Entre diferentes tonos de verde, un ecosistema pleno de belleza y (también) de dolor se propaga en la sala principal de la Galería Oda, donde a través de las obras de Josefina Robirosa y Nicolás García Uriburu, se construye una exposición que explora los puntos en común que surgen entre la pintura, los dibujos, los objetos y las intervenciones de los artistas, con un énfasis especial en la conciencia medioambiental y la preocupación por la naturaleza.
Pero hay algo más. Detrás.
Es verdad que Como agua sobre una piedra. Ecopoéticas del ambiente ingresa en sus imaginarios más naturalistas. Él, artista, arquitecto y militante ecológico; ella, pintora, dibujante y muralista. “Los dos tenían como una conciencia sobre el medio ambiente, quizás a lo mejor relacionado un poco con el tema de la vida o de una manera más metafórica: el paisaje para pensar en lo humano”, explica Daniel Fischer, curador de la muestra, a Infobae Cultura.
“El título de la exposición enfatiza la conexión entre la naturaleza, la creación artística y lo humano, pulsando inmediatamente la cita a un pasaje de un poema de Alejandra Pizarnik. Quien conozca su literatura, podrá pensar en cómo la autora puede ‘mostrar’ lo que a veces le parece ‘innombrable’”, destaca Fischer.
La exhibición es un cuidadoso ambiente, en el que la potencia del verdor se presenta como señal inconfundible de la marca “verde Uriburu” pero también sirve como un marco, como base, para que aquello que rompe con ese cromatismo sobresalga como fuegos fatuos hacia nuestro interior.
Hay, entonces, infinidad de detalles en los que detenerse. Gestos de los artistas que, por aquí y allá, se desprenden y saltan de las obras, como los rojos de las pequeñas llamaradas de Robirosa, que se asimilan al crepitar al interior de los ombús de Uriburu o, regresando a la pintora, esos rayones en un acrílico de la serie Señales, perteneciente a sus obras de los bosques. La puesta entonces, nos sumerge en un juego colorimétrico, en el que fondo predominante otorga la posibilidad de internarse en lo disruptivo.
“Si bien Robirosa no fue una activista, lo fue desde un lugar más silencioso, más brumoso. Gran parte de las primeras piezas, de la serie de psicoanálisis, son estas personas que están creando una dimensión como aurática, una especie de reverberación sobre los cuerpos. En este uso de lo geométrico y la participación colectiva, nos invita a pensar el ambiente no solamente como un espacio natural, sino también en la dimensión humana, porque en realidad lo que nosotros le cargamos al arte es una mirada humana sobre esa dimensión del paisaje. Entonces todo es paisaje, paisaje humano, paisaje natural, paisaje”, dijo Fischer sobre la inclusión de las obras más pop de la artista.
En la sala se erigen unas instalaciones de Uriburu, que como en un Palo Borracho despliegan sus púas en una especie de revancha de la naturaleza que, de lo industrial, se metamorfosea hacia una forma primigenia.
“¿Por qué me miras así? Tienes una espina en cada ojo”, dice una mujer, a su marido, el violento Leonardo, en la eterna Bodas de sangre, de otro García, Lorca. La espina como metáfora del dolor, de lo que incomoda; la espina como referencia inequívoca de que cuando ingresa, como un aguijón, nada puede silenciarla.
La espina que hizo sentar al niño en el Spinario o Fedele, el bronce helenístico del I a. C., la que coronó al Cristo o que le hizo cantar a Morrissey que aquel boy with the thorn on his side tuviera un deseo asesino de amor detrás de aquel odio. La espina que resurge, que en un acto evolutivo de defensa, aparece en espaldas, colas de animales y en los troncos de las plantas, de los árboles, como los que se presentan en Como agua sobre una piedra.
Resulta sensato entonces que Espinas sea el nombre que llevan esas instalaciones que sobre unos troncos de cartón pintados al óleo, en verdes y rojos, lógicamente, parezcan vigías del recorrido.
Aparecen además la serie de muebles Víctimas y victimarios y de pintura Víctima y su memoria, en los que las mesas de trabajo, con elementos como sierras o serruchos, parecen advertir que los elementos, aún habiendo sido arrancados de su hábitat, a la larga se volverán en contra de sus captores. Hay, en las últimas décadas, una creciente narrativa dentro de las industrias culturales sobre futuros distópicos en los que la naturaleza se vuelve contra el hombre, de 12 Monos a la más reciente The last of us, surgida del gaming.
“Nicolás parece querer decirnos que el mueble quiere volver a ser árbol. Por eso está atravesado por sierras y por pinches, no está contento con lo que es. Cuando vi estas obras en la Fundación García Uriburu, automáticamente lo asocié con Josefina y sus bosques. Por supuesto, hablamos de distintos lugares, Nicolás como activista y Josefina quizás más poéticamente, pero queríamos ver que podía salir su reuníamos a dos artistas que nunca fueron exhibidos juntos”, dijo Laura San Martín, directora de la galería, sobre el origen de la exhibición, a este medio.
