Gabriela Exilart dice que es adicta al mate. En el auto, de viaje, en su casa, la típica bebida argentina acompaña a la autora adonde vaya, Ahora, recibe a Infobae Cultura en un coqueto hotel del barrio de San Telmo, en Buenos Aires, y antes de empezar la entrevista asoma esa omnipresencia: “¿Querés que baje el mate y charlamos?”, pregunta. “Debo tener sangre verde”, dice y, sin notarlo, Exilart ya se metió en el universo de su nueva novela, Los hijos de la cosecha.
Los hijos de la cosecha
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El libro pone el foco en la época del “oro verde” en Misiones, donde la fiebre por la yerba mate moldeó vidas y destinos. La novela, que se ambienta entre la prosperidad y la opresión ―y la crueldad, que interpela casi un siglo después―, tiene como telón de fondo la Masacre de Oberá, un evento trágico que expone la explotación y los abusos sufridos por los trabajadores.
La trama sigue a personajes como Blaz Meyer, un hombre ambicioso que busca ascender en un mundo de poder y explotación, pero él no será igual con Inha Kotsur, una joven de carácter fuerte y apasionado. Leer al personaje de Inha es como leer sobre la personificación de la selva: húmeda, salvaje, irreverente y completamente bella, cuya vida se ve afectada por las decisiones y las tensiones de la época. Y mucho más, por el amor imposible entre ellos. “En casi todas las historias de amor hay uno que ama más que el otro”, dice Exilart y rompe con la previsibilidad de las novelas románticas contemporáneas.
¿Por qué es un amor imposible? Porque la familia de Inha prohíbe ese amor, la encierra, la aleja y la obliga a casarse con otro pretendiente. Pero eso no detiene la capacidad de amar, de cuidar al otro, a pesar de la distancia. Eso se lee en la nueva novela de Exilart. Y cuando la Masacre de Oberá los atraviesa, la vida de los dos no será la misma.
La autora de Secretos al alba, El vuelvo de la libélula y El susurro de las mujeres sigue, en Los hijos de la cosecha, una tendencia en los libros de las referentes de la literatura histórico-romántica: innovar. Si Viviana Rivero decidió imaginar un futuro distópico en su último libro, Los soles de Santiago, Exilart puso la atención y la narración en los personajes masculinos, que guían la narración y se preguntan por la identidad, el amor, los sentimientos y están dispuestos a amar de una manera distinta.
Gabriela Exilart también expone la cuestión de la inmigración de Europa del Este de principios del siglo XX a Misiones, una tierra que prometía una nueva esperanza para aquellas familias. La escritora marplatense escribe una novela que sobrevuela otro tema vigente: los extranjeros. ¿Dónde están los bordes, los límites?
“No todas las historias de amor terminan bien”, dice, e invita a un mate al terminar la entrevista.
“Los hombres también pueden hablar de amor”
―Con Los hijos de la cosecha innovás. Se trata de la historia de un varón, distinto de tus otras obras, cuyas protagonistas eran mujeres. Había una previsibilidad que con este libro cambió. ¿Por qué tomaste esta decisión?
―Me gusta explorar cosas distintas en las novelas; repetir siempre lo mismo me aburre. Esta vez quería que el protagonista, o al menos uno de ellos, fuera un varón. Fue una decisión intencionada: los hombres también pueden hablar de amor y ser el centro de una novela. Por eso, el personaje oscila constantemente entre el mandato de ‘hay que ser fuerte, los hombres no lloran’ y una sensibilidad y espiritualidad mucho más profundas.
―¿Fue un desafío construir la voz de un hombre en la década del 70?
―Aunque el personaje no lo heredó directamente de la figura de su padre, él también incorpora esa dualidad de ‘ser fuerte, ser hombre, ser machista’. Sin embargo, en el fondo, es mucho más sensible y permeable a muchas cosas, y en esta novela quise explorar precisamente esa faceta. Meterme en la cabeza de un varón de esa época no era fácil. Los personajes que más movilizan esta historia son masculinos.
―¿Dudaste de tomar ese camino?
―Sí, lo pensé, pero no quiero caer en el estereotipo de la novela romántica; yo escribo novela, en general. La novela romántica tiene sus ejes, y uno de ellos es el final feliz, al menos en la romántica moderna; en cambio, la clásica era pura tragedia. En este caso, no se daba el final feliz, y además ese final infeliz me abría la puerta a lo que venía después. Fue una decisión consciente, porque debo ser fiel a mí misma. Creo que el lector también necesita algo distinto que lo sorprenda; como en la vida misma, que no siempre es color de rosa y en la que a veces tenemos que aceptar cosas que no nos gustan y fortalecernos a partir de eso.
―¿Cómo definirías el amor en este novela?
―En esta novela el amor va más allá del amor de pareja; existe un amor incondicional de alguien —sin dar spoilers— que es aún mayor. En casi todas las historias de amor hay uno que ama más que el otro. En Los hijos de la cosecha, el personaje de Blas es un personaje controversial, porque es como si uno viera dos caras de la misma moneda, y uno puede enamorarse de una persona que todo el mundo aborrece u odia. La vida nos demuestra que, incluso personas deleznables, han tenido amores, tal vez enfermizos. Hitler, por ejemplo, fue amado y odiado, y hay casos de personas que cometieron crímenes terribles, y aun así alguien los amó. El amor es inexplicable.
