Murió el destacado pintor argentino Víctor Chab, dejando un legado artístico que abarca varias décadas de experimentación y evolución en el arte contemporáneo.
Nacido el 6 de septiembre de 1930 en Buenos Aires, Chab fue hijo de inmigrantes sirios de origen judío que se establecieron en Argentina tras un breve paso por Cuba. Desde temprana edad, mostró una inclinación por la pintura, desarrollando su talento de manera autodidacta y asistiendo a diversos talleres, entre ellos el de Cecilia Marcovich y Demetrio Urruchúa.
A los 17 años, recibió el Segundo Premio del XXVI Salón Anual de MEEBA por su obra “Manzana sobre mesa”, un reconocimiento que, sin embargo, no impidió que destruyera sus trabajos anteriores a su primera exposición individual. En 1952, influenciado por el surrealismo, realizó su primera muestra individual en Buenos Aires, presentando la obra “Diálogo”. Durante este periodo, conoció a Juan Andralis, lo que lo llevó a profundizar en el surrealismo y a aprender francés para leer a autores como André Bretón.
Chab continuó explorando el surrealismo y la abstracción a lo largo de su carrera. En 1954, participó en la exposición “Seis pintores” junto a otros artistas como Roberto Aizenberg y Guillermo Berrier. En 1956, representó a Argentina en la XXVIII Bienal Internacional de Venecia, consolidando su presencia en el ámbito internacional. Durante los años siguientes, su obra evolucionó hacia una abstracción geométrica, influenciada por artistas como Paul Klee y Joan Miró.
En 1957, formó parte del grupo “Siete pintores abstractos”, que incluía a figuras como Rómulo Macció y Clorindo Testa. Este grupo se integró al movimiento internacional Phases, promovido por el poeta y crítico Julio Llinás. A lo largo de la década de 1960, desarrolló la serie “Bestiario”, inspirada en el “Bestiario” de Julio Cortázar, caracterizada por formas abstractas con reminiscencias zoomórficas.
Chab nunca dejó de experimentar con técnicas y materiales. En 1972, presentó la serie de monocopias “Nocturnas, aunque coloridas” en la sede de la OEA en Washington, y en 1974 comenzó a trabajar en dibujos a lápiz que exploraban la figura humana en espacios geométricos. Durante la década de 1980, retomó el collage, desarrollando obras que reflejaban su interés por los animales y los paisajes abstractos.
A lo largo de su carrera, recibió numerosos premios, incluyendo el “Premio Franz Van Riel” en 1958 y el “Premio Internacional Rubén Darío” en 1967. Sus trabajos se encuentran en los acervos del Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno y el Arte Contemporáneo de Buenos Aires; el Museo de Bellas Artes de Caracas, (Venezuela); Museo de Bellas Artes de Ponce, (Puerto Rico) y el Museum of Modern Art of Latin América. Washington, (Estados Unidos), entre muchos otros.
Su obra, que abarca desde el surrealismo hasta la abstracción geométrica, refleja una constante búsqueda de nuevas formas de expresión artística.