En el caso de Robirosa, se puede pensar, las espinas van por dentro. Más allá de los óleos pop de los ‘70 en torno a la figura humana, con el trabajo de la línea que quizá sea lo más conocido de la artista, en la muestra se presentan los acrílicos Memoria de la Pampa de Achala de los ‘80, y las ya nombradas pinturas de Señales y Todos los fuegos el fuego I, ambas de los ‘90, con lo boscoso como e.
En su caso, la espina es ausencia, pero a la vez las obras parecen estar cubiertas de heridas, un aura que atrapa y succiona al espectador hasta convertirlo en prisionero de paisajes robustos, confusos, salvajes. Las naturalezas de Robirosa no parecen inocentes, no son cándidas, más bien tienen un magnetismo carnívoro, un atractivo que con sus formas direcciona el ojo hacia un campo de lo interior.
Este juego entre Robirosa y García Uriburu podría moverse en dos planos de la existencia. Por uno, el relativo a lo ecológico, lo paisajístico. “Ahora hay como una conciencia ecológica sobre el medio ambiente que ya ambos tenían en ese momento. Uno lo hace de manera más directa en su vida, ella de una manera más metafórica”, dice Fischer.
Por otro, agrega el curador, es relativo a la experiencia humana, ya que “ambos piensan el paisaje para pensar en lo humano, en lo que pasa. Ellos estaban pensando como si fueran los jóvenes de hoy”. Y allí, en estas sutilezas que pueden observarse en las obras, más allá de lo enunciativo, es que se encuentra lo más potente de este diálogo que, rodeado de espinas y rayones, logra transmitir la potencia de un vínculo que se produjo sin que ellos lo supieran.
How can we dance / When our earth is turning /How do we sleep / While our beds are burning, dice el estribillo del clásico de Midnight Oil, todo un himno ya sobre el cambio climático, este proceso que solo los terraplanistas intelectuales aún niegan. Y en todo cambio, hay siempre una herida, una espina, que más allá de que pueda expresarse a través de una obra que se anuncia sobre lo macro, nace en lo micro, en la propia relación con ese entorno que se piensa, con un entorno que se siente. Una herida que, en el desarrollo de ese dolor, necesita expresarse. En este caso, en arte.
Sobre los artistas
García Uriburu (1937-2016) es reconocido por su activismo, sobre todo cuando en 1968 realizó una intervención que cambiaría el curso del arte contemporáneo. Durante la Bienal de Venecia, tiñó de verde fluorescente las aguas del Gran Canal, un acto que no solo capturó la atención mundial, sino que también se convirtió en un hito del Land Art.
El pigmento utilizado por García Uriburu era inofensivo para el medio ambiente, una elección deliberada tras meses de investigación. La intervención en Venecia fue solo el comienzo de una serie de acciones similares en ciudades como Buenos Aires, París, Bruselas y Londres, todas ellas con un fuerte mensaje de conciencia ambiental. En 2010, junto a Greenpeace, tiñó de verde las aguas del Riachuelo en Buenos Aires para denunciar la contaminación.
La carrera de García Uriburu no se limitó a estas intervenciones. Colaboró con artistas como Joseph Beuys en la documenta de Kassel en 1982, donde plantaron siete mil robles como parte de una acción ecológica. También exploró otros medios y formatos, desde la pintura de ombúes al estilo pop hasta el diseño de muebles en la serie “Víctimas y victimarios”, que se presentan en la muestra.
Por su parte, Robirosa (1932-2022) formó parte del grupo Siete pintores abstractos, junto a Martha Peluffo, Rómulo Macció, Clorindo Testa, Víctor Chab, Kazuya Sakai y Osvaldo Borda, además del influyente Instituto Di Tella, un centro de vanguardia en el arte y la cultura de Buenos Aires.
Su legado artístico incluye murales en estaciones de metro de Buenos Aires y en la Estación Argentina del Metro en París, según información disponible. Realizó murales en edificios públicos, en dos estaciones de subte y en la Estación Argentina del Metro en París. Sus pinturas abstractas son hipnóticas por su geometría y por sus colores, y sus obras del “periodo de los bosques”, que se encuentran en la exhibición, remiten a la mística de la naturaleza.
*Como agua sobre piedra. Ecopoéticas del ambiente, de Josefina Robirosa y Nicolás García Uriburu podrá visitarse hasta 13 de diciembre, en galería Oda, Paraná 759, de lunes a viernes, de 15.00 a 19.00. Entrada gratuita.