“Los enemigos de la libertad son así: les gusta la censura y les gusta la represión” fue una de las frases que Martín Kohan dijo durante la entrevista en el living de Bajalibros y Leamos en la Feria del Libro y de las Artes de Trelew, antes de hacer su presentación y un recorrido por su obra en el Escenario Central del gran evento literario, con un auditorio repleto, que celebró con aplusos y risas.
En diálogo con Infobae, el autor de Bahía Blanca, Confesiones, 1917, Ciencias morales ―con el que ganó el Premio Herralde de Novela en 2007― y Desde La Boca, entre otros, se metió de lleno en la polémica que involucra a los libros incluidos en las bibliotecas de las escuelas secundarias de la provincia de Buenos Aires cuando dijo que el creciente control sobre la literatura reflejan una “feroz combinación de ignorancia y mentira”.
En la charla, Kohan se refirió a los comentarios en torno al libro Cometierra, de Dolores Reyes, cuyas críticas surgen de “un moralismo autoritario” que busca “encarnar absolutamente el bien” y que, al final, recurre a la censura y la represión. El escritor de Cuerpo a tierra también habló sobre su cuento El amor, en el que Martín Fierro y Cruz viven una relación amorosa y que podría entrar en esta polémica. “Mi reescritura de Martín Fierro no hace más que avanzar en la dirección que José Hernández habilita y desplegar ese amor”, cargado de “erotismo y sentimiento”.
―Cuando repasaba tu obra lo primero que pensé fue en Ciencias morales. Fue la novela con la que ganaste el Premio Herralde de Novela, pero fue en 2007 y ahí hay un concepto que es el de la vigilancia. ¿Hay una vigilancia especial sobre la literatura hoy?
―Sí y no. Separaría la respuesta en dos partes. En términos generales, muy generales, uno diría en principio que no, porque tampoco hay tanta atención puesta sobre la literatura. Porque, finalmente, cuando hay vigilancia en la literatura, no deja de ser de una manera dolorosa y perniciosa, pero una manera al fin de reconocer una cierta importancia a la literatura. Nadie vigila lo que no importa. Y la literatura, por momentos, yo diría que hay como una percepción social inestable. ¿Importa? Es muy importante, es tremendamente importante. Y al mismo tiempo, si uno quiere combinar eso o cotejar eso con las prácticas concretas de lectura y el sostenimiento de un vínculo concreto, fluido, sostenido con la literatura, quizás no tenga la relevancia que yo estoy convencido. Se estuvieron produciendo en estos días ataques totalmente contrarios al más mínimo sentido de la libertad en contra de ciertos textos que forman parte de un programa de promoción de la lectura, entre los cuales está, por ejemplo, Cometierra de Dolores Reyes.
―Te referís a la polémica en torno al plan de lecturas para estudiantes del nivel medio de centros de enseñanza del gobierno de la provincia de Buenos Aires por contener escenas de sexo explícito
―Entiendo que es el que ha sido objeto particular de ensañamiento por los enemigos de la libertad, que atentan contra la libertad de expresión y contra la libertad de expresión literaria. En este sentido, con una combinación feroz, dolorosa, sumamente elemental de ignorancia y de mentira, no estoy en condiciones de establecer bien dónde empieza una y dónde termina la otra. Pero sí noto que se combinan. En cuanto a mentira, arman escenas donde se supone que a niños pequeños les dan a leer ciertas partes de la novela Cometierra, y eso no es así, es mentira. Y generan alarma y una reacción hostil de vigilancia contra la literatura basada en una mentira. Son textos dispuestos en planes posibles que no están destinados a niños. No, no es una novela pornográfica en absoluto. La presencia de aspectos sexuales no implica una novela pornográfica ni literatura pornográfica. Para discernir todo esto hay una condición muy, muy, muy mínima.
―¿Cuál es?
―Uno diría la primera condición, y, sin embargo, parece haber sido rigurosamente pasada por alto. Voy a decir una obviedad que es leer la novela, porque los ataques de estos enemigos de la libertad que quieren reprimir, prohibir y vigilar, en este caso, ensañándose con la novela de Dolores Reyes, tengo la impresión de que no la han leído. Con lo cual se da una combinación particular. Acá la literatura importó, de un modo pernicioso, a mi criterio, rudimentario, fuertemente represivo, con una fuerte subestimación a jóvenes con respecto a los materiales y los mundos con los que pueden entrar o no entrar en contacto. Al mismo tiempo, no, porque prestarle atención supondría leer la novela, y claramente no lo han hecho. Ni siquiera ven la novela en sí, ni se preocupan por la autora —que es muy valiosa—, ni por los estudiantes.
