Son los ojos que se asoman desde los lienzos los que le atrapan, su mirada perforando la frontera entre el arte y la vida. Por eso, el aclamado novelista irlandés John Banville prefiere visitar el Museo del Prado en su horario de apertura, aunque ha sido invitado a curiosear en cualquier momento como parte de una beca literaria de un mes.
Aun así, no quiere estar solo con la multitud de observadores que cuelgan de las paredes de las laberínticas galerías. “No me gusta venir aquí a deshoras, es demasiado inquietante. Los cuadros, te miran”, afirmó Banville apartando la mirada del mismísimo Diego Velázquez desde la obra cumbre del español, Las Meninas.
El enorme cuadro del siglo XVII muestra a la Infanta Margarita, sus jóvenes damas de compañía, un enano, un bufón con un perro, una monja, un hombre misterioso que sale por una puerta, un espejo en el que se reflejan el Rey Felipe IV y su reina - y también a Velázquez, apartándose de su lienzo y mirando directamente al espectador.
El cuadro, dechado de sofisticación barroca, ha fascinado a generaciones de artistas. Banville, con su amor por el detalle poético, no es diferente. “Las Meninas siempre me sorprenden y me plantean un reto”, aclaró Banville durante un reciente paseo por el Prado.
“Es su enigma, su extrañeza. Cada vez que lo miro, se vuelve más extraño de nuevo”, remarcó, rodeado de una multitud de visitantes del museo. “Velázquez te mira y te dice: ‘Mira lo que he hecho’. ¿Habrías sido capaz de hacer algo así?’”.
El acceso privilegiado de Banville al Prado -incluyendo fuera de horario y zonas prohibidas como sus talleres de restauración- durante el último mes forma parte del programa “Escribiendo el Prado” del museo. El programa, patrocinado por la Fundación Loewe, se inició el año pasado y cuenta entre sus primeros becarios con los premios Nobel John Coetzee y Olga Tokarczuk, así como con la escritora mexicano-estadounidense Chloe Aridjis.
Los becarios se sumergen en el museo durante cuatro semanas antes de producir una breve obra de ficción publicada por el Prado con la dirección editorial de la revista Granta en español. Banville, autor de El mar, ganadora del premio Booker, y de la reciente Las singularidades, así como de populares novelas policíacas, tiene una idea de lo que escribirá tras su inmersión en los Maestros Antiguos.
“No he concretado los detalles”, comenta y agrega: “pero se trata de alguien que recorre la galería y de esos ojos penetrantes. Los ojos le siguen. Y creo que... toda su vida... había tenido miedo de ser descubierto, y todos estos ojos parecen saberlo. Y creo que Velázquez dice: ‘Sí, sé quién eres’”.
Un artista frustrado que pinta con palabras
Aunque su fascinante novela El libro de las pruebas gira en torno a un atraco artístico fallido, la relación del narrador con la pintura se remonta a un adolescente inquieto tentado de coger el pincel además de la pluma.
“No sabía dibujar, no tenía sentido del color ni nociones de dibujo. Son claras desventajas si quieres ser pintor”, dice Banville con una risita irónica. “He pintado cuadros espantosos, Dios mío. Si alguna vez salen a la luz estoy condenado”. A partir de entonces, dice, la frase fue su pincelada.
Nada de cuadros, por favor
Más de 3,2 millones de personas visitaron el Prado el año pasado para admirar una impresionante colección de obras de arte del Siglo de Oro español. Las 4.000 obras expuestas, entre las que se encuentran las mayores colecciones del mundo de Velázquez, Rubens, El Bosco, Goya, El Greco y Tiziano, junto con joyas de Caravaggio, Fra Angelico y Bruegel el Viejo, son sólo una muestra de las 34.000 piezas que atesora.
El Prado ofrece solaz a Banville y a otros que necesitan evadirse del mundo moderno: está estrictamente prohibido hacer fotos con el teléfono o la cámara. “Es maravilloso. Veo a gente que va por otras galerías simplemente haciendo fotos, y me dan ganas de decirles: ‘¡mira el maldito cuadro!”, destacó Banville. “Todos los museos del mundo deberían introducir esa norma”.
Aunque Banville considera que las siniestras Pinturas negras de Goya son “exageradas”, las seductoras damas de El jardín del amor de Rubens, de las que dice en broma que «están hechas de masa de pan», le han conquistado. Otro Velázquez le llama la atención, o tal vez es Banville quien se fija en las miradas lascivas de los borrachos de El festín de Baco, donde el dios del vino se divierte con algunos hombres hasta bien entrada la copa.
En Madrid, Banville también se ha permitido su primer mes de descanso de la rutina diaria de escritura que, según él, ha mantenido desde que empezó a garabatear historias a los 12 años. “Una vocecita dentro de mí me dijo: ‘John, tómate el mes libre. Disfrútalo’. Mi familia en Irlanda me estaba diciendo lo terrible que era el tiempo, y yo estoy aquí sentado tomando un vaso de vino al sol. No me atrevo a decírselo”.
A sus 78 años y viudo desde hace tres, no está seguro de cuántos libros le quedan. Pero algo que no le preocupa es que la inteligencia artificial usurpe el lugar de los verdaderos artistas. “Una obra de arte es algo muy raro. Hay intentos de obras de arte, y hay gente que se imagina que ha hecho una obra de arte, pero no son más que cursilerías. El verdadero arte no sucumbe a la IA”, afirmó y sentenció: “Para mí, las obras de arte están vivas”.
Fuente: AP
[Fotos: AP / Paul White]