―Además de los personajes masculinos que mueven la historia, hay mujeres fuertes: Inha. Al leer sobre ella es como encontrar una selva hecha carne
―Eso es lo que quise hacer. En las escenas de sexo, yo me imaginaba algo similar a un yaguareté, como un tigre enjaulado. Así lo veía, con una animalidad y una sensualidad muy feroz, nada pacata. Es algo que supera al personaje, que literalmente se le sale del cuerpo. Incluso su madre lo nota en los primeros capítulos, cuando dice que habría que ‘cazarla para sacárselo de encima’. Ya la veía llena de pasión, especialmente en comparación con su hermana, mucho más tranquila.
Entre la yerba, la crueldad y las luchas por los derechos
―El libro tiene como centro la Masacre de Oberá, ¿por qué elegiste este episodio histórico? ¿Qué te llevó a poner el foco en este lugar geográfico?
―Quería escribir algo ambientado en el norte de Argentina, en la tierra colorada de la selva misionera. Me atraía ese escenario; me parecía propicio para una historia llena de pasión. La tierra colorada, el calor y la selva evocan una intensidad particular. Me interesa el siglo XX, así que comencé a investigar en esa línea, como hice en su momento con Napalpí. Encontré varios eventos que no conocía, y la Masacre de Oberá me llamó la atención por su particularidad: involucraba a inmigrantes de Europa del Este, algo que desconocía.
―Hablás de los inmigrantes, en un episodio de principios del siglo XX, y en el libro se lee: “Tengo la sensación de que todo el tiempo estamos a prueba. Que nosotros, los extranjeros, debemos demostrar que somos adaptables a las leyes y costumbres nacionales que podemos llegar a ser ciudadanos argentinos”. La cuestión de los extranjeros es uno de los grandes temas del siglo. ¿Qué vigencia tiene la novela sobre este tema?
―Muchos de estos temas siguen vigentes, no solo en cuanto al proceso de adaptación e integración de los inmigrantes, que siempre deben demostrar que pueden integrarse. Lamentablemente, hay muchas cosas que no han cambiado. Los desafíos para los inmigrantes se mantienen. Ser extranjero aún significa enfrentar barreras para adaptarse y ser aceptado en la comunidad en la que se insertan. La adaptación cultural es compleja y, a menudo, quienes llegan nunca dejan de ser “el gallego”, “el tano”, “el ruso” o “el chino”. ¿Quién es el extranjero? ¿Cuándo deja de serlo? ¿Qué define a alguien como “argentino”? ¿Quién es el extranjero? ¿Dónde está el límite? Esta novela explora esa pregunta por la identidad, un tema muy presente en todas mis novelas.
―En el libro aparece la marcha en la que cientos de trabajadores tabacaleros de origen europeo marcharon a Oberá para reclamar mejores precios para sus productos, los atacaron a balazos. Contás cómo se gestó. Además, traes al libro a personajes reales, algunos tildados de comunistas. ¿Por qué contar estas luchas?
―Podría haber ambientado la novela en esa época y en ese mismo hecho, sin profundizar; que los personajes se conozcan, ocurra la masacre y la historia de ficción continúe sin acompañar todo el proceso que vino después: juicios, sumarios. Podría no haberlo mencionado, pero creo que es necesario contarlo. Para mí es importante que la novela y los personajes transiten ese proceso real.
―¿Te parece una responsabilidad incluir esos elementos históricos y no dejarlo como un contexto?
―No me parece responsable ambientar una novela en este contexto y no contarlo. Podría hacer que ese episodio solo sea el disparador y luego diluirlo, pero eso no le daría profundidad. Siempre busco el suceso histórico más que la novela romántica. Pienso en el escenario, el lugar, las pasiones humanas, las virtudes, los defectos, las miserias humanas. El amor nos atraviesa como seres humanos en toda la vida, pero no es lo que más me impulsa a escribir. Hay novelas más apasionadas que otras, algunas terminan bien, otras no, y en este caso también es un desafío que una de las historias no termine bien. La vida es así, no todas las historias de amor terminan bien.
―La crueldad es otra cuestión que aparece en el libro, a través de las condiciones y los castigos físicos, los insultos y el trato que recibían los trabajadores en los campos de yerba, ¿la crueldad hoy adoptó otras formas?
―Creo que te referís a episodios de crueldad como los latigazos, el no pagar a los trabajadores o llevarlos al monte para castigarlos. En un momento, el comisario le dice a India ‘rusa de mierda’. Hay insultos y maltrato físico, y una exacerbación de la crueldad en un nivel extremo. Quiero creer que hoy en día en los establecimientos yerbateros, o en cualquier lugar de trabajo, no existe el castigo físico. Quizás ahora la crueldad pasa por otros medios, tal vez económicos o psicológicos.
Quién es Gabriela Exilart
♦ Nació en Mar del Plata en 1970.
♦ Es abogada, docente universitaria y coordina talleres de escritura.
♦Entre sus obras están Tormentas del pasado, Pinceladas de azabache, Por la sangre derramada, Con el corazón al sur, Napalpí. Atrapada en el viento, En la arena de Gijón, Secretos al alba, El susurro de las mujeres, Pulsión y El vuelo de la libélula.
♦Sus libros recibieron numerosas menciones y galardones.
[Fotos: Diego Barbatto]