―Volvamos al título de Ciencias morales. ¿La literatura tiene que tener una moralidad?
―Hay una diferencia entre ética y moral. Me parece muy sospechoso el lugar de las personas que se están colocando en esa posición moral. Me parece que lo que toman ya no es solo la ética, ni siquiera la moral, sino el moralismo. Es el gesto autoritario, prepotente, del que tiene la convicción de encarnar absolutamente el bien, no ya de la manera en que cada uno trata de trazar para sí mismo una conducta razonablemente buena. Hay una mostración muy recurrente, casi continua, de actitudes jodidas, de ensañamiento con los débiles, de un disfrute retorcido con el padecimiento de los demás, con una autoasignación de la plenitud del lugar del bien, que ya no es ética ni moral, es moralismo. Porque los enemigos de la libertad son así: les gusta la censura y les gusta la represión. Les gusta la libertad económica, porque con ella los empresarios para los que trabajan pueden hacer negocios. Pero cuando se trata de la libertad de expresión o de lectura, ya no les gusta la libertad. Lo que realmente buscan es atacar políticamente y establecer una disputa con fines de daño político.
―¿Y en Ciencias morales?
―Es un poco lo que aparece en Ciencias morales, no tanto al escribirla, pero sí en las conversaciones que han surgido después sobre ella. Lo que va apareciendo es esta conexión entre quienes ocupan ese lugar de “la certeza del bien”, como si tuvieran una seguridad absoluta de que Dios está de su lado. Lejos de promover conductas éticas, ese moralismo extremo genera justamente lo opuesto: acciones carentes de ética, de atropello y maltrato hacia los demás. Si pienso en esta novela, y en cómo fui reflexionando sobre ella después de escribirla, la preceptora en la historia toma la iniciativa de vigilancia, de control, de disciplina, creyendo estar completamente alineada con los parámetros del bien. No actúa por otro impulso más que el bien, la moral y el más riguroso sentido del deber. Esta vigilancia la lleva a vigilar los baños, donde sospecha que los estudiantes se esconden para fumar, e incluso a meterse en el baño de varones para observar mejor. Su interés se convierte en algo más cercano a espiar a los chicos. Es un goce en la vigilancia, en mirar al otro, pero con otras intenciones. Esa vigilancia se va desplazando de su motivación moral inicial a un terreno mucho más ambiguo.
Martín Fierro
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―En tu cuento El amor, que abre el libro Cuerpo a tierra, narras la relación amorosa entre los emblemáticos gauchos Martín Fierro y Cruz, en el contexto del siglo XIX. Reescribís un clásico de la literatura argentina, dos figuras tradicionales, ¿Crees que podría pasar lo mismo que a los libros de los que hablamos?
―Me lo he puesto a pensar porque lo han dicho. El cuento que yo escribí, que se llama El amor, es una escritura que se produce a partir de una lectura, en primer lugar, del propio Martín Fierro y también de algunas lecturas sobre Martín Fierro, como la de Ezequiel Martínez Estrada, y resonancias en otras relecturas contemporáneas, como la de Gabriela Cabezón Cámara en Las aventuras de la China Iron. Pensar el canon, pensar los textos canónicos, pensar los clásicos, pensar, leer, releer, escribir, reescribir.
―Podríamos pensarlo como un amor “desviado”, en términos conservadores
― Cuando en La vuelta de Martín Fierro, en la segunda parte de 1879, Fierro regresa de las tolderías y evoca los siete años que ha pasado. Son los mismos siete años que separan La ida y La vuelta en 1872 y 1879. Evoca esos siete años y la parte en que Cruz ha muerto durante ese tiempo. En la evocación que hace Martín Fierro, dice que lo extrañaba tanto a Cruz, que por momentos le parecía que Cruz le hablaba, aunque Cruz ya había muerto. Me parece que hay una lectura que permite pensar que ahí no está extrañando solamente al vecino de destierro, al amigo que se la jugó y se unió a él para pelear contra la partida policial. El texto de José Hernández habilita una lectura en la que se puede entender que hay un componente sentimental, incluso amoroso, en la evocación que Fierro hace de Cruz. Mi reescritura de ese texto no hace más que avanzar en esa dirección y desplegar ese amor. Ahora bien, movidos por una pasión represiva y fóbica, una doble libertad suele perturbar mucho a estos represores, y enciende en ellos estas violencias de agravio: la libertad de expresión y la libertad sexual. Respecto a esta última, suelen manifestar una inquietud y agresividad bastante tenebrosa. Y este cuento es sobre un amor entre hombres y está cargado de erotismo y sentimiento. ¿Y por qué no?
[Fotos: Neli Otero y Samanta Santana]