Gustavo Santaolalla saluda y sonríe desde su casa en Los Ángeles, California. Llegó a esa ciudad de los sueños a mediados de 1978, con una mano atrás y otra adelante (con algunos instrumentos y canciones, también). Ahora es mundialmente famoso y respetado como músico, productor y empresario de la industria del entretenimiento. Es su propia marca, con el aval del prestigio que dan los premios. Unos cuantos Grammys de todos los colores, un Globo de Oro, dos Bafta y sobre todo, dos Oscar: estos galardones fueron otorgados por las bandas sonoras de Secreto en la montaña de Ang Lee y Babel de Alejandro González Iñárritu.
Su influencia se extiende a través de la producción de más de un centenar de discos, muchos de ellos fundamentales para el desarrollo y evolución del rock latinoamericano. La música de grupos icónicos como Los Prisioneros, Café Tacuba y Divididos llevan su sello distintivo, mostrando la diversidad de texturas y colores que imprime en cada proyecto. La lista es más larga, por supuesto. También es larga la enumeración de trabajos, giras y producciones que hizo, hace y hará. La música del juego y la serie The Last of Us, la banda de sonido de un documental sobre Eric Clapton y una gira mundial que celebra los 20 años de su disco Ronroco.
Viene de tocar en el concierto Spanish Dracula en La Ópera de Los Ángeles junto a la directora colombiana Lina González Granados y trabaja para estrenar en 2026 un musical basado en la película El laberinto del fauno, de Guillermo Del Toro. “Estamos trabajando en eso desde hace años. Lo que pasa es que Guillermo es un tipo sumamente ocupado. Tan ocupado como yo, ¿viste? Pero la idea es tener algo en escena en 2026, cuando se cumplan 20 años de la película. Vamos a ver si llegamos, pero hay mucha muchas canciones ya hechas. Estoy trabajando en eso con Paul Williams, él hace las letras”, anticipa.
En medio de todo ese torbellino artístico, Gustavo Santaolalla saluda y sonríe desde Los Ángeles. Hiperactivo y verborrágico, uno de los músicos argentinos más relevantes y prestigiosos del mundo dialogó con Infobae Cultura sobre su rol de productor en el documental Norita, dedicado a Nora Cortiñas -la presidenta de Madres de Plaza de Mayo línea fundadora, muerta en mayo de este año a los 94 años-; pero también reflexionó sobre el presente de la música latina, el mundo loco de Donald Trump y Javier Milei, y todos sus proyectos musicales para el futuro. Santaolalla no para, nunca. Y lo disfruta.
—¿Cómo te llegó a ella esta historia del documental sobre Nora Cortiñas?
—Yo tenía una relación de amistad con Norita desde hace muchísimos años... Es una persona que siempre admiré muchísimo. Siempre comento que me llamaba la atención de ella la capacidad de transmutar el dolor de lo que puede ser perder un hijo (y perderlo de esa manera) en una cosa luminosa. Y cuando digo luminosa lo digo de una manera literal, porque era una persona que -inclusive siendo chiquita, porque era muy pequeñita- emanaba una luz impresionante. Entraba a una habitación y había luz. Una cosa muy, muy grosa. Bueno, el asunto es que Jason McNamara empieza a filmarla. Él conocía a las madres porque había un documental sobre Robert Cox, el director del Buenos Aires Herald durante la dictadura. A partir de ahí conoce las madres y se enamora de Norita. Creo que ella al principio no sabía muy bien qué era aquello. Y él empieza a filmarla y a trabajar con dos muy buenos músicos argentinos, Paco Cabral y Matías Ossola. Cuando Norita le cae la ficha que es un documental sobre ella, dice “ok, bueno, yo quiero que la música la haga Gustavo”.
Y yo dije “por supuesto, me encanta”. Pero no sabía que ya estaban trabajando en la música. Estos chicos son buenísimos músicos y habían hecho algunas cosas que estaban muy lindas. Ahí yo traje a otro músico que trabaja conmigo acá, que se llama Juan Luqui, que es buenísimo también y y di como unas direcciones, o sea, en términos del sonido de lo que quería, incorporé a Javier Casalla. Di unos guidelines y compuse unos leitmotivs, la apertura y ciertas cosas en el medio y al final. Juntamos el esfuerzo y así la música es de los cuatro. Pero además me interesó involucrarme en la película, más en la producción pero desde el ángulo creativo. Después se incorporó Andrea Tortonese, cuyo trabajo de animación es fascinante.
—¿Cuál crees que es la significación de la película, más allá de Nora Cortiñas?
—Me parece que la película es muy importante en este momento particular. En Argentina y en el mundo. Viste que el mundo está viviendo un momento muy feo, es como una visión apocalíptica... Hoy en día hay una falta de humanidad, un acento puesto en la agresión, el insulto. Y el no escuchar. Fijate que una de las cosas más importantes para hacer música es escuchar. Y si querés hacer música con otra persona, si no escuchás, es imposible. Tenés que tocar y tenés que dejar que el otro toque y tenés que escucharte y escuchar al otro.
Estamos en un mundo, por ejemplo, que está dilucidando si lo que está pasando en Gaza es genocidio o no... Está bravo. Y yo siento que, dentro de ese mundo, Argentina es una especie de laboratorio, un lugar de prueba, a ver hasta donde se puede. Tenemos este presidente exaltado por cierta franja de publicidad de la derecha mundial, y así una persona de afuera lee “la Argentina de Milei”, “Argentinas´s changing”. Aquí en Estados Unidos a veces me hablan de eso y no mencionan para nada todo lo que nosotros sabemos que está pasando.
