En un mediodía de primavera porteña, y en el bar de una esquina bien porteña de Villa Crespo, Fabián Casas pide dos cafés e inicia el diálogo con Infobae Cultura. Un diálogo cruzado por los amigos, el fútbol, la poesía, los libros y, novedad de este año, el streaming. Casas es poeta y escritor todoterreno -también fue periodista, editor del diario deportivo Olé en su primera etapa-, un fenomenal conversador y ahora, conductor de un ciclo de entrevistas disponible en YouTube. Picnic extraterrestre, su programa, le da nombre al canal en donde también participan Moria Casán, Sergio Rotman, Martín Slipak, Enrique Avogadro y Srta. Bimbo entre otros.
En esas entrevistas nada convencionales con actores, escritores, músicos y cocineros, Casas brilla con su verba de barrio ilustrada, unas insólitas pero muy graciosas asociaciones de palabras y casi siempre, preguntas-reflexiones que generan un clima de complicidad poco común con el entrevistado. Por el ciclo ya pasaron personajes tan disímiles como Valeria Bertuccelli, Daniel Melero, Mariana Enriquez, Francis Mallmann y Esteban Lamothe. Picnic Extraterrestre es un hallazgo en el océano del streaming (”aunque no es en vivo”, aclara) donde cabe de todo. “Tuve la idea de un programa en que yo entrevistaba personas y con lo que me decían escribía un poema. Eso es lo que me interesaba”, cuenta sobre la génesis del proyecto.
Casas abarca varios terrenos creativos alrededor de su escritura (”escribo cosas”, dice al pasar). Es autor de guiones de películas -suyo fue el de Jauja (2014), de Lisandro Alonso; y sumó su firma al de El Jockey (2024), de Luis Ortega-, y está trabajando junto a Viggo Mortensen en otra historia para una futura película que dirigirá el actor hincha de San Lorenzo (como Casas). Por lo demás, practica karate con unción desde hace años y seguramente con el mismo entusiasmo, lleva adelante una serie de talleres literarios, que él bautizó Taller Nómade. Allí, según él, trabaja “como un soldador”. “Se cruzan un montón de cosas, intereses que tengo, múltiples lecturas, experiencias personales y todo eso lo voy soldando para que tome forma de una clase”.
De estas clases donde comparte su “erudición horizontal” (así la define), ahora hay un testimonio. Es un libro-objeto de creación colectiva bautizado Taller Asintomático, con 16 clases de la etapa de la pandemia transcriptas e introducidas por los mismos participantes del taller. Un lugar donde, como él mismo escribió en la introducción del libro, les propuso ”cómo logramos entre todos generar un círculo de intensidad para que cada uno pueda sacar afuera su propio maestro”.
Taller Asintomático, cuenta Casas con cierto brillo de emoción en los ojos, “está dedicado a Ana y Julián, que son mis hijos, que por una situación horrible, burocrática, me fueron secuestrados. Yo los quiero recuperar. Entonces me encantaría que toda la gente que lea esta entrevista, le diga a Ana y Julián si los encuentran por la calle, que su papá no deja de pensar en ellos ni un segundo”.
—En la introducción del libro escribiste “Ningún escritor poderoso es un mal lector. Los escritores intensos primero son lectores creativos” ¿Por qué?
—Primero porque me parece que, en general, los que escriben son grandes lectores. Es rarísimo encontrar un escritor que no sea un lector poderoso. Por supuesto que leer no significa solamente leer libros, sino que quien abre la ventana de su casa y mira para afuera, está leyendo. Hay grandes jugadores de fútbol cinco que no leyeron ningún libro, pero están con vos en la cancha y te das cuenta que están leyendo el partido. Esa persona sabe leer. No hay que asociar solamente a un gran lector con quien lee libros. Mi mamá era una lectora extraordinaria de la realidad y nunca había leído un libro. Era casi analfabeta o semi -porque yo escribía sus cartas a las hermanas- pero sin embargo era una lectora muy potente. A veces mucha gente lee libros y no aprende nada.
—Hablas mucho de tu padre, de tu madre, de tu familia en general, has escrito poemas y columnas... ¿De dónde viene esa pulsión?
