Hace quince años hacíamos con Sebreli un programa de televisión llamado Aguafiestas. Esta palabra define en gran medida lo que Sebreli era, un contradictor, un hombre que iba contra la corriente, que no quedaba atrapado en las bogas. Lo hacíamos en lugares distintos y con un único invitado. En una ocasión el invitado era Sergio Renán. Cuando íbamos hacia donde haríamos el programa, el Teatro Colón, le pregunté si le parecía razonable que introdujéramos el tema de La fiesta de todos, una película que Renán filmó durante la última dictadura, en la que se festejaba el Mundial del 78. Sebreli pensó un momento: “Hacelo cuando estemos por terminar”, me dijo, “que yo después lo arreglo”. Se lo pregunté, Renán dudó, mantuvo un angustioso silencio y respondió: “El peor error de mi vida”. Entonces Sebreli comenzó su parrafada admirativa y compensatoria: “Renán es nuestro Visconti, puede ser actor, director de cine, director de ópera y gestor de teatros”. Nuestro invitado sonrió, aliviado.
Hubiera sido más fácil para todos dejar pasar ese tema incómodo, pero no era el estilo de Sebreli. Si era necesario él se ensuciaba, iba por la banquina, no capitulaba ante los atajos. Ahí estaba ese espíritu de aguafiestas, de contradictor. Pero también había un segundo rasgo: la búsqueda de síntesis a través de los contrastes, el hegelianismo. Renán era el perfume de un jardín que incluía La fiesta de todos y el Visconti argentino.
Otro rasgo que surge de esta anécdota es el antipopulismo. Sebreli no se conformaba con detectar demandas insatisfechas, no, él tenía un plan que iba como una flecha hacia un destino. Ese destino era la búsqueda de la verdad.
El programa que hicimos con Horacio González da cuenta de un ejemplo similar. Mi duda fue en ese caso: ¿debemos preguntarle por las armas que entraron a la unidad básica que él manejaba, provenientes de la Provincia de Buenos Aires, gobernada por Bidegain, un dirigente montonero, con las cuales luego se perpetró el atentado a Rucci, o debíamos pasarlo por alto? La respuesta de Sebreli fue: “Preguntalo”. González en este caso se puso pálido. Si se probaba que esas armas provenían de un Estado Provincial entonces el caso sería imprescriptible y la causa penal podría ser reabierta. Nos contestó, enojado, que no había ido ahí a hablar de eso, ante lo cual Sebreli primero replicó que él mismo se lo había contado a Anguita y Caparrós en el libro La Voluntad, y luego elogió la tarea editorial que venía realizando en la Biblioteca Nacional.
En un caso se trataba de poner en evidencia a una dictadura militar; en el otro, al fascismo de izquierda representado por los montoneros. Sanear ocultamientos, de un lado; la combustión de opuestos y la síntesis como resultado de esa confrontación, del otro.
Sebreli creía en este sentido que Europa, con su socialdemocracia, había alcanzado una síntesis histórica y que había que defenderla. Por eso ataca el relativismo cultural y defiende las ideas eurocéntricas. Esta ideología surge, sobre todo, de El asedio a la modernidad. Él era consciente de que esto planteaba un problema epistemológico, dado que no hay un cartabón universal contra el cual contrastar y establecer si algo es bueno o malo en sí; sin embargo, la demostración por el absurdo le parecía una prueba de que era necesario ir contra el relativismo: ¿o les gusta acaso la ablación del clítoris que practican ciertos pueblos musulmanes? Primaba un afán iluminista.
Muchos creen que las religiones son el esqueleto último, la gramática de una sociedad y, en tal sentido, necesarias para disciplinar a los pueblos, para darles una organización. Sebreli, al revés, creía que esa gramática fundada en una mentira, en una patraña, solo trae disgustos, muertes y pobreza. Otra vez la lucha contra el oscurantismo y el afán iluminista. Esta postura está presente en Dios en el laberinto.
Sebreli creía en el derecho de las minorías y la reacción frente a normas abusivas. Por eso fundó el Frente de Liberación homosexual, que luchaba por la tolerancia frente a la minoría gay, y por eso escribimos Desobediencia civil y libertad responsable, porque cuando el gobernante afecta la vida, la libertad o la propiedad no hay otra solución que desobedecer, restableciendo el equilibrio cósmico que surge de una sociedad precontractual, tal como puede ser imaginada en un libro.
En este último sentido, Sebreli era un liberal cabal. Pero, tal como surge del último capítulo del libro Desobediencia civil y libertad responsable, del artículo “Por que soy un liberal de izquierda”, publicado en la Revista Seúl y de múltiples entrevistas, no profesaba cualquier tipo de liberalismo sino uno que, partiendo de la base de que existen desequilibrios en la base, en el origen, el Estado debe necesariamente intervenir para morigerarlos, especialmente mediante la educación pública. Si el Estado alza las manos frente a un niño talentoso pero sin herramientas comete una injusticia. Los liberales a secas, en cambio, se conforman con la igualdad ante la ley, porque piensan que intervenir es como atar la mano de uno de los competidores, desconociendo que no se ata una mano desatada sino que se desata una mano atada.
Se va con Sebreli un hombre que no transigía, que era liberal democrático hasta que duela. Podrán discutirse algunas de sus ideas, pero no nacen de un artilugio, de un gambito, de una estafa, ni de una búsqueda de lucro, nacen de una actitud sincera y convencida. Él enseñaba de modo clandestino en su casa durante la dictadura, él era gay cuando serlo entrañaba un peligro, él iba contra la guerra de Malvinas cuando todo el país estaba inflamado de nacionalismo, él iba contra la cuarentena y a favor de la libertad cuando el ochenta por ciento de la sociedad estaba encerrada y convencida de que estábamos frente a una peste medieval incontrolable.
Él se animó a decir que votaría a Milei cuando casi todos los intelectuales estaban horrorizados con la posibilidad y empezó a criticarlo cuando muchos caían bajo el espejismo de la baja de la inflación. Sebreli fue un titán de la libertad, sí, pero no de cualquier libertad; fue un titán de la legalidad, sí, pero no de cualquier legalidad. La libertad que condena a un niño indefenso o la legalidad autoritaria son antisebrelianas.
[Fotos: Adrián Escandar; Nicolás Stulberg]