El legado de Primo Levi, uno de los cronistas más influyentes del Holocausto, vuelve a cobrar vida con la reciente publicación en Italia de Primo Levi y sus compañeros, del historiador Sergio Luzzatto. Este ensayo, que desentierra las historias de quienes compartieron con Levi la brutalidad del campo de concentración Auschwitz III-Monowitz, reaviva una pregunta esencial que el propio autor se planteó: ¿qué fue de aquellos que sobrevivieron?
Luzzatto reconstruye las vidas de 29 de los 48 hombres mencionados en una lista que Levi redactó en 1946, poco después de regresar a Italia. En aquella carta, dirigida a su amigo y compañero de cautiverio Jean Samuel, el escritor demostraba una inquietud persistente: “¿Sabes algo de Brakier, Kandel, Szanto, Arnold…?”. Este libro se convierte en la primera obra que aborda sistemáticamente las vidas reales tras los personajes de Si esto es un hombre, una de las memorias más significativas del siglo XX.
“A diferencia de los críticos literarios, los historiadores habían pasado por alto a los compañeros de Levi, como si las figuras literarias hubieran opacado a las personas reales”, señaló Luzzatto en una entrevista con El País. Su investigación no solo honra la memoria de estos hombres, sino que también profundiza en las complejas licencias narrativas de Levi, quien, según admitió, recurrió a seudónimos y alteraciones de hechos para dar forma a su relato.
En Primo Levi y sus compañeros, Luzzatto no solo explora los dilemas morales del célebre autor italiano, sino que también arroja luz sobre las vidas de aquellos con quienes compartió el infierno de Auschwitz III-Monowitz, el campo donde Levi fue asignado al Kommando 98, un departamento químico bajo las órdenes de I.G. Farben. Estas historias, olvidadas por décadas, se revelan tan extraordinarias como desgarradoras.
Uno de los casos más impactantes es el de Elias Lindzin, un judío polaco que Levi describió con dureza en su obra, llegando a insinuar que su carácter casi feliz en el campo rozaba lo monstruoso. Levi creyó que Lindzin había perecido, pero Luzzatto descubrió que sobrevivió a la guerra, emigró a Estados Unidos, cambió su nombre a Edward Lindson y trabajó como carpintero en Detroit. Sin embargo, nunca escapó de sus fantasmas. Perseguido por pesadillas constantes, buscó ayuda en otro superviviente, el psiquiatra Henry Krystal, especializado en tratar traumas del Holocausto. En una entrevista de 1981, Lindson despotricó contra Levi, llamándolo “este hijo de puta”, incapaz de aceptar su retrato literario.
Otra figura controvertida es Paul Steinberg, identificado como “Henri” en Si esto es un hombre. Al llegar a Auschwitz con apenas 17 años, Steinberg confesó que la crueldad y la supervivencia se convirtieron en sus únicas guías. “En seis meses me transformé en un tipo frío y calculador”, admitió en 1996, reconociendo que Levi capturó ese aspecto feroz de su carácter. Steinberg vivió con un profundo sentimiento de indignidad, lamentando no haber encontrado a Levi para explicarle su contexto y pedirle comprensión: “¿Se es tan culpable de sobrevivir?”, se preguntaba en sus memorias.
Entre los compañeros de Levi, uno de los casos más enigmáticos es el de Joseph Sivadjian, un químico armenio mencionado brevemente en Si esto es un hombre como un hombre tranquilo y silencioso. Luzzatto descubrió que Sivadjian formaba parte de una red clandestina comunista dentro de Auschwitz, encargada de robar dinamita para fabricar bombas en preparación para una insurrección. En 1960, Levi se enteró de que esta red había sobornado a un guardia nazi con 25 dólares para sacar a Sivadjian de una lista de prisioneros condenados, sustituyéndolo por otro. Este hecho marcó profundamente al autor, quien confesó nunca haber considerado que alguien pudiera “valer más políticamente” que él mismo. Tras sobrevivir, Sivadjian regresó a su puesto en el Instituto Pasteur de París, aunque en los registros oficiales figura como muerto en Mauthausen, reflejando una existencia que oscilaba entre lo invisible y lo presente.
Por otro lado, las historias de aquellos a quienes Levi admiró en vida también se desmoronan bajo la lupa de Luzzatto. Mendi, identificado como Emil Davidovic, exrabino de Praga, fue una de las figuras que más inspiraron a Levi en el campo. Su dignidad y fortaleza lo convirtieron en un modelo de resistencia. Años después, tras sobrevivir al Holocausto, Davidovic buscó a Levi tras leer su libro en una traducción al alemán, y retomaron contacto, compartiendo visitas con sus familias. Sin embargo, una polémica estalló cuando se descubrió que Davidovic había acumulado libros judíos antiguos saqueados por los nazis, manchando su legado y mostrando la dificultad de mantener intachable la moralidad en contextos extremos.
Con el paso de los años, Primo Levi fue confrontando una sensación persistente que describió como la “vergüenza de sobrevivir”, un sentimiento que impregnó su obra final, Los hundidos y los salvados (1986). Levi reflexionaba sobre las pequeñas traiciones y actos egoístas que, aunque mínimos, representaban una forma de prevaricación en el infierno de Auschwitz. Un ejemplo que lo atormentaba era no haber compartido unas gotas de agua con un compañero, Luciano Mariani, a pesar de que este finalmente también sobrevivió.
La pregunta que más lo obsesionó fue hasta qué punto él mismo había sido contagiado por la “zona gris”, el espacio moral ambiguo entre víctimas y verdugos. Su cambio de perspectiva se reflejó en una visión más matizada hacia los “prominentes”, aquellos prisioneros que colaboraron con los nazis a cambio de mínimas ventajas. “Sobrevivieron los peores”, escribió, sugiriendo que la supervivencia en el campo requería actos de resistencia moral, pero también concesiones éticas que resultaban desgarradoras.
En sus últimos años, Levi también reconoció el impacto de decisiones ajenas que determinaron su destino. Sospechaba que su supervivencia se debía a un error administrativo durante una selección de prisioneros. Este pensamiento, junto con su constante análisis de los matices humanos, lo llevó a desear reencontrarse con figuras como el científico alemán Doktor Pannwitz, no por venganza, sino para entender “el íntimo funcionamiento del alma humana”.
El trabajo de Sergio Luzzatto no solo desvela las historias de los compañeros de Levi, sino que también invita a reexaminar su legado literario desde una óptica más compleja y matizada. Al hacerlo, nos recuerda que las historias del Holocausto no son solo relatos de atrocidades, sino testimonios de la resistencia, los dilemas y las contradicciones de quienes lucharon por preservar su humanidad en las circunstancias más extremas. Al final, lo que Levi buscó con sus escritos y lo que Luzzatto complementa con sus investigaciones es un entendimiento más profundo de lo que significa ser humano frente al horror.