan la historia. En mi caso, Violeta revive su historia en un presente frente a un curador, y a través de ella navegamos por su relación con el arte, con Cuba, con Argentina y su familia.
Los elementos autobiográficos en esta novela son mínimos. La trama del personaje principal, y su arco dramático son pura ficción, sin embargo, hay mucho de autobiográfico en la temática que propone el libre la interpelación sobre la identidad, mi relación con la inmigración, los cuestionamientos sobre el sentido del arte. También en las decisiones sobre las locaciones o ambientes en los que la protagonista se mueve. De alguna manera mis recuerdos, espacios, y experiencias de realidad operan como disparadores de ficción. Hay además algunos personajes inspirados en gente con la que me he cruzado y en referentes de época, en la cultura, la política, la administración pública.
Sin embargo, como toda obra tiene muchísimo de mí. Creo que tiene humor además de crítica, y de quién más me río es de mí. Por eso debo admitir que mi primer manuscrito fue difícil, y que lo escribí entre muchos momentos de llanto mientras tipeaba. El tiempo fue haciendo que poco a poco pudiera distanciarse emocionalmente y tomar decisiones más objetivas. Así, el acto de dejar el guión en un cajón, y luego guardarlo también como manuscrito, lo viví con mucha tristeza.
Fueron acciones que sentía lo condenaba a la sepultura. Pero hoy lo agradezco: el acto de guardar a veces es necesario, es un proceso para madurar un texto, brindarle la posibilidad de que siga creciendo en silencio. Dejarlo en el cajón es dejarlo en la incubadora, o lo que permite que un texto “fermente”. Ahora es momento de que lean La terquedad de las cenizas y tengan su propio viaje.