Es como una serie de Netflix. O sea, un tipo que es un panelista que grita, que insulta, que se disfraza, que agarra una motosierra, qué sé yo... Y que luego se dan dadas las condiciones, termina presidente. Y nadie sabía realmente lo que significaba. A todos nos pasa que te levantas a la mañana y decía “Pará, pará, ¿es real esto que estoy viviendo?
—¿Hay salida para esta realidad que supera la ficción?
—Creo que es importante dejar en claro que, igual, si hay gente que lo quiere como... Perfecto, lo respeto. Pero digamos las cosas como son: cuando dicen “está haciendo lo que dijo que iba a hacer”, yo digo “¡No! Están diciendo una mentira”. Está haciendo una parte de lo que dijo que iba a hacer. Si, está cortando, esto, lo otro. ¿Pero de dónde lo iba a cortar? Esa parte no es una parte chiquitita. Esa parte de lo que dijo tenía dos partes. Una que era llevarlo a cabo y la otra era cómo se iba a llevar a cabo. Porque “no hay plata”, pero para comprar aviones, para hacer inteligencia interna ¿Para eso sí hay plata?
Yo igual soy positivo. Y creo que la vida es una sucesión de problemas y soluciones. Y creo que cuando está todo bien, tranquilo porque en un momento se pincha la goma, no te llegan los pasajes... Y cuando está todo mal, tranquilo, porque llega una solución también. Entonces, sobre la película, yo sé que hay un montón de gente que va a ir a verla. Y sé que hay un montón de necios que ni les va a interesar, que la van a negar, que la van a bastardear sin saber ni siquiera de qué se trata, ni haberla visto ni nada. Pero ahí, en el medio, hay un grupo de gente que a lo mejor algún día dicen “Uy, yo la verdad que lo voté pero no sabía qué pasaba. Yo invito a esa gente que vaya con la cabeza limpia y que vean la película. Porque la película puede servir también como una medicina para la memoria.
—En los años 90 predijiste el triunfo global del rock latino, ahí estuvieron los discos que hiciste con Café Tacuba, Molotov, Divididos, La Bersuit, La Vela Puerca y tantos más... ¿Qué quedó de todo aquello? ¿Cómo está la cultura latina en el mundo?
—Yo advierto que sigue creciendo. Veo, por ejemplo, una apuesta de Netflix de estar haciendo desde El Eternauta hasta Cien años de soledad y Pedro Páramo (que hice la música). O sea, lo latino se manifiesta de distintas maneras. La música urbana está el remango y te diría dentro de la música, por ejemplo -y hablo de la hispanidad- he recibido muy gratamente la entrada de España con artistas como C. Tangana y obviamente Rosalía, que se han convertido en la música del mundo. Somos latinos e hispanos locos haciendo eso. Es una realidad que tiene que ver con con la fuerza que vamos teniendo y que va creciendo.
—La tentación es preguntarte si no estamos peor, entonces...
—Yo vengo de una generación donde la música ocupaba un rol que hoy no ocupa en la sociedad. O sea, cuando yo crecí, la música tenía un rol importantísimo en el cambio, en lo que fueron los 60 y 70, que fue un momento increíble. Comenzaban a llegar las filosofías orientales, empezó la experimentación con sustancias que alteraban los niveles de conciencia y el rock se convirtió en la música folclórica de los jóvenes del mundo. En ese contexto, la música ocupaba un rol que hoy en día no ocupa. En ese momento era Jimi Hendrix o era Crosby, Stills & Nash o no sé, The Who... Hoy en día es Taylor Swift. Entonces digo: es otra cosa, ocupa otro lugar.
Pero sí te puedo decir una cosa con respecto a nuestro país. Cuando nosotros comenzamos, hablo de Almendra, Manal, Vox Dei y Arcoíris, que yo considero bandas fundacionales, la gente que nos seguía a nosotros era de nuestra edad. O sea, yo tenía 17, 18 años, y el público también. Con el tiempo se fue generando una onda medio de gerontocracia. Para ser grande en el rock argentino tenías que ser “grande”. Entonces, por ejemplo, cuando yo produzco La era de la boludez, Arnedo tenía 40 ya. Y cuando produzco Libertinaje, los Bersuit ya no tenían 21 o 22 años...
Cuando de pronto me entero que había un pibe que estaba haciendo tres Luna Park que se llamaba Duki, y que no lo conocía nadie (digamos, “nadie”. Por supuesto que lo conocían miles de personas), me encantó y enseguida me enganché. Por eso es que también he trabajado con ellos. Y todo porque encuentro una empatía con una parte que me gusta. Siempre dije que para mí la música se divide en dos categorías: buena o mala. No tengo ningún problema con ningún género de música.
La aparición de estos pibes es, para mí, nuevamente un avance. Hay una música que es alternativa y pibes que están diciendo cosas: Wos, YSY A, Trueno... Y tenés un Duki que es un casi un popstar, pero que también dice cosas. Además, todos ellos tienen una cosa como de unión entre ellos, que es muy linda. No pasó en el rock así, de esa manera, por lo menos yo no la viví así.
[Fotos: AP/Chris Pizzello, archivo; Charles Sykes/Invision/AP; Alejandra Palacios]