—Soy un escritor que no tiene imaginación, no construyo mundos imaginarios. Entonces siempre para construir tengo que tomar cosas de la vida cotidiana. Vos me contás o alguien me cuenta, inclusive las películas que hago, aún cuando las películas parezcan inverosímiles como Jauja, lo que escribí está todo construido a partir de cosas que me contaron y que viví. ¿Viste? Un amigo me contó un delirio que tuvo con un perro que se le perdió, que no lo podían encontrar y que la hija entró en depresión... Y yo con eso escribí Jauja. Hay cosas que pasan en El Jockey que también tienen que ver con experiencias personales. No escribo de cosas que invento, no tengo capacidad de crear ficción, no tengo imaginación.
Tampoco tengo erudición, o sea, en las clases del taller no hay erudición vertical. Es una erudición horizontal donde vuelco todo lo que fui leyendo tengo. Como soy muy prejuicioso (eso es algo muy malo) lo combato mucho con la curiosidad. Entonces la curiosidad desmonta el prejuicio.
—En ese sentido y en otros también, con tus referencias a un tipo de cultura popular, no sos un escritor convencional, o al menos no respondes a la imagen y la actitud de un escritor de “academia”.
—Nunca lo sentí. Desde muy chiquito mi casa fue como un epicentro de la cultura popular y de la alta cultura alta. Estaba cruzado por eso. Pensá que en casa vivió Leonardo Favio cuando éramos muy chiquitos. Y mi hermano se llama Leonardo por Leonardo Favio, porque mi papá era amigo de Favio. Iba a la vuelta de casa y estudiaba teatro con Homero Cárpena, era amigo de García Satur, que vivía en la calle Maza, de Carlos Carella, de Fidel Pintos. Nosotros íbamos a la cancha con Ernesto Bianco. Siempre en mi casa se estaban haciendo obras de teatro infantil, de teatro independiente, obras de Sartre en que mi papá era protagonista (aunque era un actor muy malo). Mi papá leía a Jean-Paul Sartre, leía Radiolandia y fue representante de Alberto Olmedo después.
Siempre todo estuvo tremendamente cruzado, ¿viste? Mi papá era morocho y mi abuelo era rubio porque era griego. Pero era un griego rubio de piel oscura y ojos verdes. Mi mamá era Capdevila, española. La mamá de mi papá era de Salta. Era como todo un cruce sincrético y eso produjo que para mí la cultura popular es alta cultura, sofisticada. Y yo empecé a estudiar filosofía. Me acuerdo mi mamá estaba en contra de que estudiara filosofía, por ejemplo. Mi papá estaba a favor, pero mi mamá decía que eso me iba a calentar la cabeza, que la iba a pasar mal y que no iba a conseguir guita.
Mis viejos me enseñaron una especie de cultura popular en la que podés aprender de todo, te podes emancipar y hacer lo que quieras. Que tenes que tener una gran capacidad de frustración, para que la vida no te frustre.
—¿Cuáles son tus recuerdos de infancia? Perteneces a una generación que vivió otra Argentina, distinta a ésta del 50% de pobreza.
—Volvía del colegio a las 12 del mediodía y después me iba todo el tiempo a la calle. Me convertí en un flaneur. No sabía que era un flaneur, creía que era un flan... Daba la vuelta por toda la ciudad con la bicicleta. Me iba a diferentes lugares y conquistaba zonas de la pre gentrificación. Y después volvía
a mi casa, no era un chico de la calle.
—¿Cómo toleras esta realidad?
—Yo estoy a favor de las pasiones alegres. La literatura, la poesía, pienso que no es algo de los artistas. Todo el mundo puede hacer escribir poesía. No me gusta la fábula del elegido, que hay un elegido que puede hacer determinadas cosas y otros que no. A mí eso me parece muy malo. En los talleres de escritura, digo que una técnica que sirve para escribir te tiene que servir para vivir. Lo que le digo a las personas básicamente es “Che, vos podés hacer lo que quieras”. Nadie sabe todo lo que puede un cuerpo. ¿Viste? En eso tenemos mucha potencia. Lo que pasa es que hay un trabajo que te quita todo el tiempo la alegría de vivir y cuando te quitan la alegría de vivir, hacen lo que quieren con vos.
Lo que tenemos que hacer es tomar la distorsión y volverla a multiplicar. Es algo que me enseñó Leónidas Lamborghini. Agarrar lo que venga mal, la depresión y lo que sea y pasarlo por el arco de la poesía y devolverlo con un estado de alegría.
[Fotos: Adrián Escandar]