Cuando se abren las puertas del patio, lo que aparece, allá, en el fondo, recortado por una gran enredadera, es Lorenzo Ferro haciendo equilibrio sobre una mesa ratona. Los brazos extendidos, un pie en el aire, la mirada hacia el suelo. Abajo, acostado, un fotógrafo le apunta: busca una postal exótica y sagaz del actor argentino que en unos días cumplirá 26 años. Estamos en una casona de Vicente López —cerca de la General Paz, cerca del Río de la Plata—: es una tarde de notas, burocracia mediática. Pero Ferro no se queja; al contrario, se deja llevar por la conversación. Es el protagonista de Simón de la montaña, dirigida por Federico Luis. Es, apenas, su tercera película. Pero luego de su trabajo en El ángel y en la serie El marginal —ambas producciones dirigidas por Luis Ortega—, sumado a su incipiente carrera musical como Kiddo Todo y a que es hijo del actor Rafael Ferro, su presencia está rebalsada de expectativas. Y las cumple.
Al borde de la Cordillera, Simón, un chico de 21 años, se hace amigo de un grupo de discapacitados. De a poco, se vuelve uno más de ellos, con sus padecimientos, sus gestos, sus contemplaciones. Actúa como ellos, se mira al espejo, los imita, toma sus pastillas, usa sus audífonos. ¿Por qué? ¿Qué busca? ¿Qué quiere? La madre (Laura Nevole), erosionada por el trabajo, no entiende las razones del “fingimiento” de su hijo. De pronto lo desconoce. Tampoco la pareja de su madre (Agustín Toscano), con quien Simón trabaja como “ayudante de mudanzas”. Pero algo en ese lazo con los personajes interpretados por Pehuén Pedre y Kiara Supini le devuelve una imagen más compasiva del mundo, menos hiriente, menos opresiva. En ese camino sinuoso e incómodo transita la película escrita por Federico Luis, Tomas Murphy y Agustín Toscano, que fue premiada en Cannes, celebrada en San Sebastián, y estrenada en las salas de Argentina la semana pasada.
Hace cuatro años, cuando le llegó el guion a Ferro, el personaje era otro: tenía hipersensibilidad. La película que se proyectaba en la cabeza de Federico Luis era otra. Un día de aquel entonces, de aquella época originaria, el director —estaban los dos en su casa, cada uno frente a un pocillo de café— le dijo: “Quiero que seas el protagonista”. Un silencio repentino bajó del techo. “¿Y por qué no lo hace una persona con hipersensibilidad?”, le retrucó enseguida. Más silencio. “Bueno, tenés razón. Lo voy a pensar”. Pasó el tiempo, corrió agua bajo el puente, muchas nubes cruzaron el cielo, Federico Luis le dirigió un corto para su disco Mansión Helada —una suerte homenaje a Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio—, algunos proyectos que aún no se concluyen, que no todavía no vieron la luz, incluso se fueron juntos de viaje. “Forjamos una hermandad”, resume. “Sabíamos que íbamos a terminar haciendo algo que dure más de 100 minutos”, cuenta.
Entonces, con un nuevo guion, que no era el definitivo, porque “en el transcurso de esos cuatro años fue cambiando abismalmente hasta un día antes del rodaje”, todo se destrabó. Se lo mandó a Ferro y lo leyó en un avión camino a algún lado. Todavía se acuerda de esa lectura: “Era otra cosa, todo nuevo. Ya no era el protagonista una persona hipersensible, sino que era un personaje que quería actuar. Y ahí sí, entré: sentí que había un lugar donde yo poder estar. Porque cuando le dije que no, lo que me pasó en realidad es que me dio miedo, mucho miedo. No quería pisar el palito. Pero después por suerte lo hice. Y corrí el riesgo de pisar el palito. Uno tiene que correr el riesgo”. El de la hipersensibilidad y la discapacidad era “un mundo completamente nuevo” para él. “Mi relación más cercana con la hipersensibilidad era a través de Pehuén, que lo conocía por Fede. Y fue muy bueno juntarse. Siempre es lindo rodearse de gente nueva, que tiene otras maneras de vivir y de ver la vida”.
Hay, además, un cortometraje: Cómo ser Pehuén Pedre, que es previo a la película pero que salió este año. La historia nace de un día, como cualquier día, con una pregunta. Pehuén Pedre y Federico Luis estaban conversando sobre irse de viaje a Mar del Plata. Pero Federico no tenía dinero, entonces Pehuén le dice: “¿Y por qué no te sacás el certificado de discapacidad y viajás gratis?” Ahí apareció todo, también gran parte del argumento de Simón de la montaña. “Escribieron ese corto y después la peli. Creo que Fede, haciendo ese corto, entendió que ahí había una película”, cuenta Ferro, que protagoniza el cortometraje junto a Agustín Daulte y a Pehuén, que es quien intenta enseñarles cómo mover la cabeza, cómo mover los ojos, cómo tomar los medicamentos,, cómo ser él: Pehuén Pedre. “Ese corto fue un experimento que derivó en una idea muy clara y terminó siendo Simón de la Montaña. Y ahora son muy hermanos”, sostiene.
Ferro viene de Cannes, de San Sebastián, de la alfombra roja del mundo. “Es un circo frívolo, pero hay muy buenas películas”, resume. Este año, ante los brutales recortes al Incaa, leyó un manifiesto del cine argentino contra las políticas culturales de Javier Milei. Fue en la playa de la Quincena de Cineastas, donde funciona una sección paralela del festival. Lo leyó junto a María Alché, directora de la película Puán. “Están profundizando en la destrucción”, dice ahora. “Nos arman como guerras entre nosotros, entre la gente que está caminando en la calle todos los días. Es porque no conocen la poesía, no conocen el amor de verdad. No es posible tener empatía yendo de acá para allá en autos polarizados, así es imposible tener empatía con dos personas que se están besando en la estación de colectivo. Deberían estar ellos en la estación de colectivos besándose con una persona”, agrega el actor.
“Quizás suene un poco a cliché, pero hay que tener fuerza. Hay que armarse. Que la depresión no nos gane. Hay que tratar de llevarles la contra en el sentido de seguir haciendo. Que vean que si cierran esto, si cierran lo otro, a las personas no las pueden cerrar, a las inquietudes artísticas no se las puede cerrar”, asegura.
—¿Tenías temor de cómo se tome la película el personaje?
—Sí, tenía temor. En un momento, mi temor era no poder sentirme cómodo actuando frente a Pehuén, por miedo a que Pehuén sienta que yo estaba caricaturizando sus condiciones. Ese fue un miedo. Me acuerdo que entre Federico, Sofía, que es la coach actoral, y Pehuén, un día nos sentamos y tuvimos una charla. Dijimos: ‘Mirá, yo no voy a actuar de vos, no me va a salir nunca. Va a ser siempre una representación, a veces va a ser exagerada a propósito’. Le empezamos a explicar, nos empezamos a explicar entre todos los matices de la actuación, las ideas de representación, no de imitación. Y en base a esa charla yo empecé a sentir que podía jugar de la manera que sea en frente de Pehuén. Yo no quería incomodar al maestro, porque era mi maestro. Una vez que sabía que iba a ser la película, abandoné ese miedo a cómo iba a ser visto lo que yo haga en relación a lo moral, digamos.
—¿Y la escena con Kiara Supini, la Colo? Porque dura, se extiende, por momentos hay incomodidad, afloja, vuelve la incomodidad. ¿Cómo trabajaron esa escena?
—Me acuerdo que es una escena que ensayamos bastante. Pero mientras la ensayamos, nunca nos besábamos. Y el día del rodaje la Kiara, la Colo, le dejó una nota a Fede. Le escribió: ‘Si no hay beso, no hay escena’. Se la dejó antes de hacer la escena. Y ahora Fede lo tiene encuadrado en su casa. Filmar esa escena fue muy loco porque se sintió nueva por más de que la hayamos ensayado tanto. De repente había un ambiente tenso. Se había generado tanta expectativa por ese beso. De hecho, en la película es la escena que más tiempo tiene, creo que es la escena que más dura, y eso se sintió en el rodaje. Y a mí también me daba incomodidad darme un beso. O sea, siempre hay una incertidumbre en el primer beso con una persona, salvo que estés recontra mega borracho. Esa incomodidad que se ve en la película estaba 100% dentro mío. Estaba ahí y decía: ‘¿Cómo se besaba?’ ¡No me acordaba ni cómo se besaba! Pero fue muy lindo. Salimos todos como sudando, no sé, algo del beso. Los besos son algo muy importante y muy potente en la vida. Fue la escena más linda de filmar, te diría este.
La película, cuya trama es, en apariencia, simple, se va llenando poco a poco de capas. Una de ellas es la escena en la que Simón y la Colo están mirando la tele. Son videos del papá de Simón. En la pantalla aparece Rafael Ferro —su padre en la vida real— dándole letra a un pequeñísimo Lorenzo Ferro. “Eso es Shakespeare”, dice ahora. Rafael le dicta versos y él los recita para la cámara. La escena es conmovedora en sí misma, pero en la película le agrega un detalle profundo a la historia: Simón extraña a su padre, del que no sabemos quién es, dónde está, por qué se fue. Son preguntas que no se resuelven más que con la construcción que hace el espectador de la personalidad del protagonista. “Son muchas capas en el metaverso de la actuación. Ahí también está la idea de que Simón, que ya está actuando en la película, porque actúa de alguien más, a la vez desde el día en que nació ya le están inoculando la actuación casi en el oído”, dice.
La idea de esa escena apareció, también, lo mismo: un día. Un día, en un taller. Iban con Federico Luis a tomar clases con Manuel Abramovich. Ahí, Ferro presentó un cortometraje de ocho minutos, “donde había trabajado con todo un material de archivo mío de niño. Y estaba esa escena de Shakespeare que mi papá me leía no sé qué. A Fede le encantó. Vio eso y me mandó un mensaje. Me dijo: ‘Siento que te conocí más en ocho minutos que en tres años de amistad’. Habrá pasado un año y medio de ese mensaje cuando me dice: ‘Quiero ver todo el material de archivo que tengas voz de niño’. Le mandé 16 cassettes a digitalizar, algo así como 16 horas de material. Y así nació porque él lo vio en ese curso”.
—¿Te interesaba que la película tenga un mensaje de empatía, esa idea del cine concientizador?
—No, no. De hecho, no me gusta mucho, como espectador, el cine que tiene un mensaje. No, no me interesaba. Por suerte esto no lo tiene: ni un mensaje ni una bajada moral muy clara. Lisandro Alonso, un gran director, dice que los mensajes están para llevarlos a al Western Union. Me parece que uno tiene que salir del cine haciéndose preguntas, con el cubo Rubik desarmado, como dice también Fabián Casas. No salir con la cosa completa. Porque lo importante es pensar las películas, quedarse charlando en el bar, debatiéndolas un poco. También es incómodo cuando uno comprende que hay otras maneras de ver. Vale la pena buscar la incomodidad. Cualquier cosa te puede afectar un poco más en la incomodidad. Cuando estás cómodo, estás en el trono en un punto. A mí me gusta la idea de la incomodidad.
—Estás en un momento, imagino, donde proyectás tu carrera. Y en la carrera de un actor hay de todo: mucha película pasatista, entretenimiento olvidable, y cosas más intensas, más incómodas. ¿Cómo transitás ese doble juego?
—La verdad que no tengo mucha visión. Sino, hubiese sido un hombre de negocios. Quiero tratar de hacer este tipo de películas, pero no es tan fácil. Tendré que hacer películas malas también, en algún momento. Quiero tener hijos, y a veces cuando uno tiene hijos no tiene la chance de elegir tanto lo que puede hacer. Quiero abordar aventuras así, incómodas, como te digo, y quiero hacerme preguntas, ser una persona inquieta, estar en la búsqueda. Quiero cruzarme con gente que tenga un deseo y que lo quiera cumplir y que yo lo pueda ayudar actuando, como actor. Pero no tengo una proyección muy clara sobre mi carrera, pero porque es imposible. Cualquier proyección que tengas como actor no va a suceder. Es un oficio muy incierto este.
A la música, dice, “la tengo estacionada”. “Fueron dos años muy del cine, de experimentar. Haciendo mis cortos, haciendo esta peli, yendo a promocionarla. Tengo un disco ahí guardado, pero no sentí que sea el momento para sacarlo. Me gustaría que ya esté y que yo no me entere. No me siento con las energías para sacarlo. Me tengo que sentar”, cuenta. “Antes era sacar por sacar. Hacer y sacar sin miedo. Ahora no es que sea miedo, sino que quiero tomarme el tiempo, pensar un poco más. Igual, pensando o no pensando, tropezás”, explica. Hay más proyectos, muchos proyectos, pero “mejor ni hablar de eso”, no quemarlos.
Antes de empezar con el rodaje, Federico y Lorenzo hicieron un viaje. Mendoza. Vacaciones. En un momento del recorrido, tal vez un poco perdidos, recordaron que el Chiqui Tapia, presidente de la AFA, le había pedido a la Difunta Correa por la Copa del Mundo y que, tras ganarla en Qatar 2022, volvió a Mendoza para agradecerle. “Nos queríamos sacar la misma foto. Pero no teníamos Copa del Mundo. Cuando vas al santuario de la Difunta están todos los pedidos de la gente: ‘quiero construir mi próxima casa’, ‘que aparezca la plata’, un montón de pedidos muy tiernos. Y dijimos: ‘Tenemos que pedirle que nos deje hacer la película Simón de la Montaña. En ese momento no sabíamos todavía cómo se iba a filmar. Se lo pedimos. Y ese mismo año se terminó filmando”, cuenta.
“Ahora tenemos pendiente el viaje a Mendoza: presentar la película y pasar por la Difunta Correa para agradecerle”